Friday, February 17, 2012

MARCUS AURELIUS: MEDITACIONES. Continuación y final del libro primero.


MARCUS AURELIUS: de lo heredado.


11. De Frontón el haberme detenido a pensar cómo es
la envidia, la astucia y la hipocresía propia del tirano, y que,
en general, los que entre nosotros son llamados «eupátridas
», son, en cierto modo, incapaces de afecto.

12. De Alejandro el platónico'^: el no decir a alguien
muchas veces y sin necesidad o escribirle por carta: «Estoy
ocupado», y no rechazar de este modo sistemáticamente las
obligaciones que imponen las relaciones sociales, pretextando
excesivas ocupaciones.

13. De Catulo'^: el no dar poca importancia a la queja
de un amigo, aunque casualmente fuera infundada, sino in-tentar consolidar 
la relación habitual; el elogio cordial a los
maestros, como se recuerda que lo hacían Domicio y Atenódoto;
el amor verdadero por los hijos.

14. De «mi hermano»'^ S e v e r o e l amor a la familia, a
la verdad y la justicia; el haber conocido, gracias a él, a Trascas,
Helvidio, Catón, Dión, Bruto; el haber concebido la idea
de una constitución basada en la igualdad ante la ley, regida
por la equidad y la libertad de expresión igual para todos, y de
una realeza que honra y respeta, por encima de todo, la libertad
de sus súbditos. De él también: la unifonnidad y constante
aplicación al servicio de la filosofía; la beneficencia y generosidad
constante; el optimismo y la confianza en la amistad de
los amigos; ningún disimulo para con los que merecían su
censura; el no requerir que sus amigos conjeturaran qué quería
o qué no quería, pues estaba claro.

15. De Máximo^': el dominio de sí mismo y no dejarse
arrastrar por nada; el buen ánimo en todas las circunstancias y
especialmente en las enfermedades; la moderación de carácter,
dulce y a la vez grave; la ejecución sin refunfuñar de las
tareas propuestas; la confianza de todos en él, porque sus palabras
respondían a sus pensamientos y en sus actuaciones
procedía sin mala fe; el no soφrenderse ni arredrarse; en nin-gún caso
 precipitación o lentitud, ni impotencia, ni abatimiento,
ni risa a carcajadas, seguidas de accesos de ira o de
recelo. La beneficencia, el perdón y la sinceridad; el dar la
impresión de hombre recto e inflexible más bien que corregido;
que nadie se creyera menospreciado por él ni sospechara
que se consideraba superior a él; su amabilidad en...^^

16. De mi p a d r e l a mansedumbre y la firmeza serena
en las decisiones profundamente examinadas. El no vanagloriarse
con los honores aparentes; el amor al trabajo y la
perseverancia; el estar dispuesto a escuchar a los que podían
hacer una contribución útil a la comunidad. El distribuir sin
vacilaciones a cada uno según su mérito. La experiencia para
distinguir cuándo es necesario un esfuerzo sin desmayo, y
cuándo hay que relajarse. El saber poner fin a las relaciones
amorosas con los adolescentes. La sociabilidad y el consentir
a los amigos que no asistieran siempre a sus comidas y
que no le acompañaran necesariamente en sus desplazamientos;
antes bien, quienes le habían dejado momentáneamente
por alguna necesidad le encontraban siempre igual.
El examen minucioso en las deliberaciones y la tenacidad,
sin eludir la indagación, satisfecho con las primeras impresiones.
El celo por conservar los amigos, sin mostrar nunca
disgusto ni loco apasionamiento. La autosuficiencia en todo
y la serenidad. La previsión desde lejos y la regulación previa
de los detalles más insignificantes sin escenas trágicas.
La represión de las aclamaciones y de toda adulación dirigida
a su persona. El velar constantemente por las necesidades

