Tuesday, March 6, 2012

Premio Cervantes 1998 JOSÉ HIERRO


Premio Cervantes 1998
JOSÉ HIERRO
Poeta y crítico de arte español
(Madrid, 1922 – 2002)

Gran parte de su vida transcurrió en
Cantabria, pues su familia se trasladó a Santander cuando José contaba con apenas
dos años. Allí cursó los estudios elementales e inició la carrera de perito industrial, que
se vio obligado a interrumpir en 1936 por causa de la guerra civil. Al finalizar la guerra,
fue detenido y procesado por pertenecer a una «organización de ayuda a los presos
políticos» -uno de los cuales era su padre. Pasó cinco años en prisión en Alcalá de
Henares; fue puesto en libertad en enero de 1944.
En prisión desarrolló una intensa actividad y, en los escritos de ese período, quedaron
plasmados muchos de los sucesos vividos durante la contienda, como la muerte de su
padre, la interrupción de sus estudios y el descubrimiento de la Generación del 27, a
través de la antología de Gerardo Diego, a quien consideró su padre espiritual. Sus
primeros versos aparecen en distintas publicaciones del frente republicano.
Tras ser puesto en libertad, Hierro se trasladó con José Luis Hidalgo a Valencia, donde
se dedicó a escribir. Por aquellos años participó en la fundación de la revista Corcel y
perteneció, junto con Ricardo Gullón, al grupo fundador de la revista Proel, donde
publicó Tierra sin nosotros, su primer libro de poemas, en 1947. Ese mismo año, obtuvo
el Premio Adonais de poesía por su segunda obra, Alegría. En ambos libros hay “un
amargo poso autobiográfico que dota a su poesía de una madurez poco frecuente
en jóvenes poetas”.
Volvió a Santander, donde trabajó ejerciendo muy distintos oficios: desde
conferenciante, a tornero, listero, profesor, redactor jefe de las revistas de la Cámara
de Comercio y la Cámara Agraria... En 1949, contrajo matrimonio con María de los
Ángeles Torres. Poco después se trasladó a Madrid con su mujer y sus dos hijos
mayores. En la capital comenzó a trabajar en el CSIC, en la Editora Nacional y en el
Ateneo. Asimismo, colaboró en diversas revistas de información y en Radio Exterior de
España y Radio 3; posteriormente, se incorporó a Radio Nacional de España, en donde
permaneció hasta su jubilación, en 1987. Más adelante colaboraría en revistas como
Espadaña, Garcilaso, Juventud creadora, Poesía de España y Poesía Española, entre
otras.
Hierro ha dedicado una buena parte de su vida a la pintura, cuyo lenguaje conoce
tanto como el de la poesía. En 1944 hizo su primera crítica pictórica —sobre la obra de
Benito Ciruelos, íntimo amigo suyo que murió ese mimo año—, labor que continuó
ejerciendo en distintos medios de comunicación.
Muy pronto, Hierro empezó a recibir numerosas distinciones como reconocimiento, no
sólo a sus méritos literarios, sino también a su ejemplar actitud ante la vida: Premio
Adonais, 1947; Premio Nacional de Literatura, 1953; Premio Nacional de la Crítica, 1957;
Premio March de Poesía, 1959; Premio Príncipe de Asturias, 1981; Premio Nacional de
las Letras Españolas, 1990; Premio Reina Sofía, 1995; Doctor Honoris causa de la
Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, 1995; Premio Cervantes de las Letras,
1998; Premio Europeo de Literatura Aristeión, 1999; Miembro de la Real Academia de la
Lengua, 1999. En 2002, fue nombrado doctor Honoris causa por la Universidad de Turín
y el Ayuntamiento de Madrid le concedió la Medalla de Oro de la ciudad.
En 1950 publica Con las piedras, con el viento, el testimonio de una experiencia
amorosa abocada, también, al fracaso. Con Quinta del 42 (1953), comienza la
exploración de la vía solidaria, nunca ajena a Hierro pero, hasta ahora, sostenida en
penumbra; no es, sin embargo, la suya una poesía social al uso y, esta diferencia
desencadena, con anticipación de años, los mecanismos superadores de un realismo
que por entonces amordazaba a la poesía española.
