Friday, June 15, 2012

Publio Virgilio Marón


Publio Virgilio Marón (Andes, actual Pietole, cerca de Mantua, en la Región X, Venetia, hoy Lombardía italiana, 15 de octubre de 70 a. C. – Brundisium, actual Brindisi, 21 de septiembre de 19 a. C.), más conocido por su nomen, Virgilio, fue un poeta romano, autor de la Eneida, las Bucólicas y las Geórgicas. En la obra de Dante Alighieri, La Divina Comedia, fue su guía a través del Infierno y del Purgatorio.

Formado en las escuelas de Mantua, Cremona, Milán, Roma y Nápoles, se mantuvo siempre en contacto con los círculos culturales más notables. Estudió filosofía, matemáticas y retórica, y se interesó por la astrología, medicina, zoología y botánica. De una primera etapa influido por el epicureísmo, evolucionó hacia un platonismo místico, por lo que su producción se considera una de las más perfectas síntesis de las corrientes espirituales de Roma.

Fue el creador de una grandiosa obra en la que se muestra como un fiel reflejo del hombre de su época, con sus ilusiones y sus sufrimientos, a través de una forma de gran perfección estilística.

Hijo de campesinos, Virgilio nació en Andes, una aldea próxima a Mantua, en la región italiana de Venetia et Histria. Recibió una esmerada educación y pudo estudiar retórica y poesía gracias a la protección del político Cayo Mecenas (de éste proviene el término `mecenas` aplicado a quienes protegen y estimulan las artes). Sus primeros años los pasó en su ciudad natal, pero al llegar a la adolescencia se trasladó a Cremona, Milán y Roma para completar su formación. En Roma se introdujo en el círculo de los poetae novi. A esta época pertenecen sus primeras composiciones poéticas, recogidas bajo la denominación de Apéndice Virgiliano.

Llegó a Nápoles en el 48 a. C. para estudiar con el maestro epicúreo Sirón. Por entonces estalló la guerra civil tras el asesinato de César, lo que afectó a Virgilio, quien incluso vio peligrar su patrimonio. Pasó gran parte de su vida en Nápoles y Nola. Fue amigo del poeta Horacio y de Octavio, desde antes de que éste se convirtiera en el emperador Augusto.

Entre el año 42 a. C. y el 39 a. C. escribió las Églogas o Bucólicas, que dejan entrever los deseos de pacificación de Virgilio en unos poemas que exaltan la vida pastoril, a imitación de los Idilios del poeta griego Teócrito. Aunque estilizados e idealizadores de los personajes campesinos, incluyen referencias a hechos y personas de su tiempo. En la famosa égloga IV, se canta la llegada de un niño que traerá una nueva edad dorada a Roma. La cultura posterior encontró aquí un vaticinio del nacimiento de Cristo.

Entre el 36 a. C. y el 29 a. C., compuso, a instancia de Mecenas, las Geórgicas, poema que es un tratado de la agricultura, destinado a proclamar la necesidad de restablecer el mundo campesino tradicional en Italia.

A partir del año 29 a. C., inicia la composición de su obra más ambiciosa, la Eneida, cuya redacción lo ocupó once años, un poema en doce libros que relata las peripecias del troyano Eneas desde su fuga de Troya hasta su victoria militar en Italia. La intención evidente de la obra era la de dotar de una épica a su patria, y vincular su cultura con la tradición griega. Eneas lleva a su padre Anquises sobre sus hombros y su hijo Ascanio de la mano. En Cartago, en la costa de África, se enamora de él la reina Dido, quien se suicida tras la partida del héroe. En Italia, Eneas vence a Turno, rey de rútulos. El hijo de Eneas, Ascanio, funda Alba Longa, ciudad que más tarde se convertiría en Roma. Según Virgilio, los romanos eran descendientes de Ascanio, y por lo tanto del propio Eneas. El estilo de la obra es más refinado que el de los cantos griegos en los que se inspiró.

Había ya escrito la Eneida, cuando realizó un viaje por Asia Menor y Grecia, con el fin de constatar la información que había volcado en su poema más famoso. En Atenas se encontró con Augusto y regresó con él a Italia, ya enfermo. A su llegada a Brindisi, pidió al emperador antes de morir que destruyera la Eneida. Augusto se opuso rotundamente y no cumplió la petición, para gloria de la literatura latina.

