Emile Cioran
(Rumanía, 1911-1995)
Filósofo y moralista de origen rumano que escribió en lengua francesa, cuya obra nihilista e irónica es la de un pensador radicalmente pesimista. Cioran nació en la localidad rumana de Rasinari en 1911 y, tras cursar estudios de filosofía en Bucarest y escribir una tesis sobre el filósofo francés Henri Bergson (que le valió obtener en 1937 una beca del Instituto Francés), se trasladó a Francia. Tras elegir la condición de apátrida, residió en este país hasta su muerte. Su libro Breviario de podredumbre (1949), primer texto escrito en francés como desafío hacia una lengua de adopción, es una manera de mantenerse prudentemente a distancia de su afectividad y de hacer frente a la propensión a la exageración que estigmatiza en todos los comportamientos humanos. Sus otros ensayos, Silogismos de la amargura (1952), La tentación de existir (1956), La caída en el tiempo (1965), Del inconveniente de haber nacido (1973), son otras tantas acusaciones virulentas y metódicas contra las ideologías, las religiones y las filosofías inventadas por el hombre para justificar su existencia y sus actos. Convencido de la miseria fundamental de la criatura humana, de la burla de todas las cosas, ascético en extremo en su estilo y su pensamiento tanto como en su existencia, este gran admirador de los prosistas del siglo XVIII manejaba, al igual que ellos, el aforismo, el silogismo y la paradoja corrosiva. Su gusto por lo peor y su amargura apocalíptica le valieron ser presentado como un esteta de la desesperación o un cortesano del vacío, calificaciones que recibió con complacencia irónica, ya que él mismo se prestaba de buen grado a la autocaricatura al describirse a sí mismo como un sepulturero con un barniz de metafísica, un triste por decreto divino o un mortinato de clarividencia. Otras obras suyas son Ejercicios de admiración (1986) y El crepúsculo del pensamiento (1991).
. Silogismos de la amargura, segundo libro de E. M. Cioran publicado en Francia, en 1952, es uno de de los títulos fundamentales de la obra de este pensador apátrida, nacido en Rumania en 1911, demoledor de ideas preconcebidas. En él están presentes sus temas de reflexión predilectos : el tiempo y la historia, los abismos del alma y el vacío, el arte, la religión, la soledad, el amor?, todos ellos sometidos al implacable examen de un observador llamémosle
«des-interesado», totalmente distanciado, ajeno incluso, a las ambiciones, los poderes, y los afanes del mundo torturado que él mismo somete a la lógica equívoca de sus «silogismos», porque, como expresa él mismo, es preciso «conservar para la Duda el doble privilegio de la ansiedad y de la ironía».
Fuente NN.
(Fragmento)
E.M. CIORAN
SILOGISMOS DE LA AMARGURA
La presente traducción ha sido hecha en colaboración con el autor, quien ha realizado, especialmente para esta edición, modificaciones importantes en el texto original francés.
París, julio 1982.
ATROFIA DEL VERBO
Formados en la escuela de los veleidosos, idólatras del fragmento y del estigma, pertenecemos a un tiempo clínico en el que únicamente nos importan los casos. Sólo nos interesa lo que un escritor se ha callado, lo que hubiera podido decir, sus profundidades mudas. Si deja una obra, si se explica, se asegura nuestro olvido.
Magia del artista irrealizado... , de un vencido que desaprovecha sus decepciones, que no sabe hacerlas fructificar.
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Tantas páginas, tantos libros que fueron fuentes de emoción para nosotros, y que releemos para estudiar la calidad de los adverbios o la propiedad de los adjetivos.
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Existe en la estupidez una gravedad que, mejor orientada, podría multiplicar la suma de obras maestras.
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Sin nuestras dudas sobre nosotros mismos, nuestro escepticismo sería letra muerta, inquietud convencional, doctrina filosófica.
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No queremos seguir soportando el peso de las "verdades", continuar siendo sus víctimas o sus cómplices. Sueño con un mundo en el que se muriera por una coma.
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Cuánto me atraen los autores de segunda fila (Joubert, sobre todo) que, por delicadeza, vivieron a la sombra del genio de los demás y que renunciaron al suyo por temor a poseerlo.
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Si Molière se hubiera replegado sobre sus abismos, Pascal, -con el suyo- habría parecido periodista.
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Con certezas, el estilo es imposible: la preocupación por la expresión es propia de quienes no pueden dormirse en una fe. A falta de un apoyo sólido, se aferran a las palabras -sombras de realidad-, mientras los otros, seguros de sus convicciones, desprecian su apariencia y descansan cómodamente en el confort de la improvisación.
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Desconfiad de quienes vuelven la espalda al amor, a la ambición, a la sociedad. Se vengarán de haber renunciado a ello.
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La historia de las ideas es la historia del rencor de los solitarios.
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Plutarco, hoy, escribiría las Vidas paralelas de los fracasados.
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El romanticismo inglés fue una acertada mezcla de láudano, exilio y tisis; el romanticismo alemán, de alcohol, provincia y suicidio.
