Saturday, October 12, 2013

LOS CUATRO HOMBRES DE FEDERICO GARCÍA LORCA.

Los cuatro hombres de Federico García Lorca.

Publicado en Artículos por Alguien en 12 octubre 2008
La desconocida y poco estudiada vida amorosa del poeta granadino esconde una historia parecida a la de los trágicos dramas que escribió en muchas de sus obras.


El Romancero Lorquiano. Texto: Juan Luis Tapia. Publicado en Diario Sur Málaga. (12/10/08)



Las relaciones homosexuales de Federico García Lorca componen un romancero oscuro, un misterio del que sólo se conocen algunos testimonios y escasos documentos, pero lo cierto es que sentía verdadera pasión por aquellas personas a las que amó. En pocas ocasiones fue correspondido y no siempre eligió a la persona adecuada. Salvador Dalí, Emilio Aladrén, Rafael Rodríguez Rapún y Eduardo Rodríguez Valdivieso fueron, en algún momento, los hombres de su vida y de sus obras.

La familia García Lorca durante años evitó toda referencias a las inclinaciones sexuales del poeta, para evitar, según indicó Laura García Lorca, que «se confundiera su asesinato con un crimen sexual». La misma Laura reconoció que, pasados los años, la familia asumió el tema «con toda naturalidad».





Federico García Lorca y Salvador Felipe Jacinto Dalí vivieron su particular “Brokeback Mountain” en la España de los años veinte. Su relación trascendió la simple amistad. Se conocieron en 1922 en la Residencia de Estudiantes de Madrid (cuando tenían 24 y 18 años, respectivamente). Fue una gran historia de amor aunque nunca llegara a consumarse. Lorca, menos temeroso al erotismo, fue mucho más consciente del amor que sentía hacia su amigo. Pero éste no aceptaba su homosexualidad, entre otras cosas por la influencia de un padre muy severo. Mantuvieron, a pesar de todo, una estrechísima relación personal y artística primero; y un complejo debate estético después, hasta 1928, cuando se produjo el alejamiento entre los dos.


Dalí había comenzado el servicio militar, pero tuvo tres meses de permiso que pasó con su amigo Federico entre Figueras, Cadaqués y Barcelona. En este momento llevaban más de un año sin verse y pasaron unos meses en íntima amistad. Según el pintor, en mayo de 1926 el poeta intentó estar físicamente con él y aunque Dalí se sentía halagado, no accedió a sus deseos, ya que no se consideraba homosexual, lo que Lorca respetó siempre profundamente.


Dalí era muy crítico con la obra de García Lorca. Cuando se publicó el ‘Romancero gitano’, Salvador le dijo a Federico: «Tú eres un genio y lo que se lleva ahora es la poesía surrealista. Así que no pierdas tu talento con pintoresquismos». Y Federico le hizo caso; dio un golpe de timón a su obra y surgió ‘Poeta en Nueva York’. Dalí se alió con Buñuel en ‘Un perro andaluz’, lo que le distanció de Lorca, que entendió que, con el título de la película, se referían a él. En esa época Salvador conoció a Gala en París.

Con todo, cuando los dos amigos se reencontraron en Barcelona, en el año 1934, ni el tiempo ni la distancia habían borrado esa relación. «Somos dos espíritus gemelos. Aquí está la prueba: siete años sin vernos y hemos coincidido en todo como si hubiéramos estado hablando diariamente…».




En 1928, Federico se desentiende en Madrid de la revista ‘Gallo’ hasta tal punto que será requerido por el director de la publicación vanguardista, su hermano Francisco García Lorca. Federico, aunque en su interior seguía estando atraído por el joven Dalí, se sentía estrechamente relacionado con el escultor Emilio Aladrén Perojo, que había ingresado en la Escuela de Bellas Artes en 1922, el mismo año que Salvador. Ocho años más joven que Lorca, Aladrén, nacido en 1906, era un chico llamativamente guapo, de cabello negro, ojos grandes y algo oblicuos que le prestaban un aire ligeramente oriental, pómulos marcados y temperamento apasionado.



Federico lo había conocido allá por 1925, pero intimaron en 1927. A Lorca le sedujeron el físico, encanto personal y aire «entre tahitiano y ruso», que decía la pintora Maruja Mallo, quien fue novia de Aladrén hasta que vino el momento en que Federico se lo «robó» sin más miramientos.


La mayoría de amigos de Lorca despreciaban a Aladrén como artista y persona, y consideraban que ejercía una influencia muy adversa sobre el poeta. A Federico le encantaba llevar a Emilio a fiestas y presentarlo como uno de los jóvenes escultores españoles más prometedores. La relación levantó los celos en algunos amigos del poeta y fue causa de escenas violentas.