En Cuanto sé de mí (1957) –libro que en 1974 verá una nueva edición- acentúa la
preocupación verbal, reivindica ámbitos imaginativos y se aleja de la historia y del
tiempo. Estos elementos culminan en el Libro de las alucinaciones (1964). Marcado por
una poderosa veta irracionalista que se canaliza con frecuencia en el versículo, este
poemario rompe definitivamente con las categorías espacio-temporales. En 1991
publica un nuevo libro de poemas titulado Agenda; en 1995 Emblemas
neurorradiológicos y, en 1998, Cuaderno de Nueva York, editado por Hiperión,
considerada una de las máximas obras de poesía contemporánea.
Uno de los símbolos de la poesía de Hierro es el mar, metáfora de la eternidad, sin
pasado ni presente, encarnación del instante que el poeta quiere atrapar, para hacer
de su experiencia algo irrepetible. Del mismo modo, la música constituye una parte
esencial de su poesía, que es ante todo música de las palabras, extensión de la vida.
Su obra, más intensa que extensa, constituye una síntesis del equilibrio entre el “impulso
solidario de sus temas y la relevancia artística de sus formas”. Nunca escribía en su
propia casa por lo que era normal verlo en la cafetería de Avenida Ciudad de
Barcelona, en Madrid; en ella y en otros cafés escribió toda su obra. Era sin embargo
un trabajador lento y minucioso: algunos de sus poemas tardaron años en encontrar la
forma definitiva.
Nombrado hijo adoptivo de Cantabria en 1982, fue galardonado en 1998 con el
Premio de Literatura Miguel de Cervantes.
Murió el 21 de diciembre de 2002, en Madrid, a los 80 años, en plena vitalidad poética.
El 25 de abril de 2008, la ciudad de Santander le rindió homenaje colocando un busto
del poeta en el Paseo Marítimo, junto a Puertochico, inspirado en los versos de uno de
sus poemas sobre la bahía: "Si muero, que me pongan desnudo, desnudo junto al mar.
Serán las aguas grises mi escudo y no habrá que luchar".


- 1 -CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1998
Discurso de JOSÉ HIERRO
El escenario impone. Como la ocasión, que congrega a tantas ilustres personalidades. Y
a mí, además, me paraliza pensar que debo dirigirme a tan selecta concurrencia para
distraer su atención durante unos minutos. Prometo que no serán muchos. Lo que no
puedo prometer es que no se lo parezcan.
Las acciones provocadoras en el ámbito de la cultura están pasadas de moda. Y, sobre
todo, resultan inelegantes, rayanas en la zafiedad del personaje de Larra. De no ser por
el respeto a los usos y exigencias del protocolo, yo me limitaría a agradecer su presencia
en esta acto solemne, y a continuación les invitaría a salir al puro aire primaveral para
recorrer, juntos, estos espacios y estos tiempos sucesivos -Arquitectura e Historiasimbolizadas
en unas piedras que son Patrimonio de la Humanidad. Sentiríamos
palpitación del Tiempo. No sería necesario escuchar palabra alguna, referencia a hechos
culturales, personas, -La Políglota, Cisneros-, presencia de la primitiva Universidad
Complutense en Europa...
Ese silencio deseado no es posible. A mí me corresponde romperlo. Trataré de hacerlo
sin contravenir las normas de la cortesía, la primera de las cuales se llama brevedad. En
cuanto al esquema de mi intervención el primer punto exige, tras saludarles y agradecer
su presencia, manifestar al jurado, nobleza obliga, el haberme elegido para incorporar
mi nombre a la nómina de los que ya recibieron, en ediciones anteriores, el Premio
Cervantes, del que tan orgulloso me siento. Y no sé cómo expresarlo.
No he hallado esas "pocas palabras verdaderas" machadianas que no fuesen, o lo
pareciesen, mera fórmula vacía de contenido. Ensayé algunas: "Gracias, gracias,
gracias; prometo hacerme, en adelante, digno de tan alto honor". Esta era la más
adecuada; o así me lo pareció. Pero enseguida la encontré fría. Uno está formado -o
deformado- por la palabra poética que pretende no sólo informar, sino también
persuadir, transmitir la temperatura cordial.
