TERRA NOSTRA: NARRATIVA AMBICIOSA Y POÉTICA.
CARLOS FUENTES- "Aura"CUENTOS:Aura
LA MUERTE DE ARTEMIO CRUZ-NOVELA.
La primera vez que escuché hablar de Carlos Fuentes fue a mi amiga y doctora en filología: Margarita Rojas González. Es posible, que Margarita no recuerde aquel -para mi gran acontecimiento -encuentro en el segundo piso de la biblioteca Carlos Monge Alfaro de la Universidad de Costa Rica. Recuerdo, que cuando me acerqué mi amiga lo primero que me dijo fue que había leído un cuento magnífico de el escritor mexicano Carlos Fuentes. El cuento en mención era: "AURA". Creo, que incluso Margarita me prestó el libro. Cuando leí el cuento de Aura quedé asombrado del relato. La ambientación, sus personajes, el misterio, el final inesperado, todo me emborrachó de esas zonas marginales y de muerte que posee la narrativa de Carlos Fuentes. Después, ese mismo año de 1978 me leí el cuento titulado: cumpleaños. Después, compré un libro que reúne una antología de cuentos editado por Alianza tres que lleva el título de: cuerpos y ofrendas. Pero, de toda la obra de Carlos Fuentes la que siempre me ha llamado la atención es esta magnífica obra de: Terra nostra. Recuerdo, haber visto y escuchado por televisión en los años 80 al crítico José María Ansón en una charla decir que la novela Terra nostra "es quizá el mural más hermoso de la historia del nuevo mundo". Y en verdad, creo yo también, que Terra nostra es quizá una de las novelas más ambiciosas escritas en lengua castellana. Publicada por SEIX Barral por primera vez en 1975, y con sus 783 páginas hacen de Terra nostra, una novela que se debe de leer con paciencia pero, al final la paciencia es retribuida con una gran aventura literaria.
Dice la contrataba, de esta magnífica novela lo siguiente, Terra nostra: es la novela más ambiciosa y compleja de puentes, está llamada a ser sin duda uno de los títulos fundamentales de la narrativa hispánica contemporánea. Un lenguaje tenso, en constante ignición y reverberación, crea, destruye y reinventa la maquinaria crítica de la fábula: desde el remoto silencio del mundo de los mitos cosmogónicos a la dilapidación de fulgores de la Roma de Tiberio, la noche mohosa y chirriante de grilletes y gorgueras de la España de los Austrias, el espacio sagrado de los universos de ficción literaria por la explosión de un futuro alucinado y glacial. Terra nostra somete a crítica la noción misma del relato. Al propio tiempo, cataloga los avatares de una identidad huidiza y evanescente, que en la profanación de lo acotado por un sistema opresivo y en el retorno al cuerpo y la invocación a lo originario halla el fundamento, el sustrato permanente desde el que se enfrenta a la disgregación de la individualidad que caracteriza a la era moderna. En la historia de la novela -en la historia de la escritura -Terra nostra será un caso límite: epifanía y fundación.
Premio Cervantes 1987
CARLOS FUENTES
Narrador y ensayista mexicano
(Embajada de México en Panamá, 1928)
Hijo de un diplomático de carrera, durante su infancia y
primera juventud viaja con sus padres a Panamá, Quito,
Montevideo, Río de Janeiro –donde el padre es
secretario del Embajador Alfonso Reyes–, Washington,
Colombia y Perú. Siente temprana inclinación por el cine, el periodismo y la literatura.
Mark Twain y Edmundo de Amicis son los autores más importantes que lee en este
periodo, así como Rafael Sabatini y Emilio Salgari.
Cuando en 1944 regresa a México, termina el bachillerato y estudia Derecho en la
Universidad Nacional Autónoma de México, al mismo tiempo que asiste a los cursos de
Filosofía de José Gaos y de Eduardo Nicol. La vida nocturna de México le atrae:
“prostíbulos, cabaret, magos y mariachis: la materia prima de su primera novela”, La
región más transparente (amplio mural de la vida urbana de México D.F.). En 1950 se
inicia en el servicio diplomático en Ginebra, como secretario de la delegación
mexicana en la Comisión Internacional de Derecho de las Naciones Unidas, además
de completar sus estudios en el Institut de Hautes Études. En ese mismo año, en
Francia, conoce a Octavio Paz.
