INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA
EXISTENCIALISTA EN LA OBRA DE ERNESTO SÁBATOÓSCAR BARRERO PÉREZ
Universidad Autónoma de Madrid
RESUMEN
La literatura de Ernesto Sábato parte de una cosmovisión existencialista que
incorpora como elemento fundamental la reflexión sobre la soledad y la incomunicación
del hombre. Entre su primera novela, El túnel, y la última, Abaddón el exterminador, se
advierte una evolución en el tratamiento del tema, evolución que ya es posible detectar en
libros intermedios como Sobre héroes y tumbas. El nihilismo característico de la
posguerra mundial (El túnel, 1948) dio paso a esa "metafísica de la esperanza" concretada
en 1961 (Sobre héroes y tumbas) e intelectualizada en 1974 (Abaddón el exterminador).
El marco de inquietudes en el que se mueven los personajes de Sábato es en el fondo
idéntico, pero el análisis de ese cuarto de siglo de historia individual (la de un creador que
concibe la novela como forma de indagación metafísica profunda) y también colectiva (la
de una sociedad cuyas preocupaciones experimentan unos cambios a los que el escritor no
puede permanecer ajeno), desvela a los ojos del lector la modificación del planteamiento
de Sábato por lo que se refiere a la soledad y la incomunicación: no hay salida en El túnel,
se habla de esperanza en Sobre héroes y, finalmente, se acepta al otro en Abaddón, casi
seguro punto final de un ciclo novelístico tan desasosegador como lúcido.
PALABRAS CLAVE
Ernesto Sábato. Literatura hispanoamericana. Novela. Existencialismo. Soledad.
Incomunicación.
ABSTRACT
Ernesto Sábato 's literature is born from an existentialist perspective that incorporáis
as basic element the reflection about the man's solitude and incommunication. An
evolution in the treatment of the subject is perceptible between his first novel, El túnel,
and the last, Abaddón el exterminador, including intermediate books as Sobre héroes y
tumbas. The nihilism of the postwar (El túnel, 1948) preceded to that "metafísica de la
esperanza" concreted in 1961 (Sobre héroes y tumbas), and intellectualized in 1974
(Abaddón el exterminador). The frame of preoccupations in Sábato's personages is
identic, but the analysis of those twenty five years of individual history and, too,
collective, shows the change in the writer's conception about the solitude and the
incommunication.
KEY WORDS
Ernesto Sábato. Spanish American Literature. Narrative. Existentialism. Loneliness.
Solitude. Incommunication.
CAUCE 14-15 (1992) 275-296 275
ÓSCAR BARRERO PÉREZ
Todos los hombres, en algún momento de su vida, se
sienten solos; y más: todos los hombres están solos. Vivir
es separarnos del que fuimos para internarnos en el que
vamos a ser, futuro extraño siempre. La soledad es el
fondo último de la condición humana (Octavio Paz, El
laberinto de la soledad).
I
Han pasado ya más de tres lustros desde la fecha en que Abaddón el
exterminador puso punto final a la aventura narrativa de Ernesto Sábato, uno de
los escritores de nuestro siglo en los que se ejemplifica con mayor rigor la
cualidad que la literatura puede adquirir como medio transmisor de las
inquietudes existenciales y las angustias psicológicas de todo hombre dispuesto a
reflexionar sobre su responsabilidad de existente en el mundo.
Cuando llegó al lector su primera novela, El túnel, la recepción quedó
condicionada por la proximidad cronológica de una guerra mundial convertida en
caldo de cultivo idóneo para la proliferación de un pensamiento existencialista
basado en la idea del absurdo y la nada de una vida condenada a la frustración
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RÉSUMÉ
La littérature de Ernesto Sàbato part d'une vision existentialiste qui incorpore
comme élément fondamental la réflexion sur la solitude et l'incommunication de
l'homme. Entre son premiere et son dernier roman, on remarque une évolution dans le
traitement du thème qui est déjà présent dans ses livres intermédiaires. Le nihilisme
caractéristique de l'après-guerre mondiale (El túnel, 1948) fit place à cette métaphysique
de l'espoir concrétée en 1961 (Sobre héroes y tumbas) et intellectualisée en 1974
(Abaddón el exterminador). Le cadre des inquiétudes dans lequel se meuvent les
personnages de Sàbato est, dans le fonde, identique, mais l'analyse de ce quart de siècle
d'histoire individuelle (celle du créateur qui conçoit le roman sous la forme d'une
recherche métaphysique profonde), et aussi collective (celle d'une société dont les
préoccupations subissent des changements auxquels l'écrivaint ne peut rester indifférent),
révèle, aux du lecteur, le changement de la conception de Sàbato, en ce qui concerne la
solitude et l'incommunication. Il n'y a pas d'issue dans El túnel, on parle de l'espoir dans
Sobre héroes y tumbas, et finalement on accepte autrui dans Abaddón el exterminador,
point final presque sûr d'un cycle de romans aussi inquiétant que lucide.
MOTS CLÉ
Ernesto Sàbato. Littérature hispanoamericaine. Roman. Existentialisme. Solitude.
Incomunication.
INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EXISTENCIALISTA
1. James R. Predmore ha sido el más encendido defensor de la falta de representatividad
genérica de los personajes de Sábato. No solo considera que "El túnel ofrece poco interés desde el
punto de vista filosófico o universal, y [que] Juan Pablo de ningún modo puede verse como ejemplo
representativo del hombre contemporáneo", sino que afirma que "Sábato parte de un visión anormal,
solitaria y neurótica para luego intentar proyectar una visión del mundo exactamente igual. No es
fácil que realice una profunda exploración de los misterios humanos un autor que de antemano
iguala las conclusiones a las premisas. Y sus personajes no pueden verse como representantes de la
condición humana ni como servidores de una causa superior -moral, intelectual o social-, porque sin
excepción adolecen todos de trastornos emocionales o psicológicos" (1981, pp. 32 y 147,
respectivamente). El libro de Predmore está escrito desde la discrepancia puntual. El Anti-Sábato de
Juan Isidro Jimenes Grullón, desde el repudio global emanado del pensamiento marxista, hasta el
punto de sostener que "mientras es casi seguro que la figura de Gorki crecerá en el transcurso del
tiempo, la de Sábato perderá toda vigencia tan pronto la crisis espiritual de la burguesía y las
contradicciones del capitalismo lleven a esta clase a su extinción" (1982, pp. 64-65).
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del sinsentido. El lector de 1948 era partícipe, sin duda, de ese nihilismo absoluto
que obtura la salida de El túnel.
En 1961, en los albores de una década de connotaciones más colectivas
(tiempos de grandes movimientos de masas juveniles) que individuales (esos
otros tiempos del existencialismo de posguerra en que el hombre aislado parecía
nacido al margen del entorno en que se insertaba físicamente), Sobre héroes y
tumbas podía percibirse como una aparición anómala. En 1974, Abaddón llevaría
a su cénit un solipsismo temático reforzado con la presencia de Sábato-personaje.
Tras ella, todo lo que el escritor argentino se había creído obligado a decir sobre
la condición humana parece haber quedado escrito.
