Thursday, January 3, 2013

EFRAÍN HUERTA (México: 1914 - 1982).


EFRAÍN HUERTA 
(1914 - 1982)

Nació en Guanajuato el 18 de junio de 1914; murió en 1982. Hizo sus primeros estudios en León y Querétaro. En la ciudad de México cursó la preparatoria y los primeros años de la carrera de leyes. Fue periodista profesional desde 1936 y trabajó en los principales periódicos y revistas de la capital y en algunos de provincia. Fue también crítico cinematográfico. Perteneció a la generación de Taller ¡1938-1941), revista literaria que agrupó entre otros, a Octavio Paz, Rafael Solana y Neftalí Beltrán. Viajó por los Estados Unidos y Europa. El gobierno de Francia le otorgó en 1945 las Palmas Académicas. En 1952 visitó Polonia y la Unión Soviética.

Dentro del grupo que integró la generación de Taller, Efraín Huerta se distinguió por su sana conciencia lírica, por su apasionado interés por la redención del hombre y el destino de las naciones que buscan en su organización nuevas normas de vida y de justicia. Sus primeros libros: Absoluto amor y Línea del alba están incluidos en Los hombres del alba, además de su obra publicada en revistas hasta 1944. El amor y la soledad, la vida y la muerte, la rebeldía contra la injusticia, su lucha contra la discriminación racial, la música de los negros, la política y la ciudad de México, son los temas más frecuentes de su poesía. Recibió el Premio Nacional de Poesía en 1976.

......

"Efraín Huerta es uno de los poetas más importantes del siglo veinte en América Latina. Su exquisito manejo del arte poética aunado a su vitalidad expresiva lo convierten en uno de los epígonos de su generación. Es un poeta de ruptura; inmerso en su transcurrir histórico no duda en utilizar las técnicas neo-vanguardistas en forma magistral, creando espacios que no habían sido descubiertos en la expresión poética. Inmerso en una "estética de la impureza" , contrapuesta a la "poesía pura". Efraín Huerta se consideraba "el orgullosamente marginado, el proscrito", comprometido, como todo artista auténtico, con su propia conciencia. El poeta de la rebeldía, cuya obra recupera cada vez más la fuerza expresiva al paso del tiempo, es también el poeta del amor.

Su poesía tiene muchas vertientes y nos ofrece innumerables lecturas, bebamos aquí de la vertiente luminosa de su amor, de la patria de su corazón y de su juventud que lo llevó a trascender su generación cronológica como uno más de los poetas nacidos décadas después. Es el suyo un caso extraño por su constante ruptura con los moldes y por eso falta la distancia para comprenderlo en su justa medida y trascendencia dentro de la historia literaria del siglo veinte".

(Raquel Huerta-Nava, Chapultepec, enero de 1998)
Efraín Huerta por Ermilo Abreu Gómez



Efraín Huerta

Por: Ermilo Abreu Gómez

Larguirucho; de cara angulosa; de tez pálida; de cabello lacio; de ademanes sencillos, casi lánguidos, Efraín Huerta pasa inadvertido en medio de una reunión de escritores. Nada en él le separa del tipo normal de la gente que anda y discurre por esos mundos de Dios. Se diría que él mismo quiere pasar ignorado para el bullicioso ejército de poetas, cuentistas, novelistas y dramaturgos que frecuenta. Su hablar es además mesurado, leve; como hecho para decir con decoro las cosas de la verdad y del sueño.

Pero si nos acercamos a él, poco a poco vamos entrando en su confianza y en su intimidad; si en fuerza de lealtad logramos que las puertas de su alma se abran, entonces con sorpresa, primero, con regocijo, después, nos damos cuenta de que estamos delante de uno de los hombres más recios, más definidos, más hondos y más bien dotados para el ejercicio de la poesía moderna de México.

Cuando se dice poesía moderna se quiere decir, evidentemente, no sólo una nueva técnica —en la cual muchos han quedado prisioneros— sino, de manera más esencial, una nueva conciencia humana, un nuevo sentido de responsabilidad, un nuevo ángulo desde el cual es posible ver y mirar el contenido todo de la vida. Esta poesía participa así, consciente y firmemente, de un criterio político; —tan político como el que se desenvuelve en Dante en el prerrenacimiento italiano, en San Juan de la Cruz en el XVI español, en Heine en el romanticismo alemán.

En Efraín Huerta, como en Juan de la Cabada y en José Revueltas, —para no recordar sino los más definidos escritores de la actual generación— la nueva conciencia social ha madurado con todos sus recursos. El arte que éstos producen no es un arte individualista, ni tampoco un arte de partido, sujeto a consignas, a recursos esotéricos, a señales y signos convencionales. (Los que caen en este laberinto, que también es cueva insondable, perecen bajo los escombros de su propia falsedad estética). El arte que estos escritores producen está impregnado de la doble e inseparable realidad que crean la gracia y la verdad; el arte y la moral; la voz individual y la savia que la anima desde el nido de lo social y lo colectivo. Esto no lo entienden sólo los que no quieren entenderlo. Pero no lo pueden entender tampoco aquellos que, ofuscados, prostituidos por cuqluier fuerza fanática, yacen, inertes, dentro del hermetismo de un arte logrado con fuerza digital.

Puesto en el trance de ejercer este arte adquirido con sangre espiritual, Efraín Huerta ha logrado expresar sin velos retóricos, la voz de su conciencia acorde con la voz de las conciencias populares. Ninguna voz poética -entre la juventud de su tiempo- puede parangonársele con ventaja.

Texto tomado del libro de Ermilo Abreu Gómez. Sala de retratos. Intelectuales y artistas de mi época. Notas cronológicas y biográficas de Jesús Zavala y dos retratos del autor por Octavio G. Barreda y Juan Rejano. México, Editorial Leyenda, 1946, Col Arco Iris. Páginas 136-137.



