Premio Cervantes 1991
FRANCISCO AYALA
Novelista y ensayista español
(Granada, 1906-2009)
A los dieciséis años se trasladó a Madrid, donde
estudió Derecho y Filosofía y Letras. En esta época publica sus dos primeras novelas,
Tragicomedia de un hombre sin espíritu (1923), de tipo realista e Historia de un
amanecer (1926). En 1929 da a la imprenta su primera novela vanguardista, El
boxeador y un ángel y escribe Indagación del cinema, también de vanguardia.
Estudia Filosofía Política y Sociología General en Alemania en 1929 y 1930. Por esos
años fue colaborador de la Revista de Occidente y de La Gaceta Literaria. Se va
becado a Alemania y publica Cazador en el alba. En Berlín conoce a Etelvina Silva
Vargas, con la que se casa en 1931. A su regreso a España gana, en 1932, la cátedra
de Sociología y Ciencias Políticas en la Universidad de Madrid, donde enseñó desde
1933 hasta 1936. En 1934 nace su hija Nina. En 1932 aparece El derecho social en la
Constitución de la República española.
Fue Letrado de las Cortes desde la proclamación de la República; estuvo al lado de la
causa republicana durante la guerra, como funcionario del Ministerio de Estado. Al
finalizar la contienda se exilió en Buenos Aires. De 1939 a 1944 vive en la ciudad
porteña con su familia, dedicado a tareas literarias, editoriales, docentes y de
traducción. Escribió allí varios de sus ensayos: El pensamiento vivo de Saavedra Fajardo
(1941); El problema del liberalismo (1941 y 1942); Historia de la libertad (1943); Los
políticos (1944); Histrionismo y representación (1944); Una doble experiencia política:
España e Italia (1944). Y entre sus novelas, El hechizado, relato sobre el intento de un
criollo de entrevistarse con el rey Carlos II. Impartió clases de Sociología en la
Universidad de La Plata, de 1939 a 1950, y fundó la Revista literaria Realidad. Colaboró
con revistas como La Nación y Sur, entre otras publicaciones.
El año 1945 lo pasó en Río de Janeiro, donde escribió Ensayo sobre la libertad;
Jovellanos y su Tratado de sociología. Regresa a Buenos Aires. Los años que van entre
1946 y 1949 son de gran actividad creativa en el campo del ensayo y la novela:
aparecen Los usurpadores, libro compuesto por siete narraciones cuyo tema común es
el ansia de poder, y La cabeza del cordero, conjunto de relatos sobre la guerra civil,
en los que presta mayor atención al análisis de las pasiones y comportamientos de los
personajes que a la crónica de unos acontecimientos externos.
En 1950 se traslada a Puerto Rico, donde funda la conocida revista La Torre. Enseña
sociología en la Universidad de Río Piedras; dirige la editorial universitaria y publica La
invención del Quijote (1950); Ensayos de sociología política (1951); Introducción a las
ciencias sociales (1952); Derechos de la persona individual para una sociedad de
masas (1953). De narrativa, Historia de macacos (1955).
Durante su estancia en Puerto Rico, es invitado en dos ocasiones como profesor a la
Universidad de Princeton, de manera que en 1956 decide trasladarse a los Estados
Unidos. Fija su residencia en Nueva York y, en los siguientes diez años, es profesor de
varias universidades norteamericanas. Publica Muertes de perro (1958), que constituye
una denuncia de la situación de un pueblo sometido a una dictadura, al tiempo que
presenta la degradación humana en un mundo sin valores. Entre sus ensayos, Breve
teoría de la traducción (1956); El escritor en la sociedad de masas (1956); La crisis
actual de la enseñanza (1958); La integración social en América (1958); Tecnología y
libertad (1959).
En 1960 regresa por primera vez a España, después de veintiún años de ausencia.
Desde entonces, vuelve todos los veranos y compra una casa. Escribe Experiencia e
invención. En 1962 publica El fondo del vaso. Esta novela y la anterior, Muertes de
perro, son novelas negras y escépticas donde aparece el mundo esperpéntico de las
dictaduras latinoamericanas. En 1966, nace su única nieta. En 1969 se le confiere una
cátedra especial en la universidad de Chicago. En ese mismo año se editan en México
sus Obras narrativas completas, que la censura no había permitido editar en España.