¿Qué es lo que diferencia estas tres novelas entre sí? ¿En qué ha cambiado
el Sábato de 1974 con respecto al de 1948? La soledad del Castel de El túnel no
es la misma que padece Martín en Sobre héroes, y menos aún se asemeja a la que
entrevemos que siente el hombre Ernesto Sábato cuando escribe Abaddón. Algo
ha ido transformándose en la visión que del hombre y su soledad (el tema básico
en la narrativa de Sábato) se ofrece en estas tres novelas, integrantes de una de
las producciones literarias sin duda más homogéneas del siglo XX, corpus que es
a la vez uno de los más lúcidos que se ofrecen a la consideración de cualquier
lector inquieto. Partamos de la desesperada incomunicación de Castel,
recorramos el tortuoso camino existencial por el que se adentra Martín y
accedamos así al hombre Sábato, consciente en 1974 de la soledad del hombre,
esa soledad que es "el fondo último de la condición humana".
La interpretación de los personajes de Sábato puede abordarse siguiendo
dos vías distintas y a la vez coincidentes en su tramo último: la existencial y la
psicológica. Para quien opte por la primera, aquellos representan toda una
concepción de la especie humana, concepción enraizada en la angustia que se
deriva de una situación de extrañamiento en el mundo. Para quien elija la
segunda, las criaturas del autor argentino son tipos patológicos, anormales y, en
consecuencia, no representativos de otra categoría que no sea la de su propio yo
enfermizo '. La contratesis de este segundo planteamiento se sostiene por sí sola:
ÓSCAR BARRERO PÉREZ
un vistazo a la historia de la literatura, especialmente la de nuestro siglo,
evidencia que la representación de lo que se ha convenido en llamar condición
humana casi siempre ha corrido a cargo de personajes psicológicamente
complejos, situados en todo caso al margen de la normalidad social
(Dostoievsky, Kafka, Beckett, la literatura del absurdo, el propio existencialismo
del que Sábato se alimenta).
Aún hoy se siguen contemplando los dos caminos del mismo modo en que
Juan Pablo imaginaba su vida y la de María: como dos túneles incomunicados
que no pueden encontrar un punto de acercamiento 2 . Y ello no porque en este
caso haya "un solo túnel, oscuro y solitario" (El túnel, p. 160), sino porque los
supuestos dos túneles siguen direcciones interpretativas paralelas.
Ya está, pues, avanzada la cuestión básica, aquella por la que se interroga
L i l ia Boscán de Lombardi (1978, p. 28):
¿Quiere hacemos creer Sábato en la posibilidad de un fenómeno insólito que se
sale de los patrones de la lógica y cae en una esfera de lo desconocido cuyas leyes
y mecanismos desconocemos? ¿O quiere, por el contrario, unlversalizar el drama
de la soledad y la incomunicación del hombre del siglo XX?
La observación anterior atañe únicamente a El túnel, pero por ser el de la
soledad un tema constante en la obra de su autor, vale partir de ella para
desarrollar las apreciaciones que siguen. La divergencia de opiniones sobre la
representatividad universal atribuida a Castel (guía de los personajes posteriores
de Sábato, en tanto en cuanto fue el primero, y también el que personificó unas
obsesiones que nunca abandonaron a su creador) proporciona una idea precisa de
la variedad de interpretaciones que el tema de la soledad y la incomunicación ha
suscitado entre sus lectores y críticos. Si, por ejemplo, James R. Predmore niega
tal representatividad y L. Boscán concluye, aludiendo a El túnel, que "Sábato ha
unlversalizado a través de esta novela el drama de la soledad y de la
incomunicación del hombre del siglo X X " (1978, p. 30), Angela B. Dellepiane
opta por la vía intermedia al indicar que "una de las mayores objeciones que
pudieran hacérsele al protagonista de El túnel es su condición de personaje de
clínica psiquiátrica, lo que limita su ejemplaridad humana" (1968, pp. 256-257).
No es posible (ni conveniente) prescindir del dato objetivo que en definitiva
es la peculiaridad psicológica de un autor que no ha dejado de recordar sus
pesadillas nocturnas, su carácter introvertido, su búsqueda en la Física y las
Matemáticas de ese orden que no encontraba en la vida. Esta empujó a Sábato a
encerrarse en una soledad que cercó ya su infancia y que mantuvo su
omnipresencia en todas las páginas de su madurez de creador:
2. El título del artículo de F. Petersen (1967), "Sábato's El túnel: More Freud than Sartre",
ilustra con precisión esta postura crítica.
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INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EXISTENCIAUSTA
3. En Carlos Catania, ed.: 1989, p. 144. Consecuencia lógica: "La visión del mundo de Sábato
lo condena a la soledad" (C. Catania: 1987, p. 25). El penúltimo acercamiento a algunas de las
implicaciones autobiográficas de la obra de un escritor, Sábato, volcado en su escritura, es el de
Gemma Roberts (1986).
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Los momentos de depresión en mí ocupan la mayor parte de mi existencia,
momentos en que todo me parece horrible; la sociedad en que vivimos, espantosa,
y en que se me ocurre que es casi imposible comunicarse con los otros, como si
habláramos lenguas distintas o como si estuviéramos gritando desde islotes
diferentes y tratando de ayudarnos con gestos 3.
Pero las novelas de quien esto ha dicho no son el ejercicio solipsista de un
hombre atormentado que se descarga de un trauma propio. O, al menos, no son
únicamente eso, porque el compromiso de Sábato con el hombre llega más allá
de lo personal. Y ello no solo en un plano social, e incluso político, en el que
aquí no me es dado profundizar, sino sobre todo en el aspecto metafísico. La
integración de lo social y lo existencial es posible en el pensamiento del escritor
argentino:
Aunque la soledad del hombre es perenne, no sociológica sino metafísica,
únicamente una sociedad como esta podía revelarla en toda su magnitud. Así
como ciertos monstruos solo pueden ser entrevistos en las tinieblas nocturnas, la
soledad de la criatura humana se tenía que revelar en toda su aterradora figura en
este crepúsculo de la civilización maquinista (Hombres y engranajes.
Heterodoxia, p. 18).
En último término, si alguna duda perdurase sobre el alcance existencial de
la soledad de los personajes de Sábato, bastaría recurrir a lo que él mismo
declaró como su objetivo en el momento de concebir El túnel: "Mi idea inicial
era escribir un cuento, el relato de un pintor que se volvía loco al no poder
comunicarse con nadie" (Hombres y engranajes, ibíd.).
Existe, por consiguiente, un tronco temático, la soledad, a partir del cual se
ramifican otros argumentos del autor. Es por esto por lo que el análisis de la
soledad y la incomunicación en la literatura de Sábato se configura como punto
de partida insoslayable en el acercamiento a ella, porque una y otra son las
semillas de toda una cosmovisión:
El camino que sigue Sábato es el de empezar con el resultado para terminar con la
raíz del fenómeno. De esta manera se llega por la soledad y la falta de
comunicación del protagonista al centro que justifica y sostiene su narrativa: la
Nada de la civilización actual (Mariana D. Pétrea: 1986, p. 106).
La gradación que el tema de la soledad manifiesta en el curso de tan breve
como intensa producción narrativa, proporciona la clave básica (que,
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ciertamente, no es la única) de una evolución sin ruptura que se identifica con la
de toda existencia humana, pero quizá también con los cambios de una sociedad
cuyas preocupaciones no son en los años setenta idénticas a las que
caracterizaban los tiempos de la posguerra mundial. La diacronía de la soledad
que parte de El túnel y que llega hasta nuestros días es digna de un análisis
particular, en el que comenzamos ya a adentrarnos.
