Friday, February 3, 2012



Premio Cervantes 1984
ERNESTO SÁBATO
(Hermosa foto del maestro Ernesto Sábato en el parque Lezama junto a la estatua de Ceres que nos recuerda el inicio de la novela SOBRE HÉROES Y TUMBAS).


Novelista y ensayista argentino
(Rojas, Buenos Aires, 1911)
Con sólo tres novelas, Ernesto Sábato, se ha situado
como uno de los grandes narradores de la lengua
española. Es también un destacado ensayista.
Hijo de emigrados italianos (fue el décimo de los
once hijos que tuvieron), hace sus estudios secundarios en La Plata, donde conoce a
Pedro Henríquez Ureña, que influirá mucho en su ulterior vocación de escritor. Pero su
primera vocación es científica y, en 1929, ingresa en la Facultad de Ciencias Físico-
Matemáticas de la Universidad de La Plata. Más tarde, completa sus conocimientos
sobre radiaciones atómicas en el Laboratorio Joliot-Curie de París y, posteriormente, en
el Massachussets Institute of Technology (MIT).
Milita en la Juventud Comunista, de la que llegó a ser Secretario General, pero en
1934, desilusionado al conocer las purgas estalinistas, camino de Moscú, escapa a
París, donde frecuenta los grupos surrealistas y hace amistad, sobre todo, con los
pintores Oscar Domínguez y Wilfredo Lam. Publica un artículo sobre el "litocronismo" en
la revista Minotaure (1933-1938), dirigida por André Breton.
Retorna a la Argentina, en 1940, para enseñar en 1a Facultad de Ciencias Físico-
Matemáticas de la Universidad de La Plata. En 1941 comienza a publicar en Sur, traba
amistad con Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. El conflicto entre la ciencia
y la creación literaria le hace atravesar "una crisis existencial". Toma, entonces, la
decisión de abandonar para siempre la ciencia y dedicarse únicamente a las letras y
la pintura. Comienza a escribir Uno y el Universo, su primer libro de ensayos, en el cual
hace una crítica del cientificismo, del racionalismo a ultranza y del fetichismo
tecnolátrico.
El túnel (1948) es su primera novela; una novela breve de amor y de locura que
comienza, y desemboca, en un crimen y que pone al descubierto sobre todo el
problema de la incomunicación y de la angustia vital.
Sur publica en 1951 su libro de ensayos: Hombres y engranajes. Reflexiones sobre el
dinero, la razón y el derrumbe de nuestro tiempo, un estudio lúcido y crítico de los
postulados que han fundado la concepción del mundo y de la vida en la era
moderna. En 1953 aparece Heterodoxia, un nuevo libro de ensayos, especie de
"diccionario del hombre en crisis".
Detractor del peronismo, durante los años del gobierno justicialista, Sábato publica en
1956 El otro rostro del peronismo, donde ataca al general Perón pero defiende a su
esposa Eva, postura que fue ampliamente criticada por sus colegas.
En 1961 aparece Sobre héroes y tumbas, quizá su novela más importante. En 1962, El
escritor y sus fantasmas, libro en el que expone sus ideas sobre la literatura, así como su
propia teoría de la novela, y su ensayo Tango, discusión y clave. En 1974, Abaddón el
exterminador, que refleja una clara influencia de Dostoievski, donde funde
autobiografía y ficción, realidad y pesadilla.
Instaurada, en 1976, la dictadura militar del general Videla tiene, junto con Jorge Luis
Borges, una entrevista con el dictador que le vale las críticas de varios escritores
latinoamericanos. Ese año aparecen sus Diálogos con Borges. En 1979 publica
Apologías y rechazos, siete extensos e importantes ensayos en los que desafía a la
censura impuesta por la dictadura militar en la Argentina.
Reinstalada la democracia, el gobierno argentino designa a Sábato presidente de la
Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. Fruto de las tareas de dicha
comisión es el sobrecogedor volumen Nunca más, conocido mundialmente como
"Informe Sábato", en el que se da testimonio de la desaparición y muerte de más de
veinte mil personas durante la dictadura militar. Sábato condena públicamente los
doscientos ochenta indultos otorgados en 1989 a civiles y militares implicados en
torturas, muertes y desapariciones durante el periodo de la dictadura.
En 1998 publica el libro Antes del fin. Memorias, especie de testamento literario y
público de su vida y obra y, en 2000, La Resistencia. En los últimos años, impedido de
leer y escribir por la ceguera, Ernesto Sábato ha residido en Santos Lugares, población
de la provincia de Buenos Aires.
