EMILE ZOLA
(Francia, 1840-1902)
Escritor francés y fundador del movimiento naturalista. Zola nació en París, el 2 de abril de 1840, hijo de un ingeniero civil italiano. Tras la muerte de su padre, la familia vivió en la pobreza. Su primer trabajo fue el de empleado en una editorial.
A partir de 1865 se ganó la vida escribiendo poemas, relatos y crítica de arte y literatura. Su primera novela importante, Thérèse Raquin (1867), es un detallado estudio psicológico del asesinato y la pasión. Más tarde, inspirado por los experimentos científicos sobre la herencia y el entorno, Zola decidió escribir una novela que ahondara en las profundidades de todos los aspectos de la vida humana, que documentara los males sociales, al margen de cualquier sensibilidad política.
Asignó a esta nueva escuela de ficción literaria el nombre de naturalismo y escribió una serie de veinte novelas entre 1871 y 1893, bajo el título genérico de Les Rougon-Macquart, con el fin de ilustrar sus teorías a través de una saga familiar. Tras una ardua investigación produjo un sorprendente y completo retrato de la vida francesa, especialmente la parisina, de finales del siglo XIX. Sin embargo, fue calificado de obsceno y criticado por exagerar la criminalidad y el comportamiento a menudo patológico de las clases más desfavorecidas. Algunos de los libros que se ocupan de las cinco generaciones de la familia Rougon-Macquart, alcanzaron una gran popularidad.
Entre las novelas de esta serie destacan La taberna (1877), un estudio sobre el alcoholismo, Nana, basada en la prostitución, Pot-bouille (1882), un análisis sobre las pretensiones de la clase media, Germinal (1885), un relato sobre las condiciones de vida de los mineros, La bestia humana (1890), una novela que analiza las tendencias homicidas, y El desastre (1892), un relato sobre la caída del Segundo Imperio. Estos libros, que el propio Zola consideraba documentos sociales, influyeron enormemente en el desarrollo de la novela naturalista. Sus obras posteriores, escritas a partir de 1893, son menos objetivas, más evangelizantes y, en consecuencia, menos logradas como novelas. Entre éstas figura la serie Las tres ciudades (3 volúmenes, 1894-1898), que incluye Lourdes (1894), Roma (1896) y París (1898).
Zola escribió también varios libros de crítica literaria en los que ataca a sus enemigos, los escritores románticos. El mejor de sus escritos críticos es el ensayo La novela experimental (1880) y la colección de ensayos Los novelistas naturalistas (1881). En enero de 1898 Zola se vio envuelto en el caso Dreyfus, cuando escribió una carta abierta que se publicó en el diario parisino L`Aurore. Es la famosa carta conocida como `J`accuse` (`Yo acuso`), en la que Zola arremete contra las autoridades francesas por perseguir al oficial de artillería judío Alfred Dreyfus, acusado de traición. Tras la publicación de esta carta, Zola fue desterrado a Inglaterra durante un año.
Murió en París, el 29 de septiembre de 1902, intoxicado por el monóxido de carbono que producía una chimenea en mal estado.
(Francia, 1840-1902)
Escritor francés y fundador del movimiento naturalista. Zola nació en París, el 2 de abril de 1840, hijo de un ingeniero civil italiano. Tras la muerte de su padre, la familia vivió en la pobreza. Su primer trabajo fue el de empleado en una editorial.
A partir de 1865 se ganó la vida escribiendo poemas, relatos y crítica de arte y literatura. Su primera novela importante, Thérèse Raquin (1867), es un detallado estudio psicológico del asesinato y la pasión. Más tarde, inspirado por los experimentos científicos sobre la herencia y el entorno, Zola decidió escribir una novela que ahondara en las profundidades de todos los aspectos de la vida humana, que documentara los males sociales, al margen de cualquier sensibilidad política.
Asignó a esta nueva escuela de ficción literaria el nombre de naturalismo y escribió una serie de veinte novelas entre 1871 y 1893, bajo el título genérico de Les Rougon-Macquart, con el fin de ilustrar sus teorías a través de una saga familiar. Tras una ardua investigación produjo un sorprendente y completo retrato de la vida francesa, especialmente la parisina, de finales del siglo XIX. Sin embargo, fue calificado de obsceno y criticado por exagerar la criminalidad y el comportamiento a menudo patológico de las clases más desfavorecidas. Algunos de los libros que se ocupan de las cinco generaciones de la familia Rougon-Macquart, alcanzaron una gran popularidad.