Efraín Huerta: El alba en llamas
Presentación

Raquel Huerta-Nava

Los auténticos poetas, como los santos
y los grandes futbolistas, nacen y crecen
sin más necesidad que ciertos riegos periódicos,
mucho estudio, lecturas y amigos leales.
Efraín Huerta

Efraín Huerta es uno de los personajes más importantes del siglo veinte en América Latina. Como introducción a los ensayos reunidos en El alba en llamas trataré un aspecto desconocido de su vida: sus años formativos y su entorno familiar. Mi padre, fue un polígrafo, tenía una cultura enciclopédica y una memoria privilegiada debido sin duda, al ininterrumpido ejercicio del periodismo profesional desde el año de 1936 hasta la última semana de enero de 1982 cuando una inesperada insuficiencia renal, que precedió dos semanas a su muerte física lo derrumbó literalmente (sufrió un corte en una oreja) la muerte llegó con “un manotazo duro un golpe helado, un hachazo invisible y homicida”, al grado que dejó un artículo a medias en su máquina de escribir y todos sus asuntos inconclusos, él que siempre fue tan ordenado y previsor. Mi padre fue fundamentalmente un hombre comprometido con su conciencia política, todo lo demás, su poesía, el periodismo, el ejercicio cotidiano de vivir, se deriva de esto. Es entonces, varios hombres a la vez, varias voces se expresan a través suyo, a la manera de Fernando Pessoa. Su faceta más conocida y estudiada es la de poeta, y es la que nos ocupa en este volumen, sin embargo no es la única. Si en cambio, se le ve como un hombre de múltiples facetas, entonces vamos descubriendo al apasionado del arte, de la música, de las mujeres, al periodista político vertical, al poeta extraordinariamente sensible y tierno, al crítico de arte, teatro, cine y literatura, al internacionalista, al dibujante, al amante de los libros, al militante comprometido, al feroz combatiente en las trincheras de la prensa política, al artista devorado por los ángeles y demonios de la poesía y sus dolorosos procesos genésicos, al niño asombrado ante la vida, al eterno adolescente y a un padre profundamente amoroso que adoraba las flores, que era un gran conocedor de las distintas especies vegetales y era capaz de imitar el lenguaje de las aves.

Perteneció a una generación nacida en la etapa más violenta de la revolución mexicana, y su conciencia se forjó al calor de las balas, y de los cuerpos ensangrentados que contemplaba junto a sus hermanos desde su casa en Irapuato. Al igual que Juan Rulfo o Elena Garro, quienes también vivieron en carne propia la pesadilla de una guerra civil que parecía no tener fin, su alma quedó profundamente marcada y esta temprana conciencia del absurdo del mundo se reflejó más tarde en su literatura, en los campos semánticos que el odio dejó sembrados en su corazón.

No recordaba mucho de Silao, su lugar de nacimiento, sin embargo heredó los relatos de sus hermanos mayores de lo que alcanzaban a ver desde las ventanas de su casa en la Calle Real de Guanajuato: “una inundación, la entrada de carrancistas, su salida; la entrada de villistas su salida. Soldados muertos y caballos agonizantes / Caballos muertos, soldados muertos, carrilleras abandonadas... a media calle, enfrente de nuestra casa...” Su infancia transcurrió en Irapuato, en el barrio de las Cuatro Esquinas, allí estudió preescolar y los dos primeros años de primaria. La dolorosa separación de sus padres a causa de otra mujer, provocó una herida permanente, viajó en una especie de destierro del acomodado hogar paterno, en compañía de su madre, embarazada de Enrique, el menor de la familia y sus demás hermanos hacia la ciudad de Guanajuato, acosados por una epidemia de tifus que asolaba la parte baja de El Bajío, allí murió su hermana Carmen “Melita” y la imagen de su ataúd cubierto de margaritas y la angustia de las inundaciones lo acompañarían siempre. Tenía seis o siete años cuando llegaron a León, donde una pobreza a la que no estaban acostumbrados y que imperaba en buena parte del centro y el Bajío, casi se acercó a la miseria, baste decir que la inflación en el centro de la república fue de dos mil por ciento. En León retomó sus estudios primarios y llevó a cabo todo tipo de actividades para contribuir a la economía familiar. Desde luego, la responsabilidad corrió a cargo de sus hermanos mayores Salvador, José, Raquel y Roberto, él fue el séptimo hijo de un total de ocho hermanos, Fidencio otro hermano mayor a quién él no conoció, había muerto poco tiempo después de nacer, lo que era frecuente en las familias mexicanas de principios del siglo veinte. Uno de sus ejemplos heroicos fue la entereza, la fortaleza de carácter y la dignidad que siempre caracterizaron a mi abuela Sara, tan doloroso fue este recuerdo que me fue prácticamente imposible obtener respuestas a los interminables interrogatorios que inicié en mi infancia, retomé en la adolescencia y que ahora continúo documentalmente con las herramientas de la investigación histórica profesional, para descifrar ese enigma llamado Efraín Huerta.

En 1924 la familia decidió mudarse a Guadalajara para que los varones estudiaran la carrera de leyes pero estalló la rebelión de Adolfo de la Huerta, y los combates les cerraron el camino por lo que prefirieron viajar hacia Querétaro donde mi padre vivó seis años hasta que se mudó a la ciudad de México en compañía de sus hermanos mayores. En Querétaro se convirtió en corredor de mil quinientos metros y en jugador de futbol. Ahí nacería otra de sus grandes pasiones: el dibujo, pasaría horas absorto copiando las caprichosas formas arquitectónicas de Santa Rosa De Viterbo, una de sus iglesias preferidas, simultáneamente aprendió tipografía lo que lo llevó a diseñar ediciones con una exquisita caligrafía. Entrando en la adolescencia comenzó a padecer del mal de amores y descubrió sus habilidades para el canto y el baile, quizá por ese motivo guardó un profundo cariño hacia esa ciudad, fuente de varias musas importantes para su creación poética y vital, y el umbral hacia su amado Guanajuato y todo el Bajío, cuyo mapa llevaba grabado en la memoria. En un breve texto sobre esa ciudad describe su relación con ella de esta manera: “Querétaro es la ciudad que se nos ha eternizado en el alma. Pura, limpia e impecable. La ciudad siempre joven e inquieta, siempre misteriosa y luminosa como una rosa que ha comenzado a ser la rosa más bella”.

Su primer acercamiento a la literatura fue la inmensa biblioteca de su padre, una de las más importantes en el Estado de Guanajuato, mi abuelo, el abogado José M. Huerta era un apasionado de la gran literatura, asimismo era un excelente abogado y un cumplido juez municipal. Los políticos locales lo buscaban siempre porque su opinión era decisiva en la elección de presidentes municipales y los políticos del centro lo apreciaban mucho. A su lado, mi padre aprendió la importancia de la participación política en el cambio social, mi abuelo fue un liberal ilustrado y un ferviente partidario de Álvaro Obregón a quien la familia trató cuando el general estableció su centro de operaciones en Irapuato.

Una vez tranquilizadas las relaciones familiares, los hermanos pasaban las vacaciones escolares en Irapuato con su padre y Consuelo, su media hermana. Las vacaciones eran en gran medida monótonas debido a la disciplina paterna, la rutina de mi padre era “por las mañanas, de seis a siete, entrenamiento de futbol, de ocho a tres, trabajo en la imprenta. Tarde y noche, lecturas”. Todos mis tíos fueron lectores voraces y esta aventura compartida y gozada a lo largo de los años fue una de las esencias de la vocación literaria de Efraín y un sinónimo del amor filial enriquecido.