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Algunos seres deberían haber vivido en ciudades alemanas de la época romántica. ¡Imaginamos tan bien a un Gerard von Nerval en Tubingen o en Heidelberg!
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La capacidad de aguante de los alemanes no tiene límites; y ello hasta en la locura: Nietzsche soportó la suya once años, Hölderlin cuarenta.
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Lutero, encarnación del hombre moderno, asumió toda clase de desequilibrios: un Pascal y un Hitler cohabitaban en él.
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"... sólo lo verdadero es digno de ser amado". -De ahí provienen las lagunas de Francia, su rechazo de lo Vago y de lo Turbio, su anti-poesía, su anti-metafísica.
Más aún que Descartes, influyó Boileau sobre todo un pueblo, censurando su genio.
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El Infierno -tan exacto como un atestado;
El Purgatorio -falso como toda alusión al Cielo;
El Paraíso -muestrario de ficciones y de insulseces...
La Trilogía de Dante constituye la más alta rehabilitación del diablo emprendida por un cristiano.
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Shakespeare: cita entre una rosa y un hacha...
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Fracasar en la vida es acceder a la poesía -sin el soporte del talento.
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Sólo los espíritus superficiales abordan las ideas con delicadeza.
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La mención de los incordios administrativos ("the law's delay, the insolence of office") entre los motivos que justifican el suicidio, me parece la cosa más profunda que haya dicho Hamlet.
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Agotados los modos de expresión, el arte se orienta hacia el sinsentido, hacia un universo privado e incomunicable. Todo estremecimiento inteligible, tanto en pintura como en música o en poesía, nos parece, con razón, anticuado o vulgar. El público desaparecerá pronto: el arte le seguirá de cerca.
Una civilización que comenzó con las catedrales tenía que acabar en el hermetismo de la esquizofrenia.
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Aun hallándonos a mil leguas de la poesía, dependemos de ella todavía por esa súbita necesidad de aullar -último estadio del lirismo.
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Ser un Raskolnikov -sin la excusa del crimen.
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Sólo cultivan el aforismo quienes han conocido el miedo en medio de las palabras, ese miedo a derrumbarse con todas las palabras.
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¡No poder volver a la época en que ningún vocablo estorbaba a los seres, al laconismo de la interjección, al paraíso del alelamiento, al estupor gozoso anterior a los idiomas...!
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Es fácil ser "profundo": no hay más que dejarse invadir por las propias taras.
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Modelos de estilo: el juramento, el telegrama y el epitafio.
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Los románticos fueron los últimos especialistas del suicidio. Desde entonces se improvisa... Para mejorar su calidad necesitamos un nuevo mal del siglo.
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Despojar a la literatura de su disfraz, ver su verdadero rostro, es tan peligroso como desposeer a la filosofía de su jerga. ¿Las creaciones del espíritu se reducen a la transfiguración de bagatelas? ¿Habría únicamente alguna sustancia fuera de lo articulado, en el rictus o la catalepsia?
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Un libro que, después de haberlo demolido todo, no se destruye a sí mismo nos habrá exasperado en vano.
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Mónadas disgregadas, hemos llegado al final de las tristezas prudentes y de las anomalías previstas: más de un signo anuncia la hegemonía del delirio.
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Las fuentes de inspiración de un escritor son sus vergüenzas; quien no las descubra en sí mismo o las eluda está condenado al plagio o a la crítica.
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Todo occidental atormentado hace pensar en un héroe de Dostoievski que tuviera una cuenta en el banco.
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El buen dramaturgo debe poseer el sentido del asesinato: después de los isabelinos, ¿quién sabe aún matar a sus personajes?
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La célula nerviosa se ha habituado tan bien a todo que debemos renunciar definitivamente a concebir una locura que, penetrando en los cerebros, los hiciera estallar.
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Después de Benjamin Constant, nadie ha vuelto a encontrar el tono de la decepción.
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Quien poseyendo los rudimentos de la misantropía quisiera perfeccionarse en ella, debe frecuentar la escuela de Swift: aprenderá así a dar a su desprecio por los hombres la intensidad de una neuralgia.
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Baudelaire introdujo la fisiología en la poesía; Nietzsche, en la filosofía. Con ellos, los trastornos de los órganos se elevaron a canto y a concepto. Proscritos de la salud, a ellos les incumbía asegurar una carrera a la enfermedad.
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Misterio, palabra de la que nos servimos para engañar a los demás, para hacerles creer que somos más profundos que ellos.
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Si Nietzsche, Proust, Baudelaire o Rimbaud sobreviven a las fluctuaciones de la moda, se lo deben a la gratuidad de su crueldad, a su cirugía demoníaca, a la generosidad de su hiel. Lo que permite durar a una obra, lo que le impide envejecer, es su ferocidad. ¿Afirmación gratuita? Considérese el prestigio del Evangelio, libro agresivo, libro venenoso entre todos.
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El público se precipita sobre los autores llamados "humanos"; sabe que no tiene nada que temer de ellos; detenidos como él a medio camino, le propondrán un compromiso con lo Imposible, una visión coherente del Caos.
