La novela histórica del descubrimiento: Los
perros del paraíso, de Abel Posse
Heloisa Costa Milton, Universidade Este de Sao Paulo
En entrevista a Magdalena García Pinto, publicada en la Revista
Iberoamericana en 1989, el escritor argentino Abel Posse, al contestar a
una pregunta sobre sus posibles influencias literarias, afirma con muy
buen humor: 'Soy un ladrón tan amplio, que no puedo decir que he
robado un solo negocio'.1
Se trata de certera afirmación, de parte de quien da testimonio, allí, de
que su destino de escritor se manifestó desde temprana edad y fue
incentivado, después, por los agitados cafés de Buenos Aires, los cuales
califica, cariñosamente, de 'universidad literaria de la noche'. Además,
la imagen del 'ladrón amplio' alcanza también al escritor como un lector
ávido de la literatura norteamericana, de los grandes narradores rusos,
de los existencialistas franceses y también de los escritores argentinos y
cubanos. En suma, una gama variada de lecturas le llevan a concluir, en
dicha entrevista, que es muy profundo el mecanismo de influencias que
afecta al novelista en que se ha transformado hoy día. Con eso queda
plenamente justificada la imagen de 'ladrón que roba varios negocios'.
De hecho, al observarse el conjunto de la obra de Posse, se nota la
energía vibrante de un escritor profundamente americano y a la vez
universal, apto al 'secuestro' artístico de la cultura general, como forma
de pensar la suya, reinventarla y alzarla a esferas más amplias. En Posse,
el tema de la identidad del continente pasa, necesariamente, por el ámbito
occidental. Su búsqueda de una América en el mundo es el móvil que le
hace sumergir en la historia del continente para encontrar, en ella, el
subtexto detonador de su propia voz narrativa. La historia, por tanto, es
la matriz generadora del proceso libre de invención.
En 1983 el escritor publica su novela del 'descubrimiento', Los perros
del paraíso,2 después de cinco años de investigaciones historiográficas.
que consideró necesarias 'para consabida visión de lo americano que no
sea solamente la consabida visión política adocenada con categorías
europeas y para hacer que la visión fuera estética, que fuera surgiendo
desde el lenguaje y no desde las ideas'.' Con la obra, gana el Premio
Internacional de Novela Rómulo Gallegos, edición de 1987. Allí, lo que
'roba' genialmente es la historia de Colón y los orígenes europeos del
Mundo Nuevo, amén de la historia de la América contemporánea y
algunas de sus pilastras culturales.
Con la novela, Abel Posse trae a la escena literaria el reverso de la
utopía colombina, con base en el derroche del mito del Paraíso Terrenal.
Se trata de excepcional ficción, que recorre los acontecimientos y
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personalidades históricos que lograron construir, en el imaginario europeo,
la idea de un mundo fabuloso y después inventaron un referente palpable:
el continente americano. La materia histórica es el punto de partida para
que la creación literaria rescate a Colón y, a través de él, evoque nuevas
claves simbólicas para el fenómeno histórico del 'descubrimiento'.
Destacar el reverso de la visión utópica equivale, en términos de
procedimientos narrativos, a instalar la risa en el relato y, con ello,
anarquizar el discurso formal de la historia. Para lograr tal intento, la
novela opera con la parodia en triple vertiente: en la caracterización de
la España del 'descubrimiento', en la confección del retrato de Cristóbal
Colón y, jjor fin, en la elaboración de la imagen europea del Nuevo
Mundo. Obviamente la parodia se establece sobre los discursos históricos
que relatan hechos y figuras relacionados a la época recreada, sugeriendo
nuevos ángulos y otras posibilidades de interpretación de los
acontecimientos del pasado. Con tal recurso, la novela pone en tela de
juicio las aserciones históricas y el mismo trabajo historiográfico. Valga
como ejemplo la siguiente conjetura del narrador, respecto a las supuestas
limitaciones de los historiadores: 'Los cronistas no retienen el texto de
aquella proclama: como siempre, captan lo fácil (p. 47). Como se nota,
el gesto narrativo desautoriza la voz de la historiografía, llevando a
extremos la propiedad ficcional. En ese sentido, resulta sumamente curioso
observar que el punto culminante del trabajo paródico reside en el análisis
de las relaciones históricas bajo el punto de vista de relaciones sexuales y
comerciales. El relato, cargado de erotismo, acaba 'erotizando' también
los hechos históricos y, además, les imprime una elocuente marca
empresarial. En lo que toca a este último aspecto, la novela lanza mano
de una especie de marketing para describir el Nuevo Mundo, un marketing
que presupone industria y comercio en ritmo frenético de producción y
venta. Eso incluye la industria de mano de obra esclava, el tráfico sexual,
el comercio de objetos preciosos y hasta la fabricación de una ideología
del Poder, que es caracterizada como la base del proyecto imperialista
llevado a cabo por los Reyes Católicos. En semejante contexto, el Nuevo
Mundo corresponde a una importante adquisición para la cristiandad,
facilitada por la hazaña de Colón, que es la América-Paraíso Terrenal.
