Tuesday, January 7, 2014

Octavio Paz. El laberinto de la soledd. Fragmento: "El pachuco y otros extremos".



Desde 1950, año de su primera edición, El laberinto de la soledad es sin duda una obra magistral del ensayo en lengua española y un texto ineludible para comprender la esencia de la individualidad mexicana. Octavio Paz (1914-1998) analiza con singular penetración expresiones, actitudes y preferencias distintivas para llegar al fondo anímico en el que se han originado: en todas sus dimensiones, en su pasado y en su presente, el mexicano se revela como un ser cargado de tradición. Las "secretas raíces" descubren ligaduras que atan al hombre con su cultura, adiestran sus reacciones y sustentan la armazón definitiva de la espiritualidad mexicana. Octavio Paz no podía ser indiferente a las dramáticas consecuencias de 1968 en la historia de su país. Volvió sin vacilaciones a analizar las heridas abiertas y afirmó su creencia en una profunda reforma democrática en las páginas de Postdata (1969), secuencia obligada de El laberinto de la soledad Esta edición incluye además las precisiones de Paz a Claude Fell en Vuelta a El Laberinto de la soledad(1975), una nueva muestra del aliento crítico del poeta. Medio siglo después, la voz del Premio Nobel ha ganado una audiencia universal y mexicana, clásica y contemporánea; y la obra cuyo punto de partida es El laberinto de la soledad queda definitivamente grabada en la conciencia intelectual de México y en la historia del pensamiento universal.

(Fragmento).
I

EL PACHUGO Y OTROS EXTREMOS
A TODOS, en algún momento, se nos ha revelado nuestra existencia como algo particular, intransferible y precioso. Casi siempre esta revelación se sitúa en la adolescencia. El descubrimiento de nosotros mismos se manifiesta como un sabernos solos; entre el mundo y nosotros se abre una impalpable, transparente muralla: la de nuestra conciencia. Es cierto que apenas nacemos nos sentimos solos; pero niños y adultos pueden trascender su soledad y olvidarse de sí mismos a través de juego o trabajo. En cambio, el adolescente, vacilante entre la infancia y la juventud, queda suspenso un instante ante la infinita riqueza del mundo. El adolescente se asombra de ser. Y al pasmo sucede la reflexión: inclinado sobre el río de su conciencia se pregunta si ese rostro que aflora lentamente del fondo, deformado por el agua, es el suyo. La singularidad de ser —pura sensación en el niño— se transforma en problema y pregunta, en conciencia interrogante.


A los pueblos en trance de crecimiento les ocurre algo parecido. Su ser se manifiesta como interrogación: ¿qué somos y cómo realizaremos eso que somos? Muchas veces las respuestas que damos a estas preguntas son desmentidas por la historia, acaso porque eso que llaman el "genio de los pueblos" sólo es un complejo de reacciones ante un estímulo dado; frente a circunstancias diver-sas, las respuestas pueden variar y con ellas el carácter nacional, que se pretendía inmutable. A pesar de la naturaleza casi siempre ilusoria de los ensayos de psicología nacional, me parece reveladora la insistencia con que en ciertos períodos los pueblos se vuelven sobre sí mismos y se interrogan. Despertar a la historia significa adquirir conciencia de nuestra singularidad, momento de reposo reflexivo antes de entregarnos al hacer. "Cuando soñamos que soñamos está próximo el despertar", dice Novalis. No importa, pues, que las respuestas que demos a nuestras preguntas sean luego corregidas por el tiempo; también el adolescente ignora las futuras transformaciones de ese rostro que ve en el agua: indescifrable a primera vista, como una piedra sagrada cubierta de incisio-nes y signos, la máscara del viejo es la historia de unas facciones amorfas, que un día emergieron confusas, extraídas en vilo por una mirada absorta. Por virtud de esa mirada las facciones se hicieron rostro y, más tarde, máscara, significación, historia.

La preocupación por el sentido de las singularidades de mi país, que comparto con muchos, me parecía hace tiempo superflua y peligrosa. En lugar de interrogarnos a nosotros mismos, ¿no sería mejor crear, obrar sobre una realidad que no se entrega al que la contempla, sino al que es capaz de sumergirse en ella? Lo que nos puede distinguir del resto de los pueblos no es la siempre dudosa originalidad de nuestro carácter —fruto, quizá, de las circunstancias siempre cambiantes—, sino la de nuestras creaciones. Pensaba que una obra de arte o una acción concreta definen más al mexicano —no solamente en tanto que lo expresan, sino en cuanto, al expresarlo, lo recrean— que la más penetrante de las descripciones. Mi pregunta, como las de los otros, se me aparecía así como un pretexto de mi miedo a enfrentarme con la realidad; y todas las especulaciones sobre el pretendido carácter de los mexicanos, hábiles subterfugios de nuestra impotencia creadora. Creía, como Samuel Ramos, que el sentimiento de inferioridad influye en nuestra predilección por el análisis y que la escasez de nuestras creaciones se explica no tanto por un crecimiento de las fa-cultades críticas a expensas de las creadoras, como por una instintiva desconfianza acerca de nuestras capacidades.

Pero así como el adolescente no puede olvidarse de sí mismo —pues apenas lo consigue deja de serlo— nosotros no podemos sustraernos a la necesidad de interrogarnos y contemplarnos. No
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quiero decir que el mexicano sea por naturaleza crítico, sino que atraviesa una etapa reflexiva. Es natural que después de la fase explosiva de la Revolución, el mexicano se recoja en sí mismo y, por un momento, se contemple. Las preguntas que todos nos hacemos ahora probablemente resulten incomprensibles dentro de cincuenta años. Nuevas circunstancias tal vez produzcan reacciones nuevas.

No toda la población que habita nuestro país es objeto de mis reflexiones, sino un grupo concreto, constituido por esos que, por razones diversas, tienen conciencia de su ser en tanto que mexicanos. Contra lo que se cree, este grupo es bastante reducido. En nuestro territorio conviven no sólo distintas razas y lenguas, sino varios niveles históricos. Hay quienes viven antes de la historia; otros, como los otomíes, desplazados por sucesivas invasiones, al margen de ella. Y sin acudir a estos extremos, varias épocas se enfrentan, se ignoran o se entredevoran sobre una misma tierra o separadas apenas por unos kilómetros. Bajo un mismo cielo, con héroes, costumbres, calendarios y nociones morales diferentes, viven "católicos de Pedro el Ermitaño y jacobinos de la Era Terciaria". Las épocas viejas nunca desaparecen completamente y todas las heridas, aun las más antiguas, manan sangre todavía. A veces, como las pirámides precortesianas que ocultan casi siempre otras, en una sola ciudad o en una sola alma se mezclan y superponen nociones y sensibilidades enemigas o distantes.1
La minoría de mexicanos que poseen conciencia de sí no constituye una clase inmóvil o cerrada. No solamente es la única activa —frente a la inercia indoespañola del resto— sino que cada día modela más el país a su imagen. Y crece, conquista a México. Todos pueden llegar a sentirse mexicanos. Basta, por ejemplo, con que cualquiera cruce la frontera para que, oscuramente, se haga las mismas preguntas que se hizo Samuel Ramos en El perfil del hombre y la cultura en México. Y debo confesar que muchas de las reflexiones que forman parte de este ensayo nacieron fuera de México, durante dos años de estancia en los Estados Unidos. Recuerdo que cada vez que me inclinaba sobre la vida norteamericana, deseoso de encontrarle sentido, me encontraba con mi imagen interrogante. Esa imagen, destacada sobre el fondo reluciente de los Estados Unidos, fue la primera y quizá la más profunda de las respuestas que dio ese país a mis preguntas. Por eso, al intentar explicarme algunos de los rasgos del mexicano de nuestros días, principio con esos para quienes serlo es un problema de verdad vital, un problema de vida o muerte.

AL INICIAR mi vida en los Estados Unidos residí algún tiempo en Los Ángeles, ciudad habitada por más de un millón de personas de origen mexicano. A primera vista sorprende al viajero —además de la pureza del cielo y de la fealdad de las dispersas y ostentosas construcciones— la atmósfera vagamente mexicana de la ciudad, imposible de apresar con palabras o conceptos. Esta mexicanidad —gusto por los adornos, descuido y fausto, negligencia, pasión y reserva— flota en el aire. Y digo que flota porque no se mezcla ni se funde con el otro mundo, el mundo norteamericano, hecho de precisión y eficacia. Flota, pero no se opone; se balancea, impulsada por el viento, a veces desgarrada como una nube, otras erguida como un cohete que asciende. Se arrastra, se pliega, se expande, se contrae, duerme o sueña, hermosura harapienta. Flota: no acaba de ser, no acaba de desaparecer.