En 1951 regresa a México, vuelve a la Facultad de Derecho, donde forma parte del
grupo llamado Generación del medio siglo, agrupada en torno al maestro Mario de la
Cueva. Colabora, en ese momento, con Jaime García Terrés en la revista Universidad
de México.
Tras su graduación, en 1955, funda la Revista Mexicana de Literatura, junto a
Emmanuel Carballo. Cuatro años después renuncia al servicio diplomático y viaja a
Cuba, con el triunfo de la Revolución. En 1957 contrae matrimonio con la actriz Rita
Macedo. Al año siguiente, colabora estrechamente con Fernando Benítez y con
Vicente Rojo en el suplemento cultural del periódico Novedades, México en la Cultura.
En 1959, la dura represión contra los ferrocarrileros y el silencio de la prensa, lo impulsa
a crear la revista crítica El espectador, con intelectuales de izquierda como Víctor
Flores Olea, Enrique González Pedrero, Luis Villoro, Jaime García Terrés y Francisco
López Cámara.
A partir de 1960 sus obras empiezan a traducirse a otras lenguas, en primer lugar La
región más transparente a la inglesa y francesa. Poco después, a partir de 1965,
empieza a vivir en diferentes ciudades: Roma, París, Venecia, Londres, Princeton,
pasando temporadas en México y viajando a muchos otros países. En 1973 se casa
con Silvia Lemus y, en 1975, es nombrado embajador de México en Francia pero, dos
años después, dimite en protesta contra el nombramiento del ex presidente Díaz Ordaz
como primer embajador de México en España.
En 1976 acepta profesorados en las Universidades de Columbia (Nueva York) y
Pennsylvania (Philadelphia). Desde ese año, y hasta 1982, visita numerosas
universidades como profesor y lector; entre ellas, Dartmouth, Harvard y Princeton
(Estados Unidos) y Cambridge (Inglaterra). En 1990, se instala en Londres para preparar
la emisión televisiva de The Buried Mirror (El espejo enterrado), serie televisiva de amplia
difusión mundial.
Entre sus numerosas obras, destacan: Los días enmascarados (1954), su primer libro,
que es una colección de cuentos en los que se mezclan la realidad y la fantasía; Las
buenas conciencias (1959), historia de un miembro de la burguesía mexicana,
rodeada por un ambiente asfixiante de fariseísmo religioso y de decadencia moral; La
muerte de Artemio Cruz (1962), cuyo argumento se sustenta en cuatro grandes ejes: la
muerte como alumbramiento lúcido de la existencia; la corrupción, traición a los
ideales por el poder y la riqueza; el amor, razón y fuerza de la vida, y el juego temporal
de forma que el tiempo sea reversible.
En otros títulos ha continuado trazando un gran panorama de la sociedad mexicana
contemporánea: Aura (1962), una narración breve y uno de sus mejores textos, a
caballo entre lo histórico y lo fantástico, es una versión singular del eterno tema del
vampiro. Otros libros son Zona sagrada (1967), indagación en el mito de Ulises y sus
referencias; Cambio de piel (1967), donde regresa a lo épico y esboza una
cosmovisión carnavalesca irreverente; Terra nostra (1975), que es una empresa colosal,
un trabajo intrincado con el lenguaje y la historia, uno de los textos más atrevidos que
se hayan construido en español, donde entrelaza distintos tipos de ficción y mitos; La
cabeza de la hidra (1978), donde ensaya una novela policíaca con un tema histórico
mexicano; Una familia lejana (1980), enraizada en la fantasía y en la historia y Gringo
viejo (1985), sobre el escritor norteamericano Ambrose Bierce.
En 1994 presenta su novela Diana la cazadora solitaria, obra de carácter
autobiográfico en la que refleja el México de la década de los sesenta.