Alrededor de 1928 fundó en Irapuato, junto con los hermanos Prado el semanario La Lucha, donde comenzó a publicar sus primeras columnas satíricas en contra del presidente municipal y publicó “El poema del Bajío”, su primer poema; en esos tempranos años se afilió también al Gran Partido Socialista del Centro de Querétaro. Proveniente de una familia “pequeño burguesa” se identificó tanto con las reivindicaciones sociales de la clase proletaria, rechazando sus orígenes en tal forma, que habrá quien crea que nació al ras del suelo; incluso sentía cierta reticencia a mostrar, por ejemplo, su dominio del francés y del inglés para que no se notara que poseía una formación más completa que la de sus camaradas obreros.

En 1930 se mudó, junto con sus hermanos mayores, a la ciudad de México para proseguir sus estudios de arte iniciados en la Academia de Bellas Artes de Querétaro, como tenía que regularizar algunas materias no pudo ingresar de inmediato a la Academia de San Carlos, esto sería definitivo en su vida, pues en cambio, se inscribió en la Preparatoria Nacional, donde conoció a un grupo de jóvenes que con el tiempo cambiarían la historia de las letras nacionales. En el Grupo A-1 conoció a Rafael Solana, Cristóbal Sáyago, Carlos Villamil Castillo, Enrique Ramos Valdés, novelista, Guillermo Olguín Hermida, Víctor Miguel Salinas Quinard, su hermana La Chata Adela María, una de las musas de Absoluto amor, Waldo Vargas, Rodolfo Millán, Ignacio Carrillo Zalce, pianista excepcional y a muchos otros. 

Bajo aquella atmósfera también conoció a Octavio Paz, Rafael López Malo, José Alvarado, Enrique Ramírez y Ramírez y Carmen Toscano. Quienes comenzaron a publicar la revista Barandal y, luego, Cuadernos del Valle de México. En 1933 publicaron sus primeros libros Octavio Paz (Luna silvestre) y Rafael Solana, (Ladera). Por aquel tiempo, Solana fundó la revista Taller Poético, madre legítima de Taller, afirmaba mi padre, revista esta última que ha denominado a esa generación. Su primer libro Absoluto amor, apareció hasta 1935 y en ese momento supo que estaba “perdido para la abogacía pero ganado para algo que considero superior: la Poesía”.

El principal interés de Efraín en aquellos años era la política y consideraba que su participación en Taller fue muy modesta, ocupaba su tiempo en la militancia activa y estudiaba marxismo bajo la guía intelectual de José Carlos Mariátegui. Dedicó muchos años de su vida a la crítica cinematográfica, así como a la defensa de la paz mundial, labor que lo llevó a conocer diversas capitales del mundo, apasionado de Varsovia, enamorado de Praga, seducido por Ámsterdam, impresionado por Moscú, consideraba que The Cloisters (Los Claustros) en el Museo de Arte Moderno en Nueva York era el lugar más bello del mundo.

Le fueron otorgados, entre otros, el Premio Nacional de Literatura, el Xavier Villaurrutia y el Nacional de Periodismo, en los tres casos, donó el dinero para las causas sociales. Sobrevivió a siete operaciones en el Centro Médico Nacional y se consideraba muy afortunado. En sus últimos años solía repasar su vida, satisfecho por todo: su familia, sus hijos, su poesía (Los hombres del alba, fue su libro favorito) y su carrera periodística. Para Efraín Huerta la poesía amorosa es esencial, básica, fundamental. Sin poesía erótica, amorosa, no hay poesía. Es el motor más poderoso, del que deriva incluso la gran poesía social o de testimonio. Consideraba que “el poeta es un ciudadano común y corriente, que con cierta frecuencia utiliza un arma secreta que puede disparar tremendos poemas de amor, de exaltación de nuestro orgulloso pasado o del espantoso presente en un mundo enloquecido”. “El ciudadano se transforma en un soldado, en un militante, en un testigo de cargo. El escritor debe tener la responsabilidad de ser humilde y de aceptar que siempre está empezando a escribir, o sea que todos los días debe andar un caminito de perfección. Si llega a la meta, hay muchos laureles en su futuro, aunque ninguna cuenta bancaria.”

El alba en llamas conformado por un acercamiento a su obra por parte de nueve destacados escritores jóvenes originarios de distintas ciudades de la república y con diversas formaciones vitales, es una lectura moderna de la obra de un autor que sigue siendo en este tercer milenio y a veinte años de su muerte uno de los poetas más leídos en México y Latinoamérica. El Fondo Editorial Tierra Adentro y el Instituto de Cultura de Guanajuato se unen a este homenaje al Poeta del Alba.


Raquel Huerta-Nava



Huerta-Nava, Raquel, presentación y selección. Efraín Huerta: El alba en llamas. Ensayos de: José Eduardo Aguirre, Raúl Bravo, Kenia Cano, Luis Vicente de Aguinaga, Roxana Elvridge-Thomas, Diana Espinoza, Norma Garza, Carlos Oliva, Heriberto Yépez, México, CONACULTA/ Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato, 2002, 150 pp., Fondo Editorial Tierra Adentro, núm. 251.

Selección de Poemas de Efraín Huerta

WEBMASTER: Justo Alarcón

ÍNDICE

BUENOS DÍAS A DIANA CAZADORA
ÉSTE ES UN AMOR
DECLARACIÓN DE AMOR
DECLARACIÓN DE ODIO
LA MUCHACHA EBRIA
ÓRDENES DE AMOR
PARA GOZAR TU PAZ
ERES, AMOR...
LA PALOMA Y EL SUEÑO
ABSOLUTO AMOR
LAS VOCES PROHIBIDAS EL AMOR
LOS RUIDOS DEL ALBA
CANCIÓN DE LA DONCELLA... 
LA ROSA PRIMITIVA
MEDITACIÓN DE LA ROSA



BUENOS DÍAS A DIANA CAZADORA

Muy buenos días, laurel, muy buenos días, metal, bruma y silencio.
Desde el alba te veo, grandiosa espiga, persiguiendo a la niebla,
y eres, en mi memoria, esencia de horizonte, frágil sueño.
Olaguíbel te dio la perfección del vuelo y el inefable encanto de estar quieta,
serena, rodilla al aire y senos hacia siempre, como pétalos
que se hubiesen caldo, mansamente, de la espléndida rosa de toda adolescencia.

Muy buenos días, oh selva, laguna de lujuria, helénica y ansiosa.
Buenos días en tu bronce de violetas broncíneas, y buenos días, amiga,
para tu vientre o playa donde nacen deseos de espinosa violencia.
¡Buenos días, cazadora,.flechadora del alba, diosa de los crepúsculos!
Dejo a tus pies un poco de anhelo juvenil y en tus hombros, apenas,
abandono las alas rotas de este poema.