Algo semejante ocurre con los mexicanos que uno encuentra en la calle. Aunque tengan muchos


1 Nuestra historia reciente abunda en ejemplos de esta superposición y convivencia de diversos niveles históricos: el neofeudalismo porfirista (uso este término en espera del historiador que clasifique al fin en su originalidad nuestras etapas históricas) sirviéndose del positivismo, filosofía burguesa, para justificarse históricamente; Caso y Vasconcelos —iniciadores intelectuales de la Revolución— utilizando las ideas de Boutroux y Bergson para combatir al positivismo porfirista; la Educación Socialista en un país de incipiente capitalismo; los frescos revolucionarios en los muros gubernamentales... Todas estas aparentes contradicciones exigen un nuevo examen de nuestra historia y nuestra cultura, confluencia de muchas corrientes y épocas.
 
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años de vivir allí, usen la misma ropa, hablen el mismo idioma y sientan vergüenza de su origen, nadie los confundiría con los norteamericanos auténticos. Y no se crea que los rasgos físicos son tan determinantes como vulgarmente se piensa. Lo que me parece distinguirlos del resto de la población es su aire furtivo e inquieto, de seres que se disfrazan, de seres que temen la mirada ajena, capaz de desnudarlos y dejarlos en cueros. Cuando se habla con ellos se advierte que su sensibilidad se parece a la del péndulo, un péndulo que ha perdido la razón y que oscila con violencia y sin compás. Este estado de espíritu —o de ausencia de espíritu— ha engendrado lo que se ha dado en llamar el "pachuco". Como es sabido, los "pachucos" son bandas de jóvenes, generalmente de origen mexicano, que viven en las ciudades del Sur y que se singularizan tanto por su vestimenta como por su conducta y su lenguaje. Rebeldes instintivos, contra ellos se ha cebado más de una vez el racismo norteamericano. Pero los "pachucos" no reivindican su raza ni la nacionalidad de sus antepasados. A pesar de que su actitud revela una obstinada y casi fanática voluntad de ser, esa voluntad no afirma nada concreto sino la decisión —ambigua, como se verá— de no ser como los otros que los rodean. El "pachuco" no quiere volver a su origen mexicano; tampoco —al menos en apariencia— desea fundirse a la vida norteamericana. Todo en él es impulso que se niega a sí mis-mo, nudo de contradicciones, enigma. Y el primer enigma es su nombre mismo: "pachuco", vocablo de incierta filiación, que dice nada y dice todo. ¡Extraña palabra, que no tiene significado preciso o que, más exactamente, está cargada, como todas las creaciones populares, de una pluralidad de significados! Queramos o no, estos seres son mexicanos, uno de los extremos a que puede llegar el mexicano.

Incapaces de asimilar una civilización que, por lo demás, los rechaza, los pachucos no han encontrado más respuesta a la hostilidad ambiente que esta exasperada afirmación de su personalidad.2 Otras comunidades reaccionan de modo distinto; los negros, por ejemplo, perseguidos por la intolerancia racial, se esfuerzan por "pasar la línea" e ingresar a la sociedad. Quieren ser como los otros ciudadanos. Los mexicanos han sufrido una repulsa menos violenta, pero lejos de intentar una problemática adaptación a los modelos ambientes, afirman sus di-ferencias, las subrayan, procuran hacerlas notables. A través de un dandismo grotesco y de una conducta anárquica, señalan no tanto la injusticia o la incapacidad de una sociedad que no ha logrado asimilarlos, como su voluntad personal de seguir siendo distintos.

No importa conocer las causas de este conflicto y menos saber si tienen remedio o no. En muchas partes existen minorías que no gozan de las mismas oportunidades que el resto de la población. Lo característico del hecho reside en este obstinado querer ser distinto, en esta an-gustiosa tensión con que el mexicano desvalido —huérfano de valedores y de valores— afirma sus diferencias frente al mundo. El pachuco ha perdido toda su herencia: lengua, religión, costumbres, creencias. Sólo le queda un cuerpo y un alma a la intemperie, inerme ante todas las miradas. Su disfraz lo protege y, al mismo tiempo, lo destaca y aisla: lo oculta y lo exhibe.

Con su traje —deliberadamente estético y sobre cuyas obvias significaciones no es necesario detenerse—, no pretende manifestar su adhesión a secta o agrupación alguna. El pachuquismo es una sociedad abierta —en ese país en donde abundan religiones y atavíos tribales, destinados a satisfacer el deseo del norteamericano medio de sentirse parte de algo más vivo y concreto que la abstracta moralidad de la "American way of life"—. El traje del pachuco no es un uniforme ni un ropaje ritual. Es, simplemente, una moda. Como todas las modas está hecha de novedad —madre de la muerte, decía Leopardi— e imitación.

La novedad del traje reside en su exageración. El pachuco lleva la moda a sus últimas


2 En los últimos años han surgido en los Estados Unidos muchas bandas de jóvenes que recuerdan a los "pachucos" de la posguerra. No podía ser de otro modo; por una parte la sociedad norteamericana se cierra al exterior; por otra, interiormente, se petrifica. La vida no puede penetrarla; rechazada, se desperdicia, corre por las afueras, sin fin propio. Vida al margen, informe, sí, pero vida que busca su verdadera forma.
 
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consecuencias y la vuelve estética. Ahora bien, uno de los principios que rigen a la moda norteamericana es la comodidad; al volver estético el traje corriente, el pachuco lo vuelve "imprácti-co". Niega así los principios mismos en que su modelo se inspira. De ahí su agresividad.

Esta rebeldía no pasa de ser un gesto vano, pues es una exageración de los modelos contra los que pretende rebelarse y no una vuelta a los atavíos de sus antepasados —o una invención de nuevos ropajes—. Generalmente los excéntricos subrayan con sus vestiduras la decisión de separarse de la sociedad, ya para constituir nuevos y más cerrados grupos, ya para afirmar su singularidad. En el caso de los pachucos se adiverte una ambigüedad: por una parte, su ropa los aisla y distingue; por la otra, esa misma ropa constituye un homenaje a la sociedad que pretenden negar.

La dualidad anterior se expresa también de otra manera, acaso más honda: el pachuco es un clown impasible y siniestro, que no intenta hacer reír y que procura aterrorizar. Esta actitud sádica se alía a un deseo de autohumillación, que me parece constituir el fondo mismo de su carácter: sabe que sobresalir es peligroso y que su conducta irrita a la sociedad; no importa, busca, atrae, la persecución y el escándalo. Sólo así podrá establecer una relación más viva con la sociedad que provoca: víctima, podrá ocupar un puesto en ese mundo que hasta hace poco lo ignoraba; delincuente, será uno de sus héroes malditos.

La irritación del norteamericano procede, a mi juicio, de que ve en el pachuco un ser mítico y por lo tanto virtualmente peligroso. Su peligrosidad brota de su singularidad. Todos coinciden en ver en él algo híbrido, perturbador y fascinante. En torno suyo se crea una constelación de nociones ambivalentes: su singularidad parece nutrirse de poderes alternativamente nefastos o benéficos. Unos le atribuyen virtudes eróticas poco comunes; otros, una perversión que no excluye la agresividad. Figura portadora del amor y la dicha o del horror y la abominación, el pachuco parece encarnar la libertad, el desorden, lo prohibido. Algo, en suma, que debe ser suprimido; alguien, también, con quien sólo es posible tener un contacto secreto, a oscuras.

Pasivo y desdeñoso, el pachuco deja que se acumulen sobre su cabeza todas estas representaciones contradictorias, hasta que, no sin dolorosa autosatisfacción, estallan en una pelea de cantina, en un "raid" o en un motín. Entonces, en la persecución, alcanza su autenticidad, su verdadero ser, su desnudez suprema, de paria, de hombre que no pertenece a parte alguna. El ciclo, que empieza con la provocación, se cierra: ya está listo para la redención, para el ingreso a la sociedad que lo rechazaba. Ha sido su pecado y su escándalo; ahora, que es víctima, se le reconoce al fin como lo que es: su producto, su hijo. Ha encontrado al fin nuevos padres.