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La negligencia verbal de los pornógrafos procede con frecuencia de un exceso de pudor, de la vergüenza de mostrar su "alma", y sobre todo de nombrarla: no existe palabra indecente en ningún idioma.
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Que una realidad se oculte detrás de las apariencias es, a fin de cuentas, posible; que el lenguaje pueda reproducirla, sería ridículo esperarlo. ¿Por qué, pues, adoptar una opinión en lugar de otra, recular ante lo banal o lo inconcebible, ante el deber de decir y escribir cualquier cosa? Un mínimo de cordura nos obligaría a sostener todas las tesis al mismo tiempo, en un eclecticismo de la sonrisa y de la destrucción.
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El miedo a la esterilidad conduce al escritor a producir por encima de sus posibilidades y a añadir a las mentiras vividas otras muchas que toma prestadas o forja. Bajo toda "Obra completa" yace un impostor.
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El pesimista debe inventarse cada día nuevas razones de existir: es una víctima del "sentido" de la vida.
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Macbeth: un estoico del crimen, un Marco Aurelio con puñal.
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El Espíritu es el gran beneficiario de las derrotas de la carne. Se enriquece a costa suya, la saquea, se regocija de sus miserias; vive del bandidaje. La civilización debe su éxito a las proezas de un bandido.
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El "talento" es el medio más seguro de falsearlo todo, de deformar las cosas y de equivocarse acerca de uno mismo. Sólo poseen una existencia verdadera aquellos a quienes la naturaleza no ha abrumado con ningún don. Sería por ello difícil imaginar universo más falso que el universo literario, u hombre más desprovisto de realidad que el hombre de letras.
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Ninguna salvación es posible fuera de la imitación del silencio. Pero nuestra locuacidad es prenatal. Raza de charlatanes, de espermatozoides verbosos, estamos químicamente ligados a la palabra.
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La búsqueda del signo en detrimento de la cosa significada; el lenguaje considerado como un fin en sí mismo, como rival de la "realidad"; la manía verbal, incluso en los filósofos; la necesidad de renovarse a nivel de las apariencias; características de una civilización en la que la sintaxis prevalece sobre lo absoluto y el gramático sobre el sabio.
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Goethe, artista completo, es nuestro antípoda. Ajeno a lo inconcluso, a ese ideal moderno de la perfección, se negó a comprender los riesgos de sus contemporáneos; en cuanto a los suyos, los asimiló tan bien que no los padeció en absoluto. Su claro destino nos desmoraliza; tras haberlo explorado intentando en vano descubrir en él secretos sublimes o sórdidos, nos quedamos con las palabras de Rilke: "No tengo órganos para Goethe".
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Nunca se criticará demasiado al siglo XIX por haber favorecido esa ralea de glosadores, esas máquinas de leer, esa malformación del espíritu que encarna el Profesor -símbolo de la decadencia de una civilización, de la degradación del gusto, de la supremacía del trabajo sobre el capricho.
Ver todo desde el exterior, sistematizar lo inefable, no mirar nada de frente, hacer el inventario de los proyectos de los demás. Todo comentario a una obra es ramplón o inútil, pues todo lo que no es directo es nulo.
En el pasado los profesores se consagraban con preferencia a la teología. Al menos tenían la excusa de enseñar lo absoluto, de limitarse a Dios, mientras que ahora nada escapa a su competencia asesina.
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Lo que nos diferencia de nuestros antepasados es nuestro descaro frente al Misterio. Lo hemos incluso desbautizado: así nació el Absurdo...
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Superchería del estilo: dar a las tristezas habituales un cariz insólito, adornar las pequeñas desgracias, vestir el vacío, existir por la palabra, por la fraseología del suspiro o del sarcasmo.
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Resulta increíble que la perspectiva de tener un biógrafo no haya hecho renunciar a nadie a tener una vida.
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Lo suficientemente ingenuo como para ponerme a buscar la Verdad, me interesé en el pasado -inútilmente- por bastantes disciplinas. Comenzaba a afianzarme en el escepticismo cuando tuve la idea de consultar, como último recurso, a la Poesía: quién sabe, me dije, quizás me sea útil, quizás esconda bajo su arbitrariedad alguna revelación definitiva. Recurso ilusorio: ella me hizo perder hasta mis incertidumbres...
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Para quien haya respirado la Muerte, ¡qué desolación el olor del Verbo!
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Estando de moda la derrota, es natural que Dios se aproveche de ello. Gracias a los esnobs que le compadecen o le maltratan, goza todavía de cierta reputación. Pero ¿durante cuánto tiempo será aún interesante?
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-"Tenía talento, sin embargo ya nadie se interesa por él. Lo han olvidado.
-Es justo: no supo tomar todas las precauciones necesarias para ser mal comprendido".
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Nada seca tanto la inteligencia como la repugnancia a concebir ideas oscuras.
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¿Qué hace el sabio? Se resigna a ver, a comer, etc., acepta a pesar suyo esa "llaga de nueve aberturas" que es el cuerpo según la Bhagavad-Gita. -¿La sabiduría? Sufrir dignamente la humillación que nos infligen nuestros agujeros.