ÉSTE ES UN AMOR


Éste es un amor que tuvo su origen
y en un principio no era sino un poco de miedo
y una ternura que no quería nacer y hacerse fruto.
Un amor bien nacido de ese mar de sus ojos,
un amor que tiene a su voz como ángel y bandera,
un amor que huele a aire y a nardos y a cuerpo húmedo,
un amor que no tiene remedio, ni salvación,
ni vida, ni muerte, ni siquiera una pequeña agonía.

Éste es un amor rodeado de jardines y de luces
y de la nieve de una montaña de febrero
y del ansia que uno respira bajo el crepúsculo de San Ángel
y de todo lo que no se sabe, porque nunca se sabe
por qué llega el amor y luego las manos
- esas terribles manos delgadas como el pensamiento -
se entrelazan y un suave sudor de - otra vez - miedo,
brilla como las perlas abandonadas
y sigue brillando aun cuando el beso, los besos,
los miles y millones de besos se parecen al fuego
y se parecen a la derrota y al triunfo
y a todo lo que parece poesía - y es poesía.

Ésta es la historia de un amor con oscuros y tiernos orígenes:
vino como unas alas de paloma y la paloma no tenía ojos
y nosotros nos veíamos a lo largo de los ríos
y a lo ancho de los países
y las distancias eran como inmensos océanos
y tan breves como una sonrisa sin luz
y sin embargo ella me tendía la mano y yo tocaba su piel llena de gracia
y me sumergía en sus ojos en llamas
y me moría a su lado y respiraba como un árbol despedazado
y entonces me olvidaba de mi nombre
y del maldito nombre de las cosas y de las flores
y quería gritar y gritarle al lado que la amaba
y que yo ya no tenía corazón para amarla
sino tan sólo una inquietud del tamaño del cielo
y tan pequeña como la tierra que cabe en la palma de la mano.

Y yo veía que todo estaba en sus ojos - otra vez ese mar -,
ese mal, esa peligrosa bondad,
ese crimen, ese profundo espíritu que todo lo sabe
y que ya ha adivinado que estoy con el amor hasta los hombros,
hasta el alma y hasta los mustios labios.
Ya lo saben sus ojos y ya lo sabe el espléndido metal de sus muslos,
ya lo saben las fotografías y las calles
y ya lo saben las palabras - y las palabras y las calles y las fotografías
ya saben que lo saben y que ella y yo lo sabemos
y que hemos de morirnos toda la vida para no rompernos el alma
y no llorar de amor.



DECLARACIÓN DE AMOR


Ciudad que llevas dentro
mi corazón, mi pena,
la desgracia verdosa
de los hombres del alba,
mil voces descompuestas
por el frío y el hambre.

Ciudad que lloras, mía,
maternal, dolorosa,
bella como camelia
y triste como lágrima,
mírame con tus ojos
de tezontle y granito,
caminar por tus calles
como sombra o neblina.

Soy el llanto invisible
de millares de hombres.

Soy la ronca miseria,
la gris melancolía,
el fastidio hecho carne.
Yo soy mi corazón desamparado y negro.

Ciudad, invernadero,
gruta despedazada.

Bajo tu sombra, el viento del invierno
es una lluvia triste, y los hombres, amor,
son cuerpos gemidores, olas
quebrándose a los pies de las mujeres
en un largo momento de abandono
-como nardos pudriéndose.

Es la hora del sueño, de los labios resecos,
de los cabellos lacios y el vivir sin remedio.

Pero si el viento norte una mañana,
una mañana larga, una selva,
me entregara el corazón desecho
del alba verdadera, ¿imaginas, ciudad,
el dolor de las manos y el grito brusco, inmenso,
de una tierra sin vida?
Porque yo creo que el corazón del alba
en un millón de flores,
el correr de la sangre
o tu cuerpo, ciudad, sin huesos ni miseria.

Los hombres que te odian no comprenden
cómo eres pura, amplia,
rojiza, cariñosa, ciudad mía;
cómo te entregas, lenta,
a los niños que ríen,
a los hombres que aman claras hembras
de sonrisa despierta y fresco pensamiento,
a los pájaros que viven limpiamente
en tus jardines como axilas,
a los perros nocturnos
cuyos ladridos son mares de fiebre,
a los gatos, tigrillos por el día,
serpientes en la noche,
blandos peces al alba;
cómo te das, mujer de mil abrazos,
a nosotros, tus tímidos amantes:
cuando te desnudamos, se diría
que una cascada nace del silencio
donde habitan la piel de los crepúsculos,
las tibias lágrimas de los relojes,
las monedas perdidas,
los días menos pensados
y las naranjas vírgenes.

Cuando llegas, rezumando delicia,
calles recién lavadas
y edificios-cristales,
pensamos en la recia tristeza del subsuelo,
en lo que tienen de agonía los lagos
y los ríos,
en los campos enfermos de amapolas,
en las montañas erizadas de espinas,
en esas playas largas
donde apenas la espuma
es un pobre animal inofensivo,
o en las costas de piedra
tan cínicas y bravas como leonas;
pensamos en el fondo del mar
y en sus bosques de helechos,
en la superficie del mar
con barcos casi locos,
en lo alto del mar
con pájaros idiotas.

Yo pienso en mi mujer:
en su sonrisa cuando duerme
y una luz misteriosa la protege,
en sus ojos curiosos cuando el día
es un mármol redondo.
Pienso en ella, ciudad,
y en el futuro nuestro:
en el hijo, en la espiga,
o menos, en el grano de trigo
que será también tuyo,
porque es de tu sangre,
de tus rumores,
de tu ancho corazón de piedra y aire,
de nuestros fríos o tibios,
o quemantes y helados pensamientos,
humildades y orgullo, mi ciudad,

Mi gran ciudad de México:
el fondo de tu sexo es un criadero
de claras fortalezas,
tu invierno es un engaño
de alfileres y leche,
tus chimeneas enormes
dedos llorando niebla,
tus jardines axilas la única verdad,
tus estaciones campos
de toros acerados,
tus calles cauces duros
para pies varoniles,
tus templos viejos frutos
alimento de ancianas,
tus horas como gritos
de monstruos invisibles,
¡tus rincones con llanto
son las marcas de odio y de saliva
carcomiendo tu pecho de dulzura!



DECLARACIÓN DE ODIO


Estar simplemente como delgada carne ya sin piel,
como huesos y aire cabalgando en el alba,
como un pequeño y mustio tiempo
duradero entre penas y esperanzas perfectas.
Estar vilmente atado por absurdas cadenas
y escuchar con el viento los penetrantes gritos
que brotan del océano:
agonizantes pájaros cayendo en la cubierta
de los barcos oscuros y eternamente bellos,
o sobre largas playas ensordecidas, ciegas
de tanta fina espuma como miles de orquídeas.
Porque, ¡qué alto mar, sucio y maravilloso!
Hay olas como árboles difuntos,
hay una rara calma y una fresca dulzura,
hay horas grises, blancas y amarillas.