Entre los numerosos premios que ha recibido, citaremos, además del Premio Miguel de
Cervantes, el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (1945), el
Premio de Consagración Nacional de la Argentina (1975), el Premio Mejor Novela
Extranjera (París), por Abbadón el exterminador (1976), el Premio Medici de Italia
(1977), el Premio Gabriela Mistral de la Organización de Estados Americanos (1983), el
Premio Jerusalén (1989) y el Premio Internacional Menéndez Pelayo (1997).
Ernesto Sábato ha sido nombrado también Caballero de las Artes y las Letras de
Francia (1974), Gran Cruz al Mérito Civil (España, 1978), Caballero de la Legión de
Honor (Francia, 1979), Ciudadano Ilustre de Buenos Aires (1983), Miembro de la Orden
de Boyacá (Colombia, 1983), Gran Oficial de la República Federal de Alemania (1986),
Comandante de la Legión de Honor (Francia, 1987), Doctor honoris causa por las
Universidades de Murcia (1989), de Rosario, Argentina (1991), de Torino, Italia (1995) y
de la República de Uruguay (1996).

DISCURSO DE ERNESTO SÁBATO en el PARANINFO DE LA UNIVERSIDAD DE ALCALÁ CON OCASIÓN DE LA ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1984.
- 1 -
Es el más alto honor de mi vida recibir el Premio Miguel de Cervantes, doblemente
honroso por serme entregado de las manos de un hombre que los partidarios de la
libertad admiramos y respetamos: Su Majestad don Juan Carlos I, rey de España.
Con su lucidez y su indomable energía, Isabel la Católica quiso que el habla de Castilla,
ya consolidada, se convirtiese en el idioma de los vastos territorios que soñaba, en el
convencimiento de que sólo la religión y el lenguaje pueden aligar pueblos diferentes.
Nebrija, a su lado, trató de fijarla para siempre, porque la lengua castellana estaba "ya
tanto en la cumbre, que más se pudiera temer el descendimiento de ella que esperar su
subida". El intento era políticamente comprensible, pero los idiomas terminan por
rechazar todas las imposiciones, también las imperiales. Y, así, el castellano siguió
cambiando, pues, como señaló Wilhelm von Humboldt, una lengua no es un producto
cristalizado sino energía en perpetua transformación. De este modo, la vida y sus
vicisitudes fueron enriqueciendo y alterando el castellano, tanto en la metrópoli como, a
través de descomunales selvas y cordilleras, en el Nuevo Mundo; probando en
semejante epopeya su formidable vigor y su invencible resistencia, manteniéndose
siempre una en las mutaciones, según esa dialéctica entre la tradición y la renovación
que rige los grandes fenómenos culturales.
Conmovedor destino el de este idioma en sus mil años, y revelador del misterio de la
Conquista. Porque si únicamente fuera cierto lo que cuenta la Leyenda Negra, los
descendientes de las razas subyugadas deberían manifestar hoy su resentimiento. Y no.
Dos de los más grandes poetas de nuestro tiempo, Rubén Darío y César Vallejo, con
sangre india en sus venas, no sólo escribieron en la lengua de los conquistadores, sino
que cantaron a España en poemas memorables. Ésta es la prueba, a través de los
significados pero infalibles signos del lenguaje, de que la Conquista fue algo
infinitamente más complejo que lo transmitido por aquella leyenda: fue un
profundísimo fenómeno que después de medio milenio convirtió en una unidad
espiritual a una veintena de naciones de diferentes razas. ¿Cuántos y cuáles imperios
produjeron semejante prodigio?
Por este intrincado camino, Cervantes es el antepasado de todos los que hoy escribimos
en castellano, sea en España como en las remotas tierras que alguna vez integraron el
vasto imperio. Cuando admirables exégetas han indagado El Quijote -uno de los cuales
me honra con su amistad y su presencia-, puede parecer un atrevimiento que yo, sin más
títulos que el de escritor, pretenda aportar algo a todo lo que se ha dicho. Si lo hago es
porque este premio que se me concede lleva el nombre de Cervantes y porque
únicamente me referiré al enigma de la ficción; y cada novelista, por modesto que sea,
ha tenido la vivencia de ese enigma y puede, quizá, contribuir a desentrañarlo.
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1984
Discurso de ERNESTO SÁBATO
- 2 -
¿Supo Cervantes que escribía una obra trascendente? No, por cierto, cuando comenzó a
hacerla. Un ingeniero sabe de antemano lo que llegará a ser el puente que ha calculado
en sus planos; pero no se puede calcular una gran ficción, porque no se construye
únicamente con las razones de la cabeza, esas que sirven para demostrar teoremas, sino
también -y sobre todo- con lo que Pascal llamaba "les raisons du coeur", las
incomprensibles y contradictorias verdades del corazón. Dostoievski se propuso escribir
un folleto sobre el problema del alcoholismo en Rusia y le salió Crimen y castigo.