I I
La muerte se asocia en Sábato con el concepto de soledad última del
hombre. Bruno la define como "el solitario instante en que se abandona esta
tierra confusa: solos" (Abaddón, p. 25). Tras ella los personajes del escritor
argentino cerrarán la circunferencia en torno a la soledad. Rara vez se plantean
directamente el que debe considerarse como el problema definitivo en la vida del
hombre: la existencia de Dios. Podría deducirse que se da por supuesta (o por
temida) su inexistencia en el mundo caótico y hasta monstruoso que tan distante
y extraño parece a esos personajes forzados a vivir en él. Pero cabe la posibilidad
de que la lectura profunda de Abaddón a que alude el pensador católico Esteban
Polakovic (1985, p. 230) condujera a una conclusión distinta:
Yo diría que Abaddón el exterminador es una derrota victoriosa: derrota porque
queda en suspenso la gran pregunta de la vida; victoriosa porque representa una
prueba [...] de que existe "Algo con mayúscula"; [...] en realidad, en muy pocos
libros está tan presente Dios como en las obras de Sábato.
Dios está completamente ausente en la novela de la desesperanza (y la
desesperación) absoluta: El túnel. En las otras dos, tenuemente impregnadas de
un barniz esperanzador, Dios (o, para ser precisos, la apelación a El), se inserta
en las respectivas secciones finales. El hecho tiene menor relevancia en
Abaddón, considerando el voluntario caos organizativo del libro 4 , pero es
significativo en Sobre héroes, porque aquí la llamada al Creador se incluye en la
cuarta parte de la obra, aquella que el propio Sábato ha considerado como
propuesta de su "absurda metafísica de la esperanza". En el tramo final de la
novela, precisamente titulado "Un Dios desconocido", la invocación de Martín
está cargada de un dramatismo no exento de resentimiento:
Si el universo tenía alguna razón de ser, si la vida humana tenía algún sentido, si
Dios existía, en fin, que se presentase allí, en su propio cuarto, en aquel sucio
cuarto de hospedaje. ¿Por qué no? ¿Por qué hasta había de negarse a ese desafío?
Si existía, El era el fuerte, el poderoso. Y los fuertes, los poderosos pueden
permitirse el lujo de alguna condescendencia. ¿Por qué no? (p. 538).
4. Cf., sin embargo, Trinidad Barrera López (1982).
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INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EXISTENCIALISTA
La localización en ese punto del texto que se supone destinado a dejar
entrever un atisbo de esperanza no implica necesariamente que sea Dios el
elemento que la representa: la religiosa es una opción entre otras (Hortensia Paz,
por ejemplo). La aparición de Dios como referente es en último término desolado
testimonio de su ausencia, al menos en la concepción del personaje que lo invoca
desde las profundidades de su soledad. La misma soledad, en definitiva, que el
Marcelo de Abaddón revela cuando este pensamiento se superpone (mayúsculas
en el original) a otros antes de preguntarse "dónde estaba Dios": "DIOS MÍO,
POR QUÉ ME HAS ABANDONADO!" (p. 437).
Especialmente grata a Sábato resulta la imagen de un universo infinito cuya
inmensidad aplasta la insignificancia del hombre, imagen de clara resonancia
existencialista que emerge en distintos momentos de su obra, como trasunto que
es de un ser humano inerme frente a fuerzas fuera de su control. Martín, por
ejemplo, se siente "un chico bajo una cúpula inmensa, en medio de la cúpula, en
medio de un silencio aterrador, solo en aquel inmenso universo gigantesco"
(Sobre héroes, p. 83). También Castel recurre a una idea prácticamente idéntica:
En un planeta minúsculo, que corre hacia la nada desde millones de años,
nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos,
hacemos sufrir, gritamos, morimos, mueren y otros están naciendo para volver a
empezar la comedia inútil (El túnel, p. 87).
Adviértase el cambio de tono perceptible, sobre la base de una misma
imagen, entre El túnel y Sobre héroes. Lo que en la primera es alusión a
concreciones desgarradoras (dolor, lucha, enfermedad, gritos, muerte), en la
segunda es referencia a realidades igualmente dramáticas, pero de carácter más
metafísico (silencio, soledad, el gigantismo del universo).
No es solo en su narrativa donde Sábato recoge esta imagen existencial. Su
primer libro de ensayos se titulaba Uno y el Universo, título tan premonitorio
sobre su ficción como revelador de una inquietud que terminaría siendo obsesiva.
En El escritor y sus fantasmas enlazaba esa imagen con la soledad existencial
que se corresponde con ella en el drama de la vida:
Hundidos en el precario rincón del universo que nos ha tocado en suerte,
intentamos comunicamos con otros fragmentos semejantes, pues la soledad de los
espacios ilimitados nos aterra. A través de abismos insondables, tendemos
temblorosamente los puentes, nos transmitimos palabras sueltas y gritos
significativos, gestos de esperanza o de desesperación. Y alguien como yo, un
alma que siente y piensa y sufre como yo, alguien que también está pugnando por
comunicarse, tratando de entender mis mensajes cifrados, también se arriesga a
través de frágiles puentes o en tambaleantes embarcaciones a través del océano
tumultuoso y oscuro (p. 15; la versión definitiva del libro ofrece variantes y
supresiones como la de este texto, razón por la que opto por citar la de 1963).
281
ÓSCAR BARRERO PÉREZ
El túnel es la expresión más radical del distanciamiento entre el yo y el
mundo que lo rodea, que lo cerca. Juan Pablo no solo lo siente ajeno a su propia
existencia, sino que lo percibe como una amenaza a su integridad:
A veces me encontraba perdido en la oscuridad o tenía la impresión de enemigos
escondidos que podían asaltarme por detrás o de gentes que cuchicheaban y se
burlaban de mí, de mi ingenuidad. ¿Quiénes eran esas gentes y qué querían? (El
túnel, p. 100).
El mundo y los hombres que lo pueblan son, para los hiperestésicos
personajes de Sábato, amenazantes, agresivos, hostiles, y además incognoscibles.
De esta imposibilidad de comunicación con ellos se deriva la profunda soledad
de unas criaturas encerradas en un aislamiento insalvable. Es oportuno dejar
constancia en este punto del casi perfecto paralelismo de las imágenes empleadas
por el autor en dos de sus novelas. Lo realmente importante del muy comentado
(sobre todo desde el punto de vista psicoanalítico) sueño de Castel, en el que este
se convierte en un pájaro de tamaño humano, no es la transformación en sí
(¿reminiscencia de Kafka?), sino la pregunta que obliga a formularse a partir de
ella: ¿qué es lo que verdaderamente angustia al personaje convertido en pájaro?
No el hecho de la metamorfosis, sino el que "nadie, nunca, sabría que yo había
sido transformado en pájaro" (El túnel, p. 122), el que nadie, nunca (y la cursiva
realzadora es del propio Sábato), sería capaz de comprender su nueva condición
de ser diferente de los demás. La comunicación entre el protagonista del sueño y
sus congéneres no es posible, y su aislamiento (que no la metamorfosis en sí
misma) es el origen de su angustia.