Por caminos secretos y arriesgados el "pachuco" intenta ingresar en la sociedad norteamericana. Mas él mismo se veda el acceso. Desprendido de su cultura tradicional, el pachuco se afirma un instante como soledad y reto. Niega a la sociedad de que procede y a la norteamericana. El "pachuco" se lanza al exterior, pero no para fundirse con lo que lo rodea, sino para retarlo. Gesto suicida, pues el "pachuco" no afirma nada, no defiende nada, excepto su exasperada voluntad de no-ser. No es una intimidad que se vierte, sino una llaga que se muestra, una herida que se exhibe. Una herida que también es un adorno bárbaro, caprichoso y grotesco; una herida que se ríe de sí misma y que se engalana para ir de cacería. El "pachuco" es la presa que se adorna para llamar la atención de los cazadores. La persecución lo redime y rompe su soledad: su salvación depende del acceso a esa misma sociedad que aparenta negar. Soledad y pecado, comunión y salud, se convierten en términos equivalentes.3

3 Sin duda en la figura del "pachuco" hay muchos elementos que no aparecen en esta descripción. Pero el hibridismo de su lenguaje y de su porte me parecen indudable reflejo de una oscilación psíquica entre dos mundos irreductibles y que vanamente quiere conciliar y superar: el norteamericano y el mexicano. El "pachuco" no quiere ser mexicano, pero tampoco yanqui. Cuando llegué a Francia, en 1945, observé con asombro que la moda de los muchachos y muchachas de ciertos barrios —especialmente entre estudiantes y "artistas"— recordaba a la de los"pachucos" del
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llegaban hasta a considerarla como una de las formas de la "Resistencia"; su fantasía y barroquismo eran una respuesta al orden de los alemanes. Aunque no excluyo la posibilidad de una imitación más o menos indirecta, la coincidencia me parece notable y significativa. sur de California. ¿Era una rápida e imaginativa adaptación de lo que esos jóvenes, aislados durante años, pensaban que era la moda norteamericana? Pregunté a varias personas. Casi todas me dijeron que esa moda era exclusivamente francesa y que había sido creada al fin de la ocupación. Algunos

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Si esto ocurre con personas que hace mucho tiempo abandonaron su patria, que apenas si hablan el idioma de sus antepasados y para quienes estas secretas raíces que atan al hombre con su cultura se han secado casi por completo, ¿qué decir de los otros? Su reacción no es tan enfermiza, pero pasado el primer deslumbramiento que produce la grandeza de ese país, todos se colocan de modo instintivo en una actitud crítica, nunca de entrega. Recuerdo que una amiga a quien hacía notar la belleza de Berkeley, me decía: —"Sí, esto es muy hermoso, pero no logro comprenderlo del todo. Aquí hasta los pájaros hablan en inglés. ¿Cómo quieres que me gusten las flores si no conozco su nombre verdadero, su nombre inglés, un nombre que se ha fundido ya a los colores y a los pétalos, un nombre que ya es la cosa misma? Si yo digo bugambilia, tú piensas en las que has visto en tu pueblo, trepando un fresno, moradas y litúrgicas, o sobre un muro, cierta tarde, bajo una luz plateada. Y la bugambilia forma parte de tu ser, es una parte de tu cultura, es eso que recuerdas después de haberlo olvidado. Esto es muy hermoso, pero no es mío, porque lo que dicen el ciruelo y los eucaliptus no lo dicen para mí, ni a mí me lo dicen."

Sí, nos encerramos en nosotros mismos, hacemos más profunda y exacerbada la conciencia de todo lo que nos separa, nos aisla o nos distingue. Y nuestra soledad aumenta porque no buscamos a nuestros compatriotas, sea por temor a contemplarnos en ellos, sea por un penoso sentimiento defensivo de nuestra intimidad. El mexicano, fácil a la efusión sentimental, la rehuye. Vivimos en-simismados, como esos adolescentes taciturnos —y, de paso, diré que apenas si he encontrado esa especie entre los jóvenes norteamericanos— dueños de no se sabe qué secreto, guardado por una apariencia hosca, pero que espera sólo el momento propicio para revelarse.

No quisiera extenderme en la descripción de estos sentimientos ni en la aparición, muchas veces simultánea, de estados deprimidos o frenéticos. Todos ellos tienen en común el ser irrupciones inesperadas, que rompen un equilibrio difícil, hecho de la imposición de formas que nos oprimen o mutilan. La existencia de un sentimiento de real o supuesta inferioridad frente al mundo podría explicar, parcialmente al menos, la reserva con que el mexicano se presenta ante los demás y la violencia inesperada con que las fuerzas reprimidas rompen esa máscara impasible. Pero más vasta y profunda que el sentimiento de inferioridad, yace la soledad. Es imposible identificar ambas actitudes: sentirse solo no es sentirse inferior, sino distinto. El sentimiento de soledad, por otra parte, no es una ilusión —como a veces lo es el de inferioridad— sino la expresión de un hecho real: somos, de verdad, distintos. Y, de verdad, estamos solos.

No es el momento de analizar este profundo sentimiento de soledad —que se afirma y se niega, alternativamente, en la melancolía y el júbilo, en el silencio y el alarido, en el crimen gratuito y el fervor religioso—. En todos lados el hombre está solo. Pero la soledad del mexicano, bajo la gran noche de piedra de la Altiplanicie, poblada todavía de dioses insaciables, es diversa a la del norteamericano, extraviado en un mundo abstracto de máquinas, conciudadanos y preceptos morales. En el Valle de México el hombre se siente suspendido entre el cielo y la tierra y oscila entre poderes y fuerzas contrarias, ojos petrificados, bocas que devoran. La realidad, esto es, el mundo que nos rodea, existe por sí misma, tiene vida propia y no ha sido inventada, como en los Estados Unidos, por el hombre. El mexicano se siente arrancado del seno de esa realidad, a un tiempo creadora y destructora, Madre y Tumba. Ha olvidado el nombre, la palabra que lo liga a todas esas fuerzas en que se manifiesta la vida. Por eso grita o calla, apuñala o reza, se echa a dormir cien años.
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La historia de México es la del hombre que busca su filiación, su origen. Sucesivamente afrancesado, hispanista, indigenista, "pocho", cruza la historia como un cometa de jade, que de vez en cuando relampaguea. En su excéntrica carrera ¿qué persigue? Va tras su catástrofe: quiere volver a ser sol, volver al centro de la vida de donde un día —¿en la Conquista o en la Independencia?— fue desprendido. Nuestra soledad tiene las mismas raíces que el sentimiento religioso. Es una orfandad, una oscura conciencia de que hemos sido arrancados del Todo y una ardiente búsqueda: una fuga y un regreso, tentativa por restablecer los lazos que nos unían a la creación.

Nada más alejado de este sentimiento que la soledad del norteamericano. En ese país el hombre no se siente arrancado del centro de la creación ni suspendido entre fuerzas enemigas. El mundo ha sido construido por él y está hecho a su imagen: es su espejo. Pero ya no se reconoce en esos objetos inhumanos, ni tampoco en sus semejantes. Como el mago inexperto, sus creaciones ya no le obedecen. Está solo entre sus obras, perdido en un "páramo de espejos", como dice José Gorostiza.

Algunos pretenden que todas las diferencias entre los norteamericanos y nosotros son económicas, esto es, que ellos son ricos y nosotros pobres, que ellos nacieron en la Democracia, el Capitalismo y la Revolución Industrial y nosotros en la Contrarreforma, el Monopolio y el Feu-dalismo. Por más profunda y determinante que sea la influencia del sistema de producción en la creación de la cultura, me rehuso a creer que bastará con que poseamos una industria pesada y vivamos libres de todo imperialismo económico para que desaparezcan nuestras diferencias (más bien espero lo contrario y en esa posibilidad veo una de las grandezas de la Revolución). Mas ¿para qué buscar en la historia una respuesta que sólo nosotros podemos dar? Si somos nosotros los que nos sentimos distintos, ¿qué nos hace diferentes, y en qué consisten esas diferencias?

Voy a insinuar una respuesta que quizá no sea del todo satisfactoria. Con ella no pretendo sino aclararme a mí mismo el sentido de algunas experiencias y admito que tal vez no tenga más valor que el de constituir una respuesta personal a una pregunta personal.

Cuando llegué a los Estados Unidos me asombró por encima de todo la seguridad y la confianza de la gente, su aparente alegría y su aparente conformidad con el mundo que los rodeaba. Esta satisfacción no impide, claro está, la crítica —una crítica valerosa y decidida, que no es muy frecuente en los países del Sur, en donde prolongadas dictaduras nos han hecho más cautos para ex-presar nuestros puntos de vista—. Pero esa crítica respeta la estructura de los sistemas y nunca desciende hasta las raíces. Recordé entonces aquella distinción que hacía Ortega y Gasset entre los usos y los abusos, para definir lo que llamaba "espíritu revolucionario". El revolucionario es siempre radical, quiero decir, no anhela corregir los abusos, sino los usos mismos. Casi todas las críticas que escuché en labios de norteamericanos eran de carácter reformista: dejaban intacta la estructura social o cultural y sólo tendían a limitar o a perfeccionar estos o aquellos procedimientos. Me pareció entonces —y me sigue pareciendo todavía— que los Estados Unidos son una sociedad que quiere realizar sus ideales, que no desea cambiarlos por otros y que, por más amenazador que le parezca el futuro, tiene confianza en su supervivencia. No quisiera discutir ahora si este sentimiento se encuentra justificado por la realidad o por la razón, sino solamente señalar su existencia. Esta confianza en la bondad natural de la vida, o en la infinita riqueza de sus posibilidades, es cierto que no se encuentra en la más reciente literatura norteamericana, que más bien se complace en la pintura de un mundo sombrío, pero era visible en la conducta, en las palabras y aun en el rostro de casi todas las personas que trataba.4

Por otra parte, se me había hablado del realismo americano y, también, de su ingenuidad, cualidades que al parecer se excluyen. Para nosotros un realista siempre es un pesimista. Y una


4 Estas líneas fueron escritas antes de que la opinión pública se diese clara cuenta del peligro de aniquilamiento universal que entrañan las armas nucleares. Desde entonces los norteamericanos han perdido su optimismo pero no su confianza, una confianza hecha de resignación y obstinación. En realidad, aunque muchos lo afirman de labios para afuera, nadie cree —nadie quiere creer— que la amenaza es real e inmediata.
 