Una joven inglesa llamada Eleanor Dove, llegada a Madrid como representante de la empresa de cosmética Elizabeth Arden, fue la causa de la ruptura de la relación entre el poeta y el escultor. Es el verano de 1928 y Lorca se ve sumido en una gran depresión, que le llevará a Nueva York. En esa época escribió una carta a José Antonio Rubio Sacristán, uno de sus amigos de la Residencia de Estudiantes, donde dice, entre otras cosas: «Ahora me doy cuenta de qué es eso del fuego del amor del que hablan los poetas eróticos y me doy cuenta, cuando tengo necesariamente que cortarlo de mi vida para no sucumbir».

Paradojas de la vida, Aladrén fue escultor y tuvo algún éxito haciendo bustos en bronce de prohombres franquistas. Murió prematuramente al finalizar la década de los años cuarenta.


RAFAEL RODRÍGUEZ RAPÚN: La gran atracción.


Función especial de “El amor brujo” en la Residencia de Estudiantes allá por 1933. Entre el público se encontraba un apuesto estudiante de Ingeniería, Rafael Rodríguez Rapún, “el tres erres”, que le decían. Nacido en Madrid en 1912, Rodríguez Rapún es de constitución atlética, buen futbolista y socialista apasionado. Hacía unos meses que se había incorporado a La Barraca. No era homosexual pero, según su íntimo amigo Modesto Higueras, acabó sucumbiendo a los encantos lorquianos: «A Rafael le gustaban las mujeres más que chuparse los dedos, pero estaba cogido en esa red, no cogido, inmerso en Federico. Lo mismo que yo estaba inmerso en Federico, sin llegar a eso, él estaba inconsciente en este asunto. Después se quería escapar pero no podía… Fue tremendo».


Sólo se ha encontrado una carta cruzada entre Lorca y Rapún, la escrita desde la añoranza del poeta, en aquellos días a Argentina: «Me acuerdo muchísimo de ti. Dejar de ver a una persona con la que ha estado uno pasando, durante meses, todas las horas del día es muy fuerte para olvidarlo. Máxime si hacia esa persona se siente uno atraído tan poderosamente como yo hacia ti». Lorca regresa de Argentina y se retoma la relación. Cuando el poeta es invitado a Italia a un congreso teatral, la esposa de Ezio Levi, quien le cursó la invitación, le transmitió que podía «acudir con su esposa», a lo que Lorca le respondió que era soltero, pero que asistiría con su secretario personal, Rafael Rodríguez Rapún.


El poeta no dejó de querer a aquel muchacho, quien según algunos testimonios, como los de la escritora y esposa de Alberti, María Teresa León, quedó profundamente afligido al conocer la noticia del asesinato de Federico. Rapún recibió formación militar, paradójicamente en la localidad de Lorca, y dicen que se marchó a morir al frente del Norte, donde encontró a “la flaca”, el 18 de agosto de 1937, justo un año después que García Lorca.



EDUARDO RODRÍGUEZ VALDIVIESO: El “amigo” de Granada.


Fue el amigo granadino del poeta, y conservó sus cartas hasta su muerte, en 1997. Rodríguez Valdivieso, catorce años más joven que Lorca, era alto y apuesto, con ojos oscuros y una sensibilidad a flor de piel. Trabajaba a regañadientes en un banco granadino, amaba la literatura y era pobre e infeliz. Según Ian Gibson, conocer y enamorar a Lorca, ser amigo predilecto suyo durante aproximadamente un año, fue una de las experiencias fundamentales de su vida.


Se conocieron en febrero de 1932, en un baile de disfraces, en el Hotel Alhambra Palace. Él iba vestido de Pierrot y el poeta, de Dominó. Rodríguez Valdivieso recordaba que la fiesta duró hasta la madrugada: «Se bebió tanto que, al día siguiente, pocos se acordaban de la pasada aventura».


Muestra de aquella relación es el contenido de una de las siete cartas que Lorca envió al granadino: «Recibí tu carta que contesto enseguida, muy contento de que te hayas acordado de mí, pues yo creía que casi me habías olvidado. Yo, como siempre, te recuerdo, quiero saber de ti y tener lazo de unión contigo».


El 18 de julio de 1936 Rodríguez Valdivieso visitó la Huerta de San Vicente para celebrar junto con su amigo la festividad de San Federico. Una de aquellas tardes terribles de guerra y represión Federico bajó de su dormitorio y le dijo que había tenido un sueño inquietante: un grupo de mujeres enlutadas enarbolaban unos crucifijos, también negros, con los que le amenazaban”.

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