Friday, September 23, 2011

LA ORGÍA PERPETUA: VARGAS LLOSA: SÍ, FLAUBERT: NO.











Debo confesarlo que no soy muy afecto a leer ensayos. Los que he leído lo he hecho en la mayoría de los casos cuando estaba en la Universidad pero, - pienso- que he tenido suerte: la mayoría fueron o son excelentes textos. Los que he leído por cuenta propia: una que otra decepción, sin embargo, existe uno que desde la primera página me atrapó. Aún recuerdo, que me lo leí cuando llegaba de la Universidad de Costa Rica a mi casa y mi madre me preparaba el almuerzo. Es en efecto: "La orgía perpetua" de Mario Vargas Llosa, acerca de su muy querido Flaubert. No recuerdo quién me prestó el libro, tampoco recuerdo haberlo devuelto, tampoco lo he vuelto a mirar en mi pequeña biblioteca. Lo que sí recuerdo con gran agrado fue la extraordinaria crítica o visión que nos dá Vargas Llosa de Flaubert y su novela Madame Bovary. Admiro del ensayo, su fino sentido crítico de Vargas Llosa. Admiro, también su "admiración" - y valga la redundancia- del suramericano por el francés. Recuerdo haber leído en el ensayo del cómo prácticamente de un tirón se leyó en una noche y madrugada la novela en mención. También recuerdo, de la fina investigación de los nombres de los personajes novelísticos e incluso la investigación personal que hizo Vargas Llosa acerca de la vida íntima y sexual del creador de Madame Bovary. En fin, un gran estudio, un gran ensayo de un gran escritor. Sin embargo, - y aquí es donde mis amigos blogueros me podrán disculpar- es que desde el colegio nunca entendí la gran fama de Madame Bovary. Nunca he entendido la buena crítica desmedida que ha tenido desde siempre la novela. Cuando la leí me pareció una simple novela que no posee nada en especial. Por más que diga la crítica que es perfecta en cuanto a su estructura y son perfectas las frases y oraciones como su ritmo y su sonoridad (al menos en francés), nunca he compartido tanta admiración por Madame Bovary aunque se diga que Flaubert escribía una página por semana de la novela y tal era su obsesión de perfección. Yo, particularmente me quedo con Proust o con Stendhall y su novela Rojo y negro. De todas maneras, el ensayo de Vargas Llosa es una joya que todo joven amante de la literatura debe de leer. En verdad que recomiendo el ensayo.

Transcribo literalmente el capítulo II de la "ORGÍA PERPETUA" de VARGAS LLOSA.


