PARA BAJAR EL POEMARIO "HIJOS DE LA IRA"
Dámaso Alonso, es otro de los grandes poetas de la generación del 27. Quizá no tan celebrado como García Lorca, Rafael Alberti, Cernuda, etc. Alonso, antes y después de la Guerra Civil Española se mantuvo en SU PATRIA. A diferencia de la mayoría de poetas que conformaron la generación del 27 y que dejaron a España en la guerra civil, Alonso se mantuvo incólume, se mantuvo mirando los horrores de la guerra. Como fruto -y un fruto muy amargo -se encuentra el poemario Hijos de la Ira. Hijos de la Ira es quizá su mejor poemario por lo desgarrador, existencialista y sincero. Independientemente de cualquier connotación política Hijos de la Ira es un poemario de una gran tensión lírica como pocos he leído. Lastimosamente en la actualidad Alonso es poco conocido y poco editado sin embargo, se mantiene en un lugar preferencial dentro de las Letras Españolas.
Hijos de la ira (1944) supone la ruptura con todo lo anterior en su carrera. Es el principio de una poesía existencial, que le convirtió en el poeta más representativo de la posguerra. Abandonando cualquier atisbo de pretensión estética, Hijos de la ira trata de llegar al fondo de la persona, en un tono dramático a veces y a veces con un sentido satírico de la realidad. Según dijo el propio Alonso: ?hoy es sólo el hombre lo que me interesa? llegar a él [?] por caminos de belleza o a zarpazos?.
Sin embargo, la nueva etapa de la poesía de Dámaso Alonso no abandona por completo la estética del poema, sino que la transforma para dotar de mayor sentimiento a los poemas, en lo que se conoce como tremendismo: el uso de imágenes desgarradas y desagradables. Hijos de la ira supone, en definitiva, el amanecer de una nueva poesía que deja atrás las influencias esteticistas de la generación del 27 para centrarse en temas más humanos, tratados con una forma cuidada para no resultar estética en absoluto: La poesía de posguerra.
NOTA: Dámaso Alonso, es el sentado a la extrema derecha.
Premio Cervantes 1978
DÁMASO ALONSO
Escritor, poeta, crítico y filólogo español
(Madrid, 1989–1990)
Pasa su infancia en los montes de León y de
Ribadeo, de donde era originaria su familia. Estudia con los jesuitas de Madrid y, desde
muy pronto, se aficiona por la poesía; Bécquer le cautiva. Escribe sus primeros poemas
entre 1915 y 1916. Empieza a estudiar para ingeniero de caminos, pero un grave
problema de visión le obliga a abandonar los estudios e incluso la lectura.
Participa activamente en las actividades de la Residencia de Estudiantes, donde
conoce a García Lorca, Buñuel, Pepín Bello y Salvador Dalí. En 1917 conoce a Vicente
Aleixandre y ambos dan inicio a una larga amistad. Entre ese año y el siguiente –en tan
solo dos años-, obtiene como alumno libre la Licenciatura en Derecho. Descubre la
poesía de Juan Ramón Jiménez y de Antonio Machado, lecturas que lo impulsan a
matricularse en la Universidad de los Agustinos en El Escorial, en la Facultad de Filosofía
y Letras. Se forma también en el Centro de Estudios Históricos, dirigido por Ramón
Menéndez Pidal.
Publica, junto a Juan Chabás, costeado de su bolsillo, el primer libro de versos, Poemas
puros. Poemillas de la ciudad, de inspiración juanramoniana. La aventura le costó
quinientas pesetas. Sólo hubo un comprador que adquirió cincuenta ejemplares de
una vez para regalárselos a sus amigos. El resto de la edición se saldó en la Cuesta de
Moyano.
A principios de los años veinte, conoce a Rafael Alberti y a José Bergamín. Se va de
lector de español a la Universidad de Berlín. Más tarde es profesor en Cambridge,
donde conoce a Pedro Salinas. En esos años escribe los poemas de El viento y el verso
que le publicaría Juan Ramón Jiménez en la revista Sí. Regresa a Madrid en 1925 y
conoce a algunos jóvenes poetas: Gerardo Diego, Jorge Guillén, Lorca, Manuel
Altolaguirre y Prados, con los que se reúne en algún café o en el Retiro para hablar de
poesía. Con el seudónimo Alfonso Donado traduce Retrato del artista adolescente,
de James Joyce (1926).