Así que ensayé la vía del barroquismo, el retoricismo, el floripondismo tantas veces
latente en cuantos hablamos español, y revestí la fórmula expresiva con adjetivos
solemnes y oratorios. El primero que saltó de mi pluma fue aquel "inmerecido",
aplicado al honor que el jurado me concedía.
Pero enseguida me di cuenta de que esta pareja sustantivo-adjetivo, pertenecía al
seguimiento de las expresiones automáticas y tópicas de la índole de: islas paradisíacas,
recuerdo imborrable, humeante tazón, marco incomparable... fórmulas que utilizamos
de manera habitual más de lo que nos gustaría, por lo que han ido desposeyéndose de un
encanto y sorpresa inicial. Además, en este -y en otros casos similares- era mas que
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1998
Discurso de JOSÉ HIERRO
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cortesía, ordinariez, pues insinuaría que el jurado concede la distinción a quien no la
merece, robándosela a quien poseía méritos superiores. Y agradecer el "merecido"
honor era grave pecado de vanidad.
A estas alturas de mi discurso, más de uno entre ustedes estará recordando la famosa
anécdota atribuida a Don Miguel de Unamuno, a quien reprocharon que calificase de
"merecido" el honor recibido cuando todos en circunstancias semejantes, decían
"inmerecido". "Pues tenían razón", fue la respuesta arrogante de D. Miguel. Él no se
equivocaba pues seres de esa talla son escasísimos. Lo suyo no era vanidad, sino orgullo
y objetividad. Así que, indeciso entre las fórmulas posibles, me decidí, desafiando el
riesgo de parecer seco y distante, por la fórmula "Gracias, gracias... etc." que antes
deseché. Y no crean que no seguí mirando con el rabillo del ojo el "inmerecido", que se
me escapaba de la pluma al recordar tantos creadores que, a uno y otro lado del
Atlántico de la lengua común, enriquecen nuestra literatura.
Lo malo de todo esto no es que haya perdido -y hecho perder a ustedes- el tiempo por
tiquismiquis de léxico protocolario, sino que aún no sé, sino aproximadamente cuál será
la columna vertebral de mi discurso. Sólo una cosa no tuvo duda para mí: que dar las
gracias por el Premio Cervantes, en el recinto de la histórica Universidad Complutense,
y siguiendo el ejemplo de buena parte de los escritores que lo recibieron en ediciones
anteriores, el discurso debía versar sobre algún aspecto de la creación cervantina. Pero
¿qué no se habrá dicho del autor y sus criaturas de ficción a lo largo de los casi cuatro
siglos transcurridos desde la primera salida del Caballero? Porque, inconscientemente,
cuando yo decía "Cervantes" pensaba en D. Quijote. Y ¿por qué flanco y con qué
método acosarlo?
No puede ser desde la erudición, pues para desgracia mía, no pertenezco a tan noble
gremio. Así que no iluminaré ante ustedes zonas oscuras de la obra y la vida de
Cervantes. Y bien que me gustaría tener la capacidad y conocimientos suficientes para
aportar algo concreto, no mera palabrería.
Otra vía teóricamente posible podría consistir en la vía, digámoslo así, del pensador, del
intelectual -que no tiene por qué tener forzosamente un conocimiento "profesional" del
tema -que lo asedia desde el exterior, impone su interpretación personal. Y desde ésta
llegamos a saber, más que del tema, de quien lo trata. Los retratos velazqueños interesan
más por Velázquez -la pintura- que por los modelos -la historia-. Pero también esta vía
me estaba vedada por razones obvias.