Así, desde la óptica europea, con el hallazgo del nuevo territorio se
materializa por fin el mito, lo que trae, como consecuencia, la
transformación del continente en el espacio de los desmanes sexuales y
comerciales de los europeos.
La obra se encuentra dividida en cuatro partes sucesivas: I. El aire; II.
El fuego; III. El agua; IV La tierra. En un primer nivel interpretativo, los
títulos de dichas partes designan los elementos míticos de la cosmovisión
indígena, aludiendo a una América primordial, todavía no maculada
por la presencia europea. En un segundo nivel, a esta acepción primera
se sobreponen otros significados, connotadores ahora de las acciones
predatorias del hombre blanco en dirección al continente. Los títulos se
Los perros del paraíso, de Abel Posse 105
revisten entonces de una sintomática progresión temporal y espacial: los
dos primeros refieren la España predescubridora y sus cuestiones internas;
los dos últimos, la aventura marítima y la toma de posesión de las nuevas
tierras, con todas las implicaciones que el hecho supone.
El relato se construye como un mosaico de secuencias cinematográficas,
ágiles y con efecto de simultaneidad. Pese a ello, presenta cierta linearidad
que permite localizar históricamente el enredo en el período que
comprende desde el final de la Edad Media hasta el momento en que
Colón, al término de su tercer viaje al continente (1498-1500), es enviado
a Europa como prisionero de Sus Majestades. En la trama, la prisión del
Almirante es el motivo que pone fin al mito del Paraíso Terrenal, lo que
equivale a la anulación de la utopía americana y la puesta en relieve de
los hechos cruciales que marcaron efectivamente la historia.
En la primera parte, la España medieval es un mundo sin aire, que
agoniza inquieto en un 'valle de lágrimas'. Está humillada en su
cristianismo, definido como 'culto a la Culpa', por las presencias árabe y
judía en la Península. Dicha crisis es enunciada con fuerte dosis de humor,
como se observa:
La Iglesia había fracasado en sus intentos. Decenas de misioneros
volvían del Islam y de la Tartaria con una bolsita colgada al cuello
con los testículos y la lengua (...) humillados, alzaban sus viajadas
sotanas ante el Papa y mostraban sus nalgas atrozmente repujadas
con versículos del Corán o con advertencias de este tenor: 'Allá es
grande. Nosotros también cultivamos la Culpa.' (...) Las
multinacionales se asfixiaban reducidas a un comercio entre burgos.
(PP- 12-13)
Queda patente que la ironía que estructura el relato alcanza actualidad -
alusión a las multinacionales - y refuerza la crítica a las relaciones
comerciales como determinantes de los procesos históricos. La falta de
aire que agobia España es símbolo del estado de muerte que la acecha. El
emblema mayor de dicho estado es el rey Enrique IV el Impotente, cuya
sexualidad decadente refleja la inmobilidad colectiva. La salida para
semejante letargo estará en la unión, avasalladoramente erótica, entre
Isabel y Fernando.
Y en eso aparece Colón. Es personaje que, desde temprana edad, recusa
su medio familiar en atendimiento a una supuesta vocación marítima:
El joven se negaba al sombrío ejercicio de la sastrería. Tampoco quería
ser cardador, ni quesero, ni tabernero. Esas posibilidades sensatas que
le proponía la realidad, (p. 47)
La novela no polemiza con los datos controvertidos de la biografía del
Colón histórico. Sencillamente repasa, con humor, los aspectos más
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aceptados, haciendo del Colón novelesco, por ejemplo, genovés y judío.
Sin embargo, su gran rasgo distintivo es la obsesión por el paraíso,
consecuencia de un sistemático ritual de iniciación ejecutado por un cura.
