Premio Cervantes 1985
GONZALO TORRENTE BALLESTER
Narrador, dramaturgo y ensayista español
(Serantes, El Ferrol, 1910 - Salamanca, 1999)
Pasó su infancia entre la aldea donde vivían
sus abuelos y la ciudad donde vivían sus padres. En las largas ausencias de su padre,
que era marino, quedaba al cuidado de las mujeres de la casa y de su abuelo ciego,
que llenaron su infancia de historias fantásticas. Durante el bachillerato es ya un asiduo
lector de novelas, teatro y todo tipo de libros que encuentra en la biblioteca local.
Estudia Derecho en Oviedo, donde tuvo su primer contacto con la vida intelectual.
Cursa estudios superiores de Filosofía y Letras en Pontevedra. Ahí conoce a Josefina
Malvido, con quien se casa en 1932. Desde Pontevedra hace frecuentes viajes a
Madrid y conoce a muchos escritores prestigiosos: Asturias, Alberti, García Lorca, Valle
Inclán.
En Santiago de Compostela obtiene la licenciatura en Historia y consigue el puesto de
profesor auxiliar de la cátedra de Historia Antigua. En 1936, recibe una beca para
recopilar material para su tesis en París. Casi al llegar, estalla la guerra civil y, como no
tiene noticias de su mujer y sus hijos, regresa a Galicia. Durante algún tiempo dará
clases en un instituto; en 1937 se adscribe al grupo de intelectuales que darán origen a
la revista Escorial, dirigida por Dionisio Ridruejo.
Se da a conocer como escritor por medio de una serie de piezas teatrales. Cabe
recordar El casamiento engañoso (1938), con la que gana un concurso de autos
sacramentales. Entre 1941 y 1946 publicó tres piezas de teatro: Lope de Aguirre (1941),
República Barataria (1942) y El retorno de Ulises (1946). Su primera novela fue Javier
Mariño (1943), una agridulce recreación de las vivencias de un protagonista que se
busca desesperadamente a sí mismo en el París aterrado de la II Guerra Mundial, que
fue censurada y prohibida: sólo estuvo veinte días en las librerías.
En 1946 aparece El golpe de estado de Guadalupe Limón, una espléndida ficción
que, en la estela de las “novelas de dictador”, le permite dar rienda suelta a su
mordacidad irónica, recreando el ambiente propio de una república sudamericana
que acaba de alcanzar su independencia y en la que los diversos poderes fácticos se
afanan en imponer, con mayor o menor sutileza, todos sus intereses.
En 1947 se va a Madrid con una plaza de profesor en la Escuela de Guerra Naval; se
dedica a la crítica teatral tanto en el periódico como en la radio.
En Ifigenia (1950), vuelve a teñir su prosa de pesimismo para demostrar que resulta
imprescindible renunciar a la inocencia cuando se pretenden alcanzar la más mínimas
cotas de poder político. A finales de los años cincuenta, y tras una década dedicado
a labores docentes e investigadoras, regresó a la escritura con una trilogía magistral,
Los gozos y las sombras (1959-1962), compuesta por la novelas El señor llega (1959),
Donde da la vuelta el aire (1960) y La pascua triste (1962). En esta trilogía vuelve los
ojos a su Galicia natal y recrea el complejo entramado de relaciones (sobre todo las
de dominio y posesión) que regulaban la vida en tiempos de la República. En 1958
había muerto su mujer de una enfermedad crónica.
En 1959, recibe el Premio de la Fundación Juan March por El señor llega. En 1960
contrae matrimonio con Fernanda Sánchez-Guisande. Se va de viaje con su mujer por
Francia y Alemania y, al regresar, escribe La pascua triste, que se publica en 1962. A
causa de su protesta por la represión a los huelguistas asturianos de 1962, este libro se
censura y pierde todos los puestos de trabajo en los periódicos, en la radio y en la
Escuela de Guerra Naval.
En 1963 publica Don Juan (1963), una libérrima interpretación novelesca del mito del
seductor que se hizo universal en la obra teatral de José Zorrilla, de la que el autor
gallego dijo que era “la más discutida quizá de las obras teatrales modernas, la más
alabada y denostada, pero la única verdaderamente popular”. No tuvo éxito ni de
crítica, ni de público. En ese momento se gana la vida con traducciones y, en 1965, es
contratado por la Universidad de Albany como profesor permanente, así que
establece allí su residencia.
