José Augusto Trinidad Martínez Ruiz, más conocido por su seudónimo Azorín (Monóvar, España, 1873 - Madrid, 1967) fue un escritor español. Fue novelista, ensayista y el crítico literario español más importante de su tiempo.
Ensayista, novelista, autor de teatro y crítico español, nacido en Monóvar, Alicante. Trabajó activamente en política durante los primeros años de su carrera. Fue uno de los escritores que a comienzos del siglo XX luchó por el renacimiento de la literatura española. Fue el propio Azorín quien bautizó a este grupo con el nombre de Generación del 98, como se le conoce en la actualidad. El tema dominante de sus escritos es la eternidad y la continuidad, simbolizadas en las costumbres ancestrales de los campesinos. Obtuvo el reconocimiento de la crítica por sus ensayos, entre los que destacan El alma castellana (1900), Los pueblos (1904) y Castilla (1912). Se le conoce sobre todo por sus novelas autobiográficas La Voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904). Azorín introdujo un estilo nuevo y vigoroso en la prosa española. Su obra destaca asimismo por la sagaz crítica literaria que realiza en textos como Los valores literarios (1913) y Al margen de los clásicos (1915). Fue el máximo representante de la Generación del 98, movimiento literario que él definió, conceptualizó y defendió.
De este gran prosista recomiendo el libro CON CERVANTES:
He aquí el prólogo del gran Azorín.
Con Cervantes
Azorín
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He reunido en este breve volumen artículos en que me he puesto en contacto con Cervantes. No todo lo que he escrito a propósito de tal asunto está incluido aquí; he apartado lo crítico, y me he atenido a lo novelesco. A juzgar por lo que yo siento, sólo llega profundamente a los lectores lo que se les da en forma de vida: vida más o menos palpitante. Sólo en acto de vivir es como lo que pensamos puede ser absorbido, sin sentir, por quien lee; al menos nosotros preferimos, al estudio erudito, la fantasía creadora. Vemos a Cervantes en diversos sitios por donde Miguel caminara: en la Mancha, en Andalucía, en Castilla la Nueva, en Levante, en Italia, en Francia, en África. Y siempre lo contemplamos pensativo, con la mejilla en la mano, sentado en el poyo de una venta, a la vista de la ruta por donde ha de encaminar sus pasos. Ese camino puede ser la esperanza o la decepción. Y atisbamos también a Cervantes, en la noche, en la misma venta, subiendo por unas escaleritas a un camaracho, llevando en la mano un candil con su garabato, que ha de colgar de una estaca. En el desván hay una cama de bancos, como la que Cervantes describe en los primeros capítulos de su novela y como era la cama en que el autor de estas líneas, adolescente, se reposaba, en el campo, al fondo de una alcoba blanca con sus vidrieras encortinadas de rojo. En la cama de la venta -cuatro tablas sobre dos banquillos- se va a acostar Cervantes. ¿De dónde viene y adónde va? ¿Cuáles son sus pensamientos en esta hora de la sonochada, en que quedan abajo, ante el hogar, si es invierno, los -10- demás viandantes? En estos momentos en que se va desnudando poco a poco, ¿recapitula su vida? ¿Piensa en que todos sus esfuerzos por aquistar a la grey humana un tantito más de sensibilidad serán inútiles? ¿Y considera frustráneo su intento de señalar, en la ruta de los humanos, un arquetipo de idealidad superior al que se conocía hasta entonces? De todos modos, existe un contraste violento entre el pensar de Cervantes en esta hora -en tanto que acaso el candil exhausto despide sus centellas últimas- y las cavilaciones de Miguel. Todo en el mundo es tráfago aturdidor, y en este camaranchón, donde se encuentra ahora Cervantes, mientras salta del candil una chispa crujiente, el pensamiento de Miguel va a entrar en una paz momentánea: en el sueño lo olvidará todo Cervantes. Y éste será su consuelo: el consuelo de todas las noches, se halle donde se halle. El consuelo de un marasmo profundo en que el ser caiga como una inerte piedra.
Madrid, junio 1944
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