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persona ingenua no puede serlo mucho tiempo si de veras contempla la vida con realismo. ¿No sería más exacto decir que los norteamericanos no desean tanto conocer la realidad como utilizarla? En algunos casos —por ejemplo, ante la muerte— no sólo no quieren conocerla sino que visiblemente evitan su idea. Conocí algunas señoras ancianas que todavía tenían ilusiones y que hacían planes para el futuro, como si éste fuera inagotable. Desmentían así aquella frase de Nietzsche, que condena a las mujeres a un precoz escepticismo, porque "en tanto que los hombres tienen ideales, las mujeres sólo tienen ilusiones". Así pues, el realismo americano es de una especie muy particular y su ingenuidad no excluye el disimulo y aun la hipocresía. Una hipocresía que si es un vicio del carácter también es una tendencia del pensamiento, pues consiste en la negación de todos aquellos aspectos de la realidad que nos parecen desagradables, irracionales o repugnantes.

La contemplación del horror, y aun la familiaridad y la complacencia en su trato, constituyen contrariamente uno de los rasgos más notables del carácter mexicano. Los Cristos ensangrentados de las iglesias pueblerinas, el humor macabro de ciertos encabezados de los diarios, los "velorios", la costumbre de comer el 2 de noviembre panes y dulces que fingen huesos y calaveras, son hábitos, heredados de indios y españoles, inseparables de nuestro ser. Nuestro culto a la muerte es culto a la vida, del mismo modo que el amor, que es hambre de vida, es anhelo de muerte. El gusto por la autodestrucción no se deriva nada más de tendencias masoquistas, sino también de una cierta religiosidad.

Y no terminan aquí nuestras diferencias. Ellos son crédulos, nosotros creyentes; aman los cuentos de hadas y las historias policíacas, nosotros los mitos y las leyendas. Los mexicanos mienten por fantasía, por desesperación o para superar su vida sórdida; ellos no mienten, pero sustituyen la verdad verdadera, que es siempre desagradable, por una verdad social. Nos emborrachamos para confesarnos; ellos para olvidarse. Son optimistas; nosotros nihilistas —sólo que nuestro nihilismo no es intelectual, sino una reacción instintiva: por lo tanto es irrefutable—. Los mexicanos son desconfiados; ellos abiertos. Nosotros somos tristes y sarcásticos; ellos alegres y humorísticos. Los norteamericanos quieren comprender; nosotros contemplar. Son activos; nosotros quietistas: disfrutamos de nuestras llagas como ellos de sus inventos. Creen en la higiene, en la salud, en el trabajo, en la felicidad, pero tal vez no conocen la verdadera alegría, que es una embriaguez y un torbellino. En el alarido de la noche de fiesta nuestra voz estalla en luces y vida y muerte se confunden; su vitalidad se petrifica en una sonrisa: niega la vejez y la muerte, pero inmoviliza la vida.

¿Y cuál es la raíz de tan contrarias actitudes? Me parece que para los norteamericanos el mundo es algo que se puede perfeccionar; para nosotros, algo que se puede redimir. Ellos son modernos. Nosotros, como sus antepasados puritanos, creemos que el pecado y la muerte constituyen el fondo último de la naturaleza humana. Sólo que el puritano identifica la pureza con la salud. De ahí el ascetismo que purifica, y sus consecuencias: el culto al trabajo por el trabajo, la vida sobria —a pan y agua—, la inexistencia del cuerpo en tanto que posibilidad de perderse —o encontrarse— en otro cuerpo. Todo contacto contamina. Razas, ideas, costumbres, cuerpos extraños llevan en sí gérmenes de perdición e impureza. La higiene social completa la del alma y la del cuerpo. En cambio los mexicanos, antiguos ó modernos, creen en la comunión y en la fiesta; no hay salud sin contacto. Tlazoltéotl, la diosa azteca de la inmundicia y la fecundidad, de los humores terrestres y humanos, era también la diosa de los baños de vapor, del amor sexual y de la confesión. Y no hemos cambiado tanto: el catolicismo también es comunión.

Ambas actitudes me parecen irreconciliables y, en su estado actual, insuficientes. Mentiría si dijera que alguna vez he visto transformado el sentimiento de culpa en otra cosa que no sea rencor, solitaria desesperación o ciega idolatría. La religiosidad de nuestro pueblo es muy profunda —tanto como su inmensa miseria y desamparo— pero su fervor no hace sino darle vueltas a una noria ex-hausta desde hace siglos. Mentiría también si dijera que creo en la fertilidad de una sociedad fundada en la imposición de ciertos principios modernos. La historia contemporánea invalida la creencia en el hombre como una criatura capaz de ser modificada esencialmente por estos o
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aquellos instrumentos pedagógicos o sociales. El hombre no es solamente fruto de la historia y de las fuerzas que la mueven, como se pretende ahora; tampoco la historia es el resultado de la sola voluntad humana —presunción en que se funda, implícitamente, el sistema de vida norteamericano—. El hombre, me parece, no está en la historia: es historia.

El sistema norteamericano sólo quiere ver la parte positiva de la realidad. Desde la infancia se somete a hombres y mujeres a un inexorable proceso de adaptación; ciertos principios, contenidos en breves fórmulas, son repetidos sin cesar por la prensa, la radio, las iglesias, las escuelas y esos seres bondadosos y siniestros que son las madres y esposas norteamericanas. Presos en esos esque-mas, como la planta en una maceta que la ahoga, el hombre y la mujer nunca crecen o maduran. Semejante confabulación no puede sino provocar violentas rebeliones individuales. La espontaneidad se venga en mil formas, sutiles o terribles. La máscara benevolente, atenta y desierta, que sustituye a la movilidad dramática del rostro humano, y la sonrisa que la fija casi dolorosamente, muestran hasta qué punto la intimidad puede ser devastada por la árida victoria de los principios sobre los instintos. El sadismo subyacente en casi todas las formas de relación de la sociedad norteamericana contemporánea, acaso no sea sino una manera de escapar a la petrificación que impone la moral de la pureza aséptica. Y las religiones nuevas, las sectas, la embriaguez que libera y abre las puertas de la "vida". Es sorprendente la significación casi fisiológica y destructiva de esa palabra: vivir quiere decir excederse, romper normas, ir hasta el fin (¿de qué?), "experimentar sensaciones". Cohabitar es una "experiencia" (por eso mismo unilateral y frustrada). Pero no es el objeto de estas líneas describir esas reacciones. Baste decir que todas ellas, como las opuestas mexicanas, me parecen reveladoras de nuestra común incapacidad para reconciliarnos con el fluir de la vida.
UN EXAMEN de los grandes mitos humanos relativos al origen de la especie y al sentido de nuestra presencia en la tierra, revela que toda cultura —entendida como creación y participación común de valores— parte de la convicción de que el orden del Universo ha sido roto o violado por el hombre, ese intruso. Por el "hueco" o abertura de la herida que el hombre ha infligido en la carne compacta del mundo, puede irrumpir de nuevo el caos, que es el estado antiguo y, por decirlo así, natural de la vida. El regreso "del antiguo Desorden Original" es una amenaza que obsesiona a todas las conciencias en todos los tiempos. Hölderlin expresa en varios poemas el pavor ante la fatal seducción que ejerce sobre el Universo y sobre el hombre la gran boca vacía del caos:


...si, fuera del camino recto,

como caballos furiosos, se desbocan los Elementos

cautivos y las antiguas
leyes de la Tierra. T un deseo de volver a lo informe

brota incesante. Hay mucho


que defender. Hay que ser fieles.
(Los frutos maduros.)

Hay que ser fieles, porque hay mucho que defender. El hombre colabora activamente a la defensa del orden universal, sin cesar amenazado por lo informe. Y cuando éste se derrumba debe crear uno nuevo, esta vez suyo. Pero el exilio, la expiación y la penitencia deben preceder a la reconciliación del hombre con el universo. Ni mexicanos ni norteamericanos hemos logrado esta reconciliación. Y lo que es más grave, temo que hayamos perdido el sentido mismo de toda actividad humana: asegu-rar la vigencia de un orden en que coincidan la conciencia y la inocencia, el hombre y la naturaleza. Si la soledad del mexicano es la de las aguas estancadas, la del norteamericano es la del espejo. Hemos dejado de ser fuentes.


