Friday, November 16, 2012

FERNANDO DE HERRERA






Fernando de Herrera (Sevilla, 1534-Sevilla, 1597). Poeta y prosista español del Siglo de Oro conocido como `el Divino`.
La mayor parte de lo que sabemos sobre él proviene del Libro de los verdaderos retratos (Sevilla, 1599) del pintor y poeta Francisco Pacheco. Nació en Sevilla, en el seno de una muy humilde familia, y se educó a las órdenes del maestro Pedro Fernández de Castilleja sin obtener, a lo que parece, título académico alguno. En los últimos años de la década de 1550 trabó amistad con don Álvaro y doña Leonor de Milán, conde y condesa de Gelves, que, desde muy pronto, se convirtieron en sus protectores, y esta última en su Musa, la enamorada que aparece aludida en sus versos como Luz, Estrella, Eliodora etc. Allá por los años 1565 ó 1566, tras haber recibido órdenes menores, se convierte en beneficiado de la iglesia de San Andrés. Frecuentó el reducido círculo de intelectuales y poetas sevillanos del que formaba parte el humanista Juan de Mal Lara. Juan Rufo y otros contemporáneos señalaron su carácter áspero, retraído y orgullloso. En 1572 publica en Sevilla su Relación de la guerra de Chipre y suceso de la batalla naval de Lepanto, en que incluyó su celebérrima Canción en alabança de la Divina Magestad por la vitoria del señor don Juan en la batalla de Lepanto. Tras la muerte de su musa en 1578, Herrera se dedicó a corregir y limar los versos nacidos de su amor juvenil. La publicación de su comentario a los poemas de Garcilaso de la Vega (Obras de Garcilaso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrera [Sevilla, 1580]) originó una agria polémica entre los admiradores del poeta toledano. Un castellano, con el seudónimo de Damasio, escribió una carta feroz contra Herrera, y el Conde de Haro, Juan Fernández de Velasco, que era condestable de Castilla, redactó unas Observaciones del Licenciado Prete Jacopín, vecino de Burgos, en defensa del príncipe de los poetas castellanos Garcilasso de la Vega, vecino de Toledo, contra las Anotaciones que hizo a sus obras Fernando de Herrera, poeta sevillano. A este ataque y el anterior contestó Herrera con un opúsculo Al muy reverendo padre Prete Jacopín, secretario de las Musas, impreso por primera vez en Sevilla, en 1870. El conde de Gelves muere en 1581 a causa de la epidemia que asolaba a la sazón la ciudad de Sevilla. En 1582, después de haber atormentado a los impresores con sus caprichos tipográficos y de haber corregido a mano las erratas de muchos de los ejemplares impresos, Fernando de Herrera publica por fin una breve antología de su obra poética: Algunas obras de Fernando de Herrera, en edición no venal, ya que no lleva la tasa acostumbrada. Su semblanza biográfica de Tomás Moro (Sevilla, 1591) fue la última obra que publicó en vida. En 1619 el pintor Francisco Pacheco, autor, por lo demás, del conocido retrato del poeta, publicó una recopilación póstuma de la producción lírica de Fernando de Herrera: Versos de Fernando de Herrera, que contiene 372 poemas, seis de ellos repetidos, algunos expertos han puesto en duda la autenticidad de algunos de ellos, porque la lengua es muy diferente, con cultismos y más arcaizante, seguramente Pacheco utilizó unos manuscritos antiguos de Herrera o retocó los textos, o ambas cosas a la vez. Un manuscrito de la Biblioteca Colombina, con el título de Obras de Fernando de Herrera, natural de Sevilla, recojidas por don Ioseph Maldonado de Ávila y Saavedra. Año 1637, que publicó José María Asensio, contiene 28 poemas inéditos y varias copias de las Anotaciones.

Su poesía destaca por el escrúpulo formal, el intelectualismo petrarquista, poco espontáneo, y su defensa de un lenguaje creativo que enlazará a Garcilaso de la Vega con Góngora.