Nuevas indagaciones sobre el arte y la cultura aparecen en Off-side (1969). En 1970
regresa a España y, en 1972, aparece La saga /fuga de J.B., calificada como novela
vanguardista por su proteica multiplicidad de enfoques temporales y su elaborada
armazón estructural. En esta novela ahonda en sus preocupaciones sobre la distinción
entre la realidad y la ficción, plasmadas aquí en las vicisitudes de los misteriosos y
evanescentes pobladores del imaginario pueblo gallego de Castroforte de Baralla.
Obtiene los premios de la Crítica y el Ciudad de Barcelona.
En 1977 lee su discurso de ingreso a la Real Academia Española, a la que pertenece
de hecho desde 1975, año en el que publicó uno de sus ensayos más conocidos: El
Quijote como juego. En 1980 se jubila de su actividad docente y, al año siguiente,
aparece su libro La isla de los jacintos cortados, por el que le concedieron el Premio
Nacional de Literatura.
Dos años después se publican la novela Dafne y ensueños y sus diarios de trabajo, que
tituló Cuadernos de un vate vago. Ese año recibe el Premio Príncipe de Asturias de las
Letras, ex aequo con Miguel Delibes. En 1985 se le concede el Premio Cervantes. Los
años siguientes continuarían con la publicación de casi un libro al año, además de
viajar por todo el mundo ofreciendo charlas, conferencias y cursos.
Publica en 1988 Filomeno, a mi pesar, un esperpéntico recorrido por las fingidas
memorias de un señorito y sus vivencias comprendidas entre 1923 y 1940, libro por el
que gana el Premio Planeta. En 1989 publica una inquietante historia palaciega: la
Crónica del rey pasmado, en la que el innominado monarca, fácilmente identificable
con Felipe IV, después de haber pasado una noche con una hermosa meretriz, exige
contemplar a su esposa, la reina, totalmente desnuda, lo que acaba por convertirse
en una cuestión de Estado dentro del complejo aparato burocrático que le rodea en
palacio. La novela está llena de jugosas reflexiones acercas de las luchas internas por
el poder, así como de regocijantes disputas entre políticos y teólogos.
En La muerte del decano (1992) cuenta las vicisitudes por las que atraviesa un grupo
de personas que han estado vinculadas con un muerto aparecido misteriosamente en
la habitación de un hotel, sin que se sepa si el finado ha sido víctima de un asesinato o
se ha quitado la vida.
En 1993 y 1994 da a la imprenta nuevos escritos de ficción como Las Islas
extraordinarias y La novela de Pepe Ansúrez. El resto de su producción narrativa se
completa con dos novelas, La boda de Chon Recalde (1995) y Los años indecisos
(1997). Fueron varios los premios y reconocimientos que recibió en vida, así como los
doctorados honoris causa de varias universidades. El último fue el Premio Castilla y
León de las Letras, en 1995. Muere en 1999, en su casa de Salamanca.
Asimismo, se reseña FILOMENO ganadora del Premio Planeta de 1989.
RESEÑA:
Filomeno, gallego de origen portugués por parte de madre, es un personaje de incierta y compleja personalidad, lo cual se refleja en un nombre de pila indeseado que suena a ridículo y en el uso habitual de sus diferentes apellidos según la situación y el país en que se encuentra. Tras estudiar Derecho en Madrid, se traslada a Londres para trabajar en un banco, es corresponsal de un periódico portugués en París y, después de residir en Portugal durante la guerra civil española, acaba volviendo a la Galicia donde nació. En el curso de estos viajes, y mientras la historia de Europa se va ensombreciendo progresivamente, Filomeno tiene experiencias de todo género que le hacen madurar y se enamora varias veces. Este itinerario personal forja la personalidad del protagonista, y constituye un hondísimo retrato que en la pluma de Gonzalo Torrente Ballester se enriquece con sugestivos matices de observación e ironía. Extraordinaria novela en la cual lo real y lo misterioso, la tragedia y el humor, el curso de una azarosa vida y la trama de la historia contemporánea se mezclan en una armoniosa síntesis de arte narrativo y verdad humana para darnos una de las grandes obras maestras de su autor. «El Filomeno Freijomil que se desdobla en Ademar de Alemcastre para disfrazar su desasosiego, no es sino expresión de ese juego de máscaras en el que el hombre moderno necesita refugiarse para afrontar el dolor de su propia inconsistencia» (Juan Manuel de Prada).