Es posible que lo que llamamos pecado no sea sino la expresión mítica de la conciencia de nosotros mismos, de nuestra soledad. Recuerdo que en España, durante la guerra, tuve la revelación
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de "otro hombre" y de otra clase de soledad: ni cerrada ni maquinal, sino abierta a la trascendencia. Sin duda la cercanía de la muerte y la fraternidad de las armas producen, en todos los tiempos y en todos los países, una atmósfera propicia a lo extraordinario, a todo aquello que sobrepasa la condición humana y rompe el círculo de soledad que rodea a cada hombre. Pero en aquellos rostros —rostros obtusos y obstinados, brutales y groseros, semejantes a los que, sin complacencia y con un realismo, acaso encarnizado, nos ha dejado la pintura española— había algo como una de-sesperación esperanzada, algo muy concreto y al mismo tiempo muy universal. No he visto después rostros parecidos.
Mi testimonio puede ser tachado de ilusorio. Considero inútil detenerme en esa objeción: esa evidencia ya forma parte de mi ser. Pensé entonces —y lo sigo pensando— que en aquellos hombres amanecía "otro hombre". El sueño español —no por español, sino por universal y, al mismo tiempo, por concreto, porque era un sueño de carne y hueso y ojos atónitos— fue luego roto y manchado. Y los rostros que vi han vuelto a ser lo que eran antes de que se apoderase de ellos aquella alborozada seguridad (¿en qué: en la vida o en la muerte?): rostros de gente humilde y ruda. Pero su recuerdo no me abandona. Quien ha visto la Esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo, no sabe dónde, acaso entre los suyos. En cada hombre late la posibilidad de ser o, más exactamente, de volver a ser, otro hombre.

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Saturday, January 4, 2014

S.I. Witkiewicz


Nació el 24 de febrero de 1885 en Varsovia, hijo del arquitecto, pintor y escritor, Stanislaw Witkiewicz. Pasó la infancia y la juventud en Zakopane (en los montes Tatras) donde recibió una educación individual, no asistiendo a ninguna escuela. Después de haber aprobado el examen de bachillerato estudió en la Escuela de Bellas Artes de Cracovia y realizó varios viajes a Italia, Alemania y Francia.

Teniendo 24 años vivió un tormentoso romance con la actriz Irena Solska que le sirvió de inspiración para su novela "Las 622 caídas de Bungo o la mujer diabólica".

Cuando en 1914 su novia, Jadwiga Janczewska, se suicidó, Bronislaw Malinowski, famoso antropólogo y viajero, además amigo de su padre, le llevó consigo en su expedición por Australia, Nueva Guinea y Ceylán, con el fin de hacerle olvidar la tragedia. El papel de Witkiewicz consistió en documentar lo encontrado con fotografías y dibujos.

Al estallar la primera guerra mundial Witkiewicz decidió viajar a Rusia, en contra de la opinión de su padre -quien consideraba como Józef Pilsudski, que Polonia debía buscar su futura independencia apoyando a Austria-, ingresó en el Regimiento de la Guardia Pavlovski y participó en muchas operaciones militares, gravemente herido fue licenciado del ejército en 1917 y enviado a San Petersburgo.

Durante el comienzo de la revolución de octubre Witkiewicz se encontraba en Moscú donde participó activamente en el movimiento revolucionario, llegando a ser comisario político. En 1918 regresó a Polonia, estando marcado por un fuerte pesimismo historiosófico debido a todo lo que vio y vivió en Rusia.

Creó, así llamada, su «empresa de retratos» desarrollando, a la vez, una intensa labor literaria, publicando obras de teatro y pronunciando conferencias. La literatura lo encaminó hacia la filosofía que fue su gran pasión. Crea entonces su propio sistema filosófico basado en la ontología que denomina «monadismo biológico».

Cuando estalló la segunda guerra mundial y, el 17 de septiembre de 1939, los soviéticos ocuparon parte de Polonia (conforme a lo establecido en el pacto Ribbentropp - Molotov) Witkiewicz, acompañado de su amante, se suicidó.

La obra de Witkiewicz se basa en sus convicciones filosóficas y estéticas que define en sus obras ensayísticas, ante todo en "La introducción a la teoría de la forma pura en el teatro" (1923 ). Según Witkiewicz la civilización se encuentra en una encrucijada: llega la época de la igualdad, la socialización y la mecanización. Todo ello hace a las masas felices pero a su vez destruye la religión, la filosofía y el arte, es decir, todo lo que permite al individuo vivir «la extrañeza metafísica» y «el misterio de la existencia». Misteriosa es la unidad del ser humano para sí mismo y la finitud de su existencia en medio de la existencia infinita del mundo. «El terror metafísico frente al misterio de la existencia» encuentra su apaciguamiento en el arte que describe la unidad de la existencia mediante símbolos, unidos entre sí de forma necesaria. La unidad estructural de la obra constituye la obra de arte en sí, mientras que el papel de representar algo (el contenido) tiene una función marginal, ya que lo principal es despertar en el espectador o lector los sentimientos metafísicos. Eso sería a grandes rasgos la idea de la llamada «forma pura».

Para Witkiewicz la forma literaria que mejor se adaptaba para representar la idea de la «forma pura» era el teatro, por eso mismo se dedico de lleno a la dramaturgia. El drama "Los zapateros" ("Szewcy") es considerada su obra maestra.
http://www.circulodescritores.com/Autor4.php

    Friday, January 3, 2014

    Dante: La Divina Comedia.

     

    Dante y La Divina Comedia

     
    LA DIVINA COMEDIA
     
    Introducción
    El hombre es capaz de situarse en el mundo en el momento que simboliza, está capacidad de simbolización se da porque imagina y genera una actitud ético-estética ante el mundo. “Ciencia, arte, técnica, mito, magia… en fin, todas las figuras de la acción humana son fragmentos cuajados de la fuerza desbordante de la imaginación que humaniza lo real y humaniza al hombre”. Para el historiador o teórico, directa o indirectamente, la información literaria como intensificación de la experiencia urbana, constituye una reserva importante de reflexiones, sugerencias e implicaciones.
    Por otra parte la ciudad reflejada en la obra literaria se senta como una de las dimensiones de la ciudad, aunque en un distinto plano de la realidad. De la misma manera, otros medios de comunicación al actuar como testimonio superan las dimensiones del documento y concurren para constituir la imagen contemporánea de la ciudad. Hemos querido a través de este escrito utilizar la literatura como una herramienta más dentro de las áreas interdisciplinares a fines con la arquitectura para explicar con ello un espacio imaginario de la edad media que ha sido obra maestra de la literatura mundial. Este artículo no pretende ser un análisis crítico literario de la obra, es un ejercicio de imaginación del espacio a través de la narración poética; las imágenes que lo conforman sirven de guía para entrar a la multidiversidad de espacios que nos presenta el mundo imaginario de Dante unido con el ciberespacio; más que una postura crítica, el fin es entender a través de una percepción individual de la obra el lugar dantesco.
     