"II. LA NOVELA ES FORMA

 Para volver bello lo que hasta entonces parecía por antonomasia un tema antiartístico, Flaubert se valió de la forma, claro está. Esto significó llegar a la certeza de que no hay temas buenos y malos, que todos pueden ser lo uno o lo otro porque ello depende exclusivamente de su tratamiento. Lo cual nos parece obvio hoy; en su momento, era subversiva esta profesión de fe formalista que hizo a Louise: "C'est pour cela qu'il n'y a ni beaux ni vilains sujets et qu'on pourrait presque établir comme axiome, en se posant au point de vue de l'Art pur, qu'il n'y en a aucun, le style étant à lui tout seul une manière absolue de voir les choses" (Carta del 16 de enero de 1852). Los novelistas románticos, como sus predecesores, habían puesto siempre en práctica esta teoría, pero no se la habían planteado intelectualmente; al contrario, siempre habían dicho que la belleza de una obra dependía de factores como la sinceridad, la originalidad, los sentimientos implícitos en el asunto. Por lo demás, si tanto en el siglo XIX como en los anteriores algunos poetas habían reflexionado sobre la importancia absoluta de la forma, esto no había sucedido entre los novelistas, aun los más grandes. No hay que olvidar que hasta entonces la novela seguía siendo considerada el género más plebeyo y el menos artístico de la literatura, el alimento de los espíritus comunes, en tanto que la poesía y el teatro eran las formas elevadas y nobles de la creación. Había habido ya novelistas geniales, desde luego, pero se trataba de genios intuitivos, que admitían de buena gana su papel de creadores de segunda clase (a veces después de fracasar como creadores de primera, es decir componiendo poemas y tragedias), cuya misión, de acuerdo al nivel popular de su audiencia, era "entretener". Con Flaubert ocurre una curiosa paradoja: el mismo escritor que convierte en tema de novela el mundo de los hombres mediocres y los espíritus rastreros, advierte que, al igual que en poesía, también en la ficción todo depende esencialmente de la forma, que ésta decide la fealdad y la belleza de los temas, su verdad y su mentira, y proclama que el novelista debe ser, ante todo, un artista, un trabajador incansable e incorruptible del estilo. Se trata, en suma, de lograr esta simbiosis: dar vida, mediante un arte depurado y exquisito (aristocrático, dice él), a la vulgaridad, a las experiencias más compartidas de los hombres. Es lo que alaba entusiasmado en el cuento "La paysanne" de Louise Colet: "Tu as condensé et réalisé, sous une forme aristocratique, une histoire commune et dont le fond est à tout le monde. Et c'est la, pour moi, la vrai marque de la force en littérature. Le lieu commun n'est manié que par les imbéciles ou par les tres grands. Les natures mediocres l'évitent; elles recherchent l'ingenieux, l'accidenté".  Ignoro si la Musa consiguió efectivamente esa alianza en su cuento, pero no hay duda que Flaubert la logró en Madame Bovary y que es una de las hazañas del libro, como lo vio Baudelaire, según el cual la novela demuestra que "tous les sujets sont indifféremment bons ou mauvais, selon la manière dont ils sont traités et que les plus vulgaires peuvent devenir les meilleurs". 
 Reivindicar el tema común para la novela fue simultáneo en Flaubert con la máxima exigencia en el dominio del lenguaje, con un propósito, repetido una y mil veces en sus cartas de esos años, que sintetiza en esta fórmula: dar a la prosa narrativa la categoría artística que hasta entonces sólo ha alcanzado la poesía. Sabe que, si lo consigue, habrá logrado que las "vidas ordinarias" que relata en su novela se eleven al nivel de la epopeya: "Vouloir donner à la prose le rythme du vers (en la laissant prose et tres prose) et écrire la vie ordinaire comme on écrit l'histoire ou l'épopée (sans dénaturer le sujet) est peut-être une absurdité. Voilà ce que je me demande parfois. Mais c'est peut-être aussi une grande tentative et très originale!" (Carta a Louise, del 27 de marzo de 1853). Así como quiere disputar a la poesía las virtudes de sonoridad, precisión, armonía y ritmo, en otras ocasiones dice que su prosa deberá tener, como el drama, rapidez, claridad y apasionamiento: "Quelle chienne de chose que la prose! Ca n'est jamais fini; il y a toujours à refaire. Je crois pourtant qu'on peut lui donner la consistence du vers. Une bonne phrase de prose doit être comme un bon vers, inchangeable, aussi rythmée, aussi sonore. Voilà du moins mon ambition (il y a une chose dont je suis sur, c'est que personne n'a jamais eu en tete un type de prose plus parfait que moi; mais quant à l'exécution, que de faiblesses, que de faiblesses mon Dieu!). II ne me parait pas non plus impossible de donner a l'analyse psychologique la rapidité, la netteté, l’emportement d'une narration purement dramatique". 