Reseñado por Rosa 05/03/2009
Filomeno, gallego de origen portugués por parte de madre, es un personaje de incierta y compleja personalidad, lo cual se refleja en un nombre de pila indeseado que suena a ridículo y en el uso habitual de sus diferentes apellidos según la situación y el país en que se encuentra. Tras estudiar Derecho en Madrid, se traslada a Londres para trabajar en un banco, es corresponsal de un periódico portugués en París y, después de residir en Portugal durante la guerra civil española, acaba volviendo a la Galicia donde nació. En el curso de estos viajes, y mientras la historia de Europa se va ensombreciendo progresivamente, Filomeno tiene experiencias de todo género que le hacen madurar y se enamora varias veces. Este itinerario personal forja la personalidad del protagonista, y constituye un hondísimo retrato que en la pluma de Gonzalo Torrente Ballester se enriquece con sugestivos matices de observación e ironía. Extraordinaria novela en la cual lo real y lo misterioso, la tragedia y el humor, el curso de una azarosa vida y la trama de la historia contemporánea se mezclan en una armoniosa síntesis de arte narrativo y verdad humana para darnos una de las grandes obras maestras de su autor. «El Filomeno Freijomil que se desdobla en Ademar de Alemcastre para disfrazar su desasosiego, no es sino expresión de ese juego de máscaras en el que el hombre moderno necesita refugiarse para afrontar el dolor de su propia inconsistencia» (Juan Manuel de Prada).
Reseñado por Rosa 05/03/2009
Invitado dijo el 09/01/2011 01:41
DISCURSO DE GONZALO TORRENTE BALLESTER en ocasión del otorgamiento del Premio Cervantes. Discurso en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares.
- 1 -
Comparezco en este acto solemne para recibir de manos de Su Majestad el Rey de
España el Premio de Literatura Miguel de Cervantes, máximo honor de mi vida por la
calidad del galardón y por la mano augusta que me lo entrega: dos excelencias que no sé
si sabré llevar con la debida humildad, orgulloso como me siento de una y otra. Pero al
reconocer públicamente su importancia, se me ocurre que quizá no sea justo atribuirme
los méritos indispensables para alcanzar el galardón y el honor, y así, antes que otra
cosa, quisiera compartirlos, en primer lugar, con los narradores que durante las últimas
décadas, cuatro generaciones ya en liza, hemos cooperado en la tarea de mantener a la
debida altura y con la máxima calidad exigible el arte de la novela española
contemporánea cultivada hoy en los cuatro idiomas del país por escritores a cuyo
esfuerzo y a cuyos talentos varios se debe la reconocida y evidente dignidad de nuestras
letras. Soy el primer novelista español que recibe este premio, destinado a honrar a los
creadores de ambos lados del Atlántico, no porque mis merecimientos superen los de
mis colegas, sino porque alguien tenía que ser el primero, y la suerte quiso que fuese yo.
Les ofrezco, pues, a estos insignes compañeros, la participación justa en el honor que
hoy se me atribuye. Sus nombres vendrán también, unos tras otros, y sus personas
ocuparán, como yo ahora, este lugar, y pronunciarán palabras más ilustres que estas
mías. Espero de Dios, y para la mayor fortuna de España, que la mano que se la
entregue sea la misma.