En 1970, un grupo destacado de intelectuales españoles dirige una salutación pública
a Francisco Ayala con ocasión de haberse incorporado a la vida cultural de su país.
Recibe, en 1972, el Premio de la Crítica Española por su novela El jardín de las delicias y
la revista Ínsula le dedica un número de homenaje. Desde ese año se incorpora al
profesorado del Brooklyn College hasta su jubilación, cuando se instala definitivamente
en Madrid.
Continúa su labor de escritor, conferenciante y colaborador de prensa y empieza a
recibir reconocimientos, homenajes y premios que han hecho que -a sus 103 años-, en
uno de los últimos homenajes que le han hecho, haya dicho con el buen humor que lo
caracteriza: “Estoy harto de Francisco Ayala”. Recibe el Premio Nacional de Narrativa
por sus Recuerdos y olvidos, parte de sus memorias cuyos dos primeros volúmenes se
publican en 1982 y 1983. En ese mismo año, fue elegido miembro de la Real Academia
Española. En 1988 obtuvo el Premio Nacional de las Letras Españolas y recibe el título
de Doctor honoris causa por la Universidad Complutense. En 1990 fue nombrado Hijo
Predilecto de Andalucía y recibe el Premio de las Letras Andaluzas.
En 1991 fue galardonado con el Premio Cervantes y, en 1998, con el Premio Príncipe
de Asturias de las Letras. Publica El mundo y yo o El mundo a la espalda y la
Universidad de Alcalá edita Contra el poder y otros ensayos. En 1999, Medalla de Oro
de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.
El 15 de mayo del 2008 –junto a su mujer, Carolyn Richmond, que lo ha acompañado
desde hace más de treinta años- introdujo un sobre con un mensaje en la Caja de las
letras del Instituto Cervantes de Madrid, cuyo contenido no se conocerá hasta 2057.
La editorial Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg emprendió en 2007 la publicación
de las obras completas del escritor granadino. La edición constará de seis volúmenes,
a razón de unas mil quinientas páginas cada uno. Ahora que tiene 103 años dice: "He
procurado ser yo y mis circunstancias, no mis circunstancias y yo".
SEGUNDA NOTA BIOGRÁFICA:
Francisco Ayala
(España, 1906-2009).
Narrador y crítico español. Nació en Granada en 1906. Se graduó en Derecho en la Universidad de Madrid en 1929, de la que fue catedrático en 1933. Debió exiliarse durante la Guerra Civil y, finalizada ésta, se instaló en Argentina. En 1950 trabajó en la Universidad de Puerto Rico y en 1958 en universidades norteamericanas. Sus primeras obras publicadas fueron Tragicomedia de un hombre sin espíritu (1925), Historia de un amanecer (1926), El boxeador y un ángel (1929) y Cazador en el alba (1930). Entre sus libros de narraciones breves se destacan El hechizado (1944), La cabeza del cordero, donde inserta el tema del exilio en el marco de exilios más remotos, como el de los moriscos, y Los usurpadores, ambas de 1949, Historia de macacos (1955), de carácter humorístico, De raptos, violaciones y otras inconveniencias (1966), que incluye `El rapto`, basado en el capítulo LI de la primera parte del Quijote, El jardín de las delicias (1971). Entre sus novelas figuran Muertes de perro (1958) y El fondo del vaso (1962). Los rasgos fundamentales de su obra son el intelectualismo, la ironía, la deshumanización, próximo como está a los novelistas intelectuales del estilo de Thomas Mann, Aldous Huxley y Ramón Pérez de Ayala, y al realismo crítico. Es autor además de ensayos literarios como La estructura narrativa (1970) y Novela española actual (1977). Ha recibido el Premio Cervantes y es miembro de la Real Academia Española.