De manera que, eliminadas razones distintas pero con igual riesgo de fracaso, suelto las
riendas de mi caballo y dejo que él me lleve hasta donde su instinto se lo pida. Digamos
que se trata de una vía poética, pues la poesía es mi oficio y por ello estoy aquí. Y, se
preguntarán, alarmados, ¿qué entiende este hombre por "sistema poético"? Desde luego,
nada de la "fermosa cobertura" del Marqués de Santillana, bella desnudez disimulada
bajo las galas y el joyerío, sino algo más simple. El -para mí- proceso poético consiste
en objetivar, racionalizar, lo que en principio se manifiesta de manera vaga, musical,
como un vaho, una bruma que ha de solidificarse sometiéndola a la frialdad de la lógica.
Lo que equivale a decir que el poeta, al comenzar un poema, no sabe cuál será su
desarrollo y su fin. No "se sabe" el poema. Descubrirá lo que quería decir cuando lo
haya terminado.
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¿Por qué en este instante en que no tengo más remedio que agarrar al toro por los
cuernos, se proyectan en la pantalla de la imaginación tres figuras? Una -qué original- la
de D. Quijote, reflejada en el espejo cóncavo-convexo que da como resultado a su
contrafigura, o complemento, que se llama Sancho. A un lado del Caballero duplicado,
veo a D. Miguel de Unamuno. Al otro, a Azorín.
Lo de que D. Quijote cabalgue por estas Manchas de la memoria confusa es ilógico.
Constituye una obviedad recordar que ni Rinconete, Cortadillo, Persiles, Sigismunda,
pretendieron -no hubiesen podido- desbancar al Caballero de la Triste Figura. Sólo él
ascendió a la categoría de Mito. Fue primero criatura de la imaginación del dios Miguel
de Cervantes. Desde que el hidalgo manchego vio la luz, ya talludito, en la madrileña
clínica de Juan de la Cuesta, ingresó en el escalafón de los Mitos, junto a otros,
anteriores, coetáneos o posteriores, como Edipo, Hamlet, D. Juan, Fausto, todos, como
él, de padre conocido.
Esto de "padre conocido" no pretende ser una gracieta, una expresión jocosa de las que
tan pródigo son algunos "humoristas" (entre comillas) huéspedes de nuestras
televisiones públicas y privadas. Al utilizarla, y antes de analizarla, de justificármela,
pensaba en las dos tribus que coexisten en el país del Mito. Una, de "padre
desconocido", innegablemente, es la más antigua. Quienes la componen son figuras
humanas o monstruosas, encarnación de fenómenos naturales, misteriosos e
inexplicables para los primitivos pobladores de la Tierra. Más tarde, Egipcios y Griegos,
entre otros, los deificaron, les dieron apariencia de semidioses que no eran sino
proyecciones y representaciones humanizadas del Sol, la Muerte, el Trueno.
Los de padre conocido son fruto de la literatura, en cuyo punto de partida está la
Tragedia griega. Nacieron -insisto en la tópica expresión- como seres de ficción que
aspiraban a salir del papel en el que su creador les engendró, respirar y, dada su
compleja grandeza, convertirse en Mitos. Unos y otros, partieron de metas distintas y
coincidieron, tras una marcha penosa, en la consulta del psiquiatra en el que se liberaban
de sus complejos -Edipo,Electra, Fausto, Locura idealista- erigiéndose, sin pretenderlo,
en modelos para futuros dolientes de mente desajustada...
Lo de que D. Quijote, como Mito, haya irrumpido en mi memoria no creo que necesite
justificación. Pero ¿qué demonios pintan aquí, junto a él, don Miguel de Unamuno y
Azorín?
Avanzando a tientas, a golpe de digresión buscando algo que no sé qué es, hasta que lo
encuentro, me fijo en Unamuno. Es su retrato exagerado del gran energúmeno español,
como le llamó Ortega. Está reclutando gente para ir "a rescatar el sepulcro de D. Quijote
del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos... a rescatar el
Sepulcro del Caballero de la Locura del Poder de los Hidalgos de la Razón". D. Miguel
no dudó nunca que no fue Cervantes quien creó a D. Quijote, sino al revés.
Creación de D. Quijote, no entendió a su padre. Y lo que es peor: como era excelente
escritor, desencadenó una caterva de cervantistas quienes, como en el aforismo chino,
cuando alguien les muestra la luna no se fijan en ésta, sino en la mano que la señala. No
es extraño que, en una de sus arremetidas contra los cervantistas, que se desentienden
del héroe para diseccionar la escritura de Cervantes, proclamase, airado, que prefería
leer el Quijote en inglés.
