Premio Cervantes 1980
JUAN CARLOS ONETTI
Novelista, poeta y ensayista uruguayo
(Montevideo, 1909– Madrid, 1994)
Muy joven, recién casado, se traslada a
Buenos Aires, donde vive de diferentes empleos y empieza a hacer crítica de cine
para la revista Crítica. De regreso en Montevideo, es nombrado secretario de
redacción del importante semanario Marcha, fundado en 1939, y publica su primera
novela, El pozo. Nuevamente en Buenos Aires, en 1941, colabora en diferentes
periódicos y revistas con artículos y relatos, y publica las novelas Tierra de nadie (1941),
Para esta noche (1943), La vida breve (1950), considerada por él mismo como su mejor
novela, y Los adioses (1954).
Reinstalado definitivamente en Montevideo, en 1955, colabora en la revista Acción.
Numerosas revistas uruguayas y argentinas dan a conocer relatos suyos. En los años
siguientes aparecen, una tras otra, sus obras de madurez: Para una tumba sin nombre,
titulada originalmente Una tumba sin nombre (1959), La cara de la desgracia (1960), El
astillero, otra de sus obras maestras (1961), El infierno tan temido y otros cuentos (1962),
Juntacadáveres, que es como el antecedente de El astillero pues ambas comparten
el mismo protagonista: Larsen (1962), La muerte y la niña (1973), Tan triste como ella,
relatos (1963), Tiempo de abrazar, viejo volumen cuyo original se había perdido en
1941 (1974).
Para entonces, la obra de Juan Carlos Onetti ha sido ampliamente reconocida. En
1962 recibe el Premio Nacional de Literatura de Uruguay; la editorial Aguilar publica en
México, en 1970, sus Obras Completas con prólogo de Emir Rodríguez Monegal y,
desde 1957, es director de Bibliotecas de Montevideo. Sus obras han empezado a
traducirse a otras lenguas, principalmente francés e italiano.
En1967, gana el segundo lugar del premio Rómulo Gallegos de Venezuela y el
triunfador, Mario Vargas Llosa, reclama para Onetti "el reconocimiento que se
merece". En 1972 se traduce al italiano El Astillero, que tres años después obtendrá el
primer premio a la mejor novela latinoamericana publicada en esa lengua. En 1974, el
Instituto de Cultura Hispánica de Madrid edita un número especial de la revista
Cuadernos Hispanoamericanos en su homenaje.
La dictadura instalada en Uruguay, en 1975, encarcela al escritor. Habiendo logrado
exiliarse, Onetti se instala en Madrid hasta el fin de sus días. Después de un periodo de
esterilidad, vuelve a publicar narrativa y ensayo: Dejemos hablar al viento (1979),
Cuando entonces (1987), Cuando ya no importe (1993). En 1979 preside el Primer
Congreso Internacional de Escritores de Lengua Española en Las Palmas de Gran
Canaria.
En 1985, recibe el Gran Premio Nacional de Literatura de Uruguay y, en 1990, el Premio
de la Unión Latina de Literatura. Los últimos cinco años no se levanta prácticamente
nunca de la cama y, en 1994, muere en Madrid. Un mes antes, la Facultad de
Humanidades y Ciencias organiza las Primeras Jornadas Rioplatenses de Literatura, de
homenaje al escritor. Onetti se había casado cuatro veces, las dos primeras
sucesivamente con dos hermanas que eran primas suyas. Tuvo un hijo y una hija.
Onetti ha traducido también novelas de Faulkner y otros novelistas norteamericanos,
como Erskine Caldwell y Paul Wellman. Otros libros suyos de relatos son La casa en la
arena y Un sueño realizado y otros cuentos.
La narrativa de Onetti es generalmente escéptica y a veces amarga, de un realismo
estilizado e incisivo que le sirve para describir sin sentimentalismo la vida moderna. A
partir del relato “La casa en la arena” y la novela La vida breve, crea una ciudad
imaginaria, Santa María, versión literaria de Montevideo, donde suceden muchos de
sus argumentos y reaparecen personajes de un relato a otro.