Y es el cielo del mar, alto cielo con vida
que nos entra en la sangre, dando luz y sustento
a lo que hubiera muerto en las traidoras calles,
en las habitaciones turbias de esta negra ciudad.
Esta ciudad de ceniza y tezontle cada día menos puro,
ciudad de acero, sangre y apagado sudor.

Amplia y dolorosa ciudad donde caben los perros,
la miseria y los homosexuales,
las prostitutas y la famosa melancolía de los poetas,
los rezos y las oraciones de los cristianos.

Sarcástica ciudad donde la cobardía y el cinismo son alimento diario
de los jovencitos alcahuetes de talles ondulantes,
de las mujeres asnas, de los hombres vados.

Ciudad negra o colérica o mansa o cruel,
o fastidiosa nada más: sencillamente tibia.

Pero valiente y vigorosa porque en sus calles viven los días rojos y azules
de cuando el pueblo se organiza en columnas,
los días y las noches de los militantes comunistas,
los días y las noches de las huelgas victoriosas,
los crudos días en que los desocupados adiestran su rencor
agazapados en los jardines o en los quicios dolientes.

¡Los días en la ciudad! Los días pesadísimos
como una cabeza cercenada con los ojos abiertos.
Estos días como frutas podridas.
Días enturbiados por salvajes mentiras.
Días incendiarios en que padecen las curiosas estatuas
y los monumentos son más estériles que nunca.

Larga, larga ciudad con sus albas como vírgenes hipócritas,
con sus minutos como niños desnudos,
con sus bochornosos actos de vieja díscola y aparatosa,
con sus callejuelas donde mueren extenuados, al fin,
los roncos emboscados y los asesinos de la alegría.

Ciudad tan complicada, hervidero de envidias,
criadero de virtudes desechas al cabo de una hora,
páramo sofocante, nido blando en que somos
como palabra ardiente desoída,
superficie en que vamos como un tránsito oscuro,
desierto en que latimos y respiramos vicios,
ancho bosque regado por dolorosas y punzantes lágrimas,
lágrimas de desprecio, lágrimas insultantes.

Te declaramos nuestro odio, magnifica ciudad.
A ti, a tus tristes y vulgarísimos burgueses,
a tus chicas de aire, caramelos y films americanos,
a tus juventudes ice cream rellenas de basura,
a tus desenfrenados maricones que devastan
las escuelas, la plaza Garibaldi,
la viva y venenosa calle de San Juan de Letrán.

Te declaramos nuestro odio perfeccionado a fuerza de sentirte cada día más inmensa,
cada hora más blanda, cada línea más brusca.

Y si te odiamos, linda, primorosa ciudad sin esqueleto,
no lo hacemos por chiste refinado, nunca por neurastenia,
sino por tu candor de virgen desvestida,
por tu mes de diciembre y tus pupilas secas,
por tu pequeña burguesía, por tus poetas publicistas,
¡por tus poetas, grandísima ciudad!, por ellos y su enfadosa categoría de descastados,
por sus flojas virtudes de ocho sonetos diarios,
por sus lamentos al crepúsculo y a la soledad interminable,
por sus retorcimientos histéricos de prometeos sin sexo
o estatuas del sollozo, por su ritmo de asnos en busca de una flauta.

Pero no es todo, ciudad de lenta vida.

Hay por ahí escondidos, asustados, acaso masturbándose,
varias docenas de cobardes, niños de la teoría,
de la envidia y el caos, jóvenes del "sentido práctico de la vida",
ruines abandonados a sus propios orgasmos,
viles niños sin forma mascullando su tedio,
especulando en libros ajenos a lo nuestro.

¡A lo nuestro, ciudad, lo que nos pertenece,
lo que vierte alegría y hace florecer júbilos,
risas, risas de gozo de unas bocas hambrientas,
hambrientas de trabajo,
de trabajo y orgullo de ser al fin varones
en un mundo distinto!

Así hemos visto limpias decisiones que saltan
paralizando el ruido mediocre de las calles,
puliendo caracteres, dando voces de alerta,
de esperanza y progreso.

Son rosas o geranios, claveles o palomas,
saludos de victoria y puños retadores.
Son las voces, los brazos y los pies decisivos,
y los rostros perfectos, y los ojos de fuego,
y la táctica en vilo de quienes hoy te odian
para amarte mañana cuando el alba sea alba
y no chorro de insultos, y no río de fatigas,
y no una puerta falsa para huir de rodillas.



LA MUCHACHA EBRIA


Este lánguido caer en brazos de una desconocida,
esta brutal tarea de pisotear mariposas y sombras y cadáveres;
este pensarse árbol, botella o chorro de alcohol,
huella de pie dormido, navaja verde o negra;
este instante durísimo en que una muchacha grita,
gesticula y sueña por una virtud que nunca fue la suya.

Todo esto no es sino la noche,
sino la noche grávida de sangre y leche
de niños que se asfixian,
de mujeres carbonizadas
y varones morenos de soledad
y misterioso, sofocante desgaste.

Sino la noche de la muchacha ebria
cuyos gritos de rabia y melancolía
me hirieron como el llanto purísimo
como las náuseas y el rencor,
como el abandono y la voz de las mendigas.

Lo triste es este llanto, amigos, hecho de vidrio molido
y fúnebres gardenias despedazadas en el umbral de las cantinas
llanto y sudor molidos, en que hombres desnudos, con sólo negra barba
y feas manos de miel se bañan sin angustia, sin tristeza:
llanto ebrio, lágrimas de claveles, de tabernas enmohecidas,
de la muchacha que se embriaga sin tedio ni pesadumbre,
de la muchacha que una noche
y era una santa noche me entregara su corazón derretido,
sus manos de agua caliente, césped, seda,
sus pensamientos tan parecidos a pájaros muertos,
sus torpes arrebatos de ternura,
su boca que sabía a taza mordida por dientes de borrachos,
su pecho suave como una mejilla con fiebre,
y sus brazos y piernas con tatuajes,
y su naciente tuberculosis,
y su dormido sexo de orquídea martirizada.

Ah, la muchacha ebria, la muchacha del sonreír estúpido
y la generosidad en la punta de los dedos,
la muchacha de la confiada, inefable ternura para un hombre,
como yo, escapado apenas de la violencia amorosa.

Este tierno recuerdo siempre será una lámpara frente a mis ojos,
una fecha sangrienta y abatida.

¡Por la muchacha ebria, amigos míos!