En 1995 se publicó en España su obra Nuevo tiempo mexicano, en la que aborda la
revuelta de Chiapas como un llamamiento a las conciencias. En 1997 publica su libro
de cuentos La frontera de cristal, compuesto por nueve relatos que se relacionan entre
sí, en los que el novelista analiza los encuentros y desencuentros entre Estados Unidos y
México y presenta El espejo enterrado, volumen de ensayos basado en una serie que
hizo para la televisión, donde el escritor aborda lo que considera "la biografía de mi
cultura".
En 1998, junto a su hijo, publica Retratos en el tiempo, donde aparecen retratados
mediante la imagen y la palabra veinticinco personajes. A finales de 1998 publica Los
años con Laura Díaz y, entrado el año 2000, una recopilación de fragmentos de toda
su narrativa en Los cinco soles o México, memoria de un milenio.
Carlos Fuentes ha recibido numerosos reconocimientos, además del Premio Cervantes
(1987): Premio Xavier Villaurrutia -por Terra Nostra- (1977), Premio Alfonso Reyes (1979),
Premio Nacional de Literatura de México (1986), Premio Internacional Menéndez
Pelayo de la Universidad de Santander (1992), Premio Internacional Don Quijote de la
Mancha (2008). Ha sido objeto también de numerosos honores, como los
nombramientos de Miembro permanente del Colegio Nacional de México (1972),
Miembro del Woodrow Wilson International Center for Scholars en Washington (1974),
Miembro del Consejo de Administración de la Biblioteca Pública de Nueva York (1990),
Miembro de la Legión de Honor de Francia (1992), y ostenta doctorados honoris causa
de las Universidades Columbia College de Chicago (1983), Harvard (1984), Cambridge
y Essex (1979), Dartmouth College y Universidad de California en Los Angeles (UCLA)
(1993). En 2007 inaugura, en Madrid, el Coloquio Internacional del Bicentenario de las
Independencias Hispanoamericanas. En 2008, se prepararon en México numerosos
actos para conmemorar sus 80 años.
PREMIO CERVANTES. DISCURSO.
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Majestades,
Si este galardón -que tanto me honra y tanto aprecio- es considerado el premio de
premios para un escritor de nuestra lengua, ello se debe a que, como ningún otro, es un
premio compartido.
Yo comparto el Premio Cervantes, en primer lugar, con mi patria, México, patria de mi
sangre pero también de mi imaginación, a menudo conflictiva, a menudo contradictoria,
pero siempre apasionada con la tierra de mis padres.
México es mi herencia, pero no mi indiferencia; la cultura que nos da sentido y
continuidad a los mexicanos es algo que yo he querido merecer todos los días, en
tensión y no en reposo. Mi primer pasaporte -el de ciudadano de México- he debido
ganarlo, no con el pesimismo del silencio, sino con el optimismo de la crítica. No he
tenido más armas para hacerlo que las del escritor: la imaginación y el lenguaje.
Son éstos los sellos de mi segundo pasaporte, el que me lleva a compartir este premio
con los escritores que piensan y escriben en español. La cultura literaria de mi país es
incomprensible fuera del universo lingüístico que nos une a peruanos y venezolanos,
argentinos y puertorriqueños, españoles y mexicanos. Puede discutirse el grado en el
que un conjunto de tradiciones religiosas, morales y eróticas, o de situaciones políticas,
económicas y sociales, nos unen o nos separan; pero el terreno común de nuestros
encuentros y desencuentros, la liga más fuerte de nuestra comunidad probable, es la
lengua -el instrumento, dijo una vez William Butlerler Yeats, de nuestro debate con los
demás-, que es retórica, pero también del debate con nosotros mismos, que es poesía.
Debate con los demás, debate con nosotros mismos. Nos disponemos, así que pasen
cuatro años, a celebrar los cinco siglos de una fecha inquietante: 1492. Vamos a discutir
mucho sobre la manera misma de nombrarla. ¿Descubrimiento, como señalan las
costumbres, o encuentro, como concede el compromiso? ¿Invención de América, como
sugiere el historiador mexicano Edmundo O'Gorman; deseo de América, como anheló
el Renacimiento europeo, hambriento de dos objetivos incompatibles: utopía y espacio;
o imaginación de América, como han dicho sus escritores de todos los tiempos, de
Bernal Díaz del Castillo a Sor Juana Inés de la Cruz, y a Gabriel García Márquez?