Pues bien: este sueño tiene su casi exacto correlato en Abaddón, aunque el
pájaro haya sido sustituido por un payaso y la circunstancia onírica por una
situación a medio camino de la desfiguración grotesca de la realidad y la ficción
más alucinante. En una reunión S. (de nuevo se impone el recuerdo de Kafka y
su personaje desprovisto de apellido) se percata de una transformación de la que
únicamente él es consciente. Es un párrafo construido mediante la superposición
de retazos temáticos, como la desvinculación del yo con respecto al mundo y la
imagen del barco que se aleja (símbolo de la soledad):
Conversaban con él, en ningún momento experimentaban la menor extrañeza,
ignorando que el que hablaba con ellos no era S., sino una especie de sustituto,
una suerte de payaso usurpador. Mientras el otro, el auténtico, se iba paulatina y
pavorosamente aislando. Y que, aunque moría de miedo, como alguien que ve
alejarse el último barco que podría rescatarlo, es incapaz de hacer la menor señal
de desesperación, de dar una idea de su creciente lejanía y soledad (Abaddón, pp.
93-94).
Las imágenes de la soledad utilizadas por Sábato en sus tres novelas son
similares, aunque adornadas de unos matices que dan fe de la evolución
registrada en el pensamiento del escritor argentino. En El túnel, la isla y el barco:
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INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EXISTENCIALISTA
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¡Dios mío, no tengo fuerzas para decir qué sensación de infinita soledad vació mi
alma! Sentí como si el último barco que podía rescatarme de mi isla desierta
pasara a lo lejos sin advertir mis señales de desamparo (El túnel, p. 162).
Por supuesto que la imagen del cuadro que permite el contacto entre Juan
Pablo y María es el punto de referencia central en el análisis del tema aquí
desarrollado. Beverly J. Gibbs propone esta interpretación del motivo:
The essence of the painting is the loneliness and despair of its creator, but
significantly the scene expressing these sentiments is separated from the figures in
the foreground of the painting and from the viewer observing the entire work by a
window. The suggestion is that for communication to be a possibility, someone
must penetrate a barrier, with no guarantee even then that the observer will
understand and share, and thereby alleviate, the sufferer's loneliness (1965, p.
435).
En otros momentos Sábato parodia las supuestas propiedades comunicativas
del lenguaje. Especialmente significativa a este respecto es la conversación de
Castel con la empleada de la oficina de correos: la comunicación oral ha
demostrado su invalidez como medio transmisor de datos de la sensibilidad, y
ese es el momento en que la palabra escrita (el reglamento) impide la realización
de un deseo profundo.
La concreción que suponía en El túnel la recurrencia a imágenes como la de
la isla se torna en Sobre héroes en vasta región inaccesible, en territorio
misterioso e inabarcable para quien intente adentrarse en él. Es un paso más en la
evolución de Sábato desde el grito de la soledad (El túnel) hasta la reflexión
interiorizada (Abaddón):
Estaba como inmovilizado por una especie de temor a atravesar aquellas regiones
de la realidad en que parecía habitar el abuelo, el loco y hasta la propia Alejandra.
Territorio misterioso e insano, disparatado y tenue como los sueños, tan
sobrecogedor como los sueños (p. 100).
"Cuántos horrores como el de ellos habría en ese mismo momento, cuántas
desconocidas soledades en esa ciudad execrable?", se pregunta Nacho en
Abaddón (p. 408). Esta reflexión sobre el ser patrio (Argentina) y local (Buenos
Aires) prolonga una línea constante de inquietud en Sábato. Argentina, donde
suenan apagadamente los metafísicos acordes del tango, es tierra de soledad para
nuestro autor:
Aquí somos más transitorios y mortales, porque nos inventamos sobre aquella
metáfora de la Nada que era el desierto, y porque a esa soledad se superpuso luego
la terrible soledad de nuestras megalopolis (Apologías y rechazos, p. 144).
ÓSCAR BARRERO PÉREZ
Buenos Aires es para Sábato una "ciudad ajena y monstruosa" (Sobre
héroes, p. 503) en la que se desenvuelven las existencias de millones de seres
aislados en sus respectivas soledades, incomunicadas entre sí. Martín es uno de
esos seres:
Ahí estaba ahora aquel pequeño desamparado, uno de los tantos en aquella ciudad
de desamparados. Porque Buenos Aires era una ciudad en que pululaban, como
por otra parte sucedía en todas las gigantescas y espantosas babilonias (Sobre
héroes, p. 32).
Todos los personajes de Sobre héroes padecen la soledad de la gran urbe,
pero es Buenos Aires, refugio de nacionalidades varias, la ciudad que puede
representar de mejor manera esa soledad territorial que padece el emigrante
desgajado de las raíces patrias sobre las que reflexiona Bruno:
La soledad era mayor en el extranjero, porque la patria era también como el hogar,
como el fuego y la infancia, como el refugio materno; y estar en el extranjero era
tan triste como habitar en un hotel anónimo e indiferente; sin recuerdos, sin
árboles familiares, sin infancia, sin fantasmas; porque la patria era la infancia y
por eso quizá era mejor llamarla matria, algo que ampara y calienta en los
momentos de soledad y frío (p. 273).
Es precisamente Bruno quien mejor caracteriza al ser humano perdido en la
inútil búsqueda de un inencontrable asidero. Sábato lo eleva al rango de
exponente de la condición humana, como hombre resignado a su impenitente
soledad de habitante del orbe. Para Harley Dean Oberhelman "Bruno's isolated
Tartar is no different from the solitary Juan Pablo Castel who wanders over the
streets of Buenos Aires seeking one person with whom he may communicate"
(1970, p. 89). Pero es más acertado considerar las dos soledades como
expresiones distintas de dos etapas existenciales también diferentes que culminan
con la intelectualización a que el sentimiento es sometido en el punto final del
proceso, es decir, en la última novela del escritor argentino.
I II
El análisis de las relaciones establecidas en las novelas de Sábato entre sus
distintos personajes desvela con más claridad que ningún otro dato la visión
existencialista sostenida por el autor. La más absoluta y patética de las soledades
es la consecuencia de una indagación tan profunda como pesimista en el terreno
de la comunicación entre los seres humanos5.
5. "En Sábato^ a pesar de las múltiples relaciones que se observan entre sus personajes, los
intentos de comunicación con el otro pueden reducirse a dos tipos: la frustrada y la fructífera, la que
concluye en soledad o la que instaura la comunicación, aunque sea de forma pasajera" (Sixto
Mardoqueo Reyes: 1985, pp. 50-51). Hago notar el fuerte carácter restrictivo de la última palabra de
la cita y, por supuesto, no dejo de puntualizar el peso considerablemente superior de aquellas
relaciones abocadas en la literatura de Sábato al fracaso más absoluto.
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INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EX1STENCIALISTA
Aunque para Thomas C. Meehan "es evidente que la soledad de Castel es
impuesta por él mismo, ya que se debe a su negativa exclusiva de ver la realidad"
(1972, pp. 115-116), lo cierto es que la incomunicación del pintor tiene raíces
metafísicas mucho más profundas. Tan profundas como para sostener, con
Alberto Madrid Letelier, que "Juan Pablo no solo aspira a romper su soledad,
sino que aspira al absoluto, que es lograr una comunicación profunda" (1983, p.
234). Juan Pablo nunca podría salir de su túnel, porque el punto de partida es la
soledad, por existencial irremediable, propia de la condición humana y no de una
peculiaridad psicológica susceptible de experimentar algún tipo de corrección.
Los intentos de Castel por anudar los lazos de una hipotética comunicación son
anteriores al encuentro con María: él mismo explica que otras mujeres atrajeron
su atención antes que ella. Existe, pues, un deseo de comunicación; lo que no
existe, ni puede existir, es la posibilidad de establecerla.