Narrador y crítico español. Nació en Granada en 1906. Se graduó en Derecho en la Universidad de Madrid en 1929, de la que fue catedrático en 1933. Debió exiliarse durante la Guerra Civil y, finalizada ésta, se instaló en Argentina. En 1950 trabajó en la Universidad de Puerto Rico y en 1958 en universidades norteamericanas. Sus primeras obras publicadas fueron Tragicomedia de un hombre sin espíritu (1925), Historia de un amanecer (1926), El boxeador y un ángel (1929) y Cazador en el alba (1930). Entre sus libros de narraciones breves se destacan El hechizado (1944), La cabeza del cordero, donde inserta el tema del exilio en el marco de exilios más remotos, como el de los moriscos, y Los usurpadores, ambas de 1949, Historia de macacos (1955), de carácter humorístico, De raptos, violaciones y otras inconveniencias (1966), que incluye `El rapto`, basado en el capítulo LI de la primera parte del Quijote, El jardín de las delicias (1971). Entre sus novelas figuran Muertes de perro (1958) y El fondo del vaso (1962). Los rasgos fundamentales de su obra son el intelectualismo, la ironía, la deshumanización, próximo como está a los novelistas intelectuales del estilo de Thomas Mann, Aldous Huxley y Ramón Pérez de Ayala, y al realismo crítico. Es autor además de ensayos literarios como La estructura narrativa (1970) y Novela española actual (1977). Ha recibido el Premio Cervantes y es miembro de la Real Academia Española.
De este escritor español, hacemos referencia de la novela: LOS USURPARDORES.
RESEÑA:
Ayala Francisco - Los Usurpadores Doc
El tema central, en palabras del prólogo, demuestra que el `poder ejercido por el hombre sobre su prójimo es siempre una usurpación`. Mediante una amplia gama de tonalidades que va desde lo expositivo y narrativo hasta lo lírico, desde un tono grave de sobriedad hasta el de la más desenfrenada pasión, Francisco Ayala nos ofrece aquí unos cuadros o «ejemplos», inspirados en el pasado español que sirven de espejo para cualquier época y lugar.
Ayala Francisco - Los Usurpadores Doc
El tema central, en palabras del prólogo, demuestra que el `poder ejercido por el hombre sobre su prójimo es siempre una usurpación`. Mediante una amplia gama de tonalidades que va desde lo expositivo y narrativo hasta lo lírico, desde un tono grave de sobriedad hasta el de la más desenfrenada pasión, Francisco Ayala nos ofrece aquí unos cuadros o «ejemplos», inspirados en el pasado español que sirven de espejo para cualquier época y lugar.
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CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1991
Discurso de FRANCISCO AYALA
Majestades; señores míos:
Por una coincidencia que no sabría cómo calificar, el mismo día en que se me otorgaba
este galardón tan preciado y honroso que hoy recibo, me encontraba postrado a las
puertas de la muerte. En versiones varias, corre por el mundo una leyenda folklórica
según la cual, un moribundo obtiene por gracia especialísima un aplazamiento en el
último trance, para que entre tanto pueda llevar a cabo aquello que su imprevisión le
había hecho descuidar. Con implícita ironía, pretende la leyenda que casi siempre, al
cumplirse el término prescrito, y una vez agotado ya el plazo, la tarea siga inconclusa,
de modo que todo haya sido en vano. En mi caso, si en tal caso me pongo, una al menos
de mis obligaciones pendientes queda solventada en este acto de hoy: la de hallarme
aquí presente para recibir de tan suprema instancia el premio que tanto agradezco, y
explicar de paso alguna de las particularísimas razones por la que debo estimarlo en el
más alto grado.
Aunque, si bien se considera, tal explicación resulta innecesaria. ¿Cómo hubiera podido
ser de otra manera? Para empezar, la advocación de Cervantes tenía que tener una
resonancia de intensa simpatía en quien, como yo, ha dedicado muchas horas de su larga
vida, y llenado muchas páginas, en continua aplicación al estudio de su obra; y, sobre
todo, para un autor de ficciones literarias que, no menos que cualquier escritor de
invenciones tales, ha debido moverse dentro del ámbito espiritual y trabajar mediante
los recursos técnicos que, para universal magisterio, estableciera el autor del Quijote.
Esto, como digo, por cuanto significa para mí el premio que invoca su nombre. Pero es
que éste -el premio mismo tal cual se encuentra instituido- presenta además rasgos
peculiares que a juicio mío le prestan un carácter de especial relieve. He afirmado a
veces, en conformidad con otros colegas, que la patria del escritor es su idioma. Pues
bien, el Premio Miguel de Cervantes está dedicado a destacar los méritos de quienes
cultivan las letras en lengua castellana, cualquiera sea la ciudadanía civil de cada uno.