Del religioso el personaje recibe no una educación propiamente dicha,
sino 'noticias' de su época - como matar al moro, destrozarlo y no
olvidarlo en la oración dominical, por ejemplo, y una sucesión de imágenes
que aluden a un paraíso tropical:
playas de arena blanquísima, palmeras que rumoreaban con la suave
brisa, sol de mediodía en cielo azul de porcelana, leche de coco y
frutas de desconocido dulzor, cuerpos desnudos en agua clara y salina,
músicas suaves (...). El mundo de los ángeles, seres perfectos, sin
tiempo, (p.26)
Esa figuración del paraíso, retenida y potenciada por la imaginación
de Colón, será, pues, el norte de su proyecto de navegación
ultramarina.
Realizando un corte en el mundo europeo, el relato recorre el dominio
americano para presentar a los indios debatiéndose en medio a una gran
anemia solar, correspondiente a malos presagios. En función del problema,
los nativos discuten la conveniencia de invadir y conquistar el mundo
blanco para lograr el único remedio eficaz contra la enfermedad, o sea,
una inmensa transfusión de sangre. Se trata de una inversión histórica
favorecida por el procedimiento paródico, que proyecta otro ángulo para
la interpretación del fenómeno histórico en cuestión: el 'descubrimiento'
de Europa por los americanos.
Con tal panorama, la novela introduce la polémica sobre el histórico
encuentro de culturas de 1492 por medio del enlace de los dos espacios,
América y Europa, bajo el signo de crisis. El aire que nombra esta parte
connota la necesidad de oxígeno que tiene España, carencia que resultará
después en la formación del Estado imperial, y en lo tocante a América
es síntoma de la pérdida de vida, cuya expresión plena es la metáfora de
la debilidad solar.
La segunda parte tiene como objeto la historia de la conquista de la
unidad religiosa en España y la consecuente consolidación de un nuevo
orden. En ella el fuego refleja las guerras civiles entre Isabel y Juana la
Beltraneja; la creación del terrorismo de Estado, la Inquisición; la
persecución a moros y judíos. Fuego corresponde a muerte, una muerte
que se transformará, pese a todo, en impulso expansionista.
Isabel es personaje básico de este capítulo, en el cual comparece como
estadista notable, mujer fuerte y, principalmente, sexomaníaca. De hecho,
la pujanza política que le alza a la vanguardia del Renacimiento tiene
origen en un agudizado apetito sexual, que encuentra en Fernando
perfecta resonancia. Unidos, serán signos de los nuevos tiempos: el Estado
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conducido por manos fuertes, una cristomanta exagerada, ambiciosos
proyectos expansionistas. De ellos dice el narrador lo que se sigue:
En el atolondrado fornicio de aquellos adolescentes sublimes fenece
definitivamente la Edad Media (...) No parecían sino que eran ángeles:
bellos, violentos hasta el exterminio, esplendentes, sin caries, (p. 70)
Dichos ángeles exterminadores engendran, pues, el Renacimiento.
Cumplen un trayecto que arranca de las guerras civiles, pasa por las
guerras santas y desemboca, como consecuencia de la acción competente
del fuego, en el ciclo del mar. De ese ciclo Colón es el artífice principal,
aquel a quien se atribuye la tarea de salvar el Occidente y su historia. Es
él, en efectivo, el superhéroe de que necesitan los Reyes Católicos, un ser
'erotómano', anfibio y, principalmente, perseguidor del mito.
La tercera y la cuarta partes de la obra tratan, respectivamente, de la
consolidación de la idea del Nuevo Mundo como paraíso y la posterior
liquidación del mito, con la imposición de los hechos históricos
largamente conocidos.
El título de la tercera parte, 'el agua', se distribuye semánticamente en
un conjunto de vocablos estrechamente relacionados: viaje, mar, aventura
y excelencias naturales del Nuevo Mundo. El término alude a nuevas
tierras y, por ende, a explotación.
En esta parte se destacan dos campos discursivos interseccionados. De
un lado, se teje el relato de las acciones referentes a los preparativos de
los viajes de Colón al continente, sus dificultades y el contingente humano
con que cuenta, hasta el marco histórico de 4 de agosto de 1498. Dicha
fecha impulsa el otro eje discursivo, él que connota el conjunto de las
proyecciones míticas. Ambos edifican la ficción americana.