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El poeta: un espabilado que sabe atormentarse sin motivo, que se consagra con ardor a las perplejidades, que se las procura por todos los medios. Luego, la ingenua posteridad se apiada de él...
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Casi todas las obras se componen de destellos de imitación, estremecimientos aprendidos y éxtasis robados.
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Prolija por naturaleza, la literatura vive de la gran abundancia de vocablos, del cáncer de la palabra.
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Europa no se encuentra todavía lo suficientemente en ruinas como para que pueda florecer en ella la epopeya. Sin embargo, todo hace prever que, celosa de Troya y dispuesta a imitarla, proporcionará un día temas tan importantes que ni la novela ni la poesía le bastarán...
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Admiraría sin límites a Omar Khayyam, sus tristezas sin réplica, si no hubiera conservado una última ilusión: desgraciadamente creía aún en el vino.
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Lo mejor de mí mismo, este poco de luz que me aleja de todo, se lo debo a mis raras conversaciones con algunos canallas amargos, canallas inconsolables que, víctimas del rigor de su cinismo, no podían dedicarse ya a ningún vicio.
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Más que un error de fondo, la vida es una "falta de gusto" que ni la muerte, ni siquiera la poesía, logran corregir.
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En este "gran dormitorio", como llama un texto taoísta al universo, la pesadilla es la única forma de lucidez.
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Es preferible no dedicarse a las Letras cuando, poseyendo un alma oscura, se está obsesionado por la claridad. No se dejarán tras de sí más que suspiros inteligibles, pobres residuos del rechazo de ser uno mismo.
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En los tormentos del intelecto hay una decencia que difícilmente encontraríamos en los del corazón.
El escepticismo es la elegancia de la ansiedad.
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Ser moderno es chapucear en lo Incurable.
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Tragicomedia del discípulo : he reducido a polvo mi pensamiento para ir más lejos que los moralistas, quienes sólo me habían enseñado a desmenuzarlo...
EL ESTAFADOR DE ABISMOS
Todo pensamiento debería recordar la ruina de una sonrisa.
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Con mucha precaución merodeo alrededor de lo profundo, le sonsaco algunos vértigos y me escabullo como un estafador de abismos.
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Todo pensador, al comienzo de su carrera, opta, a pesar suyo, por la dialéctica o los sauces llorones.
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Mucho antes de que la física y la psicología hubieran aparecido, el dolor desintegraba a la materia y la angustia al alma.
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Esa especie de malestar cuando intentamos imaginar la vida cotidiana de los grandes hombres... Sobre las dos de la tarde, ¿qué hacía Sócrates?
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Si creemos tan ingenuamente en las ideas es porque olvidamos que han sido concebidas por mamíferos.
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Una poesía digna de ese nombre comienza por la experiencia de la fatalidad. Sólo los malos poetas son libres.
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No he encontrado en el edificio del pensamiento ninguna categoría sobre la que reposar mi frente. En cambio, ¡qué almohada el Caos!
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Para vengarnos de quienes son más felices que nosotros, les inoculamos -a falta de otra cosa- nuestras angustias. Porque nuestros dolores, desgraciadamente, no son contagiosos.
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Nada apaga mi sed de dudas: ¡si tuviera el cayado de Moisés para hacerlas brotar hasta de la roca!
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Fuera de la dilatación del yo, fruto de la parálisis general, no existe ningún remedio contra las crisis de abatimiento, contra la asfixia en la nada, contra el horror de no ser más que un alma dentro de un salivazo.
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Si apenas he obtenido ideas de la tristeza, es porque la he amado demasiado para empobrecerla ejercitándome en ella.
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Una moda filosófica se impone como una moda gastronómica: se refuta igual una idea que una salsa.
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Somos todos unos farsantes: sobrevivimos a nuestros problemas.
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En las épocas en que el Diablo prosperaba, el pánico, el horror, los desórdenes eran males que gozaban de protección sobrenatural: se sabía quién los provocaba, quién dirigía su expansión; abandonados hoy a sí mismos, se transforman en "dramas interiores" o degeneran en "psicosis", en patología secularizada.
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A todos los aspectos del pensamiento les llega su momento, su frivolidad: así, hoy, a la idea de la Nada... Qué caducos nos parecen la Materia, la Energía, el Espíritu. Afortunadamente el léxico es rico: cada generación puede sacar de él un vocablo tan importante como los otros -inútilmente difuntos.
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La planta padece ligeramente; el animal se las ingenia para enfermar; en el hombre se exaspera la anomalía de todo lo que respira.
La Vida, combinación de química y estupor... ¿Acabaremos refugiándonos en el equilibrio del mineral? ¿Franquearemos retrocediendo el reino que de él nos separa para imitar a la piedra normal?
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Obligándonos a sonreír, sucesivamente, a las ideas de aquellos a quienes mendigamos, la Miseria convierte nuestro escepticismo en sustento.
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Desde que recuerdo, no he hecho más que destruir en mí el orgullo de ser hombre. Y deambulo por la periferia de la Especie como un monstruo temeroso, sin la envergadura suficiente para aullar en nombre de otra banda de monos.
