Obra galardonada: "Terra Nostra". Novela.
País: México.
Escritor: Carlos Fuentes.
Terra nostra
La enfermedad del tiempo
MAURICIO MOLINA Sobre el lienzo se proyecta una imagen simple en apariencia: el pintor observa los reflejos, se contempla a sí mismo, cata la estatura de las meninas, la proporción del perro adormilado, la enana con mirada al mismo tiempo insolente y sorprendida; también sopesa la luz: un amanecer oblicuo e intenso baña el salón umbrío. Al fondo, discretos, desde un retrato, los reyes católicos presiden la escena. Un hombre está bajando unas escaleras. Quizá trae un mensaje, pero nunca lo sabremos. La mirada de Velázquez, inquisitiva, concentrada, soberbia, maneja sus figuras con la paciencia y precisión de un ajedrecista. Todo ha sido dispuesto para ser contemplado por la eternidad. En esa camera oscura, donde la imagen y el reflejo se encuentran, las figuras reales desaparecen, dejan de serlo. El cuadro Las Meninas de Velázquezinstaura un reino de apariencia pura, de intangible solidez, de imaginaria realidad.
Lo mismo sucede en la Segunda parte de Don Quijote: los personajes se han convertido en reales disolviendo la frontera que divide las palabras de las cosas.
Ninguna novela, en la literatura en nuestra lengua, al menos después del Quijote, ha logrado entablar el desafío entre la realidad y la imaginación como lo ha hecho Terra nostra de Carlos Fuentes. Porque si el mago de Lepanto y Velázquez tienen algo en común, es la premisa fundacional de una estética del barroco concebido como una sustitución de lo real. Ya no imitación ni simulacro, sino cornucopia, palimpsesto de la realidad, al modo de aquella maqueta del mundo imaginada por Borges que tenía las dimensiones exactas del propio orbe. El barroco se nos presenta entonces como la instauración de una realidad alterna más allá de la teatralidad o de la estetización. En esa otra realidad, a través del espejo de las palabras y las imágenes, acaso ocurran las cosas verdaderas. La literatura deviene utopía de una cultura fragmentada.
En Terra nostra de Carlos Fuentes, obra barroca por excelencia, dialogan Don Quijote y Góngora, Quevedo y Fernando de Rojas, la picaresca y la tragedia, lo popular y lo culto, Velázquez y El Greco, el Escorial, la Alhambra, la Sinagoga de Córdoba. Esta voluntad de sustituir al mundo, de convertirlo todo en lenguaje, o de descubrir que todo en realidad es palabra antes que presencia, se encuentra en la base del proyecto narrativo de Terra nostra y quizás en el vasto proyecto literario de Fuentes. Basta con citar las siguientes palabras de su autor: La verdad es ésta. Cuando hablo de un lugar es porque ya no existe. Cuando hablo de un tiempo es porque ya pasó. Cuando hablo de una persona es porque la deseo...
Es posible que la semilla de esta novela monumental se encuentre en Cervantes o la crítica de la lectura, ese tratado inevitable sobre el autor del Quijote. Ahí Fuentes establece una serie de conexiones entre la obra cervantina con el Ulises de James Joyce, novela que se encuentra en el mismo registro de Terra nostra. Como Joyce, Fuentes establece un universo absolutamente verbal. Joyce comprime la historia universal en un día (y la complementa con el Finnegan’s Wake para explorar su reverso, la noche, el sueño, la muerte). Fuentes, en cambio, busca mirar la historia desde fuera, convirtiendo a su novela en un panóptico. La historia es una cárcel, la novela es entonces el punto desde el cual es posible mirarlo todo: el pasado, el presente, el futuro. En un momento de la novela afirma: “tu raza ha confundido el cielo y el infierno”. Buscando una perspectiva liberadora, Fuentes da voz a los alumbrados y a los cátaros, a los judíos, a los indios americanos sometidos, a las víctimas devoradas por la maquinaria de la Historia. Al ubicarse en el afuera de lo histórico, nos ofrece una perspectiva genial que al mismo tiempo nos muestra la teratología de los vencedores y las capacidades luminosas y libertarias de los vencidos.
Alguna vez Marcel Duchamp conjeturó la existencia de un universo de múltiples dimensiones desde el cual nuestra realidad sería observada como si fuéramos fotos, películas, cuadros, imágenes, signos. Terra nostra se sitúa en esa dimensión que lo observa todo: el panóptico del mundo, el Aleph desde donde todos podemos ser observados.
Repertorio monumental de los fantasmas y demonios del barroco, Terra nostra, desde su principio, en pleno siglo XXI (escrita desde 1975), nos muestra un universo en descomposición temporal: la otra Historia, la simbólica, la reprimida y arquetípica, irrumpe en el escenario de París y desde ahí, desde esa ciudad que es la Meca del escritor latinoamericano, reaparecen los demonios de los territorios imaginarios del universo hispano: la España hebrea, el mundo mozárabe, los reyes enloquecidos, la decadencia de un imperio, sus ruinas desgastadas y espectrales.