La Eneida es un poema épico escrito en latín por Publio Virgilio Marón, más conocido como Virgilio, en el Siglo I adC. La obra fue escrita por encargo del emperador Augusto, con el fin de glorificar, atribuyéndole un origen mítico, el Imperio que con él se iniciaba. Con este fin, Virgilio elabora una reescritura, más que una continuación, de la Ilíada, tomando como punto de partida la guerra de Troya y su destrucción, y colocando la fundación de Roma como un acontecimiento ocurrido a la manera de los legendarios mitos griegos.
Se suele decir que Virgilio, en su lecho de muerte, encargó quemar `La Eneida`, ya fuera porque deseaba desvincularse de la propaganda política de Augusto, o bien porque no consideraba que la obra hubiera alcanzado la perfección que el poeta quería.
La obra consta de casi diez mil hexámetros divididos en doce cantos en los que se relatan la caída de Troya, los viajes de Eneas y el establecimiento definitivo de una colonia troyana en el Lacio.

Resumen de los seis primeros cantos
Eneas, príncipe troyano, huyó de la ciudad tras haber sido quemada por los aqueos. Se llevó a su padre y a su hijo a rastras, y su mujer le seguía a pocos pasos. Pero ella pereció en la oscuridad, y Eneas, desesperado, embarcó con otros supervivientes en busca de una nueva tierra. Su enemistad con Hera le llevó a navegar errante durante mucho tiempo, hasta que fue arrojado a las costas del norte de África, en Cartago. Allí habitaba la reina Dido, que se enamoró de él ,por obra de cupido que le flecho su corazón para que olvidara su difunto marido, y lo retuvo largo tiempo. El reino era hospitalario y todos los troyanos querían quedarse en Cartago, pero Eneas sabía que era en Italia donde debía fundar su imperio. Tras su marcha, Dido se suicidó en una pira con la espada de Eneas. En su camino hasta Italia descenderá a los infiernos, donde su padre, ya muerto, le revela que fundará un imperio floreciente, Roma, hasta la época de Augusto.

Resumen de los seis últimos cantos
Eneas llega al Lacio, donde gobernaba el rey Latino. La hija de Latino, Lavinia, estaba prometida con Turno, el caudillo de los rútulos, pero el oráculo había revelado a Latino que un hombre llegado del mar se desposaría con su hija y crearía un gran imperio en nombre de los latinos. Entonces Turno y Eneas se declararon la guerra y empezaron a batallar durante un buen tiempo. Un día venían aliados de uno y otro día de otro, y la batalla nunca terminaba. Mientras, en el cielo, Venus y Juno ayudaban a unos y a otros sin que Zeus le otorgara la victoria a ninguna. Al final, Eneas mata a Turno en un combate y consigue la mano de Lavinia. Entonces fundarán un reino que algún día se convertirá en Roma..