del Imperio. La administración de los recursos públicos y la
tolerancia ante la crítica en cualquiera de estas materias;
ningún temor supersticioso respecto a los dioses ni disposición
para captar el favor de los hombres mediante agasajos
o lisonjas al pueblo; por el contrario, sobriedad en todo y
firmeza, ausencia absoluta de gustos vulgares y de deseo innovador.
El uso de los bienes que contribuyen a una vida
fácil —y la Fortuna se los había deparado en abundancia—,
sin orgullo y a la vez sin pretextos, de manera que los acogía
con naturalidad, cuando los tenía, pero no sentía necesidad
de ellos, cuando le faltaban. El hecho de que nadie hubiese
podido tacharle de sofista, bufón o pedante; por el
contrario, era tenido por hombre maduro, completo, inaccesible
a la adulación, capaz de estar al frente de los asuntos
propios y ajenos. Además, el aprecio por quienes filosofan
de verdad, sin ofender a los demás ni dejarse tampoco embaucar
por ellos; más todavía, su trato afable y buen humor,
pero no en exceso. El cuidado moderado del propio cueφo,
no como quien ama la vida, ni con coquetería ni tampoco
negligentemente, sino de manera que, gracias a su cuidado
personal, en contadísimas ocasiones tuvo necesidad de asistencia
médica, de fármacos o emplastos. Y especialmente,
su complacencia, exenta de envidia, en los que poseían alguna
facultad, por ejemplo, la facilidad de expresión, el conocimiento
de la historia de las leyes, de las costumbres o
de cualquier otra materia; su ahínco en ayudarles para que
cada uno consiguiera los honores acordes a su peculiar excelencia;
procediendo en todo según las tradiciones ancestrales,
pero procurando no hacer ostentación ni siquiera de
esto: de velar por dichas tradiciones. Además, no era propicio
a desplazarse ni a agitarse fácilmente, sino que gustaba
de permanecer en los mismos lugares y ocupaciones. Ε inmediatamente, 
después de los agudos dolores de cabeza,
rejuvenecido y en plenas facultades, se entregaba a las tareas
habituales. El no tener muchos secretos, sino muy pocos,
excepcionalmente, y sólo sobre asuntos de Estado. Su
sagacidad y mesura en la celebración de fiestas, en la construcción
de obras públicas, en las asignaciones y en otras
cosas semejantes, es propia de una persona que mira exclusivamente
lo que debe hacerse, sin tener en cuenta la aprobación
popular a las obras realizadas. Ni baños a destiempo,
ni amor a la construcción de casas, ni preocupación por las
comidas, ni por las telas, ni por el color de los vestidos, ni
por el buen aspecto de sus servidores el vestido que llevaba
procedía de su casa de campo en Lorio ^^ y la mayoría
de sus enseres, de la que tenía en Lanuvio. ¡Cómo trató al
recaudador de impuestos en Túsculo que le hacía reclamaciones!
Y todo su carácter era así; no fue ni cruel, ni hosco,
ni duro, de manera que jamás se habría podido decir de él:
«Ya suda»^^, sino que, todo lo había calculado con exactitud,
como si, le sobrara tiempo, sin turbación, sin desorden,
con firmeza, concertadamente. Y encajaría bien en él lo que
se recuerda de Sócrates: que era capaz de abstenerse y disfrutar
de aquellos bienes, cuya privación debilita a la mayor
parte, mientras que su disfrute les hace abandonarse a ellos.
Su vigor físico y su resistencia, y la sobriedad en ambos casos
son propiedades de un hombre que tiene un alma equilibrada
e invencible, como mostró durante la enfermedad que
le llevó a la muerte ^^

17. De los dioses: el tener buenos abuelos, buenos progenitores,
buena hermana, buenos maestros, buenos amigos
íntimos, parientes y amigos, casi todos buenos; el no haberme
dejado llevar fácilmente nunca a ofender a ninguno
de ellos, a pesar de tener una disposición natural idónea para
poder hacer algo semejante, si se hubiese presentado la ocasión.
Es un favor divino que no se presentara ninguna combinación
de circunstancias que me pusiera a prueba; el no
haber sido educado largo tiempo junto a la concubina de mi
abuelo; el haber conservado la flor de mi juventud y el no
haber demostrado antes de tiempo mi virilidad, sino incluso
haberlo demorado por algún tiempo; el haber estado sometido
a las órdenes de un gobernante, mi padre, que debía
arrancar de mí todo orgullo y llevarme a comprender que es
posible vivir en palacio sin tener necesidad de guardia personal,
de vestidos suntuosos, de candelabros, de estatuas y
otras cosas semejantes y de un lujo parecido; sino que es
posible ceñirse a un régimen de vida muy próximo al de un
simple particular, y no por ello ser más desgraciado o más
negligente en el cumplimiento de los deberes que soberanamente
nos exige la comunidad. El haberme tocado en
suerte un hermano capaz, por su carácter, de incitanne al
cuidado de mí mismo y que, a la vez, me alegraba por su
respeto y afecto; el no haber tenido hijos subnormales o deformes;
el no haber progresado demasiado en la retórica, en
la poética y en las demás disciplinas, 
en las que tal vez me habría detenido, si hubiese percibido
 que progresaba a buen
ritmo. El haberme anticipado a situar a mis educadores en el
punto de dignidad que estimaba deseaban, sin demorarlo,
con la esperanza de que, puesto que eran todavía jóvenes, lo
pondría en práctica más tarde. El haber conocido a Apolonio.
Rústico, Máximo. El haberme representado claramente
y en muchas ocasiones qué es la vida acorde con la naturaleza,
de manera que, en la medida que depende de los dioses,
de sus comunicaciones, de sus socorros y de sus inspiraciones,
nada impedía ya que viviera de acuerdo con la
naturaleza, y si continúo todavía lejos de este ideal, es culpa
mía por no observar las sugerencias de los dioses y a duras
penas sus enseñanzas; la resistencia de mi cueφo durante
largo tiempo en una vida de estas características; el no haber
tocado ni a Benedicta ni a Teódoto, e incluso, más tarde,
víctima de pasiones amorosas, haber curado; el no haberme
excedido nunca con Rústico, a pesar de las frecuentes disputas,
de lo que me habría arrepentido; el hecho de que mi
madre, que debía morir joven, viviera, sin embargo, conmigo
sus últimos años; el hecho de que cuantas veces quise
socorrer a un pobre o necesitado de otra cosa, jamás oí decir
que no tenía dinero disponible; el no haber caído yo mismo
en una necesidad semejante como para reclamar ayuda ajena;
el tener una esposa^^ de tales cualidades: tan obediente,
tan cariñosa, tan sencilla; el haber conseguido fácilmente
para mis hijos educadores adecuados; el haber recibido, 
a través de sueños, remedios, sobre todo para no escupir sangre
y evitar los mareos, y lo de Gaeta^^, a modo de oráculo;
el no haber caído, cuando me aficioné a la filosofía, en manos
de un sofista ni haberme entretenido en el análisis de
autores o de silogismos ni ocupanne a fondo de los fenómenos
celestes.
Todo esto «requiere ayudas de los dioses y de la Fortuna

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