Cervantes quiso escribir una regocijante parodia de las novelas de caballería y terminó
creando una de las más conmovedoras parábolas de la existencia, un patético y
melancólico testimonio de la condición humana, un ambiguo mito sobre el choque de
las ilusiones con la realidad y de la esencial frustración a que ese choque conduce. Esto
no lo sabía al comenzar su empresa, no lo podía saber ni aun con su prodigiosa
inteligencia, porque el corazón es inconmensurable con la cabeza: lo fue sabiendo a
medida que avanzaba, según los acontecimientos imprevistos y los actores, que iban
mucho más allá o en diferentes direcciones de lo preconcebido. Y quizá no lo supo
nunca del todo, ni siquiera después de haber dado cima a la gran aventura, como nunca
podemos descifrar acabadamente el significado de nuestros propios sueños; porque
todas las explicaciones que la razón intenta son impotentes, porque el sueño es
irreductible a los puros conceptos, porque el sueño es una ontofanía, una revelación de
esa oscura realidad del inconsciente en la única forma en que puede expresarse. De ahí
todas las interpretaciones que se dan de un mismo sueño, según la época y las teorías
que se utilicen; y de ahí, y por los mismos motivos, las diversas y hasta encontradas
lecturas de una ficción profunda como la de El Quijote. Si no fuera más que una sátira
de la novela de caballería, no habría perdurado cuando esas narraciones estaban
olvidadas y carecían de la menor vigencia. Y tampoco se explicaría por qué esa presunta
sátira, además de hacernos reír, nos anuda la garganta. Todos comprendemos que sus
aventuras son grotescas y, al mismo tiempo, intuimos que algo tan visible como los
molinos de viento constituyen un revelador mito de la condición humana. ¿Qué es,
entonces, El Quijote: una simple burla o un símbolo inacabable?
Los personajes protagónicos de una gran ficción son emanaciones, hipóstasis del yo más
recóndito del escritor y por eso son inesperados y toman por caminos que el creador no
había previsto, o cambian sus atributos según se desarrollan, atributos que van
descubriéndose por los actos que ejecutan, a medida que la acción avanza. Nada más
sensato que Don Quijote cuando da consejos a Sancho para gobernar la ínsula, y nada
más quijotesco que Sancho cuando cree en esa ínsula. El escritor experimentado sabe
que este fenómeno es inevitable y que debe ser modestamente acatado, porque es lo que
asegura la auténtica vida de sus criaturas. No debe suponerse que por tener existencia en
el papel y por ser inventados por el autor carecen de libre albedrío, son títeres con los
que el escritor puede hacer lo que quiera. Por el contrario, el artista se siente frente a su
propio personaje tan intrigado como ante un ser de carne y hueso, un ser que tiene su
propia voluntad y realiza sus propios proyectos. Lo curioso, lo antológicamente motivo
de asombro, es que ese personaje es una prolongación del creador, sucediendo como si
una parte de su ser fuera testigo de la otra parte, y testigo impotente. Por esto, que a
primera vista nos asombra, se comprende cuando tenemos en cuenta que esa emanación
no es el resultado de la razón del autor y de su voluntad, sino de motivaciones de su yo
más enigmático. Así, también pasa con nuestros sueños, esas ficciones de las que cada
uno de nosotros somos autores, como personajes que no han salido, que no podrían
- 3 -
haber salido, más que de nosotros mismos y que, no obstante, son de pronto tan
desconocidos que hasta nos aterran.
Esta característica de las grandes ficciones es, precisamente, la que las convierte en
grandes verdades. De un sueño se puede decir cualquier cosa, menos que sea una
mentira. No sabemos, difícilmente alcanzamos a entender el significado último de ese
portentoso fenómeno, pero sin duda es la expresión auténtica de un hecho. Mediante
aquello que desde antiguo se llamó inspiración, sin proponérselo, el escritor rescata de
ese territorio arcaico símbolos y mitos que confieren verdad a sus creaciones y que les
darán la perdurabilidad de la especie humana. El espíritu puro produce ideas, pero las
ideas cambian, y de ese modo Hegel es superior a Aristóteles, pero el Ulises de Joyce
no es superior al Ulises de Homero. Los sueños no progresan: dan verdades inmutables
y absolutas.