Segunda nota biográfica.
Juan Carlos Onetti (Montevideo, 1 de julio de 1909 - Madrid, 30 de mayo de 1994) fue un reconocido escritor uruguayo. La primera obra que publicó fue el cuento Avenida de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo el 1 de enero de 1933 en La Prensa (Argentina). Luego, en 1935 y 1936, en La Nación de Buenos Aires aparecen otros dos cuentos El obstáculo y El posible Baldi. De aquella época son el relato Los niños en el bosque y la novela Tiempo de abrazar, que no serán publicados hasta 1974. En 1939 ve la luz su primera novela El pozo. En esos años publica artículos y cuentos policiales con los seudónimos de Periquito el Aguador, Groucho Marx y Pierre Regy. La novela Tierra de nadie, publicada por Losada, de Buenos Aires, en 1941, obtiene el segundo puesto en el concurso Ricardo Güiraldes. Ese mismo año La Nación publica Un sueño realizado, considerado su primer cuento importante. En los próximos años verán la luz la novela Para esta noche y una serie de cuentos en La Nación, entre los que se destaca La casa en la arena (1949), por ser el que da comienzo al mundo de su ciudad de Santa María, que desarrollará en la novela La vida breve, publicada en 1950. Precisamente en esa ciudad mítica transcurrirá la acción de la gran mayoría de sus nuevas novelas y cuentos. En 1993 publicó la que fue su última novela, Cuando ya no importe, considerada una especie de testamento literario. La escritora uruguaya Cristina Peri Rossi, considera que Onetti es `uno de los pocos existencialistas en lengua castellana`. Mario Vargas Llosa, quien preparó un ensayo sobre Onetti, dijo en una entrevista a la agencia AFP en mayo de 2008 que `es uno de los grandes escritores modernos`, y no sólo de América Latina. `No ha obtenido el reconocimiento que merece como uno de los autores más originales y personales, que introdujo sobre todo la modernidad en el mundo de la literatura narrativa`. `Su mundo es un mundo más bien pesimista, cargado de negatividad, eso hace que no llegue a un público muy vasto`, con anterioridad Vargas Llosa había comentado que Onetti `es un escritor enormemente original, coherente, su mundo es un universo de un pesimismo que supera gracias a la literatura`. La obra literaria de Onetti, fuera de su poderosa originalidad, debe mucho a dos raíces distintas: la primera, su admiración por la obra de William Faulkner, como él, crea un mundo autónomo, cuyo centro es la inexistente ciudad de Santa María. La segunda es el Existencialismo: una angustia profunda se encuentra enterrada en cada uno de sus escritos, siempre íntimos y desesperanzados. Su primera novela, El pozo, de 1939, es considerada la primera novela moderna de Sudamérica, el ciclo de Santa María empieza en 1950, cuando aparece La vida breve. Juan Carlos Onetti recibió numerosos premios a lo largo de su vida, entre los que destacan el Premio Nacional de Literatura de Uruguay (lo recibe en 1962 por el bienio 1959/1960), el Premio Cervantes (1980), el Gran Premio Nacional de Literatura de Uruguay 1985, el Premio de la Unión Latina de Literatura 1990 y el Gran Premio Rodó a la labor intelectual, de la Intendencia Municipal de Montevideo (1991). En 1972 fue elegido como el mejor narrador uruguayo de los últimos 50 años en una encuesta realizada por el semanario Marcha, en la que participaron escritores de distintas generaciones.
Fuente:N.N.
DISCURSO EN LA ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES.