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El Hastío nivela los enigmas: es un ensueño positivista...
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Existe una angustia infusa que reemplaza tanto a la ciencia como a la intuición.
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Se extiende tanto la muerte, tanto lugar ocupa, que ya no sé dónde morir.
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Deber de la lucidez: alcanzar una desesperación correcta, una ferocidad apolínea.
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Si la felicidad es tan rara, es porque sólo se alcanza después de la vejez, en la senilidad, favor reservado a muy pocos mortales.
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Nuestras vacilaciones llevan la huella de nuestra honradez; nuestras certidumbres la de nuestra impostura. La deshonestidad de un pensador se reconoce en la suma de ideas precisas que avanza.
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Petulante, me hundí en lo Absoluto; emergí troglodita.
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La muerte plantea un problema que sustituye a todos los demás. ¿Hay algo más funesto para la filosofía, para esa ingenua creencia en la jerarquía de las perplejidades?
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El cinismo de la soledad extrema es un calvario que la insolencia atenúa.
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La filosofía sirve de antídoto contra la tristeza. Y hay quienes creen aún en la profundidad de la filosofía.
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En este universo provisional, nuestros axiomas sólo tienen un valor de sucesos.
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La Angustia era ya un producto corriente en la época de las cavernas. Imaginemos la sonrisa del hombre de Neandertal si hubiera previsto que los filósofos llegarían un día a reclamar su paternidad.
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El error de la filosofía es ser demasiado soportable.
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Los abúlicos, que dejan las ideas tal como son, deberían ser los únicos que tuvieran acceso a ellas. Cuando los activos se las apropian, el dulce desbarajuste cotidiano se convierte en tragedia.
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La ventaja de interesarse por la vida y la muerte es que se puede decir de ellas cualquier cosa.
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El escéptico quisiera sufrir, como los demás, por las quimeras que hacen vivir. No lo consigue: es un mártir de la sensatez.
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Objeción contra la ciencia: este mundo no merece la pena de conocerlo.
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¿Cómo se puede ser filósofo? ¿Cómo se puede tener el descaro de atacar al tiempo, a la belleza, a Dios y a todo lo demás? El espíritu se infla y brinca sin vergüenza. Metafísica, poesía -impertinencias de piojo...
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Estoicismo de feria: ser un apasionado del "Nil admirari", un histérico de la ataraxia.
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Aunque pudiera luchar contra un ataque de depresión, ¿en nombre de qué vitalidad me ensañaría con una obsesión que me pertenece, que me precede? Encontrándome bien, escojo el camino que me place; "tocado", ya no soy yo quien decide: es mi mal. Para los obsesos no existe opción alguna: su obsesión ha elegido ya por ellos. Uno se escoge cuando dispone de virtualidades indiferentes; pero la nitidez de un mal es superior a la diversidad de caminos a elegir. Preguntarse si se es libre o no: bagatela a los ojos de un espíritu a quien arrastran las calorías de sus delirios. Para él, ensalzar la libertad es dar pruebas de una salud indecente.
¿La libertad? Sofisma de la gente sana.
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No contento con los sufrimientos reales, el ansioso se impone imaginarios; es un ser para quien la irrealidad existe, debe existir; sin ello, ¿dónde encontraría la ración de tormentos que le exige su naturaleza?
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¿Por qué no podría yo compararme a los mayores santos? ¿Acaso he derrochado menos locura para salvaguardar mis contradicciones que la derrochada por ellos para superar las suyas?
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Cuando la Idea buscaba un refugio, debía de estar carcomida para no encontrar más que la hospitalidad del cerebro.
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Técnica que practicamos a costa nuestra, el psicoanálisis degrada nuestros riesgos, nuestros peligros, nuestros abismos; nos despoja de nuestras impurezas, de todo lo que nos hacía curiosos de nosotros mismos.
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Que haya o no solución a los problemas, eso no preocupa más que a una minoría; que los sentimientos no tengan ninguna salida, que no desemboquen en nada, que se pierdan en ellos mismos, he ahí el drama inconsciente de todos, el insoluble afectivo que cada uno sufre sin pensar en él.
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Profundizar una idea es atentar contra ella: quitarle todo su encanto y hasta la vida...
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Con un poco más de fiebre en el nihilismo, me sería posible -negándolo todo- sacudir mis dudas y triunfar sobre ellas. Pero sólo tengo el gusto de la negación, no su don.
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Haber conocido la fascinación de los extremos y haberse detenido en algún lugar situado entre el diletantismo y la dinamita.
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Debería ser lo Intolerable, y no la Evolución, el tema preferido de la biología.
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Mi cosmogonía añade al caos original una infinidad de puntos suspensivos.
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Cada vez que tenemos una idea, algo se pudre en nosotros.
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Todo problema profana un misterio; a su vez, al problema lo profana su solución.
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Lo patético revela una profundidad de mal gusto; como esa voluptuosidad de la sedición en la que se complacieron un Lutero, un Rousseau, un Retoben, un Nietzsche. Los grandes acentos -plebeyez de los solitarios...
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Esa necesidad de remordimientos que precede al Mal, mejor dicho, que lo crea...