Participa, en 1927, en el homenaje a Luis de Góngora y en las lecturas del Ateneo
Sevillano, dos de los actos generacionales más destacados. En Sevilla conoce a Luis
Cernuda. Tras doctorarse en la Universidad de Madrid, en 1928, con la tesis Evolución
de la sintaxis de Góngora, vuelve a la Universidad de Cambridge. Ese curso, y los
siguientes, enseña literatura en Inglaterra y en la Universidad de Stanford (California).
Imparte clases también en Nueva York en 1930. Ha enseñado también en las
universidades de Valencia, Barcelona y Leipzig. En 1940 ocupa la cátedra de Filología
Románica, en la Universidad de Madrid, que había ocupado Menéndez Pidal.
De su segunda etapa de poeta son sus libros más conocidos: Hijos de la ira (1944), una
visión desgarrada y sombría de la condición humana, patente por el clima de la
posguerra, y Oscura noticia, poesía existencial de preocupación religiosa y de
angustia ante la muerte.
Su labor filológica, fundamentalmente dentro del campo de la estilística, realizado
desde 1928, se puede ver en estudios como la edición crítica de las Soledades de Luis
de Góngora, (1927); La lengua poética de Góngora (1935) y La poesía de san Juan de
la Cruz (1942), que culminan con su libro de gran trascendencia Poesía española:
Ensayo de métodos y límites estilísticos (1950). A éste le siguen Poetas españoles
contemporáneos (1952); Estudios y ensayos gongorinos (1955) y De los siglos oscuros al
de Oro (1958). Su labor de erudición y exégesis abarca prácticamente toda la historia
de la literatura española, desde las jarchas hasta sus coetáneos.
Fundó la colección Biblioteca Románica Hispánica dentro de la Editorial Gredos y fue
director de la Revista de Filología Española. En 1968 es elegido director de la Real
Academia Española de la Lengua, cargo que desempeñó hasta 1982. Su amplísima
biblioteca especializada fue donada, a su muerte, a la Real Academia Española.
En 1972, la editorial Gredos inicia la edición de lo que serán los diez tomos de sus Obras
Completas. En 1978 le es concedido el Premio Cervantes de las Letras Españolas. En
1981, en Gozos de la vista se recogen poemas que sólo habían sido publicados en
revistas.
- 1 -DISCURSO EN LA ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES.
Lo primero que tengo que hacer es dar las gracias a los asistentes, presididos por el Jefe
de la nación, nuestro Rey. Enseguida, darlas a la Academia Salvadoreña de la Lengua,
que me eligió candidato al premio. Mi asombro fue enorme. Me interesa hacer constar
que la Real Academia Española había elegido -con gran gusto mío- como nuestro
candidato al premio a un ilustre literato hispanoamericano. Después el jurado elige el
que ha de ser premiado entre todos los candidatos propuestos por las Academias de
nuestra lengua. Muchas gracias también a él.
¿Y de qué os voy a hablar? Considero este acto -por lo que a mí toca- como una
expresión de última voluntad. Sesenta años dedicados a la enseñanza y defensa de la
lengua castellana me inclinan a dar aquí una especie de testamento-resumen de lo que
creo que es más necesario que un español conozca y rumie sobre los peligros y defensa
de la lengua que hablamos. No vais, pues, a oír nada nuevo ni divertido: es un extracto
de lo dicho ya por mí muchas veces durante muchos años.
El año pasado, el gran novelista cubano Alejo Carpentier hizo, en ocasión semejante, un
bello discurso sobre la literatura española y su influjo en el mundo. Parece acertado que
si el año 1978 el tema fue "literatura", en el 1979 sea lengua, nuestra lengua española.
Porque es que los dos temas se unen profundamente: nuestra lengua, la que hablamos a
diario con un valor práctico, es también el noble material de la literatura. Nobilísimo
material. Comparad las demás artes, qué deleznable, qué pobre el material de la pintura
y aun de la escultura; sólo el de la música adquiere quizá un cierto sentido, un valor más
alto por su calidad aérea. Pero la máxima riqueza y nobleza de la palabra es que en ella
el sonido o su imagen acústica a través de la representación gráfica, lleva en su interior,
como el hueso esencial de la fruta, el concepto.
