Wednesday, January 9, 2013

Homero Aridjis.


La pasión del párpado. Una lectura de Mirándola dormir [1964], de Homero Aridjis.
por Laura Mazzocchi
Quien ve y baja los párpados en un devenir apasionado se llama Homero Aridjis, escritor mexicano nacido en 1940. Aparte de poeta es novelista, periodista, profesor, activista ecológico y embajador de México en la UNESCO. En un largo mirar y escribir hacia el devenir, ha transitado también la novela (El poeta niño, La leyenda de los soles, La zona del silencio, entre otros), los libros para niños (El día de los perros locos, El silencio de Orlando) y el teatro (El gran teatro del fin del mundo). Porque, según la poética de Aridjis, los seres van cambiando; los escritores también. Y los lectores. Qué devenir.

Abrir el ojo parpadeando

A primera vista, una lectura de Mirándola dormir habla de la relación entre un hombre y una mujer. Tan simple y primitiva, una lectura que empolvorea con luz incandescente la sombra de una perversidad. Es que no se trata de cualquier mujer; se trata de una mujer voluptuosa, llena de mil voces, habitando la noche de todos los días: una mujer prostituta.
Y eso, como tal, puede no significar nada. Pero también puede que sí. A través de la experiencia formulada con el cuerpo, a través del cuerpo, entre otros tantos cuerpos, Homero Aridjis logra un palimpsesto de cuerpos que se encuentran y... un palimpsesto de escrituras.
¿Y dónde queda el cuerpo de lo escrito, de lo que se escribe? En definitiva, el cuerpo es un ojo bajo un párpado (o el ojo es una parte del cuerpo bajo un párpado).
¿Queda meramente en el texto? ¿En la retina suspendida de un hilo?
Sin embargo, existe una segunda lectura, mucho más solapada, que habla del tiempo y del (des)encuentro. De un pasar de instantes que nunca vuelven a ser los mismos. Claro, no deja de ser otro palimpsesto. Pero "... por qué sobresaltarse, hay horas para el amor y horas para irse". Apenas abiertos los ojos, es necesario preguntarse sobre quién duerme y quién mira... ¿Es necesario? No es casualidad que los protagonistas sean más de dos, si contamos al lector que observa de reojo, que lee y relee tratando de buscar la primera huella de ese crimen nunca cometido, que el tiempo es incesante y no tiene límites: "Ahora en que sólo el ayer es nuestro, y sólo el ayer está perdido y solo" y un "Mañana me dirás que el mañana ha pasado". ¿Quién dirá? ¿Quién dormirá?
"Ay de ti que duermes navegando".



Mover el ojo
("Adivinando lo que puede ser al otro lado de tu pulso")

Miremos ahora a Berenice, la durmiente. Berenice es un nombre (de origen macedonio) que significa "portadora de la victoria". ¿Cuál es la victoria que lleva? Berenice habla mientras duerme. O duerme mientras habla. "Mira mis ojos, mira mis palabras cuando hablo". Un ritmo intacto, un ritmo que abre y cierra en el mismo lugar, la escritura de Aridjis es cíclica, sus imágenes también. Todo se mueve constantemente en la lectura, nada queda fijo en ningún lugar: una mujer prostituta nunca se queda; un lector termina de leer y abandona (y a veces vuelve). Así es que la incertidumbre resplandece.
Pero Berenice es portadora de una sabiduría. Y dice: "Yo bien sé que no perseguiríamos tanto lo que no podemos encontrar". Pero qué podríamos encontrar en los ojos de Berenice, en "esa manera de entornar los ojos como si no hubiese nadie, como si no estuvieses". Lo que es del amor, lo que en palabras de Octavio Paz es "... el pulso inconfundible de aquél que tiene necesidad de decir y que sabe que todo decir es imposible"; el lector adivina lo que puede ser al otro lado del pulso... La búsqueda de un deseo ineludible, el plus de lo instintivo. Querer acercarse, cada vez más.