La fecha de 4 de agosto de 1498 se refiere al tercer viaje histórico de
Colón, coincidiendo con el momento en que el navegante cree haber
encontrado el paraíso en las costas de Venezuela, tal como da testimonio
su legado documental. La prosa novelesca recupera la fecha y señala,
con ella, el inicio de lo que el personaje considera la 'verdadera'
expedición atlántica, vale decir, la aventura marítima de la conquista
del 'paraíso'. Como se nota, el disparate registrado por el Colón histórico
agiliza en la obra la versión de la América idílica, a la vez que sirve a la
caracterización de un Colón en progresivo estado de locura.
Como procedimiento narrativo, se destaca en esta parte la 'reescritura'
de extratos de los documentos conocidos de Colón. Por obra del personaje,
ellos son refundidos en un nuevo cuerpo textual bajo el nombre, ahora,
de Diario Secreto. Allí los diarios y cartas históricos ganan nuevos relieves.
Son reelaborados a partir de lo que el personaje considera los restos
'aprovechables' de la historiografía y, además, sufren el acrecentamiento
de datos que favorecen el afán de materializar el mito bíblico.
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El retrato literario de Colón, desarrollado en torno a la idea obsesiva
de la conquista del paraíso, asume contornos patológicos. Prisionero de
las propias alucinaciones, caracterizado como 'buscón de lo absoluto',
picaro y mitificador, con semejante personaje la novela lleva a extremos
el proceso de carnavalización de la historia.
En la cuarta parte se desconstruye el mito del paraíso, con la puesta en
relieve de la farsa del llamado descubrimiento. 'La tierra' es, por lo tanto,
momento cumbre del relato, en que la tensión entre realidad e ilusión se
fábula definitivamente. El Imperio español está por consolidarse, pero
las expectativas de la Corona en relación al Nuevo Mundo quedan
frustradas, ya que la hazaña de Colón se reduce al 'descubrimiento' de
una parábola bíblica.
Dicho resultado trae como consecuencia el caos. Se inicia entonces el
proceso en que la 'realidad' va a imponerse sobre el delirio, con el
desarrollo de las acciones, históricamente conocidas, de transtorno y
deterioro del espacio americano. Sobrevienen revueltas, violencia sexual,
tortura y exterminio de indios, explotación y liquidación de la naturaleza,
mientras se descompone vertiginosamente el mito del paraíso y, en otro
nivel, la misma América.
Las acciones finales muestran un Colón patético que, al partir para
España hecho prisionero, lo único que lamenta es dejar su paraíso en
manos de 'milicos', alusión al golpe de estado que había sufrido, por
parte de un cierto 'coronel Roldan', en medio a las disputas por el poder.
Como se observa, con la alusión a la imagen del militarismo, la América
del 'descubrimiento' es visitada, de forma cabal en la obra, por la historia
contemporánea, distinguiéndose ambas por los signos de violencia,
usurpación, destrucción.
En el epílogo, destruido el 'paraíso', ahora por segunda vez por obra
del militarismo, el espacio será invadido por los perros que no ladran,
correlatos simbólicos del alma indígena. Silenciosos, resistentes, dichos
perros consumarán el llanto por la América violada, como conciencia
viva e insidiosa del drama del descubrimiento en sus variadas
consecuencias.
La novela Los perros del paraíso constituye, en suma, un audaz
experimento narrativo, que recupera la historia del pasado como forma
de reflexionar sobre el presente, sus dilemas, sus significados. Para tanto,
desarrolla plenamente la prerrogativa de reinventar los signos de la historia
con libertad e imaginación, con pulsión poética, facultad lúdica, erotismo,
humor crítico, y demás componentes que sirven a la consecución de un
nuevo tipo de novela histórica.
Aunque Abel Posse afirme, en la entrevista mencionada al comienzo,
que no se propuso escribir novela histórica, sino algo que va más allá de
la historia, quizás la metahistoria, el hecho es que su novela mucho
contribuyó a la renovación del género histórico, que es, sin duda, una de
las vertientes más fecundas de la narrativa hispanoamericana.
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NOTAS
1 Magdalena García Pinto, 'Entrevista con Abel Posse', Revista
Iberoamericana, 146-147 (1989), pp. 493-506 (p. 497).
2 Abel Posse, Los perros del paraíso (Caracas, Monte Ávila, 1987).
3 Magdalena García Pinto, 'Entrevista con Abel Posse', p. 500
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