    La Divina Comedia es un poema donde se mezcla la vida real con la sobrenatural, muestra la lucha entre la nada y la inmortalidad, una lucha donde se superponen tres reinos, tres mundos, logrando una suma de múltiples visuales que nunca se contradicen o se anulan. Los tres mundos infierno, purgatorio y paraíso reflejan tres modos de ser de la humanidad, en ellos se reflejan el vicio, el pasaje del vicio a la virtud y la condición de los hombres perfectos. Es entonces a través de los viciosos, penitentes y buenos que se revela la vida en todas sus formas, sus miserias y hazañas, pero también se muestra la vida que no es, la muerte, que tiene su propia vida, todo como una mezcla agraciada planteada por Dante, que se vuelve arquitecto de lo universal y de lo sublime.
    El sujeto de la comedia es el hombre de todas las razas, credos, edades, el hombre que esta entre el cielo y la tierra; que en esencia es el estado de las almas después de la muerte y la forma en que se expresa en cuanto por sus méritos o desméritos se hace por lo tanto acreedoras a los castigos o a las recompensas divinas. Dante se vale tanto de personajes bíblicos como de seres extraídos de la mitología pagana para la creación de sus personajes, mezclándolos en los pasajes indistintamente
    El espacio que se presenta es uno solo subdividido en tres partes autónomas e independientes al interior, no así en su exterior, es un contenedor único, accesible para todos pero perfectamente definido por sus limites, un solo espacio con diferentes ambientes claramente determinados. Difícilmente puede imaginarse la construcción espacial de los espacios visitados por Dante, las descripciones no pueden remitirnos a espacios reales o tangibles, debe permitirse a la imaginación ser guiada por el lenguaje poético para el que cualquier lugar puede ser posible.
    INFIERNO___________________________________________________________________
    Dante según sus comentadores viajó al infierno a la edad de 35 años, el día de Viernes Santo del año 1300, recorrió todos los círculos en 24 horas. El infierno que nos presenta tiene forma de embudo o de cono invertido, el cual esta dividido en círculos decrecientes. Los círculos son nueve y ruinosa y atroz es su topografía; los cinco primeros forman el Alto Infierno, los cuatro último el Infierno Inferior, que es una ciudad con mezquitas rojas, cercada por murallas de hierro.
    Adentro hay sepulturas, pozos, despeñaderos, pantanos y arenales; en el ápice del cono está Lucifer. Una grieta que abrieron en la roca las aguas del Leteo comunica el fondo del Infierno con la base del Purgatorio.
    Para Aliguieri el infierno va descendiendo desde la superficie boreal estrechándose gradualmente hasta el centro del globo terráqueo; está connotación que el autor hace sobre el espacio de Lucifer se desprende del centro de la tierra hacia adentro, tomando en cuenta que las penumbras representan el mal, el abajo que para en ese entonces no se convertía en arriba, (recordemos que para la época en que se escribe la obra, no existe una idea clara de la forma de la tierra y sus respectivos movimientos), es tomado como lo no deseado, abajo del hombre lo único que existe es indeseable.
    Ahora bien, el manejo que el autor hace de este espacio es más descriptivo que en el purgatorio y el paraíso. Se basa en la planificación de la ciudad medieval y en el comportamiento de los seres humanos de esa época, el espacio imaginario del infierno va más ligado a la realidad, por ello utiliza algunas referencias medievales en la descripción de algunos círculos, que son espacios arquitectónicos característicos, como la puerta del infierno o la ciudad de Dite, (ciudad a la que hace analogía con Florencia medieval, su ciudad natal). Esto nos ayuda a entender, que Dante había descubierto el infierno en el espacio que habitaba diariamente.
    Cada uno de los nueve círculos es un espacio totalmente diferente donde se albergan culpas o penas que son el alma vital de cada espacio haciéndolos únicos; hasta llegar al infierno y retomar la subida al purgatorio.
    Dante inicia su viaje al infierno a la mitad del camino de su vida. El infierno que nos describe esta divido en 9 círculos, los primeros 5 forman el alto infierno y los cuatro últimos forman el infierno inferior, los cuales se van haciendo más pequeños, formando una especie de continuos círculos hacia el centro de la tierra. Dante recorre estos círculos en 24 horas a pesar que parece que estuvo ahí un buen tiempo, en incluso se hace mención, en alguna parte del libro que dura más.
    Dante es guiado por su maestro Virgilio, enviado por Beatriz, que le pide el favor a Virgilio de que se convierta en su guía por el paso del infierno, purgatorio y el cielo. Dante se encuentra confundido en un bosque el cual describe como un bosque sin vida, lleno de oscuridad y de suspenso. Aparece pues frente a el una pantera (lujuria), una loba (avaricia) y un león (soberbia y ambición) que le da inicio a su recorrido, ya que aquí aparece su maestro Virgilio y lo ayuda a sobresalir del peligro del bosque.
    Aquí es cuando Dante y Virgilio recorren el bosque lleno de pozos, despeñaderos, pantanos y demás. Dante y Virgilio entran al primer círculo del infierno, donde dante observará y nos describirá muchos aspectos y características del mundo infernal.  
    La división de espacios es la siguiente:
    Primer círculo: Donde está el Limbo. Aquí Dante conoce y ve a las personas que no están bautizadas, también conoce a muchos filósofos y sabios poetas del mundo antiguo que se encuentran en esta parte del infierno, aquí Dante conoce el Aqueronte (río del infierno), al barquero Caronte, con el cual tienen una pequeña disputa, la cual Virgilio, con su toque de magia, del cual se le reconoce, lo hace calmar, también Virgilio le comenta que ya han sido sacado se ahí el rey David, Noé, Abel y Raquel.
    Este espacio está conformado por un castillo rodeado de 7 muros denominado la “mansión de los justos”.
    Segundo círculo: Errantes por el espacio se encuentran los lujuriosos y las personas que pecan por amor utilizándolo para bien propio. . Aquí aparece Minos que era rey de Creta, el cual presidía el infierno, dictaba sentencia a los condenados con los giros de su cola, señalando a que círculo debería de ir.También encuentra a muchos reyes que fueron lujuriosos y a la vez utilizaron el amor para sacar provecho, como Cleopatra.
    Tercer círculo: Metidos en el fango, se encuentran los glotones, los soberbios y los envidiosos; azotados en el suelo por una lluvia fuerte “La Tormenta” y desollados por un perro de tres cabezas “El Cancerbero”, Dante se encuentra con Ciacco , el cual dice estar ahí por la insaciable gula, pero dice haber vivido en la ciudad de Dante, Florencia, el cual pide a Dante limpiar su reputación allá arriba y le pide también que busque a algunos amigos que se encuentran todavía más profundo en el infierno.
    Cuarto círculo: En este círculo pródigos y avaros, chocando y mofándose unos con otros, están arrastrados por enormes peso; aquí los clérigos, papas y cardenales que con el dinero de la iglesia se hicieron avaros, están cubiertos por un manantial de aguas oscuras que generan un pantano.  Aquí en el cuarto circulo Dante se mezcla con avaros y pródigos, lo preside el gran enemigo de la humanidad, el rey de la riqueza, Pluto, entre ellos mismos hay choques y peleas.
    Quinto círculo El quinto círculo y el sexto están conformados por la ciudad de “Dite” (Plutón), rodeada de una laguna que encierra gran fetidez; su entrada resaltada por una gran puerta, hace parte de una muralla de hierro; aquí se encuentra los orgullosos, los herejes, los libres pensadores y los materialistas.  En el quinto círculo están los orgullosos, los herejes, los libres pensadores y materialistas. Aquí se encuentra con las feroces Erinias, que buscan cobrar venganza con Dante y Virgilio, evocando a Medusa, para que los convirtiera en piedra.
    Sexto círculo: Durante el sexto círculo Dante observa como los herejes están en sepulcros de fuego como en un tipo de castigo (ya esta en la ciudad de Dite), Dante es informado por Farinata sus infortunios y desdenes que tendrá durante su recorrido, pero Virgilio su maestro estará ahí para guiarlo.
    Séptimo círculo: El séptimo círculo vigilado por el minotauro, esta dividido por tres círculos llenos de piedra y rodeados por un gran río de sangre. A partir de este espacio cada círculo empieza a tener divisiones que albergan una pena en particular, por ejemplo los espíritus malditos, que están divididos en tres: violentos – aquellos que pueden violentarse contra Dios, contra otros y contra ellos, injuriosos y usureros (homosexuales), aquí se encuentra el flegotonte donde hierven los violentos y también los centauros, comandados por Quirón, Neso los guía por aquel círculo, donde incluso ven a Atila.
     
    ·        Primer recinto del séptimo círculo: Los violentos. Su suplicio: el Minotauro. El centauro Neso pasa a Dante a través del Flegetón.
    ·        Segundo recinto del séptimo círculo: Los violentos contra sí mismos: los suicidas, los disipadores.
    ·        Tercer recinto del séptimo círculo: Los violentos contra Dios, contra la naturaleza y contra la Sociedad.
    Octavo círculo: los fraudulentos. . Ahí está Malebolgue (mala bolsa), nombre que Dante utiliza para nombrar este círculo.
    Comprende diez fosas las cuales tiene un determinado tipo de alma en cada una de ellas, ve escenas horrorosas y Dante tiene problemas para pasar por aquí ya que esta a punto de entrar al último círculo
    Aquí encuentran a Gerión, que es el símbolo del fraude, el cual los ayuda para pasar de aquel círculo. Aquí también tiene el enfrentamiento con los demonios.
     
    ·        Primer fosa del octavo círculo: Los rufianes y los seductores
    ·        Segunda fosa  del octavo círculo: Los aduladores y cortesanos
    ·        Tercera fosa del octavo círculo: Los simoníacos.
    ·        Cuarta fosa del octavo círculo: Los adivinos, aquí Virgilio explica a Dante el origen de “Mantua”.
    ·        Quinta fosa del octavo círculo: Los que trafican con la Justicia; están sumergidos en pez hirviendo. Los demonios atacan a los poetas, Dante y Virgilio, en el Infierno grotesco.
    ·        Sexta fosa del octavo círculo: Los hipócritas; soportan capas de plomo dorado.
    ·        Séptima fosa del octavo círculo: Los ladrones, mordidos por serpientes. Predicciones de Vanni Fucci de Pistoia contra Florencia.
    ·        Octava fosa del octavo círculo: Los consejeros, hechos llamas. Aquí explican el trágico fin de Ulises.
    ·        Novena fosa del octavo círculo: Los escandalosos, cismáticos y herejes, acuchillados. Suplicio de Mahoma y otros.
    ·        Décima fosa del octavo círculo: Los charlatanes y falsarios, cubiertos de lepra.
    Noveno y último circulo: Para los traidores. En la entrada como dos grandes torres, se encuentran los gigantes Ticio y Tifeo, los cuales lucharon en contra de Júpiter y fueron vencidos. Dante tiene una pelea con Bocca degli Abati, que era un florentino traidor de los güelfos. En él se encuentra el constructor de la torre de babel que impidió al mundo hablar la misma lengua. Dante y Virgilio se topan con lucifer el príncipe de las tinieblas.
    Éste es el peor de los círculos y el más temeroso ya que se describe a lucifer con medio cuerpo fuera de la superficie glaciar y masticando a Judas.
    Comprende cuatro recintos.:
    ·         Primer recinto del noveno círculo, la caína: Los traidores a sus parientes.
    ·         Segundo recinto del noveno círculo, la Antenora: Los traidores a su patria. El suplicio por el hielo.
    ·         Tercer recinto del noveno círculo, la Plotomea: Los traidores a sus amigos y huéspedes.
    ·         Cuarto recinto del noveno círculo, la Judesca: Los traidores a sus bienhechores. Judas y Lucifer.
     