Maravilla práctica, tesoro de la mina literaria nuestra lengua y todas las lenguas de
cultura.Todas en un nivel aproximadamente igual. Porque la nuestra, el español, es, sin
duda, superior en algunos aspectos, por ejemplo, al francés o al inglés; pero en otros es
evidentemente inferior a esas mismas lenguas. El orgullo de nuestra lengua tiene que ser
sólo una parte de un entusiasmo general que todos los hombres del mundo debemos
sentir: la exaltación del don divino de la palabra humana.
A tal gozo corresponde un deber: el de la conservación y defensa de ese tesoro. Ha sido
entendido de muy diferentes maneras en los diversos tiempos y lugares. Las mutaciones
políticas han traído muchas veces como consecuencia que, por ejemplo, en los Estados
totalitarios se haya querido imponer una defensa del idioma tajante, rigurosa (¡sobre
todo, nada de extranjerismos!): es una política que a la postre ha fracasado siempre y
aun ha producido violentas reacciones. Gran equivocación es ignorar que en la vida de
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1978
Discurso de DÁMASO ALONSO
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las lenguas hay dos elementos esenciales y contrapuestos: La "tradición" y la
"innovación". Los dos son necesarios. La "innovación" sólo deja de existir en lenguas
como el latín y el griego, es decir, lenguas muertas. Toda defensa de una lengua (me
refiero, claro está, a las de cultura) tendrá que ser amplia comprensión, liberal, atenta a
la evolución de una realidad idiomática, procurando conducirla, buscarle cauces
razonables y sin querer oponerse frontalmente a ella, que sería tanto como querer atajar
un poderoso río.
Ocurre que la defensa de la lengua española ofrece dificultades muy especiales y
sumamente grandes. No me refiero a las internas españolas que presentan esos
bilingüismos que van ahora a prevalecer en diferentes partes de España: estos problemas
quedan absolutamente fuera de lo que quiero decir hoy. El tema es mucho más amplio
y, a la larga, mucho más importante.
La defensa de nuestra lengua tropieza en el escollo de ser instrumento de veinte países,
incluida España (dejo fuera Filipinas porque su caso es muy distinto, y en él, creo, no
hay nada que hacer).
En el siglo XIX era idea general la de que los españoles éramos "los amos" de nuestra
lengua. En este momento del siglo XX en que vivimos quizá esa idea ya no sea tan
general, pero me parece que quedan muchos rastros de ella. Quitar esa idea o los
muchos restos de ella de la cabeza de los españoles ha sido empeño mío a lo largo de
los tantos años de mi vida adulta. Hace algunos años publiqué un artículo cuyo título era
precisamente: "Los españoles no somos los amos de nuestra lengua".
No lo somos. Los amos de nuestra lengua formamos una inmensa multitud de varios
cientos de millones de hombres que hablamos español; todos somos los amos
conjuntamente; pero, por ser los amos de nuestra lengua, todos tenemos ineludibles
deberes para con ella, especialmente los millones y millones de hispanohablantes que
hemos pasado por una educación de cultura.
¡Qué pequeña parte de ese conjunto formamos los españoles! ¡Qué grande es el
aumento demográfico de los países hispanoamericanos comparado con el nuestro!
Tomemos, como ejemplo, uno: México. Hace treinta años México era una nación de
menos habitantes que España. Pues bien, España parece que está en el día de hoy
próxima a los treinta y siete millones de habitantes, y México hace ya un año que
contaba con sesenta y cuatro millones y medio, cifra que en un año habrá crecido aún
bastante. En treinta años México, que tenía menos habitantes que España, ha pasado a
tener cerca del doble y a ser el país más poblado de todos los hispanohablantes.
Es muy difícil calcular la cifra aproximada de hablantes de español. Tomando los datos
de los Statistical Papers de las Naciones Unidas, del 1 de abril de 1978, hallo que el
número de habitantes de los veinte países hispanohablantes era de casi 250 millones.