ÓRDENES DE AMOR

"¡Ten piedad de nuestro amor
y cuídalo, oh vida!"

(Carlos Pellicer)


1

Amor mío, embellécete.

Perfecto, bajo el cielo, lámpara
de mil sueños, ilumíname.
amor. Orquídea de mil nubes,
desnúdate, vuelve a tu origen,
agua de mis vigilias,
lluvia mía, amor mío.
Hermoso seas por siempre
en el eterno sueño
de nuestro cielo,
amor.

2

Amor mío, ampárame.

Una piedad sin sombra
de piedad es la vida. Sombra
de mi deseo, rosa de fuego.

Voy a tu lado, amor,
como un desconocido.

Y tú me das la dicha
y tú me das el pan,
la claridad del alba
y el frutal alimento,
dulce amor.

3

Amor mío, obedéceme:
ven despacio, así, lento,
sereno y persuasivo.

Sé dueño de mi alma,
cuando en todo momento
mi alma vive en tu piel.

Vive despacio, amor,
y déjame beber,
muerto de ansia,
dolorido y ardiente,
el dulce vino, el vino
de tu joven imperio,
dueño mío.

4

Amor mío, justifícame;
lléname de razón y de dolor.

Río de nardos, lléname
con tus aguas: ardor de ola,
mátame...

Amor mío.

Ahora sí, bendíceme
con tus dedos ligeros,
con tus labios de ala,
con tus ojos de aire,
con tu cuerpo invisible,
oh tú, dulce recinto
de cristal y de espuma,
verso mío tembloroso,
amor definitivo.

5

Amor mío, encuéntrame.

Aislado estoy, sediento
de tu virgen presencia,
de tus dientes de hielo.

Hállame, dócil fiera,
bajo la breve sombra de tu pecho,
y mírame morir,
contémplame desnudo
acechando tu danza,
el vuelo de tu pie,
y vuélveme a decir
las sílabas antiguas del alba:
Amor, amor-ternura,
amor-infierno,
desesperado amor.

6

Amor, despiértame
a la hora bendita, alucinada,
en que un hombre solloza
víctima de sí mismo y ábreme
las puertas de la vida.

Yo entraré silencioso
hasta tu corazón, manzana de oro
en busca de la paz
para mi duelo. Entonces
amor mío, joven mía,
en ráfagas la dicha placentera
será nuestro universo.

Despiértame y espérame,
amoroso amor mío.



PARA GOZAR TU PAZ


Como el viento agita las altas hierbas
así mis dedos vuelan sobre tu cabellera de diamantes,
y la noche de alcohol y los árboles de oro
encierran para siempre un sollozo de triunfo,
el ay de la alegría, el ah definitivo.

Como el aire de junio en la colina
mueve la dulce sombra de la nube,
así mi corazón se sacrifica
en el húmedo templo de tu pelo.

Nave sin dueño, sombra de ardorosa
violencia, esta mi mano canta
bajo el murmullo alado de tu gloria.

Porque tienes la luz y la belleza
en el sereno estanque de tu rostro,
así el negro laurel es tu corona
y es mi fatiga y es
la sangre del insomnio.

Sólo cuando el pecado es la guirnalda
y la atadura, la cadena infinita
y el profundo latido; sólo cuando
la hora ha llegado, y tú,
joven de rosas y jazmines,
miras al horizonte del deseo
y dejas que el tesoro de seda y maravilla
sea la noche en mis manos,
sólo entonces, dorada,
todo me pertenece:
las hierbas agitadas y el viento
corriendo como el agua entre mis dedos:
agua de mi delirio, eterna fiebre,
espejismo y violencia, dura espina
pedernal de la muerte, lento mármol,
millón de espigas negras.

Donde nace la idea,
donde tus pensamientos
-aves en dulce selva sometidas-,
donde mis labios buscan el milagro,
ahí estará mi fuerza.

Ahí estará el dolor de mi presencia:
al pie de tu dominio y tu pureza,
sin más aroma que el júbilo
y una medalla de aire,
palpitante, como el fuego
de una lágrima viva.

Crece la hierba, el río,
y el ala de la garza
es la mano de Dios que se despide.

Crece el amor en invisible grito
¡quemante, activa espada),
y el corazón despierta
como herido de muerte.

Doblo la lenta hoja del silencio
y te apareces tú, página y perla,
con el cabello al viento
y una cierta sonrisa de alta luna.

Suave y veloz, como el aire de junio,
beso tu cabellera de diamantes,
el tesoro escondido de tu sueño,
y digo adiós a la violencia
para gozar tu paz,
tu dulce, tu gloriosa geografía,
por siempre detenido,
por siempre enamorado.



ERES, AMOR...


Eres, amor, el brazo con heridas
y la pisada en falso sobre un cielo.

Eres el que se duerme, solitario,
en el pequeño bosque de mi pecho.

Eres, amor, la flor del falso nombre.

Eres el viejo llanto y la tristeza,
la soledad y el río de la virtud,
el brutal aletazo del insomnio
y el sacrificio de una noche ciega.

Eres, amor, la flor del falso nombre.

Eres un frágil nido, recinto de veneno,
despiadada piedad, ángel caído,
enlutado candor de adolescencia
que hubiese transcurrido como un sueño.

Eres, amor, la flor del falso nombre.
Eres lo que me mata, lo que ahoga
el pequeño ideal de ir viviendo.

Eres desesperanza, triste estatua
de polvo nada más, de envidia sorda.
Eres, amor, la flor del falso nombre.



LA PALOMA Y EL SUEÑO


Tú no veías el árbol, ni la nube ni el aire.
Ya tus ojos la tierra se los había bebido
y en tu boca de seda sólo un poco de gracia
fugitiva de rosas, y un lejano suspiro.

No veías ni mi boca que se moría de pena
ni tocabas mis manos huecas, deshabitadas.
Espeso polvo en torno daba un sabor a muerte
al solemne vivir la vida más amarga.

Había sed en tus ojos. Suave sudor tu frente
recordaba los ríos de suave, lenta infancia.
Yo no podía con mi alma. Mi alma ya no podía
con mi cuerpo tan roto de rotas esperanzas.

Tus palabras sonaban a olas de frágil vuelo.
Tus palabras tan raras, tan jóvenes, tan fieles.
Una estrella miraba cómo brilla tu vida.
Una rosa de fuego reposaba en tu frente.

Y no veías los árboles, ni la nube ni el aire.
Parecías desmayarte bajo el beso y su llama.
Parecías la paloma extraviada en su vuelo:
la paloma del ansia, la paloma que ama.

Te dije que te amaba, y un temblor de misterio
asomó a tus pupilas. Luego miraste, en sueños,
los árboles, la nube y el aire estremecido,
y en tus húmedos ojos hubo un aire de reto.