Los cinco siglos que van de aquel 92 a éste se inician, también, con la publicación de la
primera gramática de la lengua castellana, por Antonio de Nebrija. Y aunque Nebrija
designa a la lengua como acompañante del imperio, hoy reconocemos la otra vertiente
de la celebración y ésta es la crítica. La lengua de la conquista fue también la de la
contraconquista, y sin la lengua de la colonia no habría lengua de la independencia.
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1987
Discurso de CARLOS FUENTES
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Hablo de un idioma compartido, con mi patria, con mi cultura y con sus escritores.
Quiero ir más lejos, sin embargo. Esta lengua nuestra se está convirtiendo, cada vez
más, en una lengua universal, hablada, leída, cantada, pensada y soñada por un número
creciente de personas: casi 350 millones, convirtiéndola en el cuarto grupo lingüístico
del mundo; sólo en los EEUU de América sus hispanoparlantes transformarán a ese
gran país, apenas rebasado el año 2000, en la segunda nación de habla española del
mundo.
Esto significa que, en el siglo que se avecina, la lengua castellana será el idioma
preponderante de las tres Américas: la del Sur, la del Centro y la del Norte. La famosa
pregunta de Rubén Darío -¿tantos millones hablarán inglés?- será al fin contestada: no,
hablarán español.
Nuestra imaginación política, moral, económica, tiene que estar a la altura de nuestra
imaginación verbal.
Esta lengua nuestra, lengua de asombros y descubrimientos recíprocos, lengua de
celebración pero también de crítica, lengua mutante que un día es la de san Juan de la
Cruz y al siguiente la de fray Gerundio de Campazas y al día que sigue, lengua fénix,
vuela en alas de Clarín, esta lengua nuestra, mil veces declarada, prematuramente,
muerta, antes de renacer para siempre, a partir de Rubén Darío, en una constelación de
correspondencias trasatlánticas, ha sido todo esto porque ha sido espejo de
insuficiencias, pero también agua del deseo, hielo de triunfos y cristal de dudas, roca de
la cultura, permanente, continua, en medio de borrascas que se han llevado a la deriva a
tantas islas políticas; vidrio frágil, la lengua nuestra, pero ventana amplia, también,
gracias a los cuales tenemos refugio y compensación, así como visión y conciencia, de
los tiempos inclementes.
La lengua imperial de Nebrija se ha convertido en algo mejor: la lengua universal de
Jorge Luis Borges y Pablo Neruda, de Julio Cortázar y Octavio Paz. La literatura de
origen hispánico ha encontrado un pasaporte mundial y, traducida a lenguas extranjeras,
cuenta con un número cada vez mayor de lectores.
¿Por qué ha sucedido esto? No por un simple factor numérico, sino porque el mundo
hispánico, en virtud de sus contradicciones mismas, en función de sus conflictos
irresueltos, en aras de sus ardientes compromisos entre la realidad y el deseo, y a la luz
de la memoria colectiva de nuestra historia, que es la historia de nuestras culturas,
plurales de nuestro lado del Atlántico -europeos, indios, negros y mestizos- pero de este
lado también -cristianos, árabes y judíos-, ha podido mantener vigente todo un
repertorio humano olvidado a menudo, y con demasiada facilidad, por la modernidad
triunfalista que ha protagonizado, entre aquel 92 y éste, la historia visible de la
humanidad.
Hoy, que esa modernidad y sus promesas han entrado en crisis, miramos en torno
nuestro buscando las reservas invisibles de humanidad que nos permitan renovarnos sin
negarnos, y encontrarnos en la comunidad de la lengua y de la imaginación española
dos surtidores que no se agotan.
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Mas apenas intentamos ubicar el punto de convergencia entre el mundo de la
imaginación y la lengua hispanoamericana y el universo de la imaginación y el lenguaje
de la vida contemporánea, nos vemos obligados a detenernos, una y otra vez, en la
misma provincia de la lengua, en la misma ínsula de la imaginación, en el mismo autor
y en la obra misma, que reúnen todos los tiempos de nuestra tradición y todos los
espacios de nuestra imaginación.