VIRGILIO

ENEIDA



INTRODUCCIÓN

Virgilio

Quizá desde comienzos del milenio, el territorio que bordea el lento fluir de las aguas del Po se vio habitado por grupos celtas que acudían en sucesivas oleadas de allende los Alpes. Junto al Mincio, uno de sus afluentes, en Andes, una aldea cerca de Man­tua, nació Publio Virgilio Marón (Vergilius) el 15 de octubre del año 70 a. C. A lo largo de esos mil años que preceden a su naci­miento, los pueblos celtas de la ribera habrían recibido diversas influencias civilizadoras, y, si en su momento el elemento etrusco tuvo sin duda la fuerza que destaca Virgilio en su descripción de Mantua (Eneida, X, 198-203), desde los tiempos de la Segunda Guerra Púnica habían brotado ya en el territorio numerosas co­lonias de latinos que hicieron de la Galia Cisalpina una región de avanzada cultura y saneada economía agrícola, tal como era du­rante el siglo 1 a. C.
Vergilius es un nombre gentilicio latino bien implantado en el norte y en otras regiones de Italia, y nos hace pensar que nació el poeta en una de esas familias latinas instaladas en la campiña del Po ya tiempo atrás, quizá desde la época de aquellas coloni­zaciones. Andando el tiempo y ya tan tarde como en los últimos años del imperio, sus lectores habrían corrompido el nombre en Virgilius -de donde procede el que aún hoy utilizamos para el autor de la Eneida- por una doble vía: de virgo (dado el tímido carácter que le valió el apodo griego de Parthenias), o de virga (por la varita característica de los magos, que esa fama tendría ya entonces nuestro poeta).
Su padre, aunque la tradición lo describe como de humilde origen, un alfarero o un bracero -o las dos cosas- que se habría casado con la hija de su patrón, Magia Pola, fue probablemente un eques, un terrateniente lo bastante rico como para preocupar­se de que recibiera su hijo la mejor educación posible y prepa­rarlo así para la carrera forense, camino seguro en la Roma de entonces hacia la lucha política.
Sus primeros años debieron de transcurrir, por tanto, en la finca de Andes, entre las labores del campo que tanto habrán de aparecer en sus obras, confiado tal vez a un paedagogus que cui­dase de su instrucción primera. En Roma, Pompeyo y Craso de­sempeñaban el año 70 su primer consulado compartido en astu­ta jugada política que, bajo la apariencia de liquidar la obra de Sila, trataba de asentar el poder en las manos del partido senato­rial. Diez años después formarían el primer triunvirato con Cé­sar, primer movimiento de una larga partida que habría de liqui­dar el régimen republicano. Así, la vida de Virgilio sigue paso a paso los últimos cuarenta años de esta agonía, hasta el triunfo definitivo del principado en la persona de Augusto.
Con diez o doce años se trasladó a Cremona para comenzar sus estudios. César iniciaba por esas fechas su conquista de la Galia, y hay quien afirma que leyó Virgilio sus Comentarios con mayor interés por haber tenido quizá ocasión de verle personal­mente cuando andaba reclutando sus tropas por las ciudades de la Galia Cisalpina. Aunque era primaria la educación que recibió en Cremona (es decir, una enseñanza elemental de lectura, escri­tura y aritmética), no hay que perder de vista que era éste el te­rritorio donde habían nacido y comenzado a escribir parte de los poetae novia; temprano habría empezado Virgilio a entrar en con­tacto con el mundo de la literatura más refinada de su tiempo.
Parece que recibió la toga viril el año 55, y quiere la tradición que también fuera éste el año de la muerte de Lucrecio. Siguien­do el camino que le alejaba de su tierra natal imperceptiblemen­te, marcha Virgilio a Milán a continuar los estudios de gramática y literatura que ya habría comenzado en Cremona. Era Mediola­num una importante ciudad donde cabe suponer que sería fácil recibir una adecuada educación para intentar el salto final hacia Roma, donde debió de instalarse Virgilio el año 54, más o menos.
Su intención era, como la de todo romano cultivado, estudiar retórica, y parece que su padre le obligaba a prepararse para una carrera forense y política, aunque puede que este dato de su bio­grafía no sea otra vez sino el tópico que hace con frecuencia trabajar a los poetas contra las buenas intenciones de la familia. Según alguno de sus biógrafos, frecuentó las lecciones de Epidio, quien fuera también maestro por entonces de Antonio y Octa­viano, el futuro Augusto. Pero era la retórica árida especialidad para un poeta y, por otra parte, los tiempos en Roma (en el 52 Pompeyo se convirtió ya en consul sine collega) eran ya más de dinero y espada que de discursos. Por ello no es raro que Virgilio prefiriera dedicarse a frecuentar los restos de lo que había sido el círculo de Catulo, como muestran las amistades que por enton­ces habría empezado a hacer con Asinio Polión, Alfeno Varo, Cornelio Galo, Helvio Cinna y otros. A ello habría contribuido decisivamente lo que sus biógrafos describen como un fracaso en su primera intervención como abogado.