No parecías la misma de otras horas sin horas.
Ya sueñas, o ya vuelas y ni vuelas ni sueñas.
Te fatigan los brazos que te abrazan, paloma,
y, al sollozar, a un lirio desmayado recuerdas.

Ya sé que estoy perdido, pero siempre ganado.
Perdido entre tu sombra, ganado para nunca.
Mil besos son mil pétalos protegiendo tu piel
y tu piel es la lámpara que mis ojos alumbra.

¡Oh geografía del ansia, geografía de tu cuerpo!
Voy a llorar las lágrimas más amargas del mundo.
Voy a besar tu sombra y a vivir tu recuerdo.
Voy a vivir muriendo. Soy el que nunca estuvo.



ABSOLUTO AMOR


Como una limpia mañana de besos morenos
cuando las plumas de la aurora comenzaron
a marcar iniciales en el cielo. Como recta
caída y amanecer perfecto.

Amada inmensa
como una violeta de cobalto puro
y la palabra clara del deseo.

Gota de anís en el crepúsculo
te amo con aquella esperanza del suicida poeta
que se meció en el mar
con la más grande de las perezas románticas.

Te miro así
como mirarían las violetas una mañana
ahogada en un rocío de recuerdos.

Es la primera vez que un absoluto amor de oro
hace rumbo en mis venas.

Así lo creo te amo
y un orgullo de plata me corre por el cuerpo.



LAS VOCES PROHIBIDAS


Más despacio que nunca, casi agónicas,
marchan y duelen estas voces o estrellas.

Húmedos pies descalzos, breves pieles,
dulce origen, impío desorden. Voces
que purifican lo que tocan. Voces
todo milagro. Suaves voces de amor.

Voces para decir amor toda la vida
y todo el santo día y a la lenta distancia
de una noche de sueño, amor y voces.

Cálidas o despiertas, dormidas o ya frías,
estas voces se pegan a los labios
y dicen y se dicen altos, duros misterios,
prohibidos latidos, esbeltos calosfríos.

Despaciosas y firmes, llegan como
las bestias, crecen como el encino,
y no hay en ellas nada que no sea verdadero.

Pero duelen. Son dardos de amorosa ponzoña
y dan la seca muerte del olvido.

No perdonan, no aman,
no son ríos serenos, sino fuego,
ardiente maldición, dolorosa quietud.

Vienen así, calladas, caminando caminos
de helado polvo. Son las voces
que ya nunca se dicen.

Por eso duelen y por eso ardo
junto a ellas, como al pie de una hoguera.
Ardo y adoro al mismo tiempo
porque nada me callan o no me dicen nada.

Asciendo rudas catedrales de miedo
y el vacío es un lago de hambre y sal.
Me maldigo con ellas
pero duermo con ellas.

Cuando la sed se haya quemado
en mi garganta,
cuando no tenga paz ni amor,
cuando todo sea voces y no llantos,
una pequeña sombra habrá a mi lado.

No la rosa del ansia ni el clavel de miseria,
sino la joven luz del alba,
la joven voz del alba mía.



EL AMOR


El amor viene lento como la tierra negra,
como luz de doncella, como el aire del trigo.
Se parece a la lluvia lavando viejos árboles,
resucitando pájaros. Es blanquísimo y limpio,
larguísimo y sereno: veinte sonrisas claras,
un chorro de granizo o fría seda educada.

Es como el sol, el alba: una espiga muy grande.

Yo camino en silencio por donde lloran piedras
que quieren ser palomas, o estrellas,
o canarios: voy entre campanas.
Escucho los sollozos de los cuervos que mueren,
de negros perros semejantes a tristes golondrinas.

Yo camino buscando tu sonrisa de fiesta,
tu azul melancolía, tu garganta morena
y esa voz de cuchillo que domina mis nervios.
Ignorante de todo, llevo el rumbo del viento,
el olor de la niebla, el murmullo del tiempo.

Enséñame tu forma de gran lirio salvaje:
cómo viven tus brazos, cómo alienta tu pecho,
cómo en tus finas piernas siguen latiendo rosas
y en tus largos cabellos las dolientes violetas.

Yo camino buscando tu sonrisa de nube,
tu sonrisa de ala, tu sonrisa de fiebre.
Yo voy por el amor, por el heroico vino
que revienta los labios. Vengo de la tristeza,
de la agria cortesía que enmohece los ojos.

Pero el amor es lento, pero el amor es muerte
resignada y sombría: el amor es misterio,
es una luna parda, larga noche sin crímenes,
río de suicidas fríos y pensativos, fea
y perfecta maldad hija de una Poesía
que todavía rezuma lágrimas y bostezos,
oraciones y agua, bendiciones y penas.

Te busco por la lluvia creadora de violencias,
por la lluvia sonora de laureles y sombras,
amada tanto tiempo, tanto tiempo deseada,
finalmente destruida por un alba de odio.



LOS RUIDOS DEL ALBA


I

Te repito que descubrí el silencio
aquella lenta tarde de tu nombre mordido,
carbonizado y vivo
en la gran llama de oro de tus diecinueve años.

Mi amor se desligó de las auroras
para entregarse todo a su murmullo,
a tu cristal murmullo de madera blanca incendiada.

Es una herida de alfiler sobre los labios tu recuerdo,
y hoy escribí leyendas de tu vida
sobre la superficie tierna de una manzana.

Y mientras todo eso,
mis impulsos permanecen inquietos,
esperando que se abra una ventana para seguirte
o estrellarse en el cemento doloroso de las banquetas.
Pero de las montañas viene un ruido tan frío
que recordar es muerte y es agonía el sueño.

Y el silencio se aparta, temeroso
del cielo sin estrellas,
de la prisa de nuestras bocas
y de las camelias y claveles desfallecidos.


II

Expliquemos al viento nuestros besos.
Piensa que el alba nos entiende:
ella sabe lo bien que saboreamos
el rumor a limones de sus ojos,
el agua blanca de sus brazos.

¡Parece que los dientes rasgan trozos de nieve.
El frío es grande y siempre adolescente.
El frío, el frío: ausencia sin olvido.)

Cantemos a las flores cerradas,
a las mujeres sin senos
y a los niños que no miran la luna.
Cantemos sin mirarnos.

Mienten aquellos pájaros y esas cornisas.
Nosotros no nos amamos ya.
Realmente nunca nos amamos.

Llegamos con el deseo y seguimos con él.
Estamos en el ruido del alba,
en el umbral de la sabiduría,
en el seno de la locura.

Dos columnas en el atrio
donde mendigan las pasiones.
Perduramos, gozamos simplemente.

Expliquemos al viento nuestros besos
y el amargo sentido de lo que cantamos.

No es el amor de fuego ni de mármol.