Hoy es seguro que pasará bastante de ellos. Pero en muchos de esos países hay indios
que no hablan español. Pero hay, por otra parte, muchos millones de hispanohablantes
que viven permanentemente fuera de sus países de origen. Sólo en los Estados Unidos
se asegura que viven más de veinte millones de habla española. En resumen: la cifra de
más de 250 millones puede tomarse como cálculo aproximado de los hispanohablantes
que hay en el mundo. ¿Qué representa frente a ese conjunto el número de españoles?
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Casi, casi, sólo la séptima parte. Dicho de otro modo: por cada español vivo existen en
el mundo otros seis hombres cuya lengua es la misma nuestra.
Esa enorme masa de humanidad, dividida entre veinte países, bien aislados, bien
capsulados intelectualmente muchos de ellos, algunos con pujantes literaturas, con
climas distintos, con costumbres diferentes, es evidente que ofrece graves dificultades
para la defensa y la conservación de la lengua que todos ellos hablan. Un país con
cultura propia creciente, con peculiaridades también de clima, suelo y costumbres,
tiende insensiblemente a dar rasgos peculiares a la lengua que habla. Es decir, el
español, hablado en veinte países, tiene un indudable peligro de tendencia a la
fragmentación. No digo de fragmentación total, que no creo ocurra salvo en miles de
años, en lo que he llamado varias veces posthistoria, es decir, época tan alejada de
nuestra vida y cultura en el futuro, como la prehistoria lo es en el pasado.
La primera vez que tuve noticia de este peligro se me quedó grabado para siempre: era
yo un niño de unos diez años. Acompañaba a Madrid a un pariente mío uruguayo (en
Uruguay y Argentina tengo cientos de ellos); con él, claro está, me entendía
perfectamente, como si hablara con un español. Entre sus varias compras, un día de
comercio pidió "medias". Mi pariente era soltero, pero no llegué a maliciarme por su
petición. En seguida le trajeron cajas de medias de señora. "Son "medias" para hombre,
claro, lo que quiero", dijo él. Desconcierto entre los dependientes. Por fin uno se da una
palmada en la frente, y le trae medias para futbolistas. "No es esto, no es esto", dice mi
pariente; y, en fin, se levanta el pantalón y enseña sus calcetines. Ah!, eran calcetines lo
que quería.
Los núcleos nacionales tienden a modificar cada uno peculiarmente muchos elementos
distintos de los que constituyen el lenguaje, la pronunciación (y con ella la entonación),
el léxico, las frases hechas, los refranes, la morfología, la sintaxis. Todos estos rasgos de
tipo diferente pueden llegar a trabarse o combinarse los unos con los otros, a formar así
una red que, si se espesa, puede constituir un complejo de muchas cosas hasta dificultar
la clara comprensión de la lengua entre hispanohablantes de países distintos. El último
límite de ese proceso sería la fragmentación total, a la que ya he dicho que no creo que
de ningún modo se llegue sino en alejados milenios. Contra esa catástrofe trabajan las
lecturas, la radio, los viajes, etc., todo ello en aumento con el crecimiento de la cultura.
Todos los que usamos nuestra lengua estamos obligados (los cultos especialmente) a
que entre nuestros veinte países se conserve la perfecta nitidez, la claridad total que aún
tiene hoy a pesar de las diferencias aisladas de fonética, léxico, etc. Tenemos todos que
defender la unidad del español, ¿Cómo? ¿La unidad total? No. Hay que respetar las
variaciones nacionales ya existentes, sean argentinas, españolas, mexicanos, etc.,
existan donde existan en el conjunto hispánico. Hay que respetarlas tal como las
practican los hablantes cultos de cualquiera de los países de nuestra lengua. Quiere esto
decir que en todas partes conviene fomentar la cultura para impedir avances del
vulgarismo destructor. Es, por tanto, no una unidad total, sino la unidad básica, el modo
de hablar de los hombres cultos actualmente en cualquier país de nuestra lengua.
No tenemos tiempo para traer como ejemplo casos particulares de fonología, léxico,
sintaxis, etc.Voy a elegir sólo dos: uno que afecta a los pronombres personales y a otros
elementos del idioma, y otro que se refiere especialmente al léxico.