 Estas dos preocupaciones —aprovechamiento del tema común, cuidado obsesivo de la forma— eran indisociables en el autor de Madame Bovary. Extrañamente, los discípulos cercanos y remotos harán una división de ambas actitudes y tomarán partido por una en contra de la otra. Incluso en nuestros días puede rastrearse esa doble estirpe de novelistas, enemistados irreconciliablemente entre sí y que sin embargo reconocen a Flaubert como su maestro. La guerra entre "realistas" y "formalistas", que ven por igual a Madame Bovary como un libro precursor, es algo que empezó en vida de Flaubert. La influencia más inmediata que ejerció la novela fue sobre la generación de Zola, Daudet, Maupassant, Huysmans, escritores que la tuvieron siempre como modelo del tipo de realismo que ellos entronizaron oficialmente en la literatura francesa. Maupassant, en el prólogo de Fierre et Jean, afirma haber aprendido de boca de Flaubert ese axioma naturalista: que todo puede ser buen tema literario, aun lo más anodino y trivial, porque "la moindre chose contient un peu d'inconnu", y Émile Zola dedica a Flaubert el más entusiasta estudio en Les Romanciers naturalistes. Para este movimiento que hizo de los temas cotidianos el asunto primordial de la narrativa y que quiso sustituir los personajes excepcionales por hombres corrientes que son fiel reflejo de un medio social, el gran fresco literario donde habían quedado retratados Charles Bovary, Homais, Bournisien, Rodolphe, Léon y, sobre todo, Emma, fue objeto de culto y de imitación; y esto vale para otras literaturas en las que prendieron las tesis naturalistas, como España, donde la mejor novela del siglo XIX, La Regenta, de Leopoldo Alas, debe mucho a Madame Bovary. Sin embargo, los naturalistas no practicaron de manera ortodoxa la noción de realismo que plasma la novela de Flaubert. Ésta ganó para la ficción ciertas zonas inéditas de la experiencia humana, pero sin excluir las que eran desde hacía siglos el cuerpo de la narrativa. Este proceso totalizador se detuvo y empobreció porque los naturalistas se concentraron de modo excluyente en la descripción de lo cotidiano y lo social y porque adoptaron hábitos formales que se repetían mecánicamente de novela en novela. Algunos libros de Zola son todavía legibles y no hay duda que los cuentos de Maupassant tienen una notable calidad artística, pero, considerado como conjunto, el naturalismo dejó un saldo menor, porque los novelistas a menudo descuidaron la forma. "Pour qu'une chose soit intéressante, il suffit de la regarder longtemps", había dicho Flaubert.  Sí, pero en su caso aquello que resultaba interesante como asunto literario, era sometido a un tratamiento formal escrupuloso, capaz de dotarlo de categoría artística. Lo mediocre —lo normal— sólo llega a tener vida literaria si el creador consigue imbuirle cierta excepcionalidad (del mismo modo que lo excepcional sólo vive en literatura si se presenta con las facciones de una cierta normalidad), es decir como una experiencia privilegiada y única. Lo notable de Madame Bovary es que sus seres vulgares, de ambiciones y problemas pedestres, impresionan, por obra de la estructura y la escritura que los crea, como seres fuera de lo común dentro de su manera de ser común. Muchos movimientos que se proclamaban realistas fracasaron porque para ellos el realismo consistía en tomar pedazos de la realidad común y genérica y describirla con la mayor fidelidad y una mínima elaboración artística. Una cosa no excluye la otra: la elección de un tema "realista" no exonera a un narrador de una responsabilidad formal, porque, sea cual sea la materia sobre la que escribe, todo en su libro será tributario en última instancia de la forma. Flaubert advirtió en los escritores que se decían sus discípulos desdén por el factor puramente estético y esto lo horrorizaba. Por eso se negó a asumir el papel de fundador que le conferían y muchas veces execró el realismo ("On me croit épris du réel, tandis que je l’exècre; car c'est en haine du réalisme que j'ai entrepris ce roman", le dijo a Madame Roger des Genettes a propósito de Madame Bovary,  no porque este vocablo le sugiriese una temática que le repugnara, sino desinterés por "el estilo" y "la belleza" que eran para Flaubert la razón de ser de la literatura. Se lo explicó a George Sand, quien le había mencionado la enorme influencia que tenía entre los jóvenes escritores: "A propos de mes amis, vous ajoutez 'mon école'. Mais je m'abîme le tempérament à tâcher de n'avoir pas d'école! A priori, je les repousse toutes. Ceux que je vois souvent et que vous désignez recherchent tout ce que je méprise et s'inquiétent médiocrement de ce qui me tourmente. Je regarde comme tres secondaire le détail technique, le renseignement local, enfin le côté historique et exact des dioses. Je recherche par-dessus tout la beauté, dont mes compagnons sont médiocrement en quête. Je les vois insensibles, quand je suis ravagé d'admiration ou d'horreur". 