El amor es la piedad que nos tenemos.



LA ROSA PRIMITIVA


Escribo bajo el ala del ángel más perverso:
la sombra de la lluvia y el sonreír de cobre de la niebla
me conducen, oh estatuas, hacia un aire maduro,
hacia donde se encierra la gran severidad de la belleza.

Escribo las palabras y el penetrante nombre del poema,
y no encuentro razón, flor que no sea
la rosa primitiva de la ciudad que habito.

Nunca el poema fue tan serio como hoy, y nunca el verso
tuvo la estatura de bronce de lo que no se oculta.

Hacia el amor, las manos, y en las manos, gimiendo,
hojas de yerba amarga del pensamiento gris,
secas raíces de una melancolía sin huesos,
la danza del deseo muerto a vuelta de esquina
y un sollozo frustrado gracias a la ternura.

Hacia el amor, sonrisas, y en ellas, como almas,
el malogrado espíritu de un mensaje que un día
cobró cierta estructura, y que hoy, entorpecido,
circula por las venas.

Nunca digas a nadie que tienes la verdad en un puño,
o que a tus plantas, quieta, perdura la virtud.

Ama con sencillez, como si nada.

Sé dueño de tu infierno, propietario absoluto
de tu deseo y tus ansias, de tu salud y tus odios.

Fabrícate, en secreto, una ciudad sagrada,
y equilibra en su centro la rosa primitiva.

Al pueblo y a la hembra que enciendan cuanto hay en ti de hermoso,
y murmuren mensajes en tus oídos frágiles,
debes verlos con santa melancolía y un aire desdeñoso,
mandarlos hacia nunca, hacia siempre,
hacia ninguna parte...

Quédate con la rosa del calosfrío,
la rosa del espanto estatuario,
la inmaculada rosa de la calle,
la rosa de los pétalos hirientes,
la rosa-herrumbre del fiero desencanto,
la primitiva rosa de carne y desaliento,
la rosa fiel, la rosa que no miente,
la rosa que en tu pecho debe ser la paloma
del latido fecundo y el vivir con un pulso
de gran deseo hirviendo a flor de labio.

La rosa, en fin, de las espinas de oro
que nuestra piel desgarran y la elevan
hacia el sereno cielo de donde la poesía
nos llega mutilada, como ruinas del alba.



CANCIÓN DE LA DONCELLA DEL ALBA

(Para Thelma)


Se mete piel adentro
como paloma ciega,
como ciega paloma
cielo adentro.

Mar adentro en la sangre,
adentro de la piel.
Perfumada marea,
veneno y sangre.

Aguja de cristal
en la boca salada.
Marea de piel y sangre,
marea de sal.

Vaso de amarga miel:
sueño dorado,
sueño adentro
de la cegada piel.

Entra a paso despacio,
dormida danza;
entra debajo un ala,
danza despacio.

Domina mi silencio
la voz del alba.
Domíname, doncella,
con tu silencio.

Tómame de la mano,
llévame adentro
de tu callada espuma,
ola en la mano.
Silencio adentro sueño
con lentas pieles,
con labios tan heridos
como mi sueño.

Voy vengo en la ola,
coral y ola,
canto canción de arena
sobre la ola.

Oh doncella de paz,
estatua de mi piel,
llévame de la mano
hacia tu paz.

Búscame piel adentro
anidado en tu axila,
búscame allí,
amor adentro.

Pues entras, fiel paloma,
pisando plumas
como desnuda nube,
nube o paloma.

Debo estar vivo, amor,
para saberte toda,
para beberte toda
en un vaso de amor.

Alerta estoy, doncella
del alba; alerta
al sonoro cristal
de tu origen, doncella.



MEDITACIÓN DE LA ROSA


Supón, mi amor, que trazamos la hora con una rosa
y que el agua es la medida de todas las rosas.
Piensa, azucena, en un becqueriano batir de alas
presente a nuestro paso, inmerso en nuestro tiempo.

Siempre hay alguien desnudo en lo que va del cielo
a esta tierra de duros y salobres pensamientos.
Yo te miro decir y escucho tu silencio
cuando lloro los días que fueron pavorosos.

Una balada es un poco de tibia espuma
es un sereno atardecer salido de la nada.
Supón entonces, amor mío, que hay un espejo
al que sonríes por las verdades ya dichas.

La luna acaba de ser amada, dijo un poeta
que simplemente se llamaba Juan punto y aparte.
Sabes bien que habrá una invasión de misterios
bien soñados tal vez o dulcemente pensados.

Andamos y desandamos mil y un caminos
como sombritas de fieras sin salida posible.
El hombre es la más bella conquista del aire
insistió aquel poeta que se llamaba nada más Juan.
Un miedo de singulares perfiles nos abruma
mientras morimos gritando ¡amor! amor.

Hemos vivido más o menos como ángeles en pena
navegando en lo que llamamos un desierto ardiente.
Amando hasta nunca decir basta de amar
y oído y visto guerras de infinito terror.

La bondad nos quedaba estrictamente prohibida
porque ya no había espacio ni necesaria era.
Apostamos la vida a un albur de silencio
cuando el amor no era sino una niña espina.

Alguien nunca esperado se acerca paso a paso
y pretende quebrar este amor de la rosa de hielo.
Hoy debemos cerrar las puertas, las ventanas
y no dejar entrar la niebla y su veneno.

Pues te repito que tendremos los agrios pensamientos
que suelen suceder al sudor amoroso.
Ahora supón, oh descarnada rosa bienamada
que nos fatiga el encierro y salimos a una calle.

)Por qué no hay aquí una calle nombrada Góngora
con los campos de plumas tan urgentes?
Ignoro si ganamos o perdimos la batalla
contra los días que fueron y los días que vendrán.

No estoy ni estuve para decir cuáles penas
nos afligieron ni para descubrir lo que somos.
Sólo sé que no sé nada sino amarte
como se ama a la rosa paridamente fresca.

Te contaré mis ciclos de histeria y de neurosis
como si fueran sólo el alma de mi siglo.
Todo parece primitivo todo insomne
todo parece mar parece dientes parece lejos.

Ámame por desdicha por descanso porque sí
o porque no o porque nada o por mero desvel
Después de todo soy una constante rebelión
sofocada como adivinarás a pura sangre.

Vamos tú y yo y aquella rosa recién llegada
por una oscuridad parecida a un reino quietísimo.
Hemos vivido y viviremos en la memoria de aquel hombre
que pasa como un árbol que no tiene descanso.

No pienses ya nada ni nada supongas
porque las fronteras son irremediables
y yo sobrevivo tú sobrevives todos sobrevivimos
para que el amor sea el gemido de siempre
y la piel no parezca un campo incendiado
y la dicha recorra tu cuerpo como una caricia mía.

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