¿Es la de María una soledad equiparable a la de Castel? En sus
manifestaciones externas, no. En su esencia existencial, sí. Juan Pablo vive su
incomunicación con un patetismo propio de un temperamento exaltado, propenso
al extremismo emocional, mientras que la angustia de María tiene un carácter
más introvertido, lindante con el fatalismo. En cualquier caso, el hecho de que
todo lo que sucede lo conozcamos gracias al punto de vista de Castel dificulta
una interpretación cabal de esta psicología femenina. Por tratarse de una
narración de Castel, lo máximo que llegaremos a saber de la enigmática mujer es
que "también ella parecía estar sola" (El túnel, p. 138). Es decir, así se lo parece
al pintor. Pese a las diferencias de comportamiento externo, las dos soledades, la
de Juan Pablo y la de María, responden a idéntica carencia: la falta de
comunicación real. Una y otra se aproximarán en un momento dado. Para ser
más precisos, será la del pintor la que se acerque a la de María, porque
inicialmente esta se repliega sobre sí misma y nunca, en el fondo, se mostrará
abierta al contacto.
El dramatismo de la frustrada relación viene acentuado por el hecho de
basarse más en la necesidad que en el deseo. De ahí la naturaleza desesperada de
esta búsqueda del otro que parece negarse sistemáticamente: cuando Castel se
dirige a María no le expresa su amor, sino la necesidad que siente de vincularse
al otro: "-Prométame que no se irá nunca más. La necesito, la necesito mucho"
(El túnel, p. 83).
Acierta, pues, Marcelo Coddou cuando recuerda que lo que Castel busca es
"la persona que adopte ante la existencia una postura análoga a la suya, lo cual le
significaría seguridad ante el caos, posible entendimiento y superación de la
soledad básica" (1972, pp. 65-66). Pero, en cualquier caso: ¿es o no posible la
comunicación entre Juan Pablo y María? B. J. Gibbs habla de "the
incompatibility of their personalities", resaltando que "by making Castel a
creative artist, a painter, Sábato implies that he is unique, superior, isolated"
(1965, pp. 433 y 430). También Oberhelman juzga que "the fact that Castel is a
painter of some importance while María is an unknown figure further increases
285
ÓSCAR BARRERO PÉREZ
6. "Un novelista como Sábato escribe en realidad un solo libro, aunque haya publicado varios.
Una única obsesión lo acosa en el fondo a través de toda su creación, representada en sus términos
más amplios por la persistente melancolía de lo absoluto" (C. Catania: 1973, p. 137).
286
the abyss between them" (1970, p. 50). Para Coddou, sin embargo, no hay
esencial diversidad entre ambos: "por el contrario, la analogía es tan profunda
que llega a la identidad" (1972, p. 74).
El que Castel sea un pintor más o menos conocido no supone en realidad
traba alguna para las relaciones con María. Antes bien, uno y otra poseen una
sensibilidad artística común. Si alguna relevancia tiene el dato apuntado por
Gibbs, no es en el marco de la relación bilateral entre Castel y María, sino en el
más amplio ámbito de la integración de aquel en el mundo que lo rodea.
Individualmente considerados, uno y otra son muy distintos del universo humano
exterior a sus respectivos yos, de tal forma que la semejanza entre sus
personalidades es mayor que la que podría determinarse entre cualquiera de ellas
y las de otros seres humanos.
En definitiva, si no termina habiendo comunicación real entre los dos
personajes es porque se parte del axioma existencialista de que el hombre está
encerrado en su radical soledad y todo acercamiento al otro es inútil. Como
interpreta Carmen Quiroga de Cebollero (21974, p. 31),
por razones metafísicas, de carácter existencialista, el encuentro absoluto entre los
protagonistas de El túnel se hace imposible. No se trata de incompatibilidad
psicológica [...]. De lo que se trata es de que la comunión es imposible porque "las
subjetividades [...] están radicalmente separadas", para decirlo con palabras de
Sartre.
Al final de El túnel solo se vislumbra soledad, una soledad aún más
lacerante que la apreciada en el inicio del relato, cuando Castel todavía esperaba.
El mensaje desesperanzador se transmite desde el manicomio en que Juan Pablo
ha sido recluido. El acto de escribir el relato de su crimen es un intento
desesperado (e inútil, porque ante los ojos de sus semejantes no será sino la
narración de un criminal, demente por añadidura) de abrirse a los demás, de
conseguir que alguien le entienda. "AUNQUE SEA UNA SOLA PERSONA"
{El túnel, p. 64). Y en ese acto, una vez más, Castel está pensando en el otro:
No crea para su propia satisfacción; su acto creativo lo satisface en tanto que
dirige un mensaje al Otro. Aun cuando en el progreso de su creación Juan Pablo
pudiera haber avanzado toda su vida produciendo el mensaje para el Otro, en el
desarrollo de su propia existencia su íntimo mensaje tiene que ser atestiguado por
el Otro (Anna Teresa Tymieniecka: 1985, p. 97).
La literatura de Sábato es obsesiva (lúcidamente obsesiva, cabría
puntualizar), y en ese sentido, repetitiva de temas y personajes conformadores de
un universo creador perfectamente homogéneo6 . Nada de particular, por tanto,
INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EXISTENCIALISTA
287
tiene que la pareja de Martín y Alejandra en Sobre héroes reproduzca en líneas
generales la de Castel y María. También aquellos son, como estos, personajes
psicológicamente complejos, solitarios y, en los casos femeninos, inaccesibles.
Ante Alejandra Martín revela una incapacidad de llegar a las interioridades de su
amada que se asemeja a la que Juan Pablo mostraba ante María:
Nunca la conoceré del todo, pensó, como en una repentina y dolorosa revelación.
Estaba ahí, al alcance de su mano y de su boca. En cierto modo estaba sin defensa
¡pero qué lejana, qué inaccesible que estaba! Intuía que grandes abismos la
separaban (no solamente el abismo del sueño sino otros) y que para llegar hasta el
centro de ella habría que marchar durante jornadas temibles, entre grietas
tenebrosas, por desfiladeros peligrosísimos, al borde de volcanes en erupción,
entre llamaradas y tinieblas. Nunca, pensó, nunca (Sobre héroes, p. 82).
Alejandra necesita a Martín, y así lo declara al reaparecer en Abaddón:
"Necesito saber que en algún lugar de esta inmunda ciudad, en algún rincón de
este infierno, estás, vos, y que vos me querés" (p. 207). Es la misma necesidad de
un Martín que "se había lanzado, se había precipitado sobre Alejandra,
impulsado por su soledad" (Sobre héroes, p. 188). No cabe mayor paralelismo
con aquel Castel que amaba por necesidad de comunicarse y escapar de la
soledad.
Si Martín y Alejandra son la expresión de dos soledades inconciliables, la
relación con sus respectivos padres es también reflejo de una profunda
incomunicación. Es esta la referencia asumida por Martín cuando evoca la figura
de su progenitor:
Años después, también pensó, recordando aquel momento: como habitantes
solitarios de dos islas cercanas, pero separadas por insondables abismos. Años
después, cuando su padre estaba pudriéndose en la tumba, comprendiendo que
aquel pobre diablo había sufrido por lo menos tanto como él y que, acaso, desde
aquella cercana pero inalcanzable isla en que habitaba (en que sobrevivía) le
habría hecho alguna vez un gesto silencioso pero patético requiriendo su ayuda, o
por lo menos su comprensión y su cariño (Sobre héroes, p. 42).