Debía Virgilio de estar en Roma el año 49, cuando estalló la guerra entre César y Pompeyo, y éste hubo de cruzar precipita­damente el Adriático con buena parte del Senado. No es seguro si militó en las armas de César ni si hubo de dejarlo ya por pro­blemas de salud. Sea como fuere, su salud, sin duda, no era buena y los acontecimientos políticos de estos años debieron marcarle profundamente; por todo ello, poco después de Farsalia se mar­cha a Nápoles (año 48 a. C.) para estudiar filosofía con el epicú­reo Sirón, director entonces del «jardín», un hermoso círculo de filósofos y artistas que habrían frecuentado nombres importantes de la Roma de entonces, como Julio César, Manlio Torcuato, Hircio, Pansa, Dolabela, Casio, Ático y Cornelio Galo. De Cre­mona a Nápoles, por tanto, parece que Virgilio no dejó de estar en estrecho contacto con los círculos intelectuales más notables.
No podemos saber con seguridad si Virgilio escribía ya por es­tos años. De ser suyos -cosa que parece dudosa a la moderna crí­tica- algunos de los poemas de la Appendix Vergiliana, los habría escrito por entonces y pueden seguirse en ellos las influencias de aquellos poetae novi que pretendían poner la poesía romana tras los pasos de Teócrito y Calímaco; de esa escuela, por tanto, que se conoce como alejandrinista. Virgilio se instaló definitivamente en Nápoles, quizá recibió en herencia la pequeña finca de Sirón (antes del 41 a. C.) y, pese a que con el tiempo llegó a tener algu­nas posesiones en la propia Roma gracias a la generosidad de sus amigos, se hicieron cada vez más raros sus viajes a la capital del imperio.
Así pues, he aquí a Virgilio tranquilamente instalado en Cam­pania mientras se desarrollaban los graves acontecimientos de la guerra civil que, primero, pusieron todo el poder en las manos de C. Julio César, y fueron al cabo la causa de su muerte, el 15 de marzo del 44. Sin embargo, cuando, tras las primeras disputas, Marco Antonio y Octaviano forman con Lépido el llamado Se­gundo Triunvirato a finales del 43, el poeta ve cómo su vida es arrastrada en el remolino de las guerras de Roma. Y es que no podía ser de otra forma: la proscripción y el subsiguiente asesi­nato de Cicerón por orden directa de los triúnviros constituían todo un síntoma de que ni los más hábiles podían quedar al mar­gen de los terribles acontecimientos. Octaviano tenía que insta­lar a 100.000 soldados que debían ser licenciados urgentemente, en evitación de males mayores. Toda Italia se vio afectada por las confiscaciones de tierras: la propia Campania donde vivía Virgi­lio, y también los campos de Cremona, su tierra natal (Mantua uae miserae nimium uicina Cremonae). Sus propias posesiones fueron confiscadas y hasta su padre debió instalarse en la finca de Nápoles. Puesto que sus amigos (Asinio Polión, Cornelio Galo y Alfeno Varo) pertenecían al círculo de los triúnviros, quiere la tradición que Virgilio habría logrado de Octaviano la devolución de su propiedad: no son, sin embargo, definitivos los datos que avalar pueden una afirmación como ésta.
Asinio Polión fue precisamente quien animó a Virgilio a que compusiera unos poemas según los Idilios de Teócrito, al modo que ya había intentado M. Valerio Mesala. Las Bucólicas fueron publicadas poco después del 39, y su éxito superó con creces los límites de los círculos alejandrinistas, siendo adaptadas con éxi­to como mimo para la escena. Virgilio, según sus biógrafos, las había comenzado a los veintiocho años, y parece que con ellas se vio de repente lanzado a una fama y una popularidad que no iban bien con su carácter retraído. Fue a raíz de este éxito cuando Mecenas puso a Virgilio en contacto con Octaviano, su antiguo compañero de estudios, arrebatándoselo al círculo de Polión, amigo y aliado de Marco Antonio.
C. Mecenas era un eques de ascendencia etrusca, que aparece ya en los días de Módena (43 a. C.) al lado de Octaviano. Persona de gran tacto y visión política, su influencia fue decisiva en la Roma que Octaviano quería modelar y especialmente en lo que se refiere al terreno de la literatura. Supo rodearse de un círculo de poetas que, a cambio de su amistad y protección, realizaron toda una campaña en favor de los intereses del futuro princeps. Virgilio, pues, fue admitido en este círculo y él mismo con Vario Rufo logró que Mecenas aceptase a Horacio. Sabemos por una satira (I, 5) de este último de un famoso viaje a Brindis que reali­zó Mecenas con lo mejor de su grupo, con Virgilio, Horacio, Va­rio Rufo y Plocio Turca. Por aquellos días (37 a. C.) debía cele­brarse una entrevista en Tarento para reconciliar a Octaviano con Marco Antonio, y sin duda Mecenas se había propuesto im­presionar al futuro enemigo con toda una corte de artistas.