Queda reconocida y sustantivada así la comunidad cultural cuya base sólida es el
idioma, sobreponiéndose a los muchos equívocos ocasionados por la historia política
del pasado siglo, cuando la ideología nacionalista, instrumento intelectual de que en su
día se sirvieron los movimientos americanos de independencia, llevó a involucrar la
creación poética con los sentimientos e intereses del patriotismo local. Pero los azares
de la política, por mucho que apremien y condicionen y apasionen, no llegan sin
embargo a erosionar seriamente el suelo firme de una comunidad idiomática.
Por lo demás -y éste es otro acierto complementario-, la administración del Premio ha
sabido hacerse cargo sin embargo de lo arraigadas que todavía siguen estando
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1991
Discurso de FRANCISCO AYALA
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confusiones tales de lo literario con lo político, y ha establecido sutilmente en
consecuencia una especie de turno informal entre escritores nacidos a una u otra orilla
del Atlántico, entre escritores españoles y escritores hispanoamericanos. Sería
inoportuno, y por lo demás ocioso, discurrir ahora acerca del alcance y de la
cuestionable validez de diferenciaciones tales, pero sí parece loable desde luego la
discreción de haberlas tenido en cuenta.
Por cuanto a mí personalmente concierne, podría preguntarme, si hubieran de darse por
válidas esas categorías, a cuál de ellas debo pertenecer yo -cuestión que en términos
diversos cabría plantear también alrededor de otras biografías de literatos, y cuya más
adecuada respuesta quizá fuese ésta: que propiamente y de lleno, quizá no pertenezco a
ninguna; pues es lo cierto que en alguna manera se encuentra uno emplazado en tierra
de nadie. Nacido en Andalucía, tomé parte desde Madrid, durante la época juvenil de mi
vida en los movimientos literarios de vanguardia, que se desenvolvían en estrecha
correspondencia con los simultáneos de Barcelona, Buenos Aires, México y La Habana.
Luego, las consecuencias de nuestra guerra civil, en la que actué como ciudadano (pero
no por cierto como escritor) al lado de la República, me llevarían a reanudar mi
producción literaria en varios países de América; hasta que por fin, veinte años más
tarde, me fue dado reintegrarme (en puridad, casí reintegrarme) a España, el curso de
cuya literatura había sido entre tanto -también a consecuencia de la guerra misma- un
curso anómalo por relación al del resto de las letras castellanas. Así, una parte
considerable de mi obra fue desconocida, o tardíamente reconocida, en este mi país
natal, sin que aquellos críticos e historiadores que se ocupan de catalogar, ordenar y
categorizar el cuerpo de la producción literaria sepan bien dónde colocar la de un
escritor exiliado, cuyo nombre por lo pronto se encontraba inserto ya en los cuadros de
la vanguardia española, y que por otro lado, a partir de su regreso en los años sesenta,
había vuelto a hacer acto de presencia cada vez más intensa en el ambiente intelectual
madrileño, pero que durante la fase intermedia (un lapso de nada menos que un cuarto
de siglo) debió actuar bajo la condición ambigua de "escritor español en América",
tenido allí por propio y por ajeno a un tiempo mismo... Como bien se advierte, el intento
y la práctica de encuadrar la literatura de lengua española dentro de marcos nacionales
no está libre de perturbadoras dificultades. Por eso me parece muy laudable el hecho de
que el Estado español mantenga, como mantiene, premios para galardonar obras
literarias de sus ciudadanos escritas en cualquiera de los idiomas reconocidos como
oficiales dentro del ámbito peninsular, pero que al mismo tiempo haya instituido
también, bajo la advocación de Cervantes, este Premio singular que contempla el
panorama entero de las letras castellanas, cualquiera sea la ciudadanía del escritor, un
premio extendido, pues, a la gran patria espiritual que tantos pueblos comparten.
El que este hermoso y preciadísimo galardón me sea entregado en el presente año,
cuando se está celebrando el Quinto Centenario del Descubrimiento de América, es
circunstancia que añade a mis conmovidos sentimientos, junto al de una profunda
gratitud por verme así tan honrado en mi país natal, también otro sentimiento que
reafirma mi afinidad profunda con aquel mundo nuevo, con ese continente del que era
nativa la madre de mi hija y donde había de nacer nuestra nieta; con la América
fabulosa adonde Miguel de Cervantes intentó ir sin que su deseo pudiera verse
cumplido.