Sonetos
Fernando de Herrera
Ramón García González (ed. lit.)
Datos biográficos de Fernando de Herrera
Nace en Sevilla el año 1534.
De familia humilde, dedicó toda su vida al estudio y a la poesía.
A pesar de ser beneficiado de la parroquia de San Andrés de Sevilla, no quiso nunca tomar
las órdenes sagradas mayores.
Su amistad con los Condes de Gelbes, que llegaron a Sevilla por el año 1559, influyó en su
poesía, sobre todo en sus sonetos, al enamorarse platónicamente de la Condesa de Gelbes,
Leonor de Millán, que muere en 1581. A ella y con diferentes apelativos le dedicó parte de sus
sonetos. El poeta por entonces tenía 25 años. A pesar de las especulaciones, nunca se supo si el
amor que sentía el poeta por la joven Condesa pasara de lo estrictamente platónico. El esposo de
Leonor siempre aceptó la dedicatoria de todos estos versos.
Pasó entre sus amigos y conocidos como hombre afable y cortés, sobre todo en la Academia
Juan Mal de Lara, que solía frecuentar, y en donde conoció gran parte de los escritores y pintores
que por entonces vivían en Sevilla.
En 1582 publicó un reducido volumen con el título de Algunas Obras de Fernando de
Herrera, de tema amoroso, y la mayoría de estos poemas dedicados a Leonor de Millán. En
alguno de sus poemas la llama Luz, Estrella, Heliodoro, Lumbre, etc., tratándola en algunos de
sus versos de «belleza divina». A partir de la muerte de su amada el poeta no vuelve a escribir y
sólo emplea su tiempo en retocar su obra.
Años después de su muerte el suegro del pintor Velásquez, Francisco Pacheco, publica con
el título Versos de Fernando de Herrera enmendados y divididos por él en tres libros.
Sus sonetos marcan una lírica muy cercana a Petrarca por el que se sentía gran admiración.
Fernando de Herrera era conocido como «el Divino». Sin apenas datos de su muerte y
posterior enterramiento, parte de su obra se perdió sin saber las verdaderas causas. Gracias a
Pacheco, gran amigo y admirador de su obra, se salvaron algunas de sus obras.
Célebre es la obra Anotaciones a la obra de Garcilaso publicada en 1580; mas a pesar de la
admiración que sentía por este poeta, no fue impedimento para la crítica de sus versos.
Nunca abandonó Sevilla, en donde murió el año 1597.