Fuente: http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/0012/molina/00molina.html
Lo mismo sucede en la Segunda parte de Don Quijote: los personajes se han convertido en reales disolviendo la frontera que divide las palabras de las cosas.
Ninguna novela, en la literatura en nuestra lengua, al menos después del Quijote, ha logrado entablar el desafío entre la realidad y la imaginación como lo ha hecho Terra nostra de Carlos Fuentes. Porque si el mago de Lepanto y Velázquez tienen algo en común, es la premisa fundacional de una estética del barroco concebido como una sustitución de lo real. Ya no imitación ni simulacro, sino cornucopia, palimpsesto de la realidad, al modo de aquella maqueta del mundo imaginada por Borges que tenía las dimensiones exactas del propio orbe. El barroco se nos presenta entonces como la instauración de una realidad alterna más allá de la teatralidad o de la estetización. En esa otra realidad, a través del espejo de las palabras y las imágenes, acaso ocurran las cosas verdaderas. La literatura deviene utopía de una cultura fragmentada.
En Terra nostra de Carlos Fuentes, obra barroca por excelencia, dialogan Don Quijote y Góngora, Quevedo y Fernando de Rojas, la picaresca y la tragedia, lo popular y lo culto, Velázquez y El Greco, el Escorial, la Alhambra, la Sinagoga de Córdoba. Esta voluntad de sustituir al mundo, de convertirlo todo en lenguaje, o de descubrir que todo en realidad es palabra antes que presencia, se encuentra en la base del proyecto narrativo de Terra nostra y quizás en el vasto proyecto literario de Fuentes. Basta con citar las siguientes palabras de su autor: La verdad es ésta. Cuando hablo de un lugar es porque ya no existe. Cuando hablo de un tiempo es porque ya pasó. Cuando hablo de una persona es porque la deseo...
Es posible que la semilla de esta novela monumental se encuentre en Cervantes o la crítica de la lectura, ese tratado inevitable sobre el autor del Quijote. Ahí Fuentes establece una serie de conexiones entre la obra cervantina con el Ulises de James Joyce, novela que se encuentra en el mismo registro de Terra nostra. Como Joyce, Fuentes establece un universo absolutamente verbal. Joyce comprime la historia universal en un día (y la complementa con el Finnegan’s Wake para explorar su reverso, la noche, el sueño, la muerte). Fuentes, en cambio, busca mirar la historia desde fuera, convirtiendo a su novela en un panóptico. La historia es una cárcel, la novela es entonces el punto desde el cual es posible mirarlo todo: el pasado, el presente, el futuro. En un momento de la novela afirma: “tu raza ha confundido el cielo y el infierno”. Buscando una perspectiva liberadora, Fuentes da voz a los alumbrados y a los cátaros, a los judíos, a los indios americanos sometidos, a las víctimas devoradas por la maquinaria de la Historia. Al ubicarse en el afuera de lo histórico, nos ofrece una perspectiva genial que al mismo tiempo nos muestra la teratología de los vencedores y las capacidades luminosas y libertarias de los vencidos.
Alguna vez Marcel Duchamp conjeturó la existencia de un universo de múltiples dimensiones desde el cual nuestra realidad sería observada como si fuéramos fotos, películas, cuadros, imágenes, signos. Terra nostra se sitúa en esa dimensión que lo observa todo: el panóptico del mundo, el Aleph desde donde todos podemos ser observados.
De izquierda a derecha: Pierre Schori, Erik Hobsbawm, Silvia Lemus, Rose Styron, William Styron, Marta Flores Olea, Bernárdo Sepúlveda, Víctor Flores Olea, Carlos Payán, Roger Bartra, Tom Wicker, Mercedes Barcha, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Rolando y Marjorie Cordera, en México, 1992
Terra nostra tiene esta cualidad reflejante; sin embargo, como sucede con todos los espejos, nos ofrece una distorsión acentuada por la imagen del que observa. La creación de un orbe autónomo pleno de anticipaciones y presagios, de un universo sujeto a leyes autónomas, rige la composición de la novela. No la novela como espejo de la realidad como postulara Lukács, sino lo contrario: lo real como espejo de la novela. Repertorio monumental de los fantasmas y demonios del barroco, Terra nostra, desde su principio, en pleno siglo XXI (escrita desde 1975), nos muestra un universo en descomposición temporal: la otra Historia, la simbólica, la reprimida y arquetípica, irrumpe en el escenario de París y desde ahí, desde esa ciudad que es la Meca del escritor latinoamericano, reaparecen los demonios de los territorios imaginarios del universo hispano: la España hebrea, el mundo mozárabe, los reyes enloquecidos, la decadencia de un imperio, sus ruinas desgastadas y espectrales.
Fuente: http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/0012/molina/00molina.html
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