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¿Soportaría yo un solo día sin esta caridad de mi locura, que a diario me promete el Juicio Final para el día siguiente?
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Sufrimos: el mundo exterior comienza a existir...; sufrimos demasiado: desaparece. El dolor lo suscita únicamente para desenmascarar su irrealidad.
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El pensamiento que se libera de todo prejuicio se disgrega e imita la incoherencia y la dispersión de las cosas que quiere aprehender. Con ideas "fluidas" se extiende uno sobre la realidad, se adhiere uno a ella, pero no se la explica. Así, se paga caro el "sistema" que no se ha deseado.
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Lo Real me produce asma.
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Nos repugna llevar hasta sus últimas consecuencias un pensamiento deprimente, aunque sea inatacable; lo soportamos hasta el momento en que nos afecta las entrañas, en que comienza a ser malestar, verdad y desastre de la carne.
-Nunca he leído un sermón de Buda o una página de Schopenhauer sin verlo todo de color rosa...
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Encontramos Sutileza:
en los teólogos. Al no poder probar lo que proponen, están obligados a practicar tal cantidad de distinciones que con ellas perturban el espíritu -que es lo que desean. ¡Qué virtuosismo se necesita para clasificar a los ángeles en decenas de especies! Y eso sin insistir en Dios: su "infinito" ha malogrado numerosos cerebros, desgastándolos;
en los ociosos -en los mundanos, en las razas indolentes, en todos aquellos que se alimentan de palabras. La conversación, madre de la sutileza... Por haber sido insensibles a ella, los alemanes se hundieron en la metafísica. Por el contrario, los pueblos habladores, los antiguos griegos o los franceses, expertos en los encantos del espíritu, sobresalieron en la técnica de las futilidades;
en los perseguidos. Obligados a la mentira, a la argucia, al engaño, llevan una vida doble y falsa: la insinceridad -por necesidad- excita la inteligencia. Seguros de sí mismos, los ingleses son aburridos: pagan de esa manera los siglos de libertad que han podido vivir sin recurrir a la astucia, a la sonrisa hipócrita, a las artimañas. Se comprende así por qué, en el polo opuesto, los judíos poseen el privilegio de ser el pueblo más despierto;
en las mujeres. Condenadas al pudor, deben disimular sus deseos y mentir: la mentira es una forma de talento, mientras que el respeto de la "verdad" corre parejo de la grosería y de la tosquedad;
en los tarados que no se hallan internados, -en los pervertidos con quienes soñaría un código penal ideal.
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Cuando uno es joven, practica la filosofía, menos para buscar en ella una visión que un estimulante; uno se dedica a las ideas, adivina el delirio que las ha producido, sueña con imitarlo y exagerarlo. La adolescencia se complace en el malabarismo de las alturas; en los pensadores ama al saltimbanqui; en Nietzche nos gustaba Zaratustra, sus poses, sus payasadas místicas, verdadera feria de cumbres...
Su idolatría de la fuerza es menos un signo de esnobismo evolucionista que una tensión interior proyectada hacia fuera, una embriaguez que interpreta y acepta el devenir. De ello tenía que resultar una falsa imagen de la vida y de la historia. Pero era necesario pasar por ahí, por la orgía filosófica, por el culto de la vitalidad. Quienes se negaron a ello no conocerán jamás sus consecuencias, el reverso y las muecas de ese culto; no comprenderán nunca las raíces de la decepción.
Como Nietzsche, creíamos en la perpetuidad de nuestros trances; gracias a la madurez de nuestro cinismo, fuimos más lejos aún que él. La idea del superhombre nos parece hoy una mera lucubración; entonces la encontrábamos tan exacta como un dato experimental. Así se eclipsó el ídolo de nuestra juventud. Pero ¿cuál de ellos -en el caso de que hubiera varios- permanece aún? Es el experto en decadencias, el psicólogo agresivo, no solamente observador como los moralistas, que escruta como un enemigo y se crea enemigos; pero sus enemigos los extrae de sí mismo, como los vicios que denuncia. ¿Se ensaña con los débiles?, practica la introspección; y cuando ataca la decadencia, describe su propio estado. Todo su odio se dirige indirectamente contra sí mismo. Proclama sus debilidades y las erige en ideal; si se detesta, el cristianismo o el socialismo sufren las consecuencias. Su diagnóstico del nihilismo es irrefutable: porque él mismo es nihilista y lo confiesa. Panfletario enamorado de sus adversarios, no habría podido soportarse de no haber combatido contra sí mismo, de no haber instalado sus miserias en otro lugar, en los demás: se vengó en ellos de lo que él fue. Habiendo practicado la psicología como héroe, propone a los apasionados de lo Inextricable una diversidad de callejones sin salida.
Medimos su fecundidad en las posibilidades que nos ofrece de repudiarle continuamente sin acabar con él. Espíritu nómada, es un experto en variar de desequilibrios. Ha sostenido siempre el pro y el contra de todo: es el procedimiento de quienes se dedican a la especulación por no haber podido escribir tragedias o dispersarse en múltiples destinos. -Lo cierto es que Nietzsche, exponiendo sus histerias, nos ha desembarazado del pudor de las nuestras; sus miserias nos han sido provechosas. El inauguró la era de los "complejos".