Mucho más complejas son las relaciones que Alejandra mantiene con
Fernando, su padre y autor del Informe sobre ciegos. Ambos parecen
enclaustrados en un universo cerrado a la penetración extraña: "Ella y él vivían
aislados, en un mundo aparte, orgullosamente" (Sobre héroes, p. 269).
Fernando es el solitario por antonomasia. Y como afirma Támara Holzapfel,
esta condición suya "explica en gran parte las acciones violentas y sádicas de
Fernando" (1973, p. 150). Paradójicamente él, que se ha alejado de la
Humanidad, se cree destinado a salvarla. Su tarea de investigador del tenebroso
mundo de los ciegos lo condena a la soledad más absoluta a que alude Bruno,
porque entre tantos cientos de millones de seres humanos, solo Fernando cree
encontrarse en posesión de la verdad sobre la secta:
ÓSCAR BARRERO PÉREZ
A pesar de sus simulaciones y payasadas era solitario y estoico, no tenía amigos ni
los quería o podía tener. Creo que únicamente quiso a su madre, aunque me
resulta arduo imaginar que aquel muchacho pudiera querer a nadie, si por esa
palabra intentamos expresar alguna forma del afecto, del cariño o del amor (Sobre
héroes, p. 478).
Sin embargo, únicamente cuando la investigación se encuentra en un estado
terminal se percata Fernando del acoso de la soledad. Hasta entonces, un cierto
orgullo mesiánico le ha impedido apercibirse de su existencia. El vacío de los
espacios en que se ha internado es tal que también a él, solitario por vocación, le
llega la ocasión de descubrir la angustia del aislamiento:
Sólo en ese momento, sentado sobre el barro, en el centro de una cavidad
subterránea cuyos límites ni siquiera podía sospechar, sumergido en la tiniebla,
empecé a tener clara conciencia de mi absoluta y cruel soledad (Sobre héroes, p.
430).
Y algo más adelante:
Nadie, pero nadie, me ayudaba con sus plegarias. Ni siquiera con su odio.
Era una lucha titánica que YO SOLO debía librar, en medio de la indiferencia
pétrea de la nada (p. 438).
En último término, el objetivo que impulsa a Fernando a escribir su Informe
sobre ciegos es idéntico al que movía a Castel a redactar la historia de su crimen.
El protagonista de El túnel hablaba de su esperanza de que alguna persona
llegara a entenderle, y Fernando afirma: "Cuento todo esto para que me
comprendan" (Sobre héroes, p. 309).
Adviértase el distinto carácter del destinatario al que uno y otro se dirigen.
Castel reclamaba desesperadamente la presencia de una persona. Fernando apela
a la Humanidad, a todos sus posibles lectores. He ahí uno de los pasos más
importantes en la evolución existencial de la literatura de Sábato.
El papel de Bruno en Sobre héroes es fundamental en relación con otros
personajes, particularmente Martín. Él ha mantenido contacto con la misteriosa
familia Olmos, pero además es confidente de las desventuras de Martín. A través
de ese hálito de comunicación entre uno y otro se tiende un puente (frágil,
ciertamente) hacia la esperanza:
Bruno es el único que puede comprender a Martín; su juventud, recordada en
acordes violáceos de melancolía, es casi igual a la de Martín: pocos afectos, un
grande y fracasado amor, dolor, destino, aceptación (Emilse Beatriz Cersósimo:
1973, p. 202).
Los personajes secundarios también ven dominadas sus respectivas vidas
por la soledad. Sobresale de entre ellos Ledesma, representación del más
288
INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EXISTENCIALISTA
289
absoluto nihilismo en la última novela de Sábato: "ignorado, triste,
panorámicamente solo" (Abaddón, p. 105). En su Segunda Comunicación escribe
Ledesma:
No soy un resultado del amor: soy un subproducto de la náusea. Por
incompatibilidad, el útero rechaza a ciertos espermatozoides. Cuando se largó la
carrera y yo como un gil llegué primero, quise echarme atrás, pero el útero ya se
había cerrado. Y yo adentro! Un corso. Todo anduvo mal de entrada. Y me
encontré solo y desamparado en esa caverna húmeda y desconocida. [...] Aquella
sensación me sigue, este viento helado que a veces me duerme un costado de la
cara: la soledad infinita (Abaddón, p. 169).
El hombre es empujado por el nacimiento a la condena de una vida en
soledad. El Martín de treinta y tres años que pasea por el Parque Lezama es en el
fondo el mismo Martín solitario que a los dieciocho se tropezó con Alejandra.
Nada ha cambiado en su soledad de hombre contemporáneo, la misma que
distingue a Quique, también "individuo solitario" (Sobre héroes, p. 251), o al
tipógrafo Iglesias, que, ciego a causa de un accidente y "dominado por la
misantropía, por el desaliento o por la timidez", no desea ponerse en contacto
con sus semejantes (ibíd., p. 321). Es también la misma soledad del inválido
Gastón, "incomunicado hacia fuera, no pudiendo hablar ni escribir" (ibíd, p.
414); idéntica, en f i n , a la de los miembros de la familia Olmos, que "daban la
impresión de no participar de la brutal realidad del mundo que los rodeaba"
(ibíd., p. 484).
El de Hortensia Paz, elemento esencial de la "metafísica de la esperanza",
es un caso particular. En un momento de máxima desesperación, Martín,
próximo al suicidio, recibe la ayuda de esta mujer que vive felizmente resignada
con "su pobreza y su soledad en aquel cuchitril infecto" que es su hogar (Sobre
héroes, p. 545). Hortensia subsiste en las peores condiciones materiales
(pobreza) y existenciales (soledad) imaginables, a pesar de lo cual es feliz. He
ahí, con el añadido del niño al que la mujer cuida, un atisbo esperanzador que si
no basta a compensar la dramática soledad de todos los demás personajes de esta
segunda novela de Sábato, sí permite vislumbrar una luz en el túnel al que el
escritor argentino había condenado en 1948 a la condición humana.
IV
"Nuestro solitario cuerpo" (Abaddón, p. 252),
por pertenecer a la naturaleza, termina por ser considerado como un objeto más,
aumentando así su soledad [la del hombre], porque las cosas no se comunican: el
país donde más perfecta es la comunicación electrónica es también donde la
soledad de los hombres es más terrible" (Apologías, p. 130).
ÓSCAR BARRERO PÉREZ
Estas palabras de Sábato justifican por sí solas la afirmación de Héléne
Baptiste en el sentido de que "en Sábato el erotismo es incomunicación" (1972,
p. 187).
Antes de la posesión física de María, Juan Pablo pretendió absorber el amor
de esta por la vía de la comunicación anímica (Coddou), la mirada (Giacoman) y
la razón y el análisis (Gibbs). La unión corporal podrá ser posible, pero no así la
comunicación que con ella pretende alcanzar el protagonista de El túnel. Para la
superación (utópica) de la soledad la existencia del cuerpo es más un obstáculo
que una ayuda:
Mientras ese intento [de comunicación] se realice no a través, sino con el solo
cuerpo, solo se logrará satisfacer las necesidades físicas del hombre, no sus
necesidades metafísicas; el cuerpo propio y el del otro pertenecen al puro mundo
de los objetos, el amor se reduce a un puro problema mecánico y, en última
instancia, es una complicada variante del onanismo. Solo la plena relación con el
otro yo permite salir de uno mismo, trascender la estrecha cárcel del propio
cuerpo y, a través de su carne y de la carne del otro (maravillosa paradoja)
alcanzar su propia alma. Y esta es la razón de la tristeza que deja el puro sexo, ya
que no solo deja en la soledad inicial sino que la agrava con la frustración del
intento (El escritor y sus fantasmas, p. 174).