    Anteo lleva a los poetas al fondo del noveno círculo.. En el centro de la tierra, entre hielos que envuelven las sombras, esta Lucifer con medio cuerpo fuera de la superficie glacial, masticando a Judas como juguete de plástico. (Es interesante que dentro de la cultura occidental siempre se ha tenido una concepción del infierno lleno de llamas, en cambio para Dante el hielo, la cueva y la oscuridad es la casa de Lucifer)
    Al finalizar, Dante junto con el maestro Virgilio siguen el camino donde ven de nuevo las cosas.
     
    PURGATORIO
    ___________________________________________________________________
    Nueve son los círculos del infierno, nueve son las terrazas del purgatorio y nueve los astros que conforman el paraíso; la sumatoria de tres veces tres da nueve, lo cual ratifica la importancia del número tres en la religión católica, como la divina trinidad, las tres gracias, etc.
     
    Después de descender Dante y Virgilio por los nueve círculos del infierno y encontrarse en el hogar de Lucifer, ascienden por una montaña conformada de nueve terrazas que se van restringiendo hasta la cumbre. En este espacio, Dante empieza ya a tomar referencias materiales de la tierra y se remonta más hacia el sentido de la naturaleza, es por ello que para él la montaña es el inicio de una gran travesía hacia el cielo donde se pueden purgar las penas.
    La montaña es una isla y tiene una puerta; en sus laderas se escalonan terrazas que significan los pecados mortales; el jardín del Edén florece en la cumbre, los espacios divididos en su interior son:
     
    ·        Primera plataforma: Dante, sostenido por Virgilio, llega a una plataforma donde están los Negligentes.
    ·        Puerta del purgatorio: Visión de Dante durante su sueño; al despertar se encuentra en el tercer rellano de la montaña, donde está la puerta del Purgatorio, vigilada por un ángel.
    ·         Primer círculo: Donde se purga el pecado de la soberbia y se castiga a los orgullosos.
    ·        Segundo círculo: Donde se purga el pecado de la envidia.
    ·        Tercer círculo: Donde se purga el pecado de la ira. Dante ve en éxtasis algunos ejemplos de mansedumbre. Los poetas se hallan rodeados de un humo espeso.
    ·        Cuarto círculo: Donde se purga el pecado de la pereza. Dante ve en su imaginación ejemplos de ira castigada.
    ·        Quinto círculo: Donde se purga el pecado de la avaricia. Visión de Dante castigando a los avaros.
    ·        Sexto círculo: Donde se purga el pecado de la gula y se muestran algunos ejemplos de templanza. Stacio explica su permanencia entre los avarientos y los perezosos.
    ·        Octavo círculo: Una voz salida de un árbol recuerda ejemplos de gula. Un ángel guía a los poetas, Dante y Virgilio hasta el séptimo círculo.
     
    PARAÍSO
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    En este espacio Dante se despide de Virgilio (La Sabiduría y La Poesía) y se encuentra con Beatriz (La Teología) quien lo acompaña en su recorrido.
    Lugar caracterizado por esferas celestes movidas por coros angelicales, que se producen de los 4 elementos básicos: aire, fuego, agua y tierra. El paraíso esta conformado por nueve cielos y la ciudad de Dios, cada uno de ellos es una esfera que rodea la tierra, los siete primeros eran los planetas conocidos, el octavo las constelaciones solares y estrellas fijas, y el noveno estaba determinado por un cielo cristalino que permanece inmóvil, donde se encuentra el paraíso.
    Los primeros sietes cielos o esferas los simboliza, las 7 virtudes teologales que son parte de la exploración del paraíso a través de consideraciones morales y espirituales:
     
    ·        Primer cielo: El de la Luna (fortaleza). Beatriz explica la causa de las manchas de la Luna.
    ·        Segundo cielo: El de Mercurio (justicia). Beatriz explica el modo de satisfacer los votos que han sido rotos.
    ·        Tercer cielo: Esfera de Venus(templanza), donde están las almas de los enamorados. Carlos Martel manifiesta cómo puede nacer de un padre virtuoso un hijo vicioso.
    ·        Cuarto cielo: El del Sol (prudencia). Santo Tomás de Aquino expone el orden con el que Dios creó el Universo.
    ·        Quinto cielo: El de Marte (fe), donde están las almas de los que han combatido por la fe.
    ·        Sexto cielo: El de Júpiter (esperanza), donde se encuentran los que han administrado rectamente la justicia. Cacciaguida nombra a muchos de los espíritus que componen la cruz.
    ·        Séptimo cielo: El de Saturno (caridad), donde formando una escala ascendente, están los que se dedicaron a la vida contemplativa. Satira contra el lujo del clero en la época medieval.
    ·        Octavo cielo: Descenso de Jesucristo y la Virgen María al octavo cielo. Coronación de la Virgen María por el Arcángel Gabriel. Este cielo esta conformado por las constelaciones, maneja una escena netamente mística y doctrinal, donde se reúnen los esplendores del cielo y de la tierra.
    ·        Noveno cielo: Llamado el Primer Móvil. Apóstrofe de San Pedro contra los malos eclesiásticos. Custodiado por nueve ángeles que giran en torno a un punto luminoso lejano se encuentra el paraíso Dantesco que simboliza la ciudad de Dios: la iglesia triunfante.
    ·        La Ciudad de Dios: El Empíreo. Triunfo de los ángeles y de los bienaventurados. Beatriz hace que Dante fije su atención en la ciudad de Dios.
    La obra maestra de Dante, la Divina Comedia, la debió de comenzar alrededor de 1307 y la concluyó poco antes de su muerte. Se trata de una narración alegórica en verso, de una gran precisión y fuerza dramática, en la que se describe el imaginario viaje del poeta a través del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso.
     Está dividida en tres grandes secciones, que reciben su título de estas tres etapas del recorrido. En cada uno de estos tres mundos Dante se va encontrando con personajes mitológicos, históricos o contemporáneos suyos, que simbolizan cada uno un defecto o virtud, ya sea en el terreno de la política como en el de la religión. Así, los castigos o las recompensas que reciben por sus obras ilustran un esquema universal de valores morales.
    Durante su periplo a través del Infierno y el Purgatorio, el guía del poeta es Virgilio, alabado por Dante como el representante máximo de la razón. Beatriz, a quien Dante consideró siempre tanto la manifestación como el instrumento de la voluntad divina, le guía a través del Paraíso.
    Cada una de las secciones incluye 33 cantos, excepto la primera, que incluye uno más y sirve como introducción. Este extenso poema está escrito en rima, una estructura en que la rima se distribuye así: ABA BCB CDC… etc. La intención de Dante al componer este poema era llegar al mayor número posible de lectores, y por ello lo escribió en italiano, y no en latín. Lo tituló Commedia porque tiene un final feliz, en el Paraíso, al que llega al final de su viaje. El poeta puede por fin contemplar a Dios y siente cómo su propia voluntad se funde con la divina. Este adjetivo, divina, no apareció en el título hasta la edición de 1555, llevada a cabo por Ludovico Dolce.
    La obra, que constituye un catálogo del pensamiento político, científico y filosófico de su tiempo, puede interpretarse en cuatro niveles: el literal, el alegórico, el moral y el místico. Ciertamente, es una impresionante dramatización de toda la teología cristiana medieval, pero, más allá de esta consideración, el viaje imaginario de Dante puede ser interpretado como una alegoría de la purificación del alma, y de la consecución de la paz bajo la guía de la razón y el
    Acciones Principales:
    Dante se encuentra en el bosque, perdido y confundido.
    Aparece Virgilio, su maestro, el cual es mandado por Beatriz, su amada, para ayudarle. Dante acepta la ayuda de Virgilio y toma la decisión de hacer el viaje con él.
    El infierno esta formado por nueve círculos, en los cuales Dante se adentra a cada uno describiéndolos.
    Dante y Virgilio, recorre el infierno en 24 horas.
    Virgilio muestra cada uno de los círculos del infierno, ya que él conocía muy bien y que tipo de almas son las que caen en cada uno.
    Dante se topa con muchos genios, poetas, filósofos, etc. Y se siente entusiasmado por ver a muchos de sus maestros, pero a la vez, también se encuentra con muchos seres desagradables.
    En el último circuló se encuentra Belcebú, es el último de los círculos, en él se encuentran conocidos personajes, tales como Mahoma y Judas.
    Dante y Virgilio, después de su recorrido, por fin se retiran del infierno.
    Estructura:
    La divina comedia es narrada en 3 secciones: el infierno, el purgatorio y el cielo. Todas están dividas en cantos. El infierno está dividido en 34 cantos. Este extenso poema está escrito en rima, una estructura en que la rima se distribuye así: ABA BCB CDC… etc.
    Personaje principal  Dante y Virgilio
    Secundario Beatriz
    Terciarios o de Ambiente
    Lucia Raquel Camila Eurialo Niso San Pedro Lucifer Aristóteles Judas Abel Caronte Homero Ovidio
    Horacio
    Lucano
    Electra
    Noe
    Héctor
    Abraham
    Sócrates
    Platón
    Cleopatra
    saladito
    Minos
    Aquiles Tritsan Cerbero Lanzarote Dido Ciacco Pluto Flegias Bocaccio Erinias Farinata Felipe Argenti Quirón Federico Medusa Brunetto Fray Alberigo Alberto de siena Benevento Guido Guerra Jacobo Dinisio Renato Pazzo Renato de corneto Beltrán de Borne Simón Vianni Fucci Tiresias Caco Octaviano Ubalmi Hercules Ulises
     