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Majestades, excelentísimos señores académicos, dignísimas autoridades, señoras y
señores:
Yo nunca he sabido hablar ni bien ni regular. La elocuencia, atributo muy hispánico, me
ha sido vedada. Hablo mal en privado, por eso hablo poco en las pequeñas reuniones de
amigos, y hablo peor en público, por lo cual sería mejor para ustedes que no les dijera
nada. Me resistí siempre a ofrecimientos, insistencias e incredulidades, sin saber que
una fatalidad inexorable me obligaría a hablar públicamente, por primera vez, en
España. Para desilusión de mis oyentes, muchos de ellos magistrales conversadores, mi
torpeza oratoria se vio penosamente confirmada.
Hoy, sin embargo, me presento ante ustedes con temerosa alegría porque, por una única
vez, estoy dispuesto a hablar, no sólo porque debo, sino porque quiero hacerlo. Porque
quiero manifestar de viva voz -o con una voz más o menos viva- la profundidad de mi
gratitud a España.
El viejo Heráclito el Oscuro dejó escritas estas sibilinas palabras: "Si no esperas, no te
sobrevendrá lo inesperado". He descubierto que, sin darme cuenta, hubo algo que esperé
a lo largo de mi vida, y que, inesperadamente, me ha sobrevenido en España. No me
refiero al Premio Cervantes en sí, ni a eso que llaman fama o gloria, sino a una forma de
humanidad, de amistad, de cordialidad, de entendimiento que he encontrado aquí, y que
dudo se prodigue en otra región de la tierra con tanta generosidad como en ésta. Digo
estas palabras no sólo pensando en mí, sino en miles de hijos de América que han
hallado su nueva patria en la patria de Cervantes.
Que un hombre, a mi edad, se vea rodeado de pronto, sin merecerlas, por tantas formas
de amor y de la comprensión, ya es, en sí mismo, uno de los mejores dones que el
destino puede depararle, un regalo de los dioses, algo que, por desgracia, sucede muy
pocas veces. En mi caso particular tengo más motivos que la mayoría por estar
agradecido: llegué a España con la convicción de que lo había perdido todo, de que sólo
había cosas que dejaba atrás y nada que me pudiera aguardar en el futuro. De hecho, ya
no me interesaba mi vida como escritor. Sin embargo, aquí estoy, unos cuantos años
después, sobrevivido. Esta sobrevida es lo primero que debo a los españoles. Estos años
de regalo, en los cuales he vuelto a escribir con ganas, después de mucho tiempo de no
hacerlo. He creído, gracias a esta tierra generosa, que todavía tenía algo que decir, un
penúltimo grano de arena.
Ya que hablamos de primicias españolas, con relación siempre a mi persona, es
conveniente que se sepa que el jurado del Premio Cervantes ha tenido en esta ocasión la
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1980
Discurso de JUAN CARLOS ONETI
- 2 -
quijotesca ocurrencia de otorgar esa gran distinción a alguien que desde su juventud
estaba acostumbrado a ser un perdedor sistemático, a un permanente segundón que
hasta entonces sólo había pagado a "placé" -o a colocado, como se dice en España- y
que no tenía ninguna victoria en su palmarés. No dejo de pensar, a veces, en la irónica y
compasiva justicia -o injusticia- de este, para mí, sorprendente fallo con que me han
beneficiado. Cervantinos siempre, quijotescos, los miembros del jurado transformaron
el pasado molino de viento de mis novelas en un soberbio gigante Briareo de cien
brazos.
He leído a Cervantes, y en particular al Quijote, incontables veces. Era un niño cuando
lo descubrí, y espero volver a leerlo una vez más, por lo menos, antes de morirme. Lo
que nunca pude imaginar, ni siquiera en los momentos más delirantes de mi existencia,
es que mi nombre llegara a estar unido al suyo. Hoy, por méritos que otros me han
exagerado, lo está. Les agradezco su delirio, superior al mío. Para mí, de todos modos,
no puede haber mayor motivo de emoción y de orgullo. Para mí y para todo novelista
auténtico.