Acerca del párpado; dialogando con él
("Eres tú misma mirándote bajo párpados secretos")

Los párpados son el límite del sueño, del despertar. Son la barrera entre el todo y la nada. El mundo visto a través de los párpados. ¿Qué no veríamos sin ellos? A través de su magia, Homero Aridjis construye un acontecer del mundo, de las personas. Así las conocemos. Así nos conocemos, como en un contraponer espejos y vernos y reconocernos, pero también vernos y no reconocernos. ¿Cómo lo sabríamos? Simplemente bajando los párpados, dejándose llevar.
Por eso la lectura de Mirándola dormir invita a esa contemplación cuasi pasiva de una relación amorosa, pero que es un encubrimiento sutil para contar algo acerca de las pasiones y los miedos de las personas. Aunque la lectura no deja de ser activa, porque sus personajes son cuerpos activos que dialogan y se superponen como palimpsestos. Todo queda en el texto, con ansiedad de salir (abriendo el párpado.). Y la portadora de la victoria avanza: "No quisiera el crecimiento solo, ni los ojos deslumbrados para mí; le tengo miedo a la realidad del espejismo, a la pedrería de la visión; a veces añoro milagros que no maten". Y el hombre responde: "No te retractes con la luz por haber creído en la sombra; porque de algún modo te fue necesaria, te fue sombra".
Y al final el amor primitivo, y al final los meses y el encuentro, las dos lecturas posibles en juego. "Pero mira, mírame, estamos casi trastornados, uno en otro, otro en uno (...) Caramba, mi pequeño señor, así estuviéramos".



* Todas las citas fueron tomadas de: Aridjis, Homero, Mirándola dormir; Fondo de Cultura Económica (Tierra Firme), México, 1992.


Perséfone   (fragmento)

Un río carnal abre los muslos.
Perséfone se abre como una escalera estrecha y empinada.
Perséfone ríe al borde sus fibras nerviosas.
Navegan barcos por mar desconocido. Navega un dios en
          sí mismo enlazado. 
El cuello de los cisnes en un solo cuello.
Perséfone me mira como yesca que acecha el fuego. 
Pone los codos sobre las rodillas, mete la cabeza entre las manos.
Se sienta en sus cojines suaves. Se sienta sobre un lecho que
          por las arrugas de las mantas parece un trono rudo.
Mis manos friccionan con ardor sus miembros. En sus miembros 
          se confunde lo blanco de su piel, lo rojo de su ardor.
A sus miembros que fricciono llegan su silencio, su emoción, sus gestos.
Un mismo calor anima su corazón, sus pies, sus dedos.
El fuego le abre el cuerpo, igual que un incendio descubre
          en una casa muchas ventanas, muchos ojos.
Igual que si se hubiera vuelto su interioridad hacia afuera,
y un color propio la recorriera matizando sus rasgos.
Me adentra.
No pienso.
Mis sentidos despiertan.
Oigo mi cuerpo, oigo su cuerpo enredarse en el mío. Crecen
          los dos, enmudecen, maduran, se avejentan, mueren.
Oigo el eco de su desaparición, de su nacimiento. Oigo.
Que no están, que llegan, que se van.
Siento su cuerpo. Toca con mil poros abiertos a mi piel.
Me roza con mil manos y muslos. Me roza con pedazos de
          carne que se labia, se hiende.
Mojándome. Huelo su origen. Su deseo. Su deseo. Su ceniza. 
Sus cabellos húmedos de mis cabellos. Su roce que es mi roce.
Veo la palabra que no dice en su lengua curvada, alargada
hasta mi lengua. Su sexo que entraña mi sexo. Sus pies extendidos. 
Su movimiento sacando chispas de las sábanas con las caderas. 
Su hundimiento en el colchón. Su levantarse y caer y sonar. 
La oscuridad momentánea de su boca, de sus axilas, de
          su cuello y sus brazos.
Llena mi ver una rodilla. Un brazo. Un ojo. Un cabello entre
         mis labios. Un trozo de muslo. Un pedazo de vientre. 
El ombligo. Sus cabellos. Su ombligo.
Su cara vuelta a la derecha. Su cara vuelta a la izquierda.
Su mentón apuntando hacia arriba y hacia abajo. Su cuerpo
         recogido. Su cuerpo diagonal.
Su ombligo. Su oreja. Sus cabellos. Su sexo. 
Su boca que se ahonda y se ahonda, que se sumerge por adentro de ella, 
que cae y cae, toca mi sexo, sube por mi cuerpo, 
se convierte en mi boca que la besa en su boca que se ahonda, 
y cae en mí, y cae en ella.


1 comments:

Fran Jiménez said...

Me parece muy interesante este artículo. ¿Podríamos hablar sobre él?
jimenezbautista@gmail.com

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