Podemos pensar que fue durante el trayecto cuando conven­ció Mecenas a Virgilio para que compusiera sus Geórgicas, cua­tro libros de poesía didáctica relacionada con la vida del campo. El poema de Lucrecio aún estaba reciente en todos los lectores del momento, el argumento campesino (siguiendo los pasos de Hesíodo) no podía disgustar a un autor que se había criado entre los agricultores de la campiña del Po y, por lo demás, el momento requería que los poetas cantasen sus mejores versos a la recons­trucción de Italia, la madre Italia arrasada por las guerras civi­les. El empeño, por tanto, era noble, y Virgilio no se resistió a la invitación de Mecenas, a quien luego dedicó ardorosamente su poema. Se dice que debió emplear siete años en su composición y que, en una lectura ininterrumpida de cuatro días, pudo leérselo a Octaviano a su regreso de Oriente en el 29 a.C.
No es extraño que el propio Mecenas intentase a continuación un salto cualitativo en su programa literario. Había que cantar ahora la figura de quien pronto ya se llamaría Augusto. Y había precedentes: Furio Bibáculo y Terencio Varrón habían puesto antes en verso las gestas de César en su conquista de las Galias, y los antecedentes de una épica nacional se remontaban hasta En­nio, y más atrás. La idea ronda ya en los primeros versos del libro tercero de las Geórgicas; Mecenas, sin embargo, no tenía prisa y esperaba el momento oportuno y la inspiración adecuada.
Por Macrobio sabemos de una famosa correspondencia episto­lar entre Virgilio y el propio Augusto. Era el año 26, Augusto esta­ba en Hispania dirigiendo las operaciones contra los cántabros y desde allí reclamaba ansioso al poeta el resumen o algún fragmen­to de su obra. Éste entonces le responde pidiéndole tiempo, que se sentía enajenado por el trabajo emprendido y «su Eneas» (Aenea quidem meo, dice el poeta, según su biógrafo nos lo ha transmiti­do) precisa aún de estudios más profundos. Podemos afirmar, por tanto, que era entonces cuando el poeta estaba empezando el tra­bajo que habría de ocuparle hasta su muerte, el arma uirumque que se disponía a cantar para mayor gloria de Roma y su príncipe. No sólo Augusto, sino toda la ciudad aguardaba el poema con im­paciencia, y Propercio pudo escribir en el 26 que se estaba gestan­do «algo mayor aún que la Ilíada».
Más tarde, sin embargo, Virgilio pudo satisfacer la curiosidad de Augusto, presentándole en pública lectura los libros II, IV y VI, quizá los más impresionantes. Es famosa la anécdota que nos cuenta cómo Octavia perdió el conocimiento al escuchar el pane­gírico de su hijo Marcelo contenido en el libro VI. El propio prín­cipe debió de estremecerse ante la mención de su sobrino, el jo­ven que ya había escogido como heredero y que acababa de fallecer (23 a. C.).
En el año 19 Virgilio había provisionalmente terminado su trabajo en doce libros. Él mismo se había trazado aún un progra­ma de tres años durante los que habría de visitar los lugares de Grecia y Asia en los que tantas veces aparecían sus personajes. A nuestro poeta le gustaba pulir amoroso sus versos -como lame la osa a sus crías, en comparación ya antigua- y quería una tregua para terminar definitivamente el poema. Embarcó, por tanto, y en Atenas se encontró con Augusto que volvía de Asia. Sabemos que estuvieron juntos, sabemos que el sol abrasador del verano de Mégara hizo que la salud del poeta se resintiera y sabemos que regresó precipitadamente a Brindis. Murió el 20 de septiembre y su cuerpo fue trasladado a las proximidades de Nápoles, donde recibió sepultura. Algún amigo piadoso puso en su tumba el fa­moso epitafio: Mantua me genuit...
Antes de partir para Grecia, y alarmado sin duda por una sa­lud precaria, Virgilio había confiado su Eneida a dos buenos amigos, Vario Rufo y Plocio Tuca: si algo le ocurría, debían entre­gar ese manuscrito inacabado a las llamas. Que aún no estaba terminado el poema. Augusto, sin embargo, evitó que se cum­pliera ese último deseo, y, muy al contrario, encargó a esos mis­mos amigos que lo publicasen sin añadir ni una sola letra, aun­que podían suprimir lo que, en su opinión, no sería del gusto del poeta ya desaparecido. Y así, con sus contradicciones y sus her­mosos versos incompletos, ha llegado la Eneida hasta nosotros.
Del físico y la personalidad de Virgilio no es mucho lo que sa­bemos. Era, según cuenta Donato, alto y moreno, de aspecto campesino, y así nos lo confirman los retratos antiguos que de él nos han llegado, el del mosaico de Hadrumeto y algún busto en mármol quizá de la época de Augusto. Tenía fama de tímido entre sus amigos, y es seguro que no le gustaba mostrarse en públi­co y que prefería su retiro en Campania al ajetreo de la gran ciu­dad. Quizá también esto se debió a esa misteriosa enfermedad crónica que el propio Donato menciona (tuberculosis o no); al fin y a la postre, y en palabras de García Calvo, «tan sólo la enfer­medad es lo que hace al hombre un hombre».