En segundo lugar, pienso con emoción en los que trabajaron conmigo en la profesión
docente. Yo he sido profesor, y aunque no esté aquí como tal, no puedo dejar de serlo,
menos aún olvidarlo en esta ocasión. Durante medio siglo intenté comunicar a muchas
generaciones de mozos y mozas el arte de la Lengua y el secreto de la Literatura. Ésta
fue mi vocación real; la otra, la complementaria. La fortuna personal, que me llevó a
tierras lueñes, hizo posible que a sus hombres y mujeres comunicase los esplendores de
la cultura española. En medio de esta tarea, reiteradas veces, el tema de mi enseñanza, y
también de mi nostalgia, fue el arte de Miguel de Cervantes. También de estos años de
ausencia me siento orgulloso. No puedo asegurar que mis páginas hayan alcanzado la
perfección apetecible; creo, en cambio, haber sido un buen profesor, y mi palabra viva,
más que las escritas, dieron forma a espíritus anhelantes. Como el profesor convivió con
el escritor, como fueron y son la misma persona, a mis compañeros en la docencia
ofrezco también la participación que me habéis atribuido.
Al titular de este premio, a Miguel de Cervantes, quiero referirme también de un modo
particular y especialmente entusiasta, nunca con la extensión que se merece, únicamente
con aquella que la discreción me permite. Ante todo, para reconocerle una vez más
como mi máximo maestro, el escritor de quien más aprendí y a quien más debo. Pero
también para considerarlo como arquetipo de novelistas, como quien, en su momento,
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1985
Discurso de GONZALO TORRENTE BALLESTER
- 2 -
hizo algo que nadie hasta él había hecho, y mostró a sus seguidores, próximos y lejanos,
afines o dispares, un camino que todos forzosamente tuvimos que seguir: aunque quizá
no sea precisamente un camino, sino un modo, el de estar en la realidad, de relacionarse
con ella, de dar de ella la oportuna cuenta poética.
Porque el artista, todo artista, está en la realidad como hombre que es, pero lo que le
distingue y especifica es precisamente el modo. Y aquí sería conveniente establecer
alguna comparación para que de ella resalte precisamente la diferencia: también el
investigador y el filósofo están en la realidad de un modo "sui generis" que caracteriza
sus actividades y las distingue. El científico, ante la realidad, busca averiguar lo que es,
cómo está constituida, cuáles son las leyes que la rigen, en tanto que el filósofo lo que
intenta es dar sentido al saber, establecer entre las diversas clases de conocimientos una
coherencia, una relación, o declarar a veces, desoladoramente, que no la encuentra, o, al
menos, que no la percibe. El artista, con independencia de que conozca lo real y de que
le halle o no el sentido, lo siente, en un proceso que va desde la mera sensación hasta el
delicado sentimiento. El artista puede parecer impávido, pero esto es sólo una
apariencia. Su corazón, secreta o visiblemente, participa en la operación de estar ante lo
real y de dar cuenta de él, cada cual con sus medios, plásticos, musicales o literarios. Y
la particularidad de esta actividad es que no se ejerce independientemente como
actividad autónoma de una facultad del alma, sino que lleva consigo, sino que arrastra e
involucra la de la persona entera, la participación del hombre total. Por eso, cuando el
artista trabaja no se reserva una parcela de sí mismo que se mantenga independiente. La
producción de una obra de arte es siempre y necesariamente no sólo un acto vital, sino
un hecho biográfico en el que la personalidad de artista participa con más intensidad y
más rigor que otras actividades intelectuales no superiores ni inferiores, sino distintas.
No falta quien, por semejante razón, ha comparado a la mística la actividad poética.