*
El filósofo "generoso" olvida, en detrimento propio, que de un sistema sólo sobreviven las verdades nocivas.
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En la época en que, por inexperiencia, se le coge gusto a la filosofía, yo decidí, como todo el mundo, hacer una tesis. ¿Qué tema escoger? Quería uno manido e insólito a la vez. Cuando creí haberlo encontrado corrí a comunicárselo a mi profesor.
-¿Qué le parece una Teoría general del llanto? Me siento capaz de trabajar en ello.
-Es posible, me dijo, pero le va a costar encontrar bibliografía.
-Si es por eso, no importa. La Historia entera me respaldará con su autoridad, les respondí con un tono de impertinencia y de triunfo.
Pero como, impaciente, me miraba con desdén, decidí en el acto liquidar al discípulo que había en mí.
*
En la antigüedad, el filósofo que no escribía, pero pensaba, no se exponía al desprecio; desde que nos postramos ante la eficacia, la obra se ha convertido en el absoluto del vulgo; a quienes no producen se les considera "fracasados". Sin embargo, esos "fracasados" habrían sido los sabios de otros tiempos; ellos rehabilitarán a nuestra época por no haber dejado trazas en ella.
*
Se acerca el momento en que el escéptico, tras haberlo cuestionado todo, no tendrá ya de qué dudar; será entonces cuando realmente suprimirá su juicio. ¿Qué le quedará? Divertirse o dormitar -la frivolidad o la animalidad.
*
Más de una vez he llegado a entrever el otoño del cerebro, el desenlace de la conciencia, la última escena de la razón, y luego una luz que me helaba la sangre.
*
Hacia una sabiduría vegetal: abjuraría de todos mis terrores por la sonrisa de un árbol...
TIEMPO Y ANEMIA
¡Qué cerca me siento de aquella vieja loca que corría detrás del tiempo, que quería atrapar un trozo de tiempo!
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Existe una relación entre las deficiencias de nuestra sangre y nuestro extrañamiento en el tiempo: tantos glóbulos blancos, tantos instantes vacíos... ¿No proceden nuestros estados conscientes de la decoloración de nuestros deseos?
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Sorprendido en pleno mediodía por el delicioso espanto del vértigo, ¿a qué atribuirlo?: ¿a la sangre, al cielo azul? ¿O a la anemia, situada a medio camino entre los dos?
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La palidez nos muestra hasta dónde puede el cuerpo comprender al alma.
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Con tus venas cargadas de noches, te hallas entre los hombres como un epitafio en medio de un circo.
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En el paroxismo de la Insensibilidad, se piensa en una buena crisis de epilepsia como en una tierra prometida.
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Cuanto más difuso sea el objeto de una pasión, mejor ella nos destruye; la mía fue el Hastío: sucumbí a su imprecisión.
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El tiempo me está prohibido. No pudiendo seguir su cadencia, me agarro a él o lo contemplo, pero sin estar jamás dentro de él: no es mi elemento. Y en vano espero un poco de tiempo de los demás.
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La leucemia es el jardín donde florece Dios.
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La fe, la política o la violencia menoscaban la desesperación; por el contrario, todo deja intacta a la melancolía: ella sólo podría cesar con nuestra sangre.
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El hastío es una angustia larval; el tedio, un odio ensoñador.
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Nuestras tristezas prolongan el misterio que esboza la sonrisa de las momias.
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Sólo la ansiedad, utopía negra, nos suministra precisiones sobre el futuro.
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¿Vomitar? ¿Rezar? El Vacío nos eleva a un cielo de Crucifixiones que nos deja en la boca un regusto a sacarina.
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Durante mucho tiempo creí en las virtudes metafísicas de la Fatiga: es cierto que nos hunde en las raíces del Tiempo; pero ¿qué nos traemos de él? Algunas futilidades sobre la eternidad.
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"Soy como una marioneta rota cuyos ojos hubieran caído adentro".
Estas palabras de un enfermo mental valen más que el conjunto de las obras de introspección.
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Cuando todo se vuelve insípido a nuestro alrededor, qué tónico la curiosidad de saber de qué manera perderemos la razón.
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¡Si nos fuera posible abandonar voluntariamente la nada de la apatía por el dinamismo del remordimiento!
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Comparado al asco que me espera, el que me habita me parece tan agradablemente insoportable que tiemblo de sólo pensar en agotar su terror.
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En un mundo sin melancolía los ruiseñores se pondrían a eructar.
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¿Alguien emplea continuamente la palabra "vida"? Sabed que es un enfermo.
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El interés que manifestamos por el Tiempo emana de un esnobismo de lo Irreparable.
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Para iniciarse en la tristeza, en la artesanía de lo Indefinido, algunos tardan un segundo, otros una vida.
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Con frecuencia me he retirado a ese trastero que es el Cielo, con frecuencia he cedido a la necesidad de asfixiarme en Dios.