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El primero es el tratamiento de vos en vez de tú, que es característico de Argentina y
Uruguay y de una zona amplia de la América Central; existe también, diseminado junto
al predominante tú, en un moteado de diferentes tipos, por ejemplo, en Colombia. Este
uso de vos es sumamente perturbador, mezcla formas correspondientes a vos con otras
procedentes de la declinación de tú (sentate, lleva la forma verbal del tratamiento vos -
sentaos- con la forma pronominal de la declinación de tú, forma normal, síéntate). Este
caso del voseo -o tratamiento devos en vez de tú- ha originado discusiones entre
dramáticos; ha habido algunos, hasta argentinos, que han opinado que tal uso de vos
debía desterrarse y sustituirse por el tuteo normal. Yo he defendido repetidas veces el
uso argentino de vos; es, allí, el modo de hablar de la familia, de la amistad, del amor;
está cargado de afectividad, y es, por eso, sagrado; no hay que tocarlo; convendría sólo
que los filólogos argentinos y de los otros países donde se usa, respetuosamente lo
vigilaran.
Antes hemos tocado la cuestión de la afectividad y su importancia lingüística.
Considerémoslo con relación al léxico.
Nadie puede tachar de ilegítimos los mil nombres distintos que plantas, animales,
características del suelo y del clima, etcétera, tienen en los diversos países de nuestra
habla; a veces proceden de los tiempos prehispánicos, otras fueron importados de
España, en muchas ocasiones con error (a animales, por ejemplo, a los que se les
encontró algún parecido con otros españoles, se les dio el nombre de estos últimos).
A veces el carácter o las maneras peculiares de una persona hicieron que se le designara
humorísticamente en sitios distintos con nombres diferentes. Esas voces todas tienen
carácter afectivo (una patriótica ligazón con la tierra de uno, o chistes metafóricos en la
designación de una persona, etc.).
Pero hay otro modo de afectividad de carácter contrario, que produce un gran daño en la
unidad fundamental del léxico: me refiero a palabras soeces o sexuales. Estas palabras
producen dos clases de afectividad: burlona o chancera o amistosa, en quien las usa; y,
por el contrario, repelente en determinadas personas obligadas a oírlas y que no las
emplearían nunca. Los españoles en América cometemos a veces pifias sociales.
Recordaré sólo algunas con las que yo he metido alguna vez la pata: todos sabemos el
valor de coger en la Argentina; pico, es impronunciable en Chile; Cbile lo es en Puerto
Rico, etc. Por el contrario, voces españolas se desexualizan en alguna parte de América.
En Chile, un coño no quiere decir más que "un español". Cuando estuve en Santiago
había una tienda que se llamaba El Coñito, es decir, como si se llamara El Españolito.
En Buenos Aires había otra que se llamaba Los Cabritos.
Esta cuestión de las palabras sexualizadas la creo muy importante por la destrucción y
diferenciación del léxico que origina. Además son, como he dicho, voces efectivas. La
cuestión, pues, no tiene, creo, remedio.
Miremos ahora, brevísimamente, a las voces no efectivas.
Aquí sí que podría lograrse una casi perfecta unidad del léxico español. Carecen en
absoluto de afectividad todos los nombres que designan aparatos o cosas inventadas,
todas las novedades de la técnica moderna. Aquí sí que, si nos pusiéramos de acuerdo
todos estos países que hablamos la misma lengua, podría evitarse la diversificación del
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léxico. Por desgracia, no ha ocurrido así. Casi siempre el instinto comercial se adelanta
y se crean galicismos o anglicismos, según que el nuevo objeto venga de Francia o de
los Estados Unidos. Como ejemplo de diversificación he lamentado muchas veces que
este modesto invento de la técnica moderna que llamamos bolígrafo tenga hasta unos
diez nombres diferentes en la América hispanohablante.
He aquí, pues, en el léxico no afectivo, un terreno en el que todos podríamos trabajar de
consumo para evitar la incómoda diversificación del léxico de nuestra lengua. ¿Y quién,
qué entidad podría encargarse de impedir estos y otros desajustes también evitables?
En cada uno de los veinte países de nuestro conjunto idiomático funciona una Academia
de la Lengua. Todas ellas están en la más cordial relación. Entre todas forman una
Asociación de Academias de la Lengua, unida por un convenio multilateral sancionado
por casi todos los Estados donde se habla español.