El escritor vive en la realidad inevitablemente, pero, además, como materia prima de su
arte, sólo cuenta con ella, con lo que de ella pueda obtener o recibir; a la relación del
hombre con lo real llamamos experiencia. La experiencia del artista tiene sus
particularidades. Lo mismo la del escritor. Pero de la experiencia de lo real, el escritor
no puede limitarse a tomar materiales, a reformarlos, a darles otro orden, otra estructura,
sino que, además, inquiere su sentido. Hay quien, pues, ante la realidad así conocida y
experimentada, adopta una actitud radical que, al expresarse poéticamente, aproxima la
poesía, en tanto respuesta a la experiencia, en tanto nutrida de ella, a esta otra respuesta
ya mencionada, la que declara el sentido de lo que existe o reconoce su carencia: por
otros caminos, pero hacia las mismas metas. Yo pertenezco a una generación de
escritores a la que preocupó ante todo hallar ese sentido. Podría traer aquí una cumplida
nómina de contemporáneos míos que ante el espectáculo de la Historia se preguntaron
qué era la vida del hombre y cuál su coherencia con el resto del Cosmos. Pienso que en
el orden del tiempo, el primero que se hizo esa pregunta y le dio una respuesta no
filosófica, sino poética, fue Miguel de Cervantes. En el hallazgo de la pregunta y en la
formulación de la respuesta influyó decisivamente su particular peripecia humana,
además de su talento de artista. A Miguel de Cervantes le decepcionó la Historia de su
tiempo, la misma que le había entusiasmado. Miguel de Cervantes, pecador insigne,
para poder perdonarse a sí mismo, tuvo primero que perdonar a los demás: un general,
universal perdón. Y, al hacerlo, sonrió. En este cruce de experiencias y sentimientos
reside, creo yo, la clave de su visión del mundo: que no es radical, que no es dogmática,
sino relativa y ambigua; al no atreverse a juzgar lo bueno y lo malo (cosa, por otra parte,
de Dios) deja que sus figuras transcurran llevadas por su propio impulso, al margen de
- 3 -
lo bueno y lo malo. Las visiones posteriores de la realidad como carente de sentido,
como absurda, clavan sus raíces secretas en la sonrisa de Cervantes, cuya experiencia le
enseñó a no tomar nada demasiado serio, sobre todo lo que era necesario para sus
contemporáneos. Pero ¡entendámonos!, no por eso dejó de amar. Lo que sucede es que
lo mismo ama lo que lo merece que lo que no, puesto que en un plano superior y alejado
lo mismo da una cosa que otra. Y su amor se ejercita artísticamente. Hubo, hay todavía,
quien se empeña en hacer de Cervantes un moralista. Adviértase que el moralista premia
o castiga artísticamente a sus criaturas, hace de ellas modelos, caricaturas y monstruos:
las acerca o las repele, según el juicio moral que le merezcan; les aplica el escalpelo de
la sátira, cuando no de la condenación expresa. La sátira de Cervantes no pasa de
pretexto para que se conceda a su visión desencantada y benévola del mundo un pase de
libre circulación. Sin ese pretexto, la sociedad de su tiempo lo hubiera repudiado. Su
sátira de los libros de caballerías no es más que una lanzada a moro muerto, y los
satiriza de tal modo que fácilmente se descubre el amor que les tiene. No. No hay que
tomar en serio las pretendidas moralizaciones de Cervantes. El moralista ríe a
carcajadas, o se indigna: cuanto más estentóreas, mejor. La moral es siempre tajante,
inevitablemente dogmática, y, por supuesto, incompatible con la sonrisa y con el "deje
usted las cosas como están, ya que cambiarán solas", que es, al fin y al cabo, lo que
viene a decirnos Cervantes. Pero semejante afirmación no la aceptan los que quieren
forzar al mundo en su cambio, los apresurados, los impacientes. Por eso todos éstos
rechazan a Cervantes, aunque se queden con un Don Quijote convencional,
supuestamente idealista y efectivamente loco. Ese Quijote que sólo se encuentra cuando
se le va a buscar así. Pero el que inventó Cervantes también lleva la sonrisa escondida
tras el yelmo, y, lo mismo que su autor, sabe jugar.
La complejidad de la vida sólo el hombre complejo puede adivinarla, y Cervantes lo era.
Poseyó como nadie el don de expresar verbalmente su mundo, y fue el primero en
comprender que una novela es ante todo un mundo cerrado que se basta a sí mismo. Eso
es el Quijote, su obra maestra, y, en serlo, en mostrárnoslo, consiste el mensaje ejemplar
de su autor, el que persiste a través de los siglos y hace de él un hombre próximo y
amado como el mayor y el mejor de nuestros contemporáneos.
Majestades, excelentísimo señor ministro de Cultura, excelentísimos señores, amigos
todos, me siento especialmente honrado por el hecho de que este premio que me habéis
otorgado lleve el nombre de Miguel de Cervantes. Os agradezco vuestra tolerancia a mis
palabras.
0 comments:
Post a Comment