Comencé refiriéndome a lo mucho que como escritor debo a Cervantes. Ya en la
infancia, cuando apenas podía entender el significado de muchas de sus palabras, leí el
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Quijote y para escándalo de quienes pudieran oírme incorporé a mi vocabulario algunas
de esas palabras, entonces malsonantes, cuyo significado ignoraba; más tarde, escritor
novicio ya, los críticos lectores de mi primera novela pudieron señalar en ella algo que
era bastante obvio: los ecos inconfundibles del Quijote; y por fin, ahora, escritor
valetudinario, he dedicado mi última prosa, todavía inédita, a comentar y en alguna
manera recrear cierto maravilloso pasaje del Quijote, el del encuentro de su protagonista
con un caballero granadino. Todavía, en la presente ocasión, cuando debo recibir y
agradecer el premio Cervantes, quisiera remitirme una vez más con breves palabras a
otro pasaje del Libro fundamental. Es uno de esos episodios donde con arte único se
mezclan en increíble mixtura el patetismo y la comicidad. Me refiero al capítulo que
relata cómo las personas afectas a don Quijote han decidido, entre su primera y su
segunda salida, expurgar piadosamente la biblioteca del hidalgo para quemar los
malditos libros de caballerías. Después de haberlo hecho, tapiarán la pieza donde se
guardaban, "porque cuando se levantase no los hallase"; y en efecto, "de allí a dos días
levantose don Quijote, y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros: y como no hallaba el
aposento donde le había dejado, andaba de una en otra parte buscándole. Llegaba a
donde solía tener la puerta, y tentábala con las manos, y volvía y revolvía los ojos por
todo, sin decir palabra ... ".Mucho se ha especulado alrededor del significado que en la
secreta intención del autor pudiera encerrar el famoso escrutinio y quema de los libros.
Sin necesidad de entrar en la cuestión, y dejándola aparte para atenerme a la mera y
directa lectura del episodio, me parece a mí que esa búsqueda silenciosa de la
condenada puerta es más penosa que todos los descalabros sufridos por el caballero en
sus aventuras; que esa bien intencionada acción de quienes bien lo quieren, al prohibirle
el acceso al lugar de la lectura, resulta más cruel que cuantos escarnios le fueron
infligidos, pues cierra el paso al campo de la libre imaginación, al que se supone no
pueden ponérsela puertas. La imagen de don Quijote tentando en vano el ciego muro
que veda la entrada al paraíso de su fantasía me ha resultado, siempre que he vuelto a
ella, patética en el más alto grado.
Ese pasaje del Quijote hace pensar desde luego en las condenaciones, trabas y vetos que
tradicionalmente han solido imponer quienes se consideran autorizados para proteger al
prójimo de los supuestos peligros de la lectura; pero hoy, cuando dichas restricciones
pueden darse por desaparecidas en la sociedad actual, otros nuevos obstáculos, y de
eficacia tanto mayor al no ser de índole coactiva, nos amenazan. Aludo, claro está, al
progreso pujante e irresistible de los medios de comunicación audiovisual, cuyos
servicios han sustituido, tanto para la información como para la recreación de las
grandes masas, al recurso de la palabra escrita. Por su causa, las gentes abandonan la
práctica de la lectura, y pierden la costumbre de sentarse con un libro en la mano para
ejercitar la mente y cultivar la imaginación interpretando su contenido. Y así, el centro
de la autoridad idiomática se desplaza desde la letra impresa hacia posiciones desde
donde se difunde una oralidad desaliñada, regida por criterios de urgencia.
Creo oportuno, cuando nos hallamos reunidos para honrar la memoria de Cervantes,
insistir sobre las indispensables virtudes del ejercicio literario, que no consiste tan sólo
en escribir, sino también, por supuesto, en leer. La solemnidad de este acto, presidido
por los reyes de España, en el que cada año se selecciona a un cultivador de las letras
castellanas para distinguirlo de manera particular, constituye una reiterada afirmación
del valor de la literatura misma, y sin duda contribuye de manera muy resuelta a darle el
prestigio social que tanto necesita cuando diversos rasgos de la realidad contemporánea
muestran una tendencia a descuidar su estudio y a desestimar su importancia. Este año
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ha sido a mí a quien le ha tocado agradecer en nombre de todos esto que considero un
servicio inestimable a la cultura general.
Muchas gracias, pues, Majestades; muchas gracias, señores y amigos.
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