Esta Asociación se reúne cada cuatro o cinco años en un Congreso. Estos Congresos, y
no ninguna de las Academias por sí sola, la Española tampoco, es el verdadero
legislador de nuestra lengua. En ellos se deciden las normas del buen hablar de los
veinte países. Entre Congreso y Congreso funciona una Comisión encargada de cumplir
las disposiciones del último Congreso y de preparar el próximo. Las Academias
podrían, por ejemplo, por medio de los Congresos y de la Comisión Permanente, evitar
las diversificaciones del nuevo léxico, y otras muchas diferenciaciones contrarias a la
unidad, que serían esquivables. También podrían acordar voces que evitaran el uso de
extranjerismos. No soy opuesto a rajatabla al extranjerismo. Creo que sólo puede ser
admisible con tres condiciones: primera, que resulte, al parecer, imposible que se
encuentre una voz castiza que exprese lo mismo; segunda, que sea pronunciable por una
garganta hispánica o que se la pueda adaptar para que lo sea; tercera, que los veinte
países adopten el mismo extranjerismo.
No cabe duda de que la Asociación de Academias y sus Congresos y su Comisión
Permanente están bien estructurados. Pero la ejecución de las medidas para evitar la
diversificación idiomática que he apuntado y otras muchas posibles, ofrece, por
desgracia, resultados pobres y tardíos, y muchas veces ni se intentan. ¿Cuál es la causa
de estos desaciertos?Hay bastantes de las Academias de la Asociación que no trabajan o
apenas: unas, por un concepto anticuado de lo que debe ser hoy una Academia de la
Lengua (se cree que es un puesto de honor y no de trabajo); otras, por falta de medios
económicos; alguna, por motivos políticos. Todo esto sería remediable.No voy a
exponer aquí cómo lo más importante es la vivificación de las Academias, de todas las
Academias de nuestra lengua. La Española, desde hace diez años, está trabajando con
una gran intensidad; entre sesiones plenarias y comisiones con temas especiales, con
una intensidad mayor que ninguna. Hay unas cuantas americanas (pondré como modelo
la de Colombia) que también arriman el hombro como es debido. Pero es necesario
vivificarías todas, que los Estados las ayuden económicamente. Que cunda el
entusiasmo por la lengua en ellas y en los pueblos a que pertenecen.
Tenemos que trabajar todos por la unidad básica de nuestra lengua en el mundo.
Tenemos que trabajar por la lengua. No movidos por un sentimiento nacionalista. Es un
sentimiento de hermandad de veinte países. Nada de nacionalismos aisladores.
Trabajaremos por nuestra lengua con un sentimiento de veneración y respeto como el
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que suele existir alrededor de un niño al que le espera un gran destino. El destino de
nuestra lengua es el de ser vínculo de hermandad, de paz y de cultura entre los cientos y
cientos de millones de seres que, en proporción siempre creciente, la han de hablar en el
siglo XXI y en los siglos y siglos de un larguísimo porvenir.
POEMAS.
INSOMNIO
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?
EN LA SOMBRA
Sí: tú me buscas.
A veces en la noche yo te siento a mi lado,
que me acechas,
que me quieres palpar,
y el alma se me agita con el terror y el sueño,
como una cabritilla, amarrada a una estaca,
que ha sentido la onda sigilosa del tigre
y el fallido zarpazo que no incendió la carne,
que se extinguió en el aire oscuro.
Sí: tú me buscas.
Tú me oteas, escucho tu jadear caliente,
tu revolver de bestia que se hiere en los troncos,
siento en la sombra
tu inmensa mole blanca, sin ojos, que voltea
igual que un iceberg que sin rumor se invierte en el
agua salobre.
Sí: me buscas.
Torpemente, furiosamente lleno de amor que buscas.
No me digas que no. No, no me digas
que soy náufrago solo
como esos que de súbito han visto las tinieblas
rasgadas por la brasa de luz de un gran navío,
y el corazón les puja de gozo y de esperanza.
Pero el resuello enorme
pasó, rozó lentísimo, y se alejó en la noche,
indiferente y sordo.
Dime, di que me buscas.
Tengo miedo de ser náufrago solitario,
miedo de que me ignores
como al náufrago ignoran los vientos que le baten,
las nebulosas últimas, que, sin ver, le contemplan
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