 Esta absorbente pasión estética es tan esencial a Madame Bovary como que incorporase a la novela el tema de la vida mediocre. Toda una serie de escritores, entre ellos algunos de los más grandes prosistas modernos, admiran este aspecto formal con negación u olvido del otro y de este modo se declaran flaubertianos por razones opuestas a las de un Zola o un Maupassant. El primero entre los grandes es el novelista-artista por excelencia, el más inteligente y refinado de los narradores de su época, el maestro de los malabares con el punto de vista, el mago de la ambigüedad: Henry James. Alcanzó a conocer personalmente a Flaubert en los últimos años de su vida, y ha dejado una emotiva imagen de lo que eran los domingos en la tarde, en el pequeño apartamento del Faubourg Saint-Honoré, cuando acudían allí a charlar con Flaubert sus amigos escritores. En un estudio publicado en 1902, James coronó a Flaubert "el novelista de los novelistas", destacando casi exclusivamente el esplendor artístico que, gracias al autor de Madame Bovary, adquirió el género novelesco.  Ensayo sutil y penetrante, a la vez que tan parcial y arbitrario como el de Zola (aunque por razones opuestas), resume con mucha exactitud lo que significó la forma para Flaubert y su método de trabajo, el que, dice, consistía en encontrar un estilo para poder "sentir" un tema, a la inversa de los novelistas románticos, quienes creían que había que "sentir" un tema para poderlo expresar adecuadamente. Es menos persuasiva —pero sintomática— la tesis de James de que en Madame Bovary la forma es rica y la materia pobre, y francamente absurdo el reproche de que Flaubert no fue capaz de crear en esa novela personajes "ricos e interesantes" (en realidad, quería hacer lo contrario). Pese a que Henry James objetaba algunos libros de Flaubert (en 1883, en French poets and novelists había estampado una barbaridad: que L'Éducation sentimentale no tenía ningún interés), fue el primero en reconocer, en The art of the fiction, que gracias a Flaubert la novela había llegado a ser una de las grandes formas artísticas en Europa. La lectura esteticista de Flaubert tiene una filiación que llega a nuestros días, en donde, como he recordado antes, los autores franceses del "nouveau roman", formalistas a ultranza, lo llamaron su precursor por haberse planteado la literatura, un siglo antes que ellos, como un problema de lenguaje. Una escala importante en esa línea de descendientes "artísticos" (para oponerlos, con una fórmula esquemática, a los "realistas") es Proust, para quien aquél es sobre todo el maestro del estilo, un narrador capaz de consubstanciarse con lo que describe, de desaparecer en el objeto de su descripción, lo que, dice, es la única manera de dar vida y verdad a lo descrito. El autor de la Recherche alababa en él, principalmente, los silencios o blancos de su estilo, es decir su talento para narrar por omisión, su uso del dato escondido.  Proust no admiró tanto a Flaubert como a Balzac, pero es probable que su deuda con aquél sea mayor que con éste. El método descriptivo de Flaubert, el estilo indirecto libre, ya lo vimos, abrió una puerta hacia la subjetividad del personaje y permitió por primera vez representar directamente la vida de la mente. En Madame Bovary este sistema es empleado casi siempre para mostrar cómo, a partir de un estímulo cualquiera de la realidad, la mente humana rescata a través de la memoria experiencias extintas, cómo toda sensación, sentimiento o hecho profundamente vivido no es algo aislado, sino la apertura de un proceso al que el recuerdo, a lo largo del tiempo, irá añadiendo sentidos y significaciones según sobrevengan nuevas experiencias. La memoria erigida como indeleble, empecinado ariete contra el tiempo, recobrando a partir de cada nuevo incidente lo ya vivido es algo constante en Madame Bovary, y, en este aspecto, el libro resulta un antecedente de la prodigiosa aventura de Proust: recrear una realidad en función de este nivel preponderante de la experiencia, la memoria, que organiza y reorganiza lo real, que rehace perpetuamente lo que su gran enemigo y proveedor, el tiempo, va destruyendo".


Seix Barral. 1986.

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