Entre las novelas de esta serie destacan La taberna (1877), un estudio sobre el alcoholismo, Nana, basada en la prostitución, Pot-bouille (1882), un análisis sobre las pretensiones de la clase media, Germinal (1885), un relato sobre las condiciones de vida de los mineros, La bestia humana (1890), una novela que analiza las tendencias homicidas, y El desastre (1892), un relato sobre la caída del Segundo Imperio. Estos libros, que el propio Zola consideraba documentos sociales, influyeron enormemente en el desarrollo de la novela naturalista. Sus obras posteriores, escritas a partir de 1893, son menos objetivas, más evangelizantes y, en consecuencia, menos logradas como novelas. Entre éstas figura la serie Las tres ciudades (3 volúmenes, 1894-1898), que incluye Lourdes (1894), Roma (1896) y París (1898).
Zola escribió también varios libros de crítica literaria en los que ataca a sus enemigos, los escritores románticos. El mejor de sus escritos críticos es el ensayo La novela experimental (1880) y la colección de ensayos Los novelistas naturalistas (1881). En enero de 1898 Zola se vio envuelto en el caso Dreyfus, cuando escribió una carta abierta que se publicó en el diario parisino L`Aurore. Es la famosa carta conocida como `J`accuse` (`Yo acuso`), en la que Zola arremete contra las autoridades francesas por perseguir al oficial de artillería judío Alfred Dreyfus, acusado de traición. Tras la publicación de esta carta, Zola fue desterrado a Inglaterra durante un año.
Murió en París, el 29 de septiembre de 1902, intoxicado por el monóxido de carbono que producía una chimenea en mal estado.
RESEÑA:RESEÑA:
Éste es el dossier, reunido y comentado por el propio Zola, de sus polémicos escritos relacionados con el caso Dreyfus, que culminaron con el archinombrado pero poco conocido Yo acuso.Cuando en 1894 se descubrió que alguien estaba traicionando al ejército francés, un fraudulento consejo de guerra condenó a un oficial judío, el capitán Dreyfus. Indignado ante esta injusticia, Zola intervino con la única arma de que dispone un intelectual : la pluma. Su violento Yo acuso (del que incluimos un facsímil) le valió la condena a un año de prisión y despertó reacciones desgarradas.
La polémica suscitada por Zola, poniendo en entredicho al Estado, al poder judicial, a la Iglesia, a los medios de comunicación y a la opinión pública, dio lugar a la figura del hombre de letras preocupado por desenmascarar la verdad, figura que más adelante recibió el nombre de `intelectual comprometido`.
La colonia penal de la Isla del Diablo fu abolida en 1938. Actualmente, las celdas están cubiertas por la vegetación de la jungla.
HE AQUÍ LA INTRODUCCIÓN DEL LIBRO A ESTE POLÉMICO CASO DE RACISMO.
Nota sobre el caso Dreyfus
En 1894, los servicios de contraespionaje (Service de Renseignements) del Ministerio de la Guerra fran-cés interceptan un documento dirigido al agregado militar alemán en París, Schwartzkoppen, en el que se menciona en nota manuscrita el anuncio del envío de informaciones concretas sobre las características del nuevo material de artillería francés. El riesgo de es-cándalo es más preocupante que la propia filtración; había, pues, que encontrar a un culpable. Basándose en el escrito, los expertos comparan letras de los ofi-ciales del Estado Mayor y concluyen que el capi-tán Alfred Dreyfus, de treinta y cinco años, judío y alsaciano, es su autor. El 15 de octubre de ese año Dreyfus es arrestado, juzgado por un consejo de guerra y declarado culpable de alta traición.
Pese a las declaraciones de inocencia del acusado (declaraciones que no se hacen públicas), se condena a Dreyfus a la degradación militar (enero de 1895) y a cumplir cadena perpetua en la isla del Diablo, en la Guayana francesa. Durante el juicio, el general Mercier, ministro de la Guerra, expresa sus convic-ciones a la prensa y comunica al tribunal que existen pruebas «abrumadoras» de la culpabilidad de Drey-fus, pruebas que no puede mostrar porque pondrían en peligro la seguridad de la nación. Hasta ese mo-mento, nadie duda de la existencia de dichas pruebas. Únicamente la familia de Dreyfus, convencida de su inocencia, habla de error judicial y busca apoyos entre los politicos y la prensa para conseguir la revision del juicio.