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Para Unamuno, siempre a contracorriente, provocador, Cervantes es una criatura de D.
Quijote ("cada uno es hijo de sus obras", recordó alguna vez). Y al llegar a este punto
creo que empiezo a comprender el papel que Azorín puede interpretar en esta
disparatada comedia. Porque Azorín, buen lector por buen escritor, afirma que "el
Quijote no lo escribió Cervantes, sino la posteridad".
Ya sé que para "los Hidalgos de la Razón", guardianes del Sepulcro del Caballero, la
paradoja azoriniana, menos retorcida que la unamuniana, tiene una explicación lógica
que la hace aceptable. Porque cada época adopta un punto de vista para contemplar las
obras predestinadas a ser eternas. Las desventuras del Caballero provocaban la
carcajada de sus lectores contemporáneos. Década a década iba conquistando grandeza
y melancolía -lectura muy propia del Romanticismo- hasta llegar a convertirse mediado
el siglo XIX, en símbolo del idealismo, para los quijotistas, y en modelo de prosa, para
los cervantistas, tan despreciados por Unamuno.
Pero, ¿por qué no acudir a Miguel de Cervantes que, padre o hijo de su obra, alguna luz
podrá proyectar sobre ella? Poco importa que sea juez y parte.
Iniciemos esta indagación policiaca. Cervantes. En el prólogo a la primera edición de la
primera parte de D. Quijote, escribe... "¿qué podría engendrar el estéril y mal cultivado
ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de
pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró
en la cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su
habitación?" Y más adelante... "yo, que aunque parezca padre, soy padrastro de D.
Quijote,..." El resto del prólogo es una queja revestida de melancolía.
"Al cabo de tantos años como ha que duermo en el olvido, salgo ahora con todos mis
años a cuestas con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención". El sueño del
olvido ha durado veinte años: los transcurridos entre la publicación de la Galatea en
1548 y la de la primera parte del Quijote en 1605. Hagamos ahora el resumen de los
distintos parentescos. Para Unamuno, D. Quijote es el padre de Cervantes, a quien creó
para poder ser creado, por aquello de que todos somos hijos de nuestras obras. Para
Azorín, al Quijote lo escribió la posteridad, lo que le convierte en hijo de padre
desconocido. Cervantes no está seguro acerca de su parentesco con el Hidalgo
manchego: ¿padre?, ¿padrastro? Ni siquiera está seguro de su apellido -¿Quijada?,
¿Quesada?, ¿Quijana?, ¿Quijano?- ni recuerda el lugar de La Mancha que fue su cuna,
en el supuesto de que fuese el mismo en el que Cervantes tropezó con el Hidalgo cuya
edad frisaba en los cincuenta años.
Más de uno, entre cuantos tienen la paciencia de acompañarme en esta ocasión, se
preguntarán por qué me demoro navegando entre manglares y divagaciones en vez de
poner rumbo directo al puerto de llegada. Y no entenderán -yo, hasta ahora, sólo lo
vislumbro- la curiosidad que despierta en mí la cuestión del parentesco que relaciona al
autor con el personaje. El sistema del poeta, recordé antes, consiste en hacer accesible a
la razón lo que, en su origen, es música errante que ha de encadenarse al pentagrama, lo
que le permitirá ser interpretada y, en consecuencia, hacerse audible para todos, aunque
no sepan nada acerca de la música, como podemos poner en marcha un coche sin
conocer lo más elemental de mecánica.
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Sucede que por todas partes se va a Roma. Y se llega. Un astrónomo está capacitado
para predecir el día y la hora en que se producirá un eclipse de luna, pues en esos
minutos la sombra de la Tierra interpuesta, impedirá que la del sol llegue a nuestro
satélite. Un sacerdote caldeo, egipcio, maya, llegará a la misma conclusión, pero
utilizando otro sistema, a partir del hecho de que devorar lunas o soles es la actividad
predilecta de los dragones ciertos días de cada siglo. ¿Por qué si antaño el Sol se movía
alrededor de la Tierra y ahora sucede al revés las estaciones del año siguen llegando
puntualmente a su cita con equinoccios y los solsticios?, y ¿por qué el tiempo
atmosférico no acaba de disciplinarse, someterse y, como siempre, sigue siendo huidizo,
imprevisible, caprichoso y burlón? Su juego consiste en desmentir todo pronóstico: del
meteorólogo, del campesino, de las cabañuelas, del acreditado calendario zaragozano.