En la literatura de Sábato se entrevé una cierta repugnancia al contacto
físico, porque el otro es una amenaza para quien interpreta el mundo, como lo
hace la mayoría de los personajes de aquella, de acuerdo con premisas
existencialistas similares a las de Martín:
Aparentemente él no puede soportar que lo toquen, se considera tabú. No quiere
que nadie se acerque a él o nada se escape de él [...]. Tiene miedo de mezclarse y
de todo lo que podría perderlo, tiene escrúpulos acerca de su virilidad, y del sexo
sobre todo, porque es el mejor ejemplo de mezcla, unión o asociación. Por su
inseguridad y el miedo de perder la débil identidad de su ser estructurado
precariamente, evita la contaminación y no quiere ni siquiera que lo miren (Lilia
DapazStrout: 1976, p. 221).
Cuando, pese a todo, Martín se doblegue ante el amor lo hará (como Castel)
en razón de su necesidad de huir de la soledad. La incomunicación no brota de la
diferenciación sexual, sino de una raíz metafísica:
La mujer que siente y ve Sábato, esa mujer misterio, no es humanamente posible,
es un mito. Y entonces el amor se derrumba, no solo porque si se realizara será la
aniquilación del hombre, sino porque ese ser sobrehumano no ama
auténticamente, no se entrega jamás [...]. Los amores que crea Sábato no solo son
imposibles, tan ficticios y extraordinarios que están condenados desde su
nacimiento mismo (extraordinario también), sino que revelan una concepción
del mundo sin esperanza, una soledad sin salidas (Iris Josefina Ludmer: 1963,
p. 94).
290
INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EXISTENCIALISTA
291
La inutilidad del cuerpo como correa transmisora de sensibilidades
interesadas en comunicarse entre sí, se percibe en mayor medida cuando es el de
uno mismo el que el personaje llega a sentir extraño. La soledad con respecto al
propio yo es así la más dramática manifestación del aislamiento:
Concentro toda mi atención en el brazo, lo miro, realizo un esfuerzo, pero observo
que no me obedece. Como si las líneas de comunicación entre mi cerebro y mi
brazo estuvieran rotas. Muchas veces me ha sucedido eso, como si yo fuera un
territorio devastado por un terremoto, con grandes grietas, y con los hilos
telefónicos cortados. Y en esos casos, todo puede suceder: no hay policía, no hay
ejército. Cualquier calamidad puede producirse, cualquier saqueo o depredación.
Como si mi cuerpo perteneciera a otro hombre (Sobre héroes, p. 309).
Lo que en Sobre héroes apenas se esboza (Alejandra "ni siquiera sería capaz
de comprender a la otra Alejandra" [p. 255]), en Abaddón se desarrolla como
hilo conductor. Sábato se convierte en el personaje Sabato o S., pero además se
presenta como desconocido incluso por quien parece representar con más
fidelidad su pensamiento, Bruno:
Qué sabía realmente no ya de Marcelo Carranza o de Nacho Izaguirre sino del
propio Sabato, uno de los seres que más cerca había [sic] estado siempre de su
vida? Infinitamente mucho pero infinitamente poco. En ocasiones lo sentía como
si formara parte de su propio espíritu, podía imaginar casi en detalle lo que habría
sentido frente a ciertos acontecimientos. Pero de repente le resultaba opaco, y
gracias si a través de algún fugaz brillo de sus ojos le era dado sospechar lo que
estaba sucediendo en el fondo de su alma (Abaddón, p. 16).
¿Hasta qué punto en este juego de espejos existenciales Bruno es Sabato, y
Sábato es Bruno? El conjunto de desdoblamientos remite a la soledad del creador
frente a su obra, ante sus propios personajes, que se sublevan contra su autoridad
y terminan cobrando dimensión independiente. En un fragmento de Abaddón
Sabato grita sin que nadie se aperciba de su presencia poco menos que
fantasmagórica; el personaje, que ya casi es pseudopersonaje, retorna a su casa y
allí se encuentra consigo mismo. El Sabato recién llegado intenta hablar con el
Sabato intruso, pero este permanece ajeno a sus requisitorias. Se suma a ellos la
voz del narrador Sábato, naturalmente haciendo hincapié en la soledad de uno y
otro: "Los dos estaban solos, separados del mundo. Y, para colmo, separados
entre ellos mismos" (p. 424). Las lágrimas que los dos derraman entonces son el
penoso testimonio de la incapacidad que el yo siente para comunicarse consigo
mismo.
Si de algo no puede acusarse a los personajes de Sábato es de
superficialidad en su visión de la vida. Por el contrario, sus problemas
psicológicos y existenciales derivan precisamente de un exceso de capacidad
analítica. Castel, por ejemplo, desprecia a toda persona que no se ajuste a sus
ÓSCAR BARRERO PÉREZ
esquemas sobre la concepción de la vida: "Esta gente es frivola, superficial.
Gente así no puede producir en María más que un sentimiento de soledad.
GENTE ASÍ NO PUEDE SER RIVAL" (El túnel, p. 129). De acuerdo con esa
premisa que valora al otro a partir del propio yo, la asociación de María con la
soledad la realiza Castel con el deseo de acoplar a su amada en la categoría que
mejor lo define a sí mismo: la de los solitarios. De ese modo cree haber
localizado a alquien que por padecer (supone él) una soledad semejante a la suya,
está en condiciones de comprenderle.
La soledad de las criaturas de Sábato es la de los orgullosos que se sienten
superiores a sus semejantes. El despectivo orgullo de Castel no es óbice para la
ocasional autodegradación, que llega hasta el punto de considerarse él mismo
"una basura que no merecía su amor [el de María], que estaba condenado, con
justicia, a morir en la soledad más absoluta" (El túnel, p. 122). Pero es más
habitual en las manifestaciones del pintor el sentimiento de desdén desde la
soledad:
Volví a casa con la sensación de una absoluta soledad. Generalmente, esa
sensación de estar solo en el mundo aparece mezclada a un orgulloso sentimiento
de superioridad: desprecio a los hombres, los veo sucios, feos, incapaces, ávidos,
groseros, mezquinos; mi soledad no me asusta, es casi olímpica (El túnel, p. 119).
Incluso en el momento más angustioso, cuando se confirma la infidelidad de
María, Juan Pablo enlaza su radical soledad y el orgullo de sentirla: "Me
dominaba a la vez un sentimiento de infinita soledad y un insensato orgullo: el
orgullo de no haberme equivocado" (El túnel, p. 157). Los planteamientos de
Castel son frecuentemente contradictorios, pero constantes en esa conjunción de
soledad y orgullo.