    Espacio y tiempo de las acciones:
    Las acciones se dan en el infierno, a excepción de cuando se encuentra en el bosque. El tiempo no se determina de una manera directa, pero todo se da durante un periodo de 24 horas, según Dante.
    Recursos formales:
    Se utilizan metáforas, ironías y comparaciones.
    Ejemplos:
    La Loba: que simboliza o representa a la lujuria.
    El león: representa a la soberbia.
    “mi guía me tomo entre sus brazos como la madre que despierta por el ruido, ve las llamas ardientes cerca de su hijo y corre sin detenerse, cuidando de él, más que de sí misma, aunque no lleve encima, mas que una camisa.”
    “se rascaba con las uñas con las pústulas, como los cuchillos arrancan las escamas de cualquier pez…”
    Interpretación.
    Ensayo sobre algún tema que te llame la atención:
    SEGURIDAD.
    Pareceria que Dante siempre llevo con él la seguridad, ya que siempre estuvo acompañado por su maestro Virgilio, y aún cuando el sintiera que ya no podría más, Virgilio siempre supo que decirle para que se pudiera calmar. Aparte, Dante siempre supo que decir con las almas que iba encontrando en su camino, lo cual también denota seguridad en él mismo.
    En las citas donde encuentro la seguridad son las siguientes:
    “Que ninguno le haga daño…” canto XXI.
    “, como mi maestro, por aquel borde llevándome sobre su pecho, como a su hijo” canto XXIII.
    “Ya no necesito que hables, traidor malvado; y para vergüenza tuya llevaré allá arriba noticias ciertas de ti.” Canto XXXII.
    Glosario:impías: Falto de piedad.
    Laúd: Instrumento musical
    Bifurcarse: dividirse en dos brazos o ramas.
    Vituperio: Censura.
    Artilugio: Mecanismo artificioso, pero de poca importancia.
    Hirsuto: Que está duro o cubierto de puas.
    Amedrentan: Infundir miedo, atemorizar.
    Pusilanimidad: Calidad de pusilánime
    Impías: Falto de piedad.
    Vituperio: Baldón. Censura, desaprobación.
    Presbicia: Hipermetropía.
    Usura: Provecho sacado de una cosa. Cuando es excesivo.
    Yerra: Fiesta que se celebra con motivo del herradero
    Concupiscencia: Apetito y deseo, generalmente desordenado de los bienes terrenos.
    Protervo: Que tiene protervia.
    Bermejos: Rubio o rojizo.
    Compungido: Aflijido.
    Patíbulo: Lugar donde se efectúa la pena de muerte.
    Protervio: Que tiene obstinación en la maldad.
    La Florencia de la segunda mitad del siglo XIII alumbró una de las grandes figuras de la literatura universal: Dante Alighieri. Encumbrado al Olimpo de los clásicos de las letras gracias a su obra maestra, la Divina Comedia , hay que bucear en la niñez del poeta para hallar un hecho que resulta clave para entender una vida en la cual se combinan literatura, política, amor y desengaños.
    A los 9 años, Dante -hijo del notario florentino Alighiero de Bellincione y de su esposa Bella- conoce en una iglesia a una niña llamada Beatriz y se enamora perdidamente de ella. En 1285, su amada, ya convertida en una hermosa joven, se casó con otro hombre. Y cinco años después, murió.
    El recuerdo de Beatriz acompañó a Dante el resto de su vida.  El escritor hizo de este amor un mecanismo de purificación del alma y de acercamiento progresivo a la verdad de Dios. Esa evocación -una constante a lo largo de la vida del poeta- se convertiría, años después, en materia de creación literaria.  Dante escribió, en 1294, la Vita Nuova , uno de los primeros ejemplos de la poesía lírica dantesca inspirado en Beatriz.
    Años después la evocación de su amada también le serviría de acicate para crear la  Divina Comedia. Por su parte, Dante se casó -poco antes de su destierro de Florecía- con Gemma di Manetto Donati, con la que tuvo a sus cuatro hijos.
    La Vita Nuova se encuentra estructurada en torno a un número de composiciones que se encadenan entre sí por medio de un comentario en prosa.  Es una especie de obra autobiográfica en la que Dante cuenta episodios de su propia vida.  Eso explica por qué es considerada por muchos especialistas como un ejemplo de literatura testimonial o documental.
    Sin embargo, la dimensión de la Vita Nuova no se limita al plano biográfico. El amor que el poeta sentía hacia Beatriz es la “excusa” para realizar una obra que traza su propia experiencia espiritual y poética, y que le sirvió para profundizar en aspectos como la belleza del alma, la felicidad y la divinidad. La Vita Nuova habla de citas de enamorados, de banquetes, de bodas, de actos sociales, pero es la figura de Beatriz la que impregna todo su desarrollo.  Para Dante, su amada era el principal tema poético.  Exaltó su figura al punto de convertirla en símbolo de trascendencia, de vía para la salvación humana.
    Con el CONVIVIO intento recopilar todos los saberes de la época
    Después de la Vita Nuova, el resto de la producción lírica de Dante se caracteriza por composiciones sueltas, de diferentes períodos e inspiración, cuyo tema recurrente es el amor.  La crítica moderna ha identificado como Rime a esta piezas.
    Además de las rime, es preciso abundar en una obra que figura como referencia obligada en la bibliografía de Dante: el Convivio (1304-1306).  se trata de una pieza que inicialmente fue concebida con el ambicioso objetivo de aglutinar a todos los saberes de la época.  Esta vocación enciclopédica se plasma en los 15 tratados que Dante había pensado para desarrollar y dar respuestas a todos los interrogantes que planteaba “la naturaleza y la sociedad humana de su tiempo”. Finalmente, los 15 tratados quedaron reducidos a cuatro en la versión final: tres tratados más otro al que se considera introductorio.
    La MONARCHIA: Dante se distingue como tratadista e ideólogo  
    en 1302, Dante fue obligado a abandonar Florencia y a iniciar un doloroso pero fecundo exilio.  Doloroso por el alejamiento a que lo sometió su propia ciudad; fecundo porque ese tiempo fue aprovechado por el poeta para escribir la Divina Comedia.Antes de iniciar esa obra, Dante había dejado para la posteridad algunas piezas que, por su calidad, se destacan en su bibliografía.  Precisamente su peripecia política lo hizo concebir Monarchia -algunos sostienen que la escribió antes de 1310, pero parece ser que ése fue el año de su culminación-.  Se trata de un tratado donde el poeta expone sus ideas políticas, y en el que se revela como un firme defensor de la separación entre el poder espiritual (Iglesia) y el poder temporal (Estado).  Además, consideró como figura ejemplar a Eduardo VII de Luxemburgo -emperador del Sacro Imperio que emprendió una campaña en Italia. Con De Vulgari Eloquentia -escrita alrededor de 1304-, estableció las bases que definirían la lengua italiana y su capacidad literaria.
    DIVINA COMEDIA: un gran fresco literario del sentir medieval
    Hay pocas referencias que fijan con exactitud la fecha de inicio de la Divina ComediaPara el escritor italiano Giovanni Bocaccio -el primer biógrafo de Dante- la obra comenzó a escribirse antes del exilio del poeta, alrededor de 1302 o 1303.  Hoy la crítica moderna establece que Dante consagró aproximadamente entre 15 Y 17 años de su vida para terminar su obra. Su confección habría empezado en 1304 1306 y culminado en 1321, con la finalización de los cantos del Paraíso.
    De cualquier manera, esta obra de Dante se destaca como una de las piezas mayores de las letras universales. Como en muchas otras grandes obras, aquí también el autor refleja en sus páginas el mundo en que vive, la Edad Media. En este primer reflejo aparecen fundamentos del pensamiento del medioevo, basados en Aristóteles y Santo Tomas de Aquino.

    Uno de las aspectos sobresalientes de la Divina Comedia es su carácter didáctico y moral.  El poeta, que podría ser considerado como representante de la humanidad, intentó aleccionar a los hombres para que no repitan sus errores (pecados). Y lo hizo advirtiendo de una cosa: el libre albedrío puede ser camino de salvación, pero también de condena ante Dios. De ahí que el poema narre el tránsito de Dante desde el Infierno hasta la salvación divina, un gran fresco literario que dramatiza la visión medieval del mundo.  Una visión que recién sería cuestionada por el Renacimiento.
    http://todopera.wordpress.com/2008/12/10/dante-y-la-divina-comedia/