Góngora, Luis de (1561-1627)
Escritor español. Este poeta, padre de toda una escuela que pasados los siglos, después de acerbamente criticada y rechazada, resurge en el extranjero, principalmente en Francia, con el nombre de simbolismo, nació en Córdoba, que a la vieja Roma ya había dado grandes poetas y filósofos, y a España un Juan de Mena, el 11 de junio de 1561. Joven aún, a los quince años, pasó a la universidad de Salamanca, entonces en el apogeo de su fama, a estudiar derecho. Pero le interesaba más el culto de las musas que el análisis del Fuero Juzgo y las Partidas y, según parece fue en las aulas en que todavía retumbaban los ecos de la autorizada voz del maestro de León, donde compuso gran parte de sus composiciones de arte menor: poesías amatorias, letrillas satíricas y romances, con lo que abandonó el estudio de una carrera que habría podido más tarde procurarle una situación elevada, como le correspondía por su nacimiento, pues era de distinguida familia. Sin embargo, no abandonó del todo sus estudios, pues que a los cuarenta y cinco años podía hacerse eclesiástico y obtener un beneficio en la catedral de Córdoba, después de lo cual, y gracias a la protección del duque de Lerma y del marqués de Siete Iglesias, fue nombrado capellán de honor del rey don Felipe el tercero. Entonces marchó a Madrid, donde esperaba medrar con su ingenio, mas ya su edad no estaba para intrigas y devaneos, y no supo sacar todo el partido que se podía del favor de que gozaba. Además, poco después sufrió de una cruel enfermedad de cabeza que le hizo perder completamente la memoria; y hubo de volverse a su patria: donde murió a poco, en 1627, el 24 del mes de mayo. Sin temor se puede asegurar que es Góngora el poeta de más definida personalidad que se halla en el parnaso castellano. Sus primeras composiciones, si bien acusan suma delicadeza y facultades nada vulgares, no dejan de ser ni más ni menos que las que otros ingenios habían ya dado a conocer, y están cortadas por el mismo patrón que tantas otras. Mas luego cambió de rumbo, abandonó el arte menor y se lanzó a las mayores «extravagancias», como se llamaba a su arte, porque rompía con todos los moldes y se abría nuevos caminos por terrenos inexplorados, absolutamente desconocidos. No es extraño que en aquella época tan impregnada de parnasianismo, no fuesen tales producciones comprendidas; pero es inadmisible que todavía hoy, en los institutos y universidades de España se siga presentando al revolucionario poeta como a una suerte de monstruosidad o aberración, cuando, conto decíamos al principio, las grandes escuelas poéticas extranjeras, y principalmente la francesa, practican hoy con gloria análogos principios. Que la poesía de Góngora no es para el vulgo, sino que es plato delicado y difícil de gustar, cosa es de que no cabe duda; pero de esto a lo que de él se dice y lo que con él se hace, hay muchísima diferencia. Se es injusto, rematadamente injusto con él, la principal injusticia que se comete es la de no publicar en las antologías sino algunas letrillas o romances suyos, los que probablemente datan de sus tiempos de estudiante, en vez de composiciones que le son más personales, más suyas. Nosotros, con el mayor eclecticismo, publicaremos varias de cada época. Ahora bien: téngase entendido que Góngora y gongorismo no son sinónimos: el gongorismo es un vicio, y echarle a él la culpa de lo ocurrido después de él, equivaldría a achacar a Jesús las crueldades de Torquemada y Calvino, porque en su nombre obraban ambos, o el culpar a Dumas padre de esa literatura (?) barata y folletinesca de que las librerías francesas y belgas infestan el mundo entero. Por otra parte, otro innovador, cuya gloria ni en vida suya fue discutida, a pesar de sus desgracias y miserias: el gran Verlaine, que sin duda alguna es el primer poeta francés del siglo XIX, tenía por Góngora una profunda admiración; se puso a estudiar con ahínco el castellano para poder traducirle, pues no conocía nuestra lengua lo bastante para ello, y a una de las composiciones de sus Poèmes Saturniens puso como lema este verso de don Luis Argote y Góngora: A combates de amor, campo de plumas. Este solo detalle bastaría para la gloria de Góngora, y prueba que los poetas sudamericanos de hoy, aunque otra cosa pretenden, no siguen una escuela francesa, sino eminentemente española, pasada por el tamiz francés.
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