En marzo de 1896, el nuevo responsable del Ser-vice de Renseignements, el coronel Picquart, descubre un telegrama dirigido por el agregado militar alemán Schwartzkoppen a un oficial francés de origen hún-garo, el comandante Esterhazy; el telegrama no deja dudas de que este ultimo es el informador de Schwar-tzkoppen en el Estado Mayor francés. La letra de Es-terhazy, que se parece a la de Dreyfus, es, sorprenden-temente, muy similar a la del famoso escrito. Picquart informa a sus superiores y expresa su convicción de que fue un error atribuir el escrito a Dreyfus. El Es-tado Mayor destina a Picquart a la frontera del este y, posteriormente, a Túnez. Los tribunales militares, dominados por camarillas de extrema derecha y anti-semitas, se niegan a revisar el caso Dreyfus y tratan de sofocar el escándalo, pero no logran evitar que algunos rumores alerten a personalidades de la iz-quierda.
En 1897 -con la ayuda del periodista Bernard Lazare, del senador Scheurer-Kestner y del diputado Joseph Reinach-, Mathieu Dreyfus, hermano de Al-fred, promueve una campaña en Le Figaro para exi-gir que se investigue a Esterhazy y se revise el juicio de 1894. La extrema derecha reacciona de inmediato. Indignado, Émile Zola, próximo a la izquierda ra-dical y a grupos socialistas, entra en liza. La cam-paña de Le Figaro rompe la conspiración de silencio.
En diciembre de 1897, Esterhazy, cuya letra es idéntica a la de los facsimiles del escrito que la prensa ha reproducido, es inculpado y comparece ante un tri-bunal militar; contra todo pronóstico, los jueces lo ab-suelven en enero de 1898, al tiempo que el presidente del Consejo de Ministros, Méline, rechaza la revi-sion del caso Dreyfus: «El caso Dreyfus no existe». Zola, consciente de los riesgos que corre, plantea la cuestión ante la opinion pública en su célebre carta al presidente de la República, titulada «Yo acuso» y pu-blicada el 13 de enero en L'Aurore. Ese mismo día, la policía detiene al teniente coronel Picquart. La polémica enardece al país y se desencadenan las hos-tilidades entre la derecha militarista y la izquierda so-cialista o radical, entre las corrientes nacionalistas antisemitas y los defensores del Derecho, entre el inte-grismo católico y los adalides del libre pensamiento. Llueven insultos y críticas sobre Zola. En estas cir-cunstancias, aparece, ya en su sentido moderno, la expresión «los intelectuales», que emplearon los antidreyfusards (Barrès, Drumont, Leon Daudet, Pierre Loti, Jules Verne...) contra los dreyfusards (Zola, Gide, Proust, Péguy, Mirbeau, Anatole France, Jarry, Claude Monet...).
Del 7 al 23 de febrero de 1898, Zola, amena-zado de muerte por los grupos de extrema derecha, comparece ante un tribunal, acusado de difamar a los oficiales y personalidades que había denunciado en su «Yo acuso». Se le declara culpable y se le condena a un año de cárcel, a pagar tres mil francos de multa y se le despoja de la Legión de Honor. Tras recurrir la sentencia, el tribunal de instancia vuelve a conde-narle, esta vez, sin embargo, en rebeldía, pues Zola, temiendo por su vida, se ha exiliado en Inglaterra. Semanas después de este segundo juicio, se confirma que el documento que se utilizó para comprometer a Dreyfus en el juicio de 1894 era falso; lo había con-feccionado un oficial del Service de Renseignements, el coronel Henry, quien confiesa su culpabilidad el 30 de agosto y el 31 se suicida en la cárcel. El Tribunal Supremo, que había empezado a revisar el expediente Dreyfus en junio, ordenó la revision del caso.
Zola, pese a la confirmación de la sentencia con-denatoria, regresa de su exilio en junio de 1899; el Gobierno renuncia a tomar medidas contra él. Entre agosto y septiembre de ese año, Dreyfus, trasladado a Francia, se somete a un segundo juicio y de nuevo le condenan los tribunales militares, que no acceden a reconocer el error judicial que se cometió en 1894; el 19 de septiembre, el presidente de la República, Lou-bet, indulta a Dreyfus. Puesto en libertad, gran parte de la opinion pública considera que debe, además, re-conocerse su inocencia. Hasta el 12 de julio de 1906 no obtendrá Dreyfus la rehabilitación en el ejército. Cuatro años antes, la noche del 28 al 29 de septiem-bre de 1902, de regreso a París tras sus vacaciones en Médan, Emilio Zola muere asfixiado en su casa, de-bido a las exhalaciones de una chimenea. Desde 1898, Zola había recibido numerosas amenazas de muerte, pero este «caso» nunca llegó a esclarecerse. Dreyfus, por su parte, falleció en 1935 ocupando un alto cargo oficial. Quedaron dudas sobre su inocencia hasta la publicación de los Carnets de Schwartzkop-pen en 1930: Dreyfus inocente, Esterhazy culpable.