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Sólo soy "yo" por encima o por debajo de mí mismo, en la rabia o el abatimiento; a mi nivel habitual, ignoro que existo.
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No es fácil procurarse una neurosis; quien lo logra dispone de una fortuna que lo hace prosperar todo: tanto los éxitos como los fracasos.
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No podemos actuar más que en función de un tiempo limitado: un día, una semana, un mes, un año, diez años o una vida. Porque si, por desgracia, relacionamos nuestros actos con el Tiempo, tiempo y actos se evaporan; y es entonces la aventura en el Vacío, la génesis del No.
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Tarde o temprano, cada deseo debe encontrar su cansancio: su verdad...
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Conciencia del tiempo: atentado contra el tiempo...
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Gracias a la melancolía -ese alpinismo de los perezosos-, escalamos desde nuestro lecho todas las cumbres y soñamos en lo alto de todos los precipicios.
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Aburrirse es mascar tiempo.
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El sofá, ese gran responsable, ese promotor de nuestra "alma".
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Tomo de pie una resolución; me acuesto -y la anulo.
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Aceptaríamos fácilmente las penas si la razón o el hígado no sucumbieran a ellas.
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He buscado en mí mismo mi propio modelo. Para imitarlo, me he dedicado a la dialéctica de la indolencia. ¡Es tan agradable malograrse..!
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Haber dedicado a la idea de la muerte todas las horas que un oficio hubiera reclamado... Los desbordamientos metafísicos son propios de los monjes, los libertinos y los pordioseros. Un empleo habría hecho hasta de Buda un simple descontento.
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Oblíguese a la gente a acostarse durante días y días: los calchones lograrían lo que ni las guerras ni los eslóganes han conseguido. Pues las maniobras del Tedio superan en eficacia a las de las armas y a las de las ideologías.
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¿Nuestros ascos? Desvíos del asco que nos tenemos a nosotros mismos.
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Cuando me sorprendo en un momento de rebelión, tomo un somnífero o consulto con un psiquiatra. Cualquier procedimiento es bueno para quien persigue la Indiferencia sin estar predispuesto a ella.
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Premisa de los indolentes, esos metafísicos de nacimiento: el Vacío es la certeza que descubren, al final de su carrera y como recompensa a sus decepciones, la buena gente y los filósofos profesionales.
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A medida que liquidamos nuestras vergüenzas, nos quitamos nuestras máscaras. Pero llega un día en que nuestro juego se acaba: nos quedamos sin vergüenzas y sin máscaras. Y sin público. -Hemos presumido demasiado de nuestros secretos, de la vitalidad de nuestras miserias.
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Diariamente converso en privado con mi esqueleto, y eso jamás me lo perdonará mi carne.
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Lo que arruina a la alegría es su falta de rigor; véase, por otra parte, la lógica de la hiel...
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Si alguna vez has estado triste sin motivo, es que lo has estado toda tu vida sin saberlo.
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Deambulo a través de los días como una puta en un mundo sin aceras.
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Sólo intimamos con la vida cuando decimos -de todo corazón- una banalidad.
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Entre el Hastío y el Éxtasis se desarrolla toda nuestra experiencia del tiempo.
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¿Habéis triunfado en la vida? Jamás conoceréis el orgullo.
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Nosotros nos parapetamos detrás de nuestro rostro; al loco le traiciona el suyo. El se ofrece, se denuncia a los demás. Habiendo perdido su máscara, publica su angustia, se la impone al primero que llega, exhibe sus enigmas. Tanta indiscreción irrita. Es normal que se le espose y se le aísle.
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Sea por pasión del remordimiento o por insensibilidad, el caso es que nada he hecho por salvar el poco absoluto que encierra este mundo.
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El Devenir: una agonía sin desenlace.
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Contrariamente a los placeres, los dolores no conducen a la saciedad. No existe leproso hastiado.
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La tristeza: un apetito que ninguna desgracia satisface.
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Nada nos seduce tanto como la obsesión de la muerte; la obsesión, no la muerte.
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Esas horas en que me parece inútil levantarme aguzan mi curiosidad por los Incurables. Clavados a su cama y a lo Absoluto, ¡cuánto deben saber de todo! Sin embargo, yo sólo me parezco a ellos en el virtuosismo del torpor, en el interminable rumiar de las mañanas enteras pasadas en el lecho.
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Mientras la hartura se limite únicamente a los asuntos del corazón, todo es aún posible; pero si se extiende a la esfera del juicio, estamos perdidos.
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Apenas se medita ya de pie, y menos aún andando. Fue nuestro empeño en conservar la posición vertical lo que originó la Acción; por ello, para protestar contra sus perjuicios, deberíamos imitar la postura de los cadáveres.
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La Desesperación es el descaro de la desgracia, una forma de provocación, una filosofía para épocas indiscretas.
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Cuando se aprende a beber en las fuentes del Vacío, se deja de temer el futuro. El tedio opera prodigios: convierte la vacuidad en sustancia, es él mismo vacío nutritivo.
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Cuanto más envejezco, menos me complace imitar a Hamlet. Ya no sé, respecto a la muerte, qué tormento experimentar...
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