He dicho que soy desde la infancia un inveterado y ferviente lector de Cervantes. Todos
los novelistas, sea cual sea el idioma en que escribamos, somos deudores de aquel
hombre desdichado y de su mejor novela, que es la primera y también la mejor novela
que se ha escrito. Una novela en la que todos hemos entrado a saco, durante siglos, y
que, a pesar de nosotros y de tan repetida depredación, se mantiene, como el primer día,
intocada, misteriosa, transparente y pura.
A pesar de que hay en este recinto muchas personas más cultas y talentosas que yo, y a
pesar de provenir, como provengo, de un lejano suburbio de la lengua española, me
atreveré a dar una tímida opinión personal sobre uno de los incontables valores de la
obra de Cervantes y, en especial, del Quijote.
El planteamiento del libro, su esencial libertad creativa e imaginativa marcan la pauta,
conquistan el terreno sin límites en el que germinará y se desarrollará toda la novelística
posterior. El maravilloso entramado de la más cruda realidad y la fantasía más exaltada,
la magia prodigiosa de dar vida permanente a todo lo que su mano, como al descuido,
va tocando, son virtudes que ya han sido, y siempre serán, alabadas, aplaudidas y
comentadas.
Yo no voy a referirme en este caso a la estética, a la técnica narrativa ni a la creación
novelística de Cervantes, sino a otro sustantivo, tan inmediato siempre a la verdadera
poesía y que yo he mencionado al pasar: la libertad. Porque el Quijote es, entre otras
cosas, un ejemplo supremo de libertad y de ansia de libertad.
Mi entrañable amigo, el gran poeta Luis Rosales, tuvo el acierto de titular a uno de sus
libros exactamente así: Cervantes y la libertad. Un enorme acierto, una enorme verdad.
Porque la libertad ha sido siempre una principal preocupación, y también una causa
principal, para todos los hombres sensibles e inteligentes.
Esta libertad que hoy respiramos, sencillamente, sin esfuerzo, como sin darnos cuenta.
Esta libertad que a muchos parece trivial, aburrida, insignificante. Yo, que he conocido
la libertad, y también su escasez y su ausencia, puedo pedir que siga siendo siempre así.
- 3 -
Un aire habitual, sin perfumes exóticos, que se respira junto con el oxigeno, sin
pensarlo, pero conscientes de que existe.
Amparándome en esta comprensión, en este sentido del humor (que no es un invento
exclusivamente británico, sino también y principalmente español), protegido de esta
forma, me permito declarar que yo, si tuviera el poder suficiente, que nunca tendré,
hacia un solo cercenamiento a la libertad individual: decretaría, universalmente, la
lectura obligatoria del Quijote.
Dijo Flaubert, quizá con excesiva ingenuidad, que si los gobernantes de su tiempo
hubieran leído La educación sentimental, la guerra franco-prusiana jamás se habría
producido. Por mi parte les pediría que leyeran a Cervantes, al Quijote. Confío en que si
lo hicieran, nuestro mundo sería un poco mejor, menos ciego y menos egoísta.
Esta Libertad que yo le debo a España se la debo también, como todos los españoles y
no españoles que vivimos sobre este suelo, principalmente a su Rey. Yo, que sufrí
amargamente años atrás la derrota de un gobierno legítimo español, y que he sido toda
la vida un demócrata convencido, nunca imaginé que me llegaría el día de hacer un
elogio público y sincero a un Rey, a un monarca en cuanto tal, es decir: por el hecho
mismo de ejercer la jefatura del Estado. Hoy lo hago fervorosamente, y querría que
todas las repúblicas de América se enteraran de ello.
El fantasma de aquel manco desvalido, preso por deudas, vigila y sabe que no miento,
que he dicho la verdad, honestamente.
Pido permiso a los señores académicos para citar una vieja frase latina: "Ubi Libertas lbi
Patri".
Gracias, Majestad; gracias, España.
Thursday, January 19, 2012
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