Yo Acuso. La Verdad en marcha
Prólogo
He juzgado necesario recoger en este volu-men los artículos que fui publicando sobre el caso Dreyfus durante un periodo de tres años, de diciembre de 1897 a diciembre de 1900, a medida que se desarrollaban los acontecimien-tos. Un escritor que ha emitido juicios y ha to-mado responsabilidades en un caso de tanta gra-vedad y tanto alcance tiene el deber de poner a la vista del público el conjunto de su actuación, los documentos auténticos, los únicos que po-drán servir para juzgarle. Y si ese escritor no fuese tratado hoy con justicia, podrá entonces esperar en paz, pues el porvenir dispondrá de toda la información que deberá bastar algún día para sacar a la luz la verdad.
No obstante, no me he apresurado a publi-car este volumen. Quería, en primer lugar, que el expediente buera completo, que hubiese con-cluido un periodo concreto del caso; he tenido que esperar, pues, que la ley de amnistía concluyera un periodo que puede considerarse, al me-nos por el momento, como final. En segundo lugar, me repugnaba enormemente la idea de que se pudiera creer que buscaba publicidad o que me movía el afán de lucro en una cuestión de lucha social de la que el profesional de las le-tras no quería en absoluto beneficiarse. He re-chazado todas las ofertas, no he escrito sobre ello ni novelas ni obras de teatro. Tal vez así lo-gre que por lo menos no me acusen de haber sa-cado dinero de esta historia tan desgarradora que ha trastornado a toda la humanidad.
Pretendo utilizar más tarde, en dos obras, las notas que tomé. En una, con el título de «Im-presiones de audiencias», quisiera contar los jui-cios a los que se me sometió, decir todas las cosas monstruosas y describir los extraños per-sonajes que desfilaron ante mí, en París y en Versalles. En otra, con el titulo de «Páginas de exilio», planeo narrar los once meses que pasé en Inglaterra, los trágicos ecos que despertaban en mi cada noticia desastrosa que me llegaba de Francia, todo lo que evoqué -hechos y perso-nas- cuando me hallaba lejos de mi tierra, en la completa soledad que me envolvía. Pero no son más que deseos, proyectos, y no me extrañaría que las circunstancias y la vida me impidiesen llevarlos a cabo.
Por otra parte, eso no sería una historia del caso Dreyfus, porque tengo el convencimiento de que ahora, en medio de las pasiones desata-das, sin los documentos que todavía faltan, no se puede escribir esa historia. Habrá que dejar pasar el tiempo, habrá que realizar primero un estudio imparcial de los documentos que for-marán parte del inmenso expediente. Y yo sólo quiero aportar mi contribución a ese expediente, decir lo que supe, lo que vi y oí en la parte del caso en que tuve ocasión de participar.
Por el momento, me contento con reunir en este volumen los articulos ya publicados. Por su-puesto, no he cambiado ni una sola palabra, los he dejado con sus repeticiones, con esa forma áspera y descuidada propia de las páginas escri-tas las más de las veces aprisa y corriendo, en momentos de pasión. Sin embargo, he conside-rado necesario acompañarlos de falsos títulos y de pequeños comentarios en los que doy algu-nas explicaciones imprescindibles para dar cierta coherencia al conjunto, remitiendo los articulos a las circunstancias que me llevaron a escribirlos. De este modo, queda establecido el orden cro-nológico; cada articulo ocupa su lugar en las grandes convulsiones del caso, y el conjunto, en su lógica interna, cobra coherencia, a pesar de los prolongados silencios en que me sumí.
Repito, pues, que estos artículos no son sino una contribución al expediente sobre el caso Drey-fus, algunos de los documentos de mi acción personal cuya recopilación quiero dedicar a la Historia, a la justicia de mañana.
Emilio Zola
París, 1 de febrero de 1901
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