La Eneida

El centro de la vida de Virgilio, de los veinte a los cuarenta años, está enmarcado por el Rubicón y por los ecos de la batalla de Ac­cio; vivió, como hemos comentado, en el torbellino de constantes enfrentamientos civiles que no llegaron a su final, sino con la muerte de Antonio, el año 30 a. C. Agripa el militar en una mano, y Mecenas el amigo de las letras en otras, Octaviano decide en­tonces comenzar toda una obra de reconstrucción nacional (la «restauración de la república», decían ellos) que debía contar con una adecuada campaña de propaganda. Mecenas estaba empeña­do en que alguno de sus poetas cantase las gestas de Octaviano, y parece que probó sin fortuna con Horacio y Propercio, quienes habrían renunciado de antemano a tan ingente tarea.
También Virgilio recibió esta propuesta, y parece que se dejó llevar por el entusiasmo de la victoria y de la paz, y puso manos a la obra. Si tenemos en cuenta el sangriento pasado que estos poe­tas habían conocido, no podemos sorprendernos si dejaron esca­par un profundo suspiro cuando se cerraron en Roma las puertas del templo de Jano, las puertas de la guerra: era el año 29, y casi durante doscientos años habían estado abiertas, ensangrentadas.
Tenemos noticias, sin embargo, que nos aseguran que era ya antigua la intención de Virgilio de componer un poema épico. Afirman sus biógrafos (Servio, Donato) que ya antes de terminar las Bucólicas trató de cantar reges et proelia, y discuten si pensaba ya en Eneas o se trataría de una epopeya basada en la historia de los reyes de Alba. En todo caso, nuestro poeta abandonó pronto este proyecto, bien abrumado por la tarea, bien simplemente que los tiempos de los neotéricos no animaban precisamente a los po­sibles autores de poemas épicos de altos vuelos. Un segundo dato sostiene esta vieja pretensión: parece que, cuando -en el 45- Ju­lio César inaugura el templo dedicado a su antepasada Venus Gé­netrix, Virgilio habría asociado definitivamente los nombres de César y de Eneas; según Servio, a este César haría referencia el poeta en el libro I de su Eneida (254-296) y, por tanto, estos ver­sos habrían sido compuestos, quizá con algún otro fragmento, mucho antes que el resto del poema.
Es indiscutible, por último, que en el proemio del libro III de las Geórgicas Virgilio anuncia una futura obra, comparada en sus versos con un templo, que tendrá a César en el centro y al fon­do las gestas troyanas. Y este César al que se refiere con el entu­siasmo de los días de Accio, es ya Octaviano. Cuando termina su poema campesino, Virgilio se decide al fin a recoger la propuesta de Mecenas. Era, pues, el año 29, y hemos visto, sin embargo, cómo tres años después nada puede aún ofrecer a Augusto. ¿Qué obstaculizaba el trabajo del poeta? Quizá su intención primera estaba experimentando un cambio y su fina intuición poética le llevaba a desplazar la cámara, colocando al líder en un segundo plano, para que más destacase la tarea colectiva del pueblo roma­no, «el pueblo latino y los padres de Alba y de la alta Roma las murallas». Ahora bien, los días no eran fáciles, y no es raro pen­sar que en Virgilio se fuera enfriando el entusiasmo inicial; si a esto añadimos el que su amigo Cornelio Galo se quitó la vida el año 27, acusado de traición hacia la persona de Augusto, ¿no se­ría posible pensar en un cierto desengaño político del poeta?

Fuentes:
 
CAMPS, W A.: An Introduction to Virgil's Aeneid, Oxford,1979 (=1969).
ECHAVE-SUSTAETA, J. DE: Virgilio y nosotros, Barcelona, 1964. EsPINOSA PÓLIT, A.: Virgilio en verso castellano, Méjico, 1961. GARCIA CALVO, A.: Virgilio, Madrid, 1976 (con abundante bi­bliografía).
GRIMAL, P.: Virgile ou la seconde naissance de Rome, París, 1985. GUILLEMIN, A. M.: Virgilio. Poeta, artista y pensador, Buenos A¡­res, 1968.
JACKSON KNIGHT, W F.: Roman Vergil, Harmondsworth, 1966 (= Londres, 1944, revisada).
MOYA DEL BAÑO, F. (ed.): Simposio virgiliano, Murcia, 1984. SYME, R.: The Roman Revolution, Oxford,1974 (=1939, revisada).

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