La provincia -acá abajo, con Rocinante- es La Mancha. La ínsula -allá arriba, con
Clavileño- es la literatura. El autor es Cervantes, la obra es el Quijote y la paradoja es
que de la España postridentina surgen el lenguaje y la imaginación críticos fundadores
de la modernidad que la Contrarreforma rechaza.
Daniel Defoe escribe el Robinson Crusoe con el tiempo de una modernidad consonante.
Miguel de Cervantes escribe el Quijote a contratiempo, desautorizado por la historia
inmediata, respondiendo no tanto a lo que está allí sino a lo que hace falta; potenciando
la imaginación para hablarnos menos de lo que vemos que de lo que no vemos; de lo
que ignoramos, más de lo que ya sabemos.
Unamuno ve las caras de Robinson y Quijote; en la del inglés, reconoce a un hombre
que se crea una civilización en una isla; en la del español, a un hombre que sale a
cambiar el mundo en que vive. Hay esto, pero algo más también: la tradición de
Robinson será la de la seguridad, la coincidencia con el espíritu del tiempo, incluyendo
una coincidencia con la crítica del tiempo, pero a veces, también, la arrogancia de
nombrarse protagonista del mismo. La poética de Robinson será la de la narrativa lineal,
realista, lógica, futurizante, poblada por seres de carne y hueso, definidos por la
experiencia: Robinson y sus descendientes leen al mundo.
Quijote y los suyos son leídos por el mundo, y lo saben. La tradición quijotesca no
disfraza su génesis fictiva; la celebra; sus personajes no son entes psicológicos, sino
figuras reflexivas; no el producto de la experiencia, sino de la inexperiencia; no les
importa lo que saben, sino lo que ignoran: lo que aún no saben. No se toman en serio;
admiten que su realidad es una mentira. Pero esa maravillosa mentira, la novela, salva,
nos dice Dostoyevsky hablando de Cervantes, a la verdad.
La poética de La Mancha y su descendencia numerosa, que un día antes que yo evocó
aquí mismo el gran novelista cubano Alejo Carpentier, incluyen a los hijos de Don
Quijote, el Tristram Shandy de Sterne, contemplando su propia gestación novelesca; y
el fatalista de Diderot, Jacques, ofreciéndole al lector repertorios infinitos de
probabilidades; a sus nietas, la Catherine Moorland de Jane Austen y la Emma Bovary
de Gustave Flaubert, que también creen todo lo que leen; a sus sobrinos el Myshkin de
Dostoyevsky, el Micawber de Dickens y el Nazarín de Pérez Galdós: todos aquellos que
escogen la difícil alternativa de la bondad y por ello sufren agonía y ridículo; y si todos
ellos son descendientes de Don Quijote lo son, acaso, de San Pablo también, pues la
locura de Dios es más sabia, dice el santo, que toda la sabiduría de los hombres.
La locura de Don Quijote y su descendencia es una santa locura: es la locura de la
lectura. Su biblioteca de libros de caballerías es su refugio inicial, la protección de su
supuesta locura, que consiste en dar fe de la lectura. Pero esta convicción entraña el
deber de actualizar sus lecturas.
- 4 -
Don Quijote sale a probar la existencia de una edad pasada, cuando el mundo era igual a
sus palabras. Se encuentra con una edad presente, empeñada en separarlo todo. Sale a
probar la existencia de los héroes escritos: los paladines y caballeros andantes del
pasado. Encuentra su propia contemporaneidad en un hecho para él irrefutable: Don
Quijote, como sus héroes, también ha sido escrito.
Quijote y Sancho son los primeros personajes literarios que se saben escritos mientras
viven las aventuras que están siendo escritas sobre ellos. Colón en la tierra nueva,
Copérnico en los nuevos cielos, no operan una revolución más asombrosa que ésta de
Don Quijote al saberse escrito, personaje del libro titulado El Ingenioso hidalgo Don
Quijote de la Mancha.
La información moderna, el privilegio pero también la carga de la mirada plural, nacen
en el momento en que Sancho le dice a Don Quijote lo que el bachiller Sansón Carrasco
le dijo a Sancho: estamos siendo escritos. Estamos siendo leídos. Estamos siendo vistos.