Hay en Sobre héroes un cambio en el desarrollo del tema con respecto al
apreciable en El túnel. Fernando, al contrario que Castel, es consciente de la
inseparabilidad de los términos tratados, y de ahí que sea capaz de sentir la
soledad sin que el orgullo autosuficiente la acompañe (aunque un poso de
cosmovisión castellana sobreviva):
La soledad absoluta, la imposibilidad de distinguir los límites de la caverna en que
me hallaba y la extensión de aquellas aguas, que se me ocurría inmensa, el vapor o
humo que me mareaba, todo aquello aumentaba mi ansiedad hasta un límite
intolerable. Me creí solo en el mundo y atravesó mi espíritu, como un relámpago,
la idea de que había descendido hasta sus orígenes. Me sentí grandioso e
insignificante (p. 428).
Abaddón ofrece significativas variantes en este planteamiento. El orgullo de
la soledad ya no se localiza en los personajes de una novela, sino en los "grandes
desventurados del arte, como Van Gogh, que sufrieron el castigo de la soledad
por su rebeldía" (p. 130). Como Van Gogh o como Flaubert:
292
INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EXISTENCIALISTA
293
Tal vez desde aquella verja, observando la corrupción, Gustave se hizo aquel niño
tímido y reconcentrado que dicen que fue: distante e irónico, arrogante, con la
conciencia de su precariedad pero también de su poderío [...]. Advertirás que es
aquel niño a la vez sensible y desilusionado el que describe la crueldad de la
existencia con una especie de rencoroso placer. La melancolía y la tristeza son el
telón de fondo. El mundo le repugna, lo hiere, lo fastidia: arrogantemente, decide
hacer otro, a su imagen y semejanza (ibíd., p. 119).
V
El orgullo de la soledad que definía El túnel había sufrido los primeros
embates en Sobre héroes. El ataque ya es casi frontal en Abaddón, donde la
presencia del otro (que Castel concebía en términos de pura necesidad utilitaria)
parece a punto de ser aceptada como realidad con la que convivir:
También él había intentado ese ascenso (al cielo, es decir, lo eterno e
incorruptible). Cada vez que había sentido el dolor, porque esa torre era
invulnerable; cada vez que la basura ya era insoportable, porque esa torre era
límpida; cada vez que la fugacidad del tiempo lo atormentaba, porque en aquel
recinto reinaba la eternidad. Encerrarse en la torre.
Pero el remoto rumor de los hombres había terminado siempre por alcanzarlo, se
colaba por los intersticios y subía desde su propio interior (p. 367).
Imposible mantener incólume la torre de marfil en un mundo y una
sociedad que reclaman el derecho a integrar en su seno al individuo. El ansia de
lo absoluto se conjuga con el contacto concreto con los semejantes:
Pero sí, oirás de pronto esa palabra -como ahora, donde esté Pavese oye la
nuestra-, sentirás la anhelada presencia, el esperado signo de un ser que desde otra
isla oye tus gritos, alguien que entenderá tus gestos, que será capaz de descifrar tu
clave. Entonces tendrás fuerzas para seguir adelante, por un momento no sentirás
el gruñido de los cerdos. Aunque sea por un fugitivo instante, verás la eternidad
(ibíd., pp. 114-115).
Son ya las palabras de 1974, bien distintas de las de 1948. La turbadora
presencia de la soledad sigue cercando las vidas de los personajes de Sábato,
pero los ropajes de que se viste tienen una tonalidad más clara. En esta tercera
novela el autor reflexiona sobre el apellido de su personaje Sabato haciéndolo
derivar "de Saturno, Ángel de la soledad en la cabala" (Abaddón, p. 23). Y una
importancia relevante llega a adquirir en la misma obra otro personaje
precisamente llamado Soledad, "casi la clave de esas tinieblas" (p. 276) en que
parece sumida la existencia: "Soledad parecía la confirmación de esa antigua
doctrina de la onomástica, pues su nombre correspondía con exactitud a lo que
era: hermética y solitaria" (p. 416). Entre la desesperación de El túnel y esta
esperanza intelectualizada (que no por ello optimista) de Abaddón había quedado
un fragmento de Sobre héroes titulado "Un Dios desconocido".
ÓSCAR BARRERO PÉREZ
294
Ni un solo detalle de la primera novela permitía abrigar la menor esperanza
sobre la existencia humana. Sobre héroes abría una ventana a la luz:
Felizmente (pensaba) el hombre no está solo hecho de desesperación, sino de fe y
de esperanza; no solo de muerte sino también de anhelo de vida; tampoco
únicamente de soledad, sino de momentos de comunión y de amor. Porque si
prevaleciese la desesperación, todos nos dejaríamos morir o nos mataríamos, y eso
no es de ninguna manera lo que sucede (p. 232).
La aceptación de la vida, con su carga de dramatismo y desolación, no
puede derivar de las grandes preguntas sin respuesta (Dios, la muerte, el porqué
de la existencia humana), sino de pequeños detalles, tan aparentemente
insignificantes como este:
Y cuando parecía que ya nada tenía sentido, se tropezaba acaso con uno de esos
perritos callejeros, hambriento y ansioso de cariño [...], y entonces, recogiéndolo,
llevándolo hasta una cucha improvisada donde al menos no pasase frío, dándole
algo de comer, convirtiéndose en sentido de la existencia de aquel pobre bicho,
algo más enigmático pero más poderoso que la filosofía parecía volverle a dar
sentido a su propia existencia. Como dos desamparados en medio de la soledad
que se acuestan juntos para darse mutuamente calor (ibíd., pp. 180-181).
Esta "metafísica de la esperanza" a la que comienza a darse forma en Sobre
héroes la había avanzado Sábato en su libro de 1951 Hombres y engranajes:
No estamos completamente aislados. Los fugaces instantes de comunidad ante la
belleza que experimentamos alguna vez al lado de otros hombres, los momentos
de solidaridad ante el dolor, son como frágiles y transitorios puentes que
comunican a los hombres por sobre el abismo sin fondo de la soledad. Frágiles y
transitorios, esos puentes sin embargo existen y aunque se pusiese en duda todo lo
demás, eso debería bastamos para saber que hay algo fuera de nuestra cárcel y que
ese algo es valioso y da sentido a nuestra vida (Hombres y engranajes, pp. 93-94).
Esa es la esperanza que se desarrolla tímidamente en Sobre héroes y que
parece afianzarse, de forma intelectualizada, en Abaddón, donde ya se admite
como consustancial al devenir vital la existencia del otro junto a la propia: "El yo
solitario no existe. El hombre existe en una sociedad, sufriendo, luchando y hasta
escondiéndose en esa sociedad. Vivir es convivir. El yo y el mundo, vamos" (p.
178). Abaddón no resuelve el problema de la incomunicación y la soledad en un
sentido positivo, enfocado a la solidaridad y la esperanza. Únicamente cabe
advertir una intelectualización que deriva de una resignada pasividad que parece
forzada por la sensación de lo inevitable. La comunicación, al término del ciclo
narrativo desarrollado por Sábato, sigue siendo imposible, y perenne e
irremediable la soledad del hombre. De ahí que, por ejemplo, el encuentro entre
INCOMUNICACIÓN Y SOLEDAD: EVOLUCIÓN DE UN TEMA EXISTENCIALISTA
295
Sabato y Agustina se salde con la constatación, una vez más, de que entre dos
seres humanos que se cruzan únicamente es posible advertir "el abismo" que los
distancia (Abaddón, p. 406).
Sàbato no proporciona una respuesta terminante al problema de la
incomunicación y la soledad, porque tal vez solo una cuarta novela daría la clave
definitiva. Pero el hecho de que el proceso indagatorio siga abierto después de la
tercera permite que el hipotético protagonista de esa novela última parta de una
base existencial menos pesimista.
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