En una carta a un amigo, Karl Marx manifiesta su perplejidad porque las tragedias de
Sófocles seguían conmoviendo, a pesar de ser las sociedades modernas tan
fundamentalmente distintas. Pero es que los atributos últimos de la condición humana
no sufren las vicisitudes de la historia. La muerte no es histórica, siempre el hombre ha
sido mortal y seguirá siéndolo, y así también con otras características que constituyen el
fondo metafísico del hombre. Estos atributos últimos son los que alcanzan a descubrir y
describir los grandes escritores en sus ficciones. Es precisamente por esto que El
Quijote vale para todas las épocas y en cualquier parte del mundo. Cervantes es
radicalmente español, hasta el punto que es difícil imaginar que pudiera haber surgido
en otra parte; pero, al mismo tiempo, revela y enuncia misterios del alma de todos los
hombres. Como decía Kierkegaard, más ahondamos en nuestro corazón, más
ahondamos en el corazón de cualquier ser humano.
Esta suerte de complejidades es lo que vuelve imposible juzgar razonablemente la obra
máxima de Cervantes. Su mente comenzó planeando un "pasatiempo al pecho
melancólico", pero su instinto poético logra, finalmente, levantar de entre las ruinas de
su protagonista apaleado, escarnecido y ridiculizado una figura imponente y
conmovedora. Y no son los ingeniosos y descreídos bachilleres los que se imponen al
lector, sino el destartalado hidalgo con su fe inquebrantable, su candoroso coraje, su
heroica ingenuidad. Esto es lo que después o hasta en medio de la risa llena de pronto
de lágrimas nuestros ojos.
En el último capítulo, Cervantes le hace renunciar a todas las ilusiones y quimeras.
Como escritor, intuyo que escribió esta parte con el alma contrita, oscuramente
sintiendo que cometía con su caballero la última y más dolorosa de sus aventuras,
obligándolo a morir desquijotado, para felicidad y tranquilidad de los mediocres, de los
que aceptan la existencia como es, con la cabeza gacha, cualesquiera sean las renuncias
y sordideces.
Para mí, el Cervantes de tantas andanzas en pos de ideales frustrados, dolorosamente se
auto contempla y humilla en esa escena final, aceptando el acabamiento de su propia
vida con honda amargura. Podría pensarse que aceptaba con resignación cristiana la
voluntad de Dios. Pero, ¿por qué Dios no ha de querer a los Quijotes? Me atrevo a
pensar que Cervantes amó hasta el final al Caballero de la Triste Figura y que, tímida y
lateralmente, desplaza sus ilusiones nada menos que al risible escudero, para que su
amargura sea más irónicamente dolorosa.
- 4 -
Y así, Cervantes dio cabo a su grandiosa fantasía.
Región desgarrada y ambigua, sede de la perpetua lucha entre la carnalidad y la pureza,
entre lo nocturno y lo luminoso, campo de batalla entre las Furias y las olímpicas
deidades de la razón, el alma es lo más trágicamente humano. Por el espíritu puro, a
través de las matemáticas y la filosofía, el hombre exploró el hermoso universo de las
ideas, universo infinito e invulnerable a los poderes destructivos del tiempo; aun las
poderosas pirámides de Egipto terminan por ser desfiguradas ante el implacable viento
del desierto, pero la pirámide geométrica que es su espíritu permanece eternamente
idéntica a sí misma. Mas ese orbe platónico no es la verdadera patria del ser humano: es
apenas una nostalgia de lo divino. Su verdadera patria, a la que retorna después de sus
periplos ideales, es esa región intermedia del alma, región en que amamos y sufrimos,
porque el alma es prisionera de su cuerpo y el cuerpo es lo que nos hace "seres para la
muerte". Es allí, en el alma, donde se aparecen los fantasmas del sueño y de la ficción.
Los hombres construyen penosamente sus inexplicables fantasías porque están
encarnados, porque ansían la eternidad y deben morir, porque desean la perfección y
son imperfectos, porque anhelan la pureza y son corruptibles. Por eso escriben
ficciones. Un dios no necesita escribirlas. La existencia es trágica por esa esencial
dualidad. El hombre podría haber sido feliz como un animal sin conciencia de la muerte
o como espíritu puro, no como hombre: desde el momento en que se levantó sobre sus
dos pies, inauguró su infelicidad metafísica.
Así, Cervantes escribió El Quijote porque era un simple mortal.
Tierno, desamparado, andariego, valiente, quijotesco Miguel de Cervantes Saavedra, el
hombre que alguna vez dijo que por la libertad, así como por la honra, se puede y se
debe aventurar la vida: ¡qué emoción siento ahora, en el final de mi existencia, al ser
protegido por su generosa e innumerable sombra!

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