Libro primero
- I -
Sufro llorando, en vano error perdido,
el miedo y el dolor de mi cuidado,
sin esperanza; ajeno y entregado
al imperio tirano del sentido.
Mueve la voz Amor de mi gemido 5
y esfuerza el triste corazón cansado,
porque siendo en mis cartas celebrado
de él se aproveche nunca el ciego olvido.
Quien sabe y ve el rigor de su tormento,
si alcanza sus hazañas en mi llanto, 10
muestre alegre semblante a mi memoria.
Quien no, huya y no escuche mi lamento,
que para libres almas no es el canto
de quien sus daños cuenta por victoria.
- II -
Luz en cuyo esplendor el alto coro
con vibrante fulgor está apurado,
de dulces rayos bello ardor sagrado,
do enriqueció Eufrosina su tesoro;
Ondoso cerco que purpura el oro, 5
de esmeraldas y perlas esmaltado
y en sortijas lucientes encrespado,
a quien me inclino humilde, alegre adoro;
cuello apuesto, serena y blanca frente,
gloria de amor, gentil semblante y mano, 10
que desmaya la rosa y nieve pura,
es esta por quien fuerzo el mal presente
que pruebe su furor, y siempre en vano
aventajar intento mi ventura.
- III -
Pues de este luengo mal penando muero,
sin que remedio alguno estorbe el daño,
amor me dé, en consuelo de mi engaño,
falso placer ajeno, aunque postrero;
que mi dolor anime el duro acero, 5
y en blanda saña el tibio desengaño,
y el desdén manso, en cuya ausencia engaño
mi perdición, y en vano el bien espero;
para que de mi muerte la memoria,
y en voluntad ingrata mi firmeza 10
haga a la edad siguiente insigne historia,
que de mis esperanzas y riqueza
fincarán (¡corto premio a tanta gloria!)
deseos acabados en tristeza.
- IV -
¡Oh, fuera yo el olimpo, que con vuelo
de eterna luz girando resplandece
cuando mengua Timbreo y Cintia crece
en el medroso horror del negro velo!
En lo mejor del noble hesperio suelo, 5
que cerca baña el Betis, y enriquece,
viera la alma belleza que florece
y esparce lumbre y puro ardor del cielo;
y en su candor clarísimo encendido,
volviera todo en llama, como espira 10
en fuego cuanto asciende al alta etra.
Tal vigor en sus rayos escondido
yace, que si con fuerza alguno mira
en ella, con más fuerza en él penetra.
- V -
Amor, que me vio libre y no ofendido,
torció, de mil despojos ricos llena,
en lazos de oro y perlas la cadena,
y en nieve escondió y púrpura, atrevido.
Con la flor de las luces yo perdido, 5
llegué y apresuré mi eterna pena;
tiembla el pecho fiel y me condena;
huyo, doy en la red, caigo rendido.
La culpa de mis daños no merezco,
que fue el nudo hermoso, y de mi grado 10
no una vez le entregara la victoria.
Cuanto sufro en mis cuitas y padezco
hallo en bien de mis yerros engañado
y del engaño salgo a mayor gloria.
- VI -
Con el puro sereno en campo abierto
vuela mi alado carro, y fresco llega.
El viento arando el golfo; la paz niega
cielo airado, aire adverso, flujo incierto.
Desampara huyendo el mar desierto; 5
mas el miedo y horror lo aflige y ciega;
noto cruel, que su furor despliega,
las velas rompe, impide entrar el puerto.
Cuando ríe una luz en occidente
que alegra el orbe etéreo, y desfallece 10
el soplo austrino y cesa el ponto oscuro,
la prora vuelvo, y lejos tardamente
la tierra sola en puntas aparece,
y nunca al puerto arribo que procuro.
- VII -
Vuela y cerca la lumbre y no reposa,
y huye y vuelve, a su beldad rendida,
figura simple suya, y encendida
siente que fue a su muerte presurosa;
mas yo, alegre en mi luz maravillosa, 5
a consagrar osando voy mi vida,
que espera, de su bello ardor vencida,
o perderse o cobrarse venturosa.
Amor, que en mí engrandece su memoria,
entibia mi esperanza en lento engaño 10
y en llama ingrata ufano me consumo.
Cuidé (¡tal fue mi mal!) ganar la gloria
del bien que vi, y al fin hallo en mi daño
que sólo de mi incendio resta el humo.
- VIII -
¿Qué bello nudo y fuerte me encadena
con tierno ardor, en quien amor airado
me enciende el corazón, y en un cuidado
duro y terrible siempre me enajena?
El oro que al Gange indo en su ancha vena 5
luciente orna, y en hebras dilatado,
con luengo cerco y terso ensortijado,
gentil corona en blanca frente ordena.
¡Oh vos, que al sol vencido, prestáis fuego,
en quien mi pensamiento no medroso 10
las alas metió libre, y perdió el vuelo!
Lazos que me estrecháis, mi pecho ciego
abrasad, porque en prez del mal penoso
segura mi fe rinda su recelo.
- IX -
A la derrota del duque de Sajonia por Carlos V
Do el suelo horrido el Albis frío baña
al sajón, que oprimió con muerta gente
y rebosó espumoso su corriente
en la esparcida sangre de Alemaña;
al celo del excelso rey de España, 5
al seguro consejo y pecho ardiente,
inclina el duro orgullo de su frente,
medroso, y su pujanza, a tal hazaña.
La desleal cerviz cayó, que pudo
sus ondas con semblante sobrar fiero 10
y sus bosques romper con osadía,
Marte vio, y dijo, y sacudió el escudo:
«¡Oh gran Emperador, gran caballero!
¡Cuánto debo a tu esfuerzo en este día!»
- X -
La púrpura en la nieve desteñida,
el dulce ardor con tibia luz perdía,
y en los cercos y oro parecía
Venus desfallecer con voz vencida.
La enemiga cruel de humana vida 5
su niebla alegremente esclarecía,
y mi alma el fin último traía
en vuestros graves ojos escondida.
Mas aspirando amor suave y tierno
en el hielo y las rosas, la victoria 10
porfió y consiguió en dichosa suerte.
Centelló en vuestra faz su fuego eterno,
y a la belleza ufano dio la gloria
que en vida volvió leda la impía muerte.

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