Por todas partes se va a Roma, sí; pero por todas partes puede no llegarse a Roma.
¿Quién puede impedir a nadie que afirme que Newton no pensó en la ley de la gravedad
al ver caer una manzana de un árbol sino que, habiéndola elaborado y formulado sobre
el papel, se vio obligado a inventar el manzano para corroborarla?
Las paradojas de Unamuno y Azorín, como la metáfora del dragón que devora al sol o a
la luna son verdades contempladas desde el otro lado. Realidades fabuladas, traducidas
a otra lengua. Y coinciden en un punto de fuga: el Quijote es anterior y posterior a
Cervantes. Cuando atinan, desatinan. Vive el Hidalgo Caballero entre nosotros como si
nunca hubiese habitado en las páginas de un libro. Es una figura familiar, ennoblecida y
añejada por la madera del tiempo. Ha cortado el cordón umbilical que le unía a su autor
y se ha fundido con la Humanidad, toda ella, cultos e incultos, de Oriente y Occidente.
Y esto es algo que -entre otros muchos rasgos- lo singulariza entre los Mitos de padre
conocido, que pueden ser conocidos y admirados, pero no populares (no imagino a un
analfabeto inglés pensando en Hamlet cuando debe tomar una decisión y si, en cambio,
a un analfabeto español calificar de "quijotada" a cualquier decisión locamente
idealista). A diferencia de los Mitos de origen literario, D. Quijote es un ser de carne y
hueso, no un arquetipo que vive a salto de mata entre páginas y páginas eruditas y acaba
por dar nombre a un complejo. El Quijote tiene esa fuerza de impregnación popular que,
como el Romancero, hace que no nos parezca obra de una sola persona, sino acarreo de
generaciones sucesivas. Los años no le han hecho perder su lozanía. Tal vez D. Juan sea
el Mito que más se le aproxime, pero se ha quedado más cerca de lo arquetípico.
No es hijo de ninguno de los padres conocidos -desde antes de Tirso hasta después de
Zorrilla- que lo han prohijado, aprovechándose de su desamparo. Pero todos hubieron
de contentarse con realizar unas variaciones personales sobre un tema dado, (y
desaprovechado); resignarse a ser Avellanedas de una criatura que no halló a su
Cervantes.
Esta criatura, confesaba su autor, fue engendrada en la cárcel. "Un hijo seco y
avellanado". Tras la declaración inicial de paternidad, vuelve sobre ella para
transmitirnos su propia duda acerca del vínculo que los une: ¿Hijo?, ¿Hijastro?
Comenzada la novela surgen nuevas imprecisiones. El sobrenombre de Sancho -Panza o
Zancas, como aparece en los papeles del historiador arábigo Cide Hamete Benefeli-
También es dudoso para el narrador pues "con esos dos sobrenombres le llama algunas
veces la Historia". En cuanto a la duda acerca del verdadero apellido de don Quijote,
Cervantes alude a los "autores de esta tan verdadera historia". Autores, así, en plural, lo
que lo sitúa, mágicamente en la órbita de las obras de creación colectiva, que antes
recordé.
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Sí: ya sé algo de esos recursos fabuladores del contador de historias reales o
imaginarias. Le sirven para dar mayor verosimilitud, o crear enigmas que animen al
lector a seguir adelante. En nuestro siglo no son pocas las novelas y las películas que
basan su publicidad en el hecho de que lo que se cuenta en ellas ha sucedido realmente.
El truco es antiguo. Muy cerca tenía Cervantes el ejemplo de Fernando de Rojas que
halló por casualidad el primero -y único- acto de aquella tragicomedia que hubiese sido
divina de haber escondido más lo humano. Trucos, recursos, malabarismo, mentiras...
Pero la mentira deliberada puede ser una verdad simétrica, una verdad traducida a una
lengua de código muy distinto. A partir de un punto, podemos trazar radios alrededor.
Cada uno es una mentira posible. ¿Por qué el autor elige, entre las infinitas mentiras
posibles, una determinada? ¿No será que mentir equivale a expresar una verdad que el
mentiroso ignora que lo es?
Nadie en su sano juicio permitiría la entrada del autor Cervantes en su novela. Lo hace
dando la cara, con digresiones acerca de documentos perdidos en los que están escritos
los trabajos, locuras y desventuras de D. Quijote. Sus poesías las adjudica a pastores
enamorados, aunque cuando más se delata es al aparecer disfrazado de Cautivo que
regresa a la patria. Nadie en su sano juicio, repito... pero ahora advierto que me dejé
llevar por el tópico léxico, y que lo que quería decir es que sólo el loco de atar
permitiría que Cervantes se mezclase con sus personajes. Porque estamos entre
Caballeros de la Locura, no de la Razón, entre fabuladores que restituyen a sus
probables autores los personajes y vidas y sucesos de que se apropió Cervantes. Por eso
Unamuno, en su "Vida de Don Quijote y Sancho" despacha sin comentario alguno los
capítulos XXXIX al XLII, precisamente los más autobiográficos, en los que Cervantes
evoca su cautiverio en Argel. Unamuno ni siquiera se detiene a ensalzar las acciones
valerosas, arriesgadas, solidarias del Soldado Miguel de Cervantes ("a la guerra me
lleva/la necesidad...") a pesar de saber que se trata de un hijo, de D. Quijote, poeta, autor
dramático, novelista... actividades que desconocían sus compañeros de armas y que,
veinte años más tarde, otros, que sí habían tenido noticia de ellas, comenzaban a olvidar.
Aquel escritor que prometía, era un ser a contratiempo. Gentes nuevas lo expulsaron del
Corral de Comedias. Y del Parnaso, al que llevó una tropa inacabable de poetas, en acto
de generosidad excesiva y mínimo sentido crítico.
En esta recta final, todos los datos concuerdan. Da lo mismo que estemos ante el
negativo o el positivo, ante la radiografía o la fotografía. Fabulación y erudición, mago
y científico llegan a las mismas conclusiones por caminos convergentes, como en el
mundo de los Guermantes. Todo se puede decir de una manera o de la simétrica
invertida en el espejo del agua. Para el creyente, Dios hizo al ser humano; para el ateo,
el ser humano hizo a Dios, porque lo necesitaba (y no es el momento de someter a
votación quién lo hizo mejor, pues la Razón, como saben los quijotistas no lo explica
todo, como creen los cervantistas).
Si se pudiesen realizar operaciones con cantidades heterogéneas, la conclusión podría
ser que el ser humano al crear a Dios estuvo más acertado que Dios al crear a los
humanos: basta con asomarse a las páginas de los periódicos o a las pantallas de los
televisores, echar una ojeada sobre el mundo, para comprobarlo. Pero es un argumento
propio de los más zafios hidalgos de la Razón.
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¿Cervantes, criatura de D. Quijote? ¿D. Quijote, criatura de la posterioridad? En este
embrollo, ¿qué papel interpreta Cervantes, el Manco que escribe a través de mil manos
anónimas, desde el pasado y desde el porvenir, un libro que es un milagro y un enigma
como el del origen del Universo, el del homo sapiens? ¿Dónde estará el instante
primero, el Big Bang, el eslabón perdido?
Yo tomo mi penacho y mi báculo de chamán por la senda del desvarío. Cuento la
verdadera falsa historia de la creación de D. Quijote. Uno hijo -recordémosloengendrado
en la cárcel, nos dice su padre Cervantes. Subrayo engendrado, no parido.
(No me vengan los hidalgos de la Razón con que el hombre no pare y me obliguen a
justificar la metáfora aduciendo el testimonio de tantos escritores que han comparado la
felicidad y el dolor de crear con los del parto).

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