Carecemos de impunidad, pero también de soledad. Nos rodea la mirada del otro.
Somos un proyecto del otro. No hemos terminado nuestra aventura. No la terminaremos
mientras seamos objeto de la lectura, de la imaginación, acaso del deseo de los demás.
No moriremos -Quijote, Sancho- mientras exista un lector que abra nuestro libro.
Paso definitivo de la tradición oral a la tradición impresa, Don Quijote, culminando
prodigiosamente su novedad novelesca, es el primer personaje literario, también, que
entra a una imprenta para verse a sí mismo en proceso de producción. Ello ocurre,
naturalmente, en Barcelona.
El precio de esta aventura de Don Quijote, su pasaporte entre dos tiempos de la cultura,
es la inestabilidad. Inestabilidad de la memoria: Don Quijote surge de una oscura aldea,
tan oscura que su aún más oscuro -su incierto- autor, ni siquiera recuerda o no quiere
recordar, el nombre del lugar. Don Quijote inaugura la memoria moderna con la ironía
del olvido: todos sabían dónde estaba Troya y quién era Aquiles; nadie sabrá quién es K
el agrimensor de Kafka, o dónde está El Castillo, dónde está Praga, dónde está la
historia.
Inestabilidad, en segundo lugar, de la autoría: ¿quién es el autor del Quijote, un tal
Cervantes, más versado en desdichas que en versos, o un tal de Saavedra, evocado con
admiración por los hechos que cumplió, y todos por alcanzar la libertad; el historiador
arábigo Cide Hamete Benengeli, cuyos papeles son vertidos al castellano por un
anónimo traductor morisco, y que serán objeto de la versión apócrifa de Avellaneda?
¿Pierre Ménard, autor del Quijote? ¿Jorge Luis Borges, autor de Pierre Ménard y en
consecuencia ... ?
Inestabilidad del nombre, en tercer lugar. "Don Quijote" es sólo uno de los nombres de
Alonso Quijano, que quizás es Quixada o Quesada y que, apenas incursiona en el
género pastoril, se convierte en Quijotiz; apenas entra a la intriga de la corte de los
duques se convierte en el don Azote de la princesa Micomicona; cambian de nombre sus
amantes -Dulcinea es Aldonza-, sus yeguas -Rocín-antes-, sus enemigos -Mambrino se
convierte en Malandrino- y hasta sus infinitos autores: Benengeli se nos convierte en
Berenjena.
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Memoria inestable, autoría y nominación inestables; búsqueda, en consecuencia, del
género mismo, del visado que nos diga: soy literatura, soy novela. Pero esto tampoco
escapa a la inseguridad. Inaugurando la novela moderna, Cervantes nos dice: éste es el
género de todos los géneros y la contaminación de todos ellos, de todo cuanto esta
novela, Don Quijote, abarca: picaresca y épica, pastoril y amorosa, novela morisca y
novela bizantina, interpolada e interrumpida: indefinición de las categorías perfectas y
cerradas; conflicto y contagio perpetuo del lenguaje.
Radicalmente moderno, Cervantes nos dice desde el siglo XVII: recuerden, podemos
olvidar; miren, no sabemos quiénes somos; escuchen, ya no nos entendemos.
Si el tiempo de la Contrarreforma, que es el suyo, le pide unidad de lenguaje, Cervantes
le devuelve multiplicidad de lenguajes; si quiere fe, le devuelve dudas. Pero si la
modernidad exige, por su lado, la duda constante, Cervantes, más moderno que la
modernidad, le devuelve la fe en la justicia y el amor, y le exige el mínimo de unidad
que nos permita comprender la diversidad misma.
Cervantes nos dice que no hay presente vivo con un pasado muerto. Leyéndolo,
nosotros, hombres y mujeres de hoy, entendemos que creamos la historia y que es
nuestro deber mantenerla. Sin nuestra memoria, que es el verdadero nombre del
porvenir, no tenemos un presente vivo: un hoy y un aquí nuestro, donde el pasado y el
futuro, verdaderamente, encarnan.
Mirada extraordinaria del discípulo de Alcalá de Henares sobre su mundo y el nuestro;
la suya es la más ancha de las modernidades. Contratiempo, sí, y paradoja que acaso no
lo sea tanto: novela permanente, origen del género pero también destino del mismo, el
Quijote es nuestra novela y Cervantes es nuestro contemporáneo porque su estética de la
inestabilidad es la de nuestro propio mundo.
A las crisis de entonces y de ahora Cervantes les indica el camino de una apertura que
convierte a la inseguridad en el motivo de una creación constante. Cervantes inventa la
novela potencial, en conflicto y en diálogo consigo misma, que es hoy la novela de Italo
Calvino, de Milan Kundera y de Juan Goytisolo: la invitación quijotesca es la invitación
perpetua a salir de nosotros mismos y vernos -a nosotros y al mundo- como enigma,
pero también como posibilidad incumplida. La novela, para ganarse el derecho de
criticar al mundo, comienza por criticarse a sí misma: la interrogante de la obra produce
la obra.
Pero si la poética de La Mancha es la del mundo contemporáneo, también es la del
Nuevo Mundo americano. Desde la fundación, nosotros nos preguntamos, como el
lector de Cervantes, ¿quién es el autor del Nuevo Mundo? ¿Colón, que lo pisó primero,
o Vespucio, que primero lo nombró? ¿Los dioses que huyeron, o el Dios que llegó?
¿Los anónimos artesanos mestizos de nuestras iglesias barrocas, o la afamada poeta
barroca, obligada a guardar silencio por las autoridades?
¿Y dónde está el Mundo Nuevo? ¿En un lugar de Macondo, de cuyo nombre no quiero
acordarme? ¿En un lugar en Comala, en un lugar de Canaima, en las alturas de Macchu
Picchu? ¿Existen realmente esos lugares, son ciertos sus nombres? ¿Qué quiere decir
"América"? ¿A quién le pertenece ese nombre? ¿Qué quiere decir "el Nuevo Mundo"?
¿Cómo pudo transformarse la dulce Cuauhnáhuac azteca en la dura Cuernavaca
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española? ¿Cómo bautizar el río, la montaña, la selva, vistos por primera vez? Y sobre
todo, ¿cómo nombrar el vasto anonimato humano -indio y criollo, mestizo y negro- de
la cultura multirracial de las Américas?
Darle voz y nombre a quienes no los tienen: la aventura quijotesca aún no termina en el
Nuevo Mundo. Recordar que había una civilización del Nuevo Mundo antes de 1492 y
que aunque la conquista propuso una nueva historia, los conquistados no renunciaron a
la suya. El recuerdo ilumina el deseo, y ambos se reúnen en la imaginación: ¿quién es el
autor del Nuevo Mundo?
Somos todos nosotros: todos los que lo imaginamos incesantemente porque sabemos
que sin nuestra imaginación América -el nombre genérico de los mundos nuevosdejaría
de existir.
A partir de la imaginación los hispanoamericanos estamos intentando llenar todos los
abismos de nuestra historia con ideas y con actos, con palabras y con organización
mejores, a fin de crear, en el Nuevo Mundo hispánico, un mundo nuevo, una realidad
mejor, en contra del capricho del más fuerte, que se sustenta en la fatalidad; a favor del
diálogo y de la coexistencia, que se sustentan en la libertad, y otorgándole un valor
específico al arte de nombrar y al arte de dar voz. Escritores, somos también
ciudadanos, igualmente preocupados por el estado del arte y por el estado de la ciudad.
Portamos lo que somos en dirección de lo que queremos ser: voces en el coro de un
mundo nuevo en el que cada cultura haga escuchar su palabra.
La nuestra se dice (y a veces hasta seduce) en español y con ella queremos hablarle a un
planeta que no puede limitarse a dos opciones, dos sistemas, dos ideologías, sino que
pertenece a múltiples culturas humanas y a sus fecundas posibilidades, hasta ahora
apenas expresadas.
Sin embargo, la velocidad de los avances tecnológicos, la creciente interdependencia
económica y el carácter instantáneo de las comunicaciones, forman parte de una
dinámica global que no se detiene a preguntarle a nadie: oye, ¿ya decidiste cuál es tu
identidad?
1992 es quizás nuestra última oportunidad de decirnos a nosotros mismos: esto somos y
esto le daremos al mundo. Ejemplifico, no agoto: somos esta suma de experiencias, esta
capacidad para actualizar los valores del pasado a fin de que el porvenir no carezca de
ellos, este sentimiento trágico de que ninguna receta ideológica asegura la felicidad o
puede, por sí misma, impedir la infelicidad si no va acompañada de algo que nosotros,
los hispánicos, conocemos de sobra: el poder del arte para compensar y completar la
experiencia histórica, dándole sentido y convirtiendo la información en imaginación.
Es la lección de La Mancha: Cervantes. Es también la lección de Comala: Rulfo; y la de
Santa María: Onetti.
No estamos solos y nos encaminamos hacia el mundo del siglo venidero con ustedes,
los españoles, que son nuestra familia inmediata. Nos necesitamos. Pero, también, el
mundo del futuro necesita a España y a la América española. Nuestra contribución es
única; también es indispensable; no habrá concierto sin nosotros. Pero antes debe haber
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concierto entre nosotros. A España le concierne lo que ocurre en Hispanoamérica y en
Hispanoamérica nos concierne lo que ocurre en España. Sólo necesitándonos entre
nosotros, el mundo nos necesitará también. Sólo imaginándonos los unos a los otros, el
mundo nos imaginará.
La celebración del Quinto Centenario será, dentro de este espíritu, un acto renovado de
fe en la imaginación. Nos corresponde de nuevo, de ambos lados del Atlántico,
imaginar los mundos nuevos, pues no hay otra manera de descubrirlos.
Majestades,
Este honor excepcional con el que España distingue hoy a un ciudadano de México es
parte de una tradición constante, que nos precede y nos prolongará: la relación de los
escritores del Nuevo Mundo con la patria de Cervantes.
Quiero destacar un momento de esta relación, en el que España nos dio, a mí y a
muchos mexicanos, lo mejor de sí misma.
Mi país le abrió los brazos a la España peregrina que en México encontró refugio para
restañar las heridas de una guerra dolorosa. La emigración española compartió con
nosotros algunos de los frutos más brillantes del arte, de la poesía, de la música, de la
filosofía y del derecho modernos de España.
Muchos mexicanos somos los que somos, y sin duda somos un poco mejores, porque
nos acercamos a esos peregrinos y ellos nos ayudaron a ver mejor -Luis Buñuel-, a
pensar mejor -José Gaos-, a oír mejor -Adolfo Salazar-, a escribir mejor -Emilio Prados,
Luis Cernuda- y a concebir mejor la unión de la lengua y de la justicia, de las palabras y
los hechos.
A nadie le debo más en este sentido que a mi viejo maestro don Manuel Pedroso,
antiguo rector de la Universidad de Sevilla, que para mi generación en la Universidad
de México le dio identidad española al estudio del derecho internacional, actualizando
entre nosotros la tradición de Suárez y Vitoria, y preparándonos para decir y defender
en el continente americano los principios del derecho de gentes: no intervención,
autodeterminación, solución pacífica de controversias, convivencia de sistemas.
Estoy seguro de que a él le gustaría saber que lo recuerdo hoy, aquí, en otra gran
Universidad, la de Alcalá de Henares, y en presencia suya, señor, pues nadie, como
usted, ha hecho tanto para cerrar las heridas históricas y devolvernos, íntegra y
generosa, a nuestra España, y nadie, más que Su Majestad la Reina, ha estado tan atenta
al cultivo de la relación diaria, humana, gentílisima, entre nuestras dos patrias, España y
México.
Gracias, entonces, por darle a mi pasaporte mexicano y manchego el sello de vuestra
calidad espiritual.
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Ahora abro el pasaporte y leo:
Profesión: escritor, es decir, escudero de Don Quijote.
Y lengua: española, no lengua del imperio, sino lengua de la imaginación, del amor y de
la justicia; lengua de Cervantes, lengua de Quijote.
Muchas